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Huellas N.1, Enero 2014

PRIMER PLANO

El tesoro escondido

Alessandra Stoppa

Los datos sobre la crisis son cada vez más alarmantes y la pobreza aumenta. ¿Qué promesa encierra la insistencia del Papa en compartir con los más necesitados? ¿Y en qué sentido nos permite descubrir «la alegría del Evangelio»? La Evangelii Gaudium, la colecta de alimentos, los Bancos de Solidaridad. Viaje para ver a dónde nos lleva la experiencia tanto del que pide como del que da

Hay tanta riqueza en la Evangelii Gaudium – y en todo lo que el Papa nos propone cada día que necesitaríamos años para comprender el camino que nos indica. En estas páginas tan sólo pretendemos dar algunos pasos.
El mes pasado, apenas publicado el documento, examinábamos la idea de “experiencia” del Papa Francisco, su manera de conocer la realidad y percibir la diferencia sustancial que la fe aporta a la vida concreta. Ahora profundizamos en un aspecto decisivo para la experiencia de la fe: la concepción que el Papa tiene de las relaciones entre los hombres, de la vida común. Con una mirada especial a un factor clave de su Pontificado: la pobreza. La preferencia de la Iglesia por los pobres.

Es un problema urgente también por el contexto social. En la actualidad, en Europa muchas familias están en riesgo de pobreza extrema o tienen dificultades para pagar la calefacción o comer carne... Y no es que en el resto del mundo las cosas vayan mejor. Esta realidad nos interroga. Nos obliga a reflexionar sobre fenómenos como la colecta de alimentos (que en Italia celebra su jornada nacional a finales de noviembre movilizando a un país entero; «es la caritativa de los italianos», dijo en una ocasión don Giussani), o los Bancos de Solidaridad, que durante el año llevan estos alimentos «a los pobres». ¿Qué experiencia surge de estas iniciativas? ¿Son simples gestos de altruismo? ¿Buenas obras? ¿O ayudan a tomar conciencia de sí y de la realidad de una manera diferente? ¿Cambia algo en el que da y el que recibe? Observar los hechos nos ayuda a captar el tesoro escondido del que habla el Papa refiriéndose a los pobres. Es decir, a nosotros.
Con una nota decisiva. Es evidente que al leer el magisterio de Francisco se corre el riesgo de identificar las «periferias», de las que habla también en la Evangelii Gaudium, con las necesidades materiales, la miseria, las favelas que aumentan en el mundo. En cambio se trata de un concepto mucho más amplio y sutil. Las «periferias existenciales» están en todos los ambientes y las facetas de la vida, en cada corazón que permanece alejado del centro, o sea, de Cristo. Son algo mucho más complejo y fascinante que el aspecto sociológico al que muchos intentan reducirlas, exaltando o combatiendo, según la alineación ideológica, al Papa «tercermundista» o «de izquierdas». El próximo Meeting de Rímini se ocupará a fondo de estas “periferias”.

En este número nos centramos en un aspecto particular. Comprender por qué, como afirma el Pontífice, la pobreza «no es una categoría sociológica», sino que tiene que ver con la fe, con el mismo anuncio cristiano. Asumiendo la realidad que nos rodea, la experiencia de dar y recibir nos lleva hasta Cristo. Hasta la alegría del Evangelio.

Américo está allí, venciendo su carácter cerrado, llamando a la puerta del chalet de enfrente, en una zona residencial de Udine. Es una noche de invierno y su vecino, Paolo, con el que sólo se saluda, abre. No se espera tanta franqueza así, a quemarropa: «He vendido hasta las joyas y los muebles. No tengo nada para comer». Al día siguiente, Paolo está en su casa con comida y dinero para pagar el alquiler. Al siguiente también, con una estufa y leña para calentar la casa. Luego, la colecta con otros amigos para comprarle una furgoneta que le permita volver a trabajar. O también la ayuda para buscar un empleo a su mujer. La lista es larga, en estos dos años de amistad, desde aquella noche.
«Lo hice porque un hombre llamó a mi puerta». Paolo, que en la actualidad dirige el Banco de Alimentos de la región de Friuli-Venecia Giulia, lleva años haciendo caritativa. Esto le ha educado a una apertura que no es espontánea. «No podía imaginar lo que supone no poder pagar la luz y el gas. Nunca fui rico, pero nunca me había faltado nada», cuenta Américo. Tras treinta años de actividad, su empresa de transportes quebró. Entonces, abrió un bar que tuvo que cerrar a los seis meses. Vendió todo lo que pudo. Aurora, su hija de 16 años, empezó a trabajar como peluquera a domicilio. «Pero no fue suficiente. Tocamos fondo. Si aquella noche no hubiera hablado con Paolo, quizá estaría muerto, como los empresarios de los que habla la tele». El «mazazo», así lo llama, «me ha enseñado mucho. Yo también era una persona disponible, pero para mi familia y los empleados. Siempre sólo hasta un cierto punto. En cambio, he conocido personas como Paolo y sus amigos, que no pensaba que existieran: ellos viven de otra manera. Viven otro tipo de vida. Me estoy recuperando y empezando a mirar las cosas de otro modo yo también. Hasta mi mujer me lo dice».
Para comprender si estaba corriendo en vano o no, el apóstol Pablo utilizaba un único criterio: si se había olvidado de los pobres. Nos lo recuerda el Papa en la Evangelii Gaudium. Dice que los pobres son nuestra «llave del cielo». Su vida tiene una fuerza de salvación y nos comunica una misteriosa sabiduría para nuestra vida. Explica también que Jesús no sólo se hizo pobre en todo, sino que se identificó con los últimos y dijo a los suyos: «Dadles vosotros de comer». Con su propia vida «nos enseñó este camino de reconocimiento del otro». «Es un mensaje claro y directo», dice el Papa, «que no se puede oscurecer», basta con no alejar la realidad con «construcciones conceptuales» e interpretaciones. Sino acercarse a ella. Mirar, por ejemplo, qué es lo que sucede entre el que pide y el que, dando, recibe.
Las relaciones que nacen a raíz de la colecta de alimentos o de los Bancos de Solidaridad esconden un tesoro: un sinfín de gestos y palabras que acrecientan la fe.

Por debajo el umbral. Tatiana lo tiene claro: «Ya no me siento inútil». Con poco más de treinta años, su marido y sus cuatro hijos, se encontró ante una orden de desahucio de un edificio de inmigrantes en la Bassa bergamasca. «Pero justo en ese tiempo, Marco empezó a llevarme comida una vez al mes. Entonces, incluso la pesadilla de mi pasado dejó de tener importancia». Parecen dos cosas que no tienen nada que ver, pero para ella coinciden: «No tengo una historia bonita, y por ello siempre me han abandonado. Marco, en cambio, no se ha escandalizado. Ha entrado en mi casa». Al igual que Rosa, toscana, que se avergonzaba cuando venían a traerle la caja, y escondía a su compañero alcoholizado en su habitación. Hasta que, en una asamblea del BdS, escuchó al sacerdote decir que «Dios tiene tiempo para nosotros, se interesa por nosotros». Aquella misma noche su compañero volvió borracho. «Estaba tan enfadada, iba a mandarlo a su habitación… Pero me detuve, lo miré. Porque ya sabía que era amada».
Los pobres tienen «una especial apertura a la fe», dice el Papa. Por eso «es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos».
Lorenza siempre ha odiado ser pobre. Para el ISTAT (Instituto Nacional de Estadística italiano, ndr.), está por debajo del umbral de pobreza: tiene 44 años, ella y su hermano viven con sus padres y de su pensión. Lleva desde 2011 sin trabajo, y antes hacía trabajos temporales. «Ya no odio mi situación, porque me ha abierto los ojos». Ha perdido muchas cosas, ha renunciado a muchas otras. Como al coche y a la posibilidad de moverse de su casa. Viven casi aislados en las colinas de Umbría. Buscó trabajo, pidió, pero el desánimo cundía entre todos. «No sabían qué decirme». Pasó la Nochebuena del año pasado llorando. Mirando el Belén se sentía como aquella pobre cuna en la gruta. «Luego pensé: no, soy menos que la cuna. Soy la paja». Pero «en el fondo del pozo», como lo llama ella, se dio cuenta de que: «Jesús tomó esa paja. Quiso nacer envuelto en ella». Ha recobrado el valor de sí misma y de las cosas. «Me ha liberado perder todo aquello a lo que me aferraba antes y aferrarme a la única promesa verdadera: el encuentro que he tenido con Cristo. Cuando vuelve la oscuridad, nunca me siento aislada». En la actualidad no ha cambiado ni su situación ni la perspectiva de futuro. Llegó a la Jornada de recogida de alimentos con 80 euros en la cuenta corriente, pero hizo la compra y su turno como voluntaria. «Por gratitud. Porque todo lo que tengo me es dado. Necesito ser amada porque existo, no por ser de una manera u otra. Amada tal y como soy».
Visitamos el Banco de Solidaridad de Roma, la tarde en que se preparan los paquetes en un salón cercano a la cárcel de Rebibbia. Abogados y gente pobre llenan juntos las cajas, para más de 170 familias. «Seguimos viendo a otros sorprendidos por una mirada, que pasa a través de nosotros pero no es nuestra. Abraza al hombre como ninguno de nosotros sabría hacerlo», nos cuenta Fiero, que empezó el BdS aquí en 2009. Blanca es abogada. Está aquí con su hija de ocho años porque es «lo mejor» que le puede mostrar. «Me siento en deuda con ellos», dice refiriéndose a la familia a la que lleva la caja: «Sin esto, me perdería en la rutina diaria. Es un momento de gran estrés laboral, no tengo tiempo ni de respirar, pero no puedo renunciar a esto porque aporta mucho a mi vida». ¿Por qué? «Me siento profundamente agradecida, da significado a mi vida... No puedo explicarlo mejor. Hay que experimentarlo». En estas palabras, absolutamente sencillas, se expresa toda nuestra necesidad de comenzar siempre de nuevo a vivir. Jenica, una de las asistidas, se despierta por la noche para secar las camas de sus hijos con el secador del pelo por la humedad de la casa, pero ha querido participar en la colecta. Giovanna, entre los voluntarios “veteranos”, estaba cansada y amargada; así que le dijo a su amiga Lina: «Te preparo el paquete, pero después vas tú». Pero luego: «No, venga, te acompaño pero no subo». Y una vez más: «Subo, pero no me quedo». Todo un intento por controlar y medir, y «luego llego allí, y la señora que nos esperaba se acordaba de mí. Nos habíamos visto una vez y se acordaba de mí. El Misterio viene a salvarme, y lo único que me pide es la disponibilidad del alma». Una disponibilidad delante de hechos muy pequeños, tanto que pueden ser malinterpretados o pasar desapercibidos.

El porqué de un gesto así. «La historia de Dios con nosotros no pasa por grandes cosas», dice Gabriele mientras apila los paquetes para “sus” familias. Habla de ellas como de las personas más importantes del mundo. Para él todo empezó con Mara, «una bellísima chica gitana que pedía limosna en la vía Nomentana». Hoy es amigo de todo su clan: «Deberías ver su alegría», repite mientras nos habla del sobrino que ha empezado a ir al colegio, de la hija a la que han operado de las piernas, del primo al que visita en una casa ocupada… Pero de todo esto, ¿a él qué le queda? «Todos somos malos y nos dedicaríamos a otra cosa. Yo haría otra cosa. Pero la sorpresa por lo que sucede me rescata. Cualquier rasgo de humanidad me vale; si sigo aunque sólo sea uno de estos detalles, se abre un espacio en mí que no existía antes; me lleva a donde no iría pero donde soy feliz. En ellos veo el rostro del Señor. Así es». Cada mañana reza por contar con «la amistad de los pobres».
Pasamos a Milán. También Marisa se habría dedicado a otra cosa aquel día. Estaba ocupada cuando llega la enésima llamada telefónica de Nuccia, la señora a la que lleva comida en un pueblecito de la provincia. La llama desde la sección de psiquiatría del hospital. «Verás, sólo querrá cigarrillos o caramelos de menta. ¡Pero yo tengo cosas que hacer!». Y sin embargo deja todo y va. Siempre se pregunta por ese tiempo, por ese gesto. «No soy feliz cuando me planteo como la medida de la necesidad del otro; entonces, no sé por qué me llama, pero me llama...». Nuccia la espera en la puerta de psiquiatría, medio desnuda. La abraza, la besa, le mancha las mejillas. «En ese momento todo cambió. Buscaba el abrazo de Cristo en “un pobre diablo” como yo. Buscaba el mismo significado que busco yo».


LA LEY SUPREMA

Una carta de la XVII Colecta de alimentos en Italia, en la que se recogieron 9.037 toneladas de comida

Estaba con Fausto a la salida del supermercado; salen dos personas con aspecto más bien humilde, nos dejan una lata de judías y casi disculpándose dicen: «La pensión es mísera; hemos comprado un paquete de tres latas y os dejamos una a vosotros».
Respondí, quizá debido a las circunstancias, que estaba bien y le di las gracias.
Pero cuanto más volvía a pensar en ello (incluso ahora), más comprendía que en aquel momento había sucedido algo grande y me vino a la mente la parábola del óbolo de la viuda: «Alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas y dijo: “En verdad os digo que esa pobre viuda ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”» (Lc 21,2-4).
Esto me hizo comprender por qué estaba allí recogiendo alimentos. No para resolver el problema del hambre en mi país, sino para aprender «la ley última del ser y de la vida: la caridad. Es decir, la ley suprema de nuestro ser es compartir el ser de los demás, compartir con ellos lo que somos» (Luigi Giussani, El sentido de la caritativa).
Gracias a todos.
Luciano, Ostra


«Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro “considerándolo como uno consigo”»

«Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. (…) El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia. “Del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo gratis”»

«El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. (…) Esta preferencia divina [por los pobres] tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener “los mismos sentimientos de Jesucristo” (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia»

«Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. (…) Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos»
Papa Francisco Evangelii Gaudium