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Huellas N.10, Noviembre 2013

BREVES

La Historia

Olor a pizza

«Michele, ¿a qué hora terminas?». «Dentro de una hora... salvo que surja algún inconveniente». En la puerta de las oficinas de la policía ferroviaria, su compañero mira alrededor: «Hoy parece un día tranquilo. Ayer se montó una buena. Entre tres estuvimos persiguiendo por las vías del tren a un chico por un intento de robo».
Mientras habla, Michele mira el golfo de Nápoles encerrado en bolas blancas alineadas en una tienda de souvenirs. «¿Pero quién comprará eso?», piensa. Su compañero, mientras tanto, ha comenzado un largo discurso sobre la escasez de patrullas en la estación, el desastre de la administración municipal...
«Perdonen la molestia, ¿les puedo pedir una información?», una voz interrumpe la discusión. Michele, casi con alivio, se gira: «Dígame». La chica avanza unos pasos y dice: «Vengo de Turín. Voy a estar en Nápoles unos días por motivos de trabajo y me gustaría conocer la ciudad. Me han aconsejado empezar por el Parque empresarial, pero no sé cómo llegar». Los policías se miran con una sonrisa. El Parque en cuestión son unas cuantas torres de oficinas a las afueras de la ciudad. Nada del otro mundo. «Señorita, olvídese del Parque empresarial. Si quiere, le indico algunos lugares que sí debe ver sin falta. Para empezar, el Duomo. En la capilla de San Jenaro todavía está expuesta la teca con la sangre del santo. Cerca de allí está la iglesia de San Cayetano con la cripta, que merece absolutamente la pena. No se pierda tampoco la maravilla de San Lorenzo. Luego tome la calle de San Gregorio Armeno con sus tiendas de pesebres artesanales. ¡Son una belleza! Después, yendo por orden de calles: la Iglesia de Santo Domingo y la capilla de San Severo con el Cristo velado. A continuación la plaza del Jesús...».

«Pare, pare», le interrumpe la chica. Y con una sonrisa asomando en los labios le dice: «Usted es católico, ¿me equivoco?». «Sí, lo soy. ¿Por qué? ¿Usted no?». Esta pregunta no se la esperaba. «Sí, yo también, pero verá, no es que practique... mucho». Michele, ni siquiera él sabe por qué, responde de pronto: «¡Lástima! Es una pena. Se pierde usted lo mejor». La chica le mira con gesto interrogativo: «No le entiendo. ¿Qué quiere decir?». El agente continúa: «En torno al mediodía, en la mitad del itinerario que le he propuesto, puede comer en una pizzería con las mesas al aire libre. Si quiere, le indico un par de ellas. Se sienta allí, pide, y mientras espera, disfruta de los colores y de las voces. Cuando llega la pizza, que en Nápoles es especial, en el aire huele su aroma... En ese momento, se levanta y se va, sin probar siquiera un bocado. Eso es perderse lo mejor del cristianismo. No vivirlo es como oler esa pizza y luego dejarla en el plato». Durante unos segundos sólo se oye el altavoz de la estación. «El tren procedente de Roma...». Después, la chica sonríe. «Se lo agradezco mucho. Arrivederci».

Tres días después, Michele está en el despacho preparando unos informes cuando se le acerca un compañero: «Michele, ¿sabes quién vino ayer por la mañana? La turinesa, la del Parque empresarial. Te estaba buscando. De hecho, ahí la tienes». La joven acaba de entrar; se acerca a la mesa. «¿Molesto? ¿Puedo invitarte a un café?». De pie, en la barra del bar, le cuenta: «En un rato vuelvo a Turín. Quería despedirme y tenía que decirte que... en fin, que el ejemplo de la pizza se me ha quedado grabado estos tres días. No me dejaba tranquila, así que hice el itinerario. Entré en la catedral y... recé. Llevaba diez años sin hacerlo. Seguí la ruta, visité las demás iglesias y, aunque no te lo creas, miraba a la gente, las calles, con ojos nuevos. Gracias». Esta vez es Michele quien se queda sin palabras. Pero no puede dejarla marchar así, siente como si faltara algo. El tiempo apremia, ya ha sonado el anuncio de la partida del tren. «Esta es la experiencia de cristianismo que yo vivo. Te la propongo. El próximo sábado hay en Milán un encuentro con Julián Carrón. Puedes seguirlo en conexión vía satélite desde Turín. Hay una página web donde puedes encontrar la información necesaria para encontrar una persona de contacto en tu ciudad. Si puedes, ve. De todas formas, me encantaría tener noticias tuyas». En un folio garabatea su dirección de correo electrónico, la página web de CL y su número de teléfono. No hay más tiempo. La chica sale corriendo hacia el andén.
El 5 de octubre Michele recibe este e-mail: «He estado en la Jornada de apertura de curso. Me he sentido tocada por Dios».