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Huellas N.10, Noviembre 2013

ENTREVISTA / 50 años en la periferia

Sacerdote de favelas

Alver Metalli

El padre Pigi Bernareggi relaciona las insistencias del Papa Francisco con el origen de su vocación en el encuentro con don Giussani y GS. «Con un Papa como este será más fácil para todos aprender de él y cambiar»

Sacerdote de favelas, como los villeros argentinos, e igual que ellos, amenazado de muerte por defender a los más débiles de la prepotencia de los poderosos. Al igual que sus compañeros de Buenos Aires, él también se puso a la cabeza de una multitud de pobres que lucha por sus necesidades más elementales. Pigi Bernareggi, hijo de una familia acomodada de Milán, llegó a Belo Horizonte en 1964 a raíz del encuentro con don Giussani. Y aquí se quedó toda la vida, salvo un par de años en que tuvo que regresar para tratarse de un tumor. «Las favelas son un río de humanidad que cada mañana fluye a las ciudades, siguiendo el curso del sol», dice haciéndose eco de sus compañeros de vocación en el país del Papa Francisco.

Eres brasileño de adopción. ¿Qué es lo que más te impresiona de este Papa argentino?
En primer lugar, hago una aclaración. Cuando en el lejano 1964 junto con otros dos amigos de Gioventù Studentesca entramos en el Seminario de Belo Horizonte para empezar Teología, nuestro rector, el padre Helio Ángelo Raso, nos hizo esta recomendación: «A partir de hoy, olviden que son italianos, pero no imaginen que se han vuelto brasileños…». Es una advertencia que me ha acompañado a lo largo de estos 50 años – y que hoy es más válida que nunca –, preservándome de cualquier tentación de “colonialismo cultural” o “tercermundismo fatuo”.

¿Y qué contestarías como Pigi Bernareggi?
Siguiendo la visita a Brasil para la JMJ de Río de Janeiro, observé que, cuando el Papa se encontraba en medio de la multitud, tenía un rostro de padre para todos, provocando un enorme entusiasmo en todos. Pero cuando estaba con los obispos, con los religiosos, con los responsables – o durante los trayectos en el coche –, tenía un aire no digo tenso, pero sí pensativo y absorto. Para responder a tu pregunta, lo que más me impresiona es precisamente esta alternancia de alegría y preocupación, que es «gozo en la tribulación». El Papa no es – como pretenden algunos medios – «sencillo como una paloma» sin más, sino más evangélicamente «sencillo como paloma y sagaz como serpiente».

¿Y por qué te impresiona esta alternancia del semblante?
Porque capta en profundidad, aunque sea a pequeña escala, la experiencia de Iglesia que he vivido con don Giussani en los tiempos de GS, en el Liceo Berchet y la Universidad Católica de Milán. Lo mismo que me ocurrió aquí en Brasil con los grandes maestros que tuve la gracia de tener en el Seminario durante mis estudios de Teología. Y por último, en las múltiples facetas de todo mi pobre trabajo pastoral en la periferia, en el centro, en las favelas o entre los sin techo. La Iglesia está siempre edificándose, incluso cuando nuestro trabajo parece detenerse. Es más, cuando parece más quieta es porque el trabajo se está haciendo “desde dentro”. Citaba a menudo don Giussani: «Omnis gloria filiae Regis ab intus». ¡Todo el esplendor de la hija del Rey viene de dentro! Sencillez y sagacidad son los componentes indispensables de esta construcción, como el cemento y el agua para los albañiles. El trabajo pastoral siempre es el resultado fascinante de nuestra participación en el insondable misterio de Dios sabiamente encarnado.

Llevas como misionero más de cincuenta años en “las periferias”. ¿Qué piensas de un Papa que exhorta a la Iglesia para que salga, para que vaya al encuentro de la gente, para que camine con ellos «sin miedo a entrar en la noche de los hombres», como dijo precisamente en Brasil…
Esta directiva del Papa Francisco (no es un simple consejo) me recuerda instintivamente a don Giussani en los tiempos de Gioventù Studentesca. Él nos decía a nosotros, chicos ingenuos del Liceo que casi no teníamos ni idea de lo que era la Iglesia (casi todos proveníamos de familias burguesas indiferentes a la religión), que nos acercáramos a nuestros compañeros; que nos sumergiéramos en la problemática del “oscurantismo burgués anticlerical” que reinaba en la escuela estatal italiana; que compartiéramos la situación de la gente abandonada en medio de la niebla de la Bassa milanesa. Y que lleváramos allí y a todas partes la experiencia nueva que supone vivir la comunidad cristiana dentro de nuestro ambiente cotidiano. Nos enviaba por toda Lombardía, y después por toda Italia, para dar un empujón inicial a las comunidades en los distintos ambientes.
La imagen de la noche, además, es perfecta. Me recuerda la frase en su lecho de muerte de no sé cuál fundador de la Ilustración alemana: «Mehr Licht!» – «¡Más luz!». Es un grito que me parece escuchar hoy, al final del recorrido de la cultura ilustrada en la que vivimos inmersos. A este respecto, percibo una total sintonía entre los dos papas, el emérito y el reinante.

…pero además, el Papa Francisco no quiere una Iglesia reducida a ONG. ¿Cómo se entiende eso?
«No sólo de pan vive el hombre», sino del testimonio, de la vida que le ofrecen. Eso es lo que más necesita la humanidad. La llamada del Papa para que salgamos hacia las periferias es la traducción pastoral del segundo capítulo de la Carta de san Pablo a los Filipenses, (vv. 5-11): la misión de la Iglesia es dar continuidad a la inmersión encarnadora del Verbo de Dios, con todas sus consecuencias existenciales. Para la Iglesia, lo que dice san Pablo no supone una opción entre otras. Eso es lo que marca la diferencia radical con una ONG. El tercermundismo asistencialista, la beneficencia, no coinciden de por sí con el cristianismo, aunque pueden estar muy influidos y redimidos por la fe en Cristo como cualquier otro aspecto del obrar humano. Una vez más recuerdo la experiencia de GS. La primera vez que Giussani nos reunió para hacer un balance de nuestra acción caritativa en la Bassa milanesa, después de escuchar varias intervenciones que subrayaban el aspecto asistencial, aprovechó una que era distinta, que expresaba la proximidad y la convivencia con la gente para afirmar que ese compartir era el verdadero objetivo de la iniciativa. Educarnos en compartir, ¡no cualquier cosa, sino a uno mismo! Esa es la diferencia radical.

En uno de los discursos más hermosos de Brasil, el que dirigió a los obispos, también habló de los alejados, de los que se fueron. Habló de «una Iglesia capaz de descifrar la noche contenida en la fuga de tantos hermanos y hermanas», de entender «las razones por las cuales la gente se aleja, porque estas encierran ya en sí mismas las razones para un posible retorno». ¿Qué significan estas palabras en tu situación concreta?
Tratando de descifrar las razones (¿o la razón?) de la fuga, que en sí mismas ya contienen las razones de un posible retorno, me surge esta reflexión: ¿qué busca el hombre? Escribe Dante: «Cada cual confusamente busca un bien en el que su alma encuentre descanso, y lo desea; y por tanto, todos luchan para alcanzarlo». Este bien es la persona de Cristo, a cuya imagen y semejanza todos estamos hechos a pesar de las consecuencias del pecado original con las que cargamos en medio de la “confusión” que nos rodea. Pero a Cristo, ¿dónde lo encontramos hoy existencialmente, es decir, de una manera realmente humana y no solamente académica, sentimental, mediática o virtual? En la vivencia concreta de la comunidad cristiana que tenemos cerca, en una experiencia humana.
¿Por qué se va la gente en busca de otras propuestas? Porque falta esta experiencia concreta de la Iglesia como realidad que cada uno encuentra en su camino. Por ejemplo, cuando la Iglesia se reduce a una realidad burocrática, sofocante, formalista, iglesia-gueto y ese tipo de cosas… Todas esas “razones” en el fondo convergen en una única razón: la falta de un encuentro real con la persona concreta de Cristo en la vida de la comunidad cristiana. Lo que esto nos sugiere – ¡en realidad nos pide a gritos! – es precisamente ese encuentro. Es absolutamente sencillo, pero como siempre lo sencillo es el verdadero problema del hombre herido por el pecado original, confundido y complicado, desorientado por los espejismos del “padre de la mentira”.
Por eso tenemos que construir entre la gente una comunidad fraterna “en Cristo”, cada cual en su ambiente, en todos los ambientes, como una mancha de aceite. Sin fronteras, sin miedos. La culpa de que la gente se aleje es nuestra, cristianos anquilosados, enmohecidos, obesos, ¡“empachados” les dijo Francisco a los jóvenes en Río de Janeiro!

Un colega vaticanista, tratando de explicar la originalidad de este Papa, lo llamó «el Papa de los que están lejos», el que se preocupa por las noventa y nueve ovejas que salieron del redil. ¿Te parece una buena definición?
Es una definición sorprendente por su simplicidad y su realismo histórico, porque efectivamente, hoy ya no vivimos en una época pagana como la de Jesús y los primeros cristianos, sino en una época “descristianizada”, el fruto final de un recorrido de 800 años de cultura empeñada en destruir radicalmente el cristianismo. El pagano, consciente o inconscientemente, busca a Jesús. La cultura moderna y posmoderna lo combate y lo excluye. Hoy la separación entre las ovejas que están dentro y las que están fuera pasa literalmente por dentro de la personalidad del cristiano, provocando espejismos y perspectivas ilusorias. Esto hace que resulte muy difícil aclarar las cosas. A menos que el encuentro con alguien fascinado por Cristo en primera persona y la construcción de los lazos de una comunidad cristiana dentro del ambiente, ahuyente y derrita como nieve al sol todos los equívocos y ambigüedades. La regla de este proceso es simple e infalible: «No os amoldéis a este mundo, sino trasformaos por la renovación de la mente…» (Rom. 12,2).

«Un extraño reformador que no pierde tiempo diciendo que hacen falta reformas. Las hace enseguida, contigo, delante de tus ojos, mientras te habla. Porque en esa manera de mirarte y de hablarte cambia todo, allí mismo, en ese momento». Lo dice un intelectual italiano de izquierdas, Furio Colombo…
El Papa Francisco resulta “extraño” precisamente por ese academicismo abstracto e ideológico que gana terreno cuando la experiencia fraterna de la comunidad cristiana, donde se transparenta el Cristo real, queda enterrada y sofocada por otras formas de entender el cristianismo. Don Giussani nos decía en el Liceo que el cristianismo no es un “qué”, sino un “cómo”. No “qué es” Dios, sino “cómo” se comunica Dios. Se comunica en la sencilla forma de ser de la persona y de la comunidad cristiana. A todos los cristianos debería resultarnos natural el modo “extraño” que tiene el Papa Francisco de comunicar a Cristo de una manera tan sencilla, ¡porque Él vive aquí y ahora en nosotros! Pero ahora, con un Papa así, nos resultará más fácil a todos aprender de él y cambiar.
De todas formas, no confundamos la afabilidad de un temperamento natural con la fraternidad cristiana. Una es cuestión de hormonas o ADN, mientras que la otra es fruto de la contemplación del rostro de Cristo. Aquella reconforta; esta, literalmente, salva.

Yo, tú, CL, tu parroquia, la Iglesia… ¿en qué debemos cambiar?
«Busquen cada día el rostro de los santos y gocen con sus palabras», es otra cita recurrente de don Gius, probablemente de uno de los primeros Padres de la Iglesia. El cambio profundo no se produce desde fuera, sino desde dentro; y no porque cambia toda una estructura, sino por la linfa nueva que circula por ella. Es la calidad de la relación entre las personas lo que debe cambiar.

Ya es manifiesta la intención del Papa de escribir una encíclica sobre la pobreza, después de la Lumen Fidei de Benedicto XVI, que hizo suya. Eres un sacerdote misionero que vive desde siempre con los pobres, ¿la esperabas? ¿Es necesaria?
Una vez más me viene espontáneamente a la cabeza la referencia necesaria para contestar a tu pregunta. Es ese pasaje de la Carta a los Filipenses, capítulo dos: la pobreza en la Iglesia siempre ha sido la “forma” de todo, es el “cómo” de todo. Describe la subjetividad nueva en acción: justifica toda paradoja sin la cual el cristianismo resulta irreconocible y se disuelve en el caos ideológico o la irracionalidad autodestructiva del planeta. Pobreza “de” y “en” la Iglesia, sin la cual no hay verdadero amor a la pobreza “del” y “en el” mundo. No hay encarnación, no hay nueva evangelización, ni un mundo renovado sin ella; en última instancia, no hay experiencia de la Resurrección.