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Huellas N.10, Noviembre 2013

ACTUALIDAD / Entrevista a Ezio Mauro

Laica inquietud

Paola Bergamini

En esos días, hubo en la redacción «un modo distinto de trabajar». EZIO MAURO, director de La Repubblica, cuenta qué pasó después de la histórica carta del Papa Francisco a Eugenio Scalfari. El reconocimiento de la «tensión positiva de los no creyentes», la presencia histórica de Cristo «que me interpela también a mí». Y todos los signos «de una novedad que irrumpe»

La gigantografía de la primera página con el título «El Papa: mi carta a quien no cree» cuelga en la pared del despacho central de la redacción. Antes no había nada. «Ha sido una idea de los periodistas. Este hecho histórico nos ha tocado a todos. El contenido de la carta a Scalfari nos ha tocado. No era una respuesta formal. En esos días hubo una corriente particular, una vibración positiva, un modo distinto de trabajar. Sucede raramente. Se añadió a la gigantografía del 11 de septiembre de 2001», explica Ezio Mauro, director de La Repubblica desde 1996, al comenzar este diálogo que ha sido un relato leal de lo que sucedió a partir de esa carta. Algo que ha dejado una impronta de la que difícilmente se puede volver atrás, y que no se ha quedado en una simple reflexión intelectual. Quizás por este motivo, en un momento dado, aparté las preguntas preparadas de antemano, secundando el flujo espontáneo de las reflexiones sobre la carta.

La primera vez que un Papa escribe a un periodista. Podía haber respondido desde las columnas de L’Osservatore Romano o del diario Avvenire.
En cuanto Eugenio me leyó la carta por teléfono entendí que teníamos entre manos un documento histórico, extraordinario: no era una respuesta técnica, canónica, escrita por algún secretario y luego revisada por el Papa, sino una respuesta comprometida, que entra en el meollo de los problemas y que, sobre todo, culmina con la promesa de un diálogo. Como en efecto sucedió después. Y eligió nuestro periódico, que tiene una identidad fuertemente laica, aunque tradicionalmente atenta a los temas de la Iglesia. El Papa nos ha reconocido como interlocutores. Mucho depende ciertamente de la figura de Eugenio Scalfari. Francisco le ha elegido como símbolo del libre pensamiento laico, del no creyente. Que es muy distinto del pensamiento ateo.

¿En qué sentido?
El no creyente tiene la inquietud de quien busca dar un significado a su propia existencia y está convencido de que es posible lograrlo a través de razones que son profundamente humanas. El Papa ha reconocido un valor positivo a la conciencia como medida de lo humano. A él le mueve la figura de Cristo, Hijo de Dios, que se encarna y recobra su naturaleza divina en la resurrección. Lo ha dicho muy claro: «Jesús ha dado una dirección y un sentido nuevo a mi existencia». Sin embargo, sin querer hacer proselitismo, ha reconocido dignidad moral, espiritual, a la inquietud del laico que se mueve en el marco de la finitud de lo humano, pero que tiende al bien. Una tensión positiva por dar un significado a la existencia aunque no haya una ligazón explícita con lo trascendente.

¿Qué le ha llamado más la atención?
La atención al hombre en cuanto hombre; su elevación como figura central independientemente de su manera de pensar. Y luego el hecho de que para este Papa, Jesucristo es amor y verdad. Amor y verdad, como escribe en la carta, que son «relación» con el otro. La verdad no es algo que los más afortunados, los creyentes, poseen y reparten.

Cuando el Papa escribe que no existe una verdad «absoluta», en el sentido de una verdad sin nexos, sino que «la verdad es una relación», no da ningún paso atrás...
Es demasiado fácil banalizar. El Papa no quiere decir que el Absoluto en el que creen los creyentes pase a ser relativo, sino que la verdad nos abraza y por tanto nosotros tenemos que abrazar al otro. De aquí me surgen algunas reflexiones sobre este Papa. La primera es esta: ha renunciado al magisterio de la condena en favor de un magisterio de la misericordia. La cruz empuñada a veces en el pasado por otros pontífices era una cruz que amonestaba, en la que se reflejaban las palabras: «Arrepentíos», o simplemente: «Venid a Cristo». Hoy esa cruz está en las manos de este Papa, unas manos que se abren en el gesto de la misericordia.El paso desde los preceptos al Evangelio, desde la ley de los hombres de iglesia a la ley de Dios. Francisco cambia los parámetros. Si el Evangelio vuelve al primer puesto, los preceptos se tornan simplemente complementos útiles mediante los cuales la Iglesia adapta los mandamientos de su fe a la vida cotidiana.

Son una ayuda…
Un instrumento. Pero la fe es otra cosa. Si el Dios de los cristianos no es el predicador de una filosofía, sino el Hijo de Dios que se encarna, por lo tanto el testigo protagonista de un acontecimiento acaecido en un lugar, Belén, y en un tiempo, hace 2000 años, precisos, ¿cómo es posible entonces comer y dormir de la misma manera que antes? Reducir todo esto a unos simples preceptos es reducir el cristianismo a un manual de buenos modales. Es una blasfemia, una ideología de pronta intervención. Para quien cree, el cristianismo es un acontecimiento.

¿Y para quien no cree?
Queda la presencia histórica de Cristo que, dicen, era el Hijo de Dios. Y esto me interpela también a mí, como no creyente. Yo me paro en el punto que señala Bulgakov cuando escribe en El Maestro y Margarita: «Tengan ustedes presente que Jesucristo existió». Luego cada cual tiene que hacer cuentas con esto.

Con este Papa las cuentas no salen, saltan los esquemas, está removiendo todo. La gente común se siente atraída por esta fe concreta, justo en un momento de confusión, de crisis.
Tratemos de poner en orden los signos de estos primeros seis meses de Pontificado. Desde aquel «buona sera», nada más ser elegido Papa, al «buon appetito» al que nos tiene acostumbrados después del Angelus, el Papa entra en nuestra cotidianeidad. Aquella misma noche, hubo también un reclamo insistente al Obispo de Roma. San Agustín dice: no hay obispo sin pueblo. El Papa no baja sólo de la silla gestatoria, sino también de la cátedra, para estar en medio de la gente, de su pueblo. Y luego, enseguida: «Rezad por mí». Como si dijera: «Hay algo que desde vosotros tiene que llegar a mí, sois un sujeto activo dentro de esta comunidad de fe». A un amigo mío, al que llamó por teléfono, le dijo al final: «Acuérdese de mí en sus intenciones», aun sabiendo perfectamente que no es creyente. La misma petición que hizo desde la plaza.

Y a Scalfari en la entrevista que siguió a la carta.
En este caso ha habido además la voluntad expresa de recorrer «un tramo de camino juntos». La verdad se puede alcanzar juntos. Cada cual aportando sus potencialidades, pero existe la posibilidad de establecer puentes. ¿Con qué finalidad? En vista del bien común, el bien del hombre, que les apremia a ambos. Me viene a la mente el pasaje del Evangelio cuando Judas llega al huerto de los Olivos. La primera palabra que Jesús le dirige es: «Amigo». O el buen ladrón. En esta perspectiva, las palabras de Francisco: «¿Quién soy yo para juzgar?» son otro signo de esta corrección de ruta dentro de la Iglesia. Lo cual no significa extraviar la conciencia del bien y del mal, sino mostrar un interés por el hombre en su integridad, con sus zonas de luz y de sombra. Esta declinación sosegada de su rol y de sus poderes produce horror en los «conservadores», si se me permite utilizar este término. Lamentan la pérdida de una autoridad dogmática, ex catedra, la falta de una distancia. Dicen: «Se expone demasiado, es demasiado simple, corre el peligro de ser demasiado bueno, un sentimental». En síntesis: un Papa de pensamiento débil. Sin autoridad.

Creo que, a propósito de autoridad, el Papa habla claro en su respuesta a Scalfari. Es todo menos simplista.
El continuo despojarse de los símbolos de poder asusta a quienes buscan amparo en el poder de la Iglesia. Les asusta que la autoridad papal cuente tan sólo con la palabra y los actos. He pensado que los últimos tres Papas pueden sintetizarse así. Wojtyla, el alma; Ratzinger, la razón; Bergoglio, el corazón. Y este último aspecto asusta.

Porque se separa el corazón de la razón, relegándolo a la esfera del sentimiento. Mientras que la fe es razonable y el Papa Francisco lo testimonia de modo afectivo, abrazando al hombre en todo.
Exactamente. A él le interesa el hombre tal y como es. No quiere primero cambiarlo. Por ello habla a todos sin apartarse jamás ni un milímetro de su fe. No se puede dejar de ver que hay algo sofisticado en este modo de actuar del Papa, que algunos confunden a veces con el buenismo.

¿En qué sentido?
Hablar a un periódico a través de una carta y una entrevista significa dirigirse a un público que va más allá del pueblo de Dios, dialogando con esa opinión pública que es el sujeto de la modernidad. Un público que puede no conocer el vocabulario, los símbolos de la fe, que hay que conquistar para poder entrar en diálogo. Si luego pensamos que en esos mismos días otro Papa, ahora emérito, Benedicto XVI, sin que el uno supiera del otro, respondía a otro no creyente (a Piergiorgio Odifreddi, ndr) utilizando también como foro nuestro diario… ¡Habría que creer que existe una providencia también para los periódicos! O mejor: son todos signos de una novedad que irrumpe. De todas formas, ya desde antes de la carta queríamos saber más de este nuevo protagonista de la escena mundial. Indagar sobre su pensamiento acerca de una dimensión que todavía no se le conocía: la relación con el libre pensamiento de los no creyentes. Muchos directores de diarios extranjeros me habían pedido que enviara una carta al Papa para pedir una entrevista. Me parecía todavía demasiado pronto. Luego…

Él se adelantó.
Ya. Y algo más. Estoy contento por Eugenio, que en breve cumplirá sus 90 años y que se ha interesado siempre por las cuestiones que se encuentran entre la filosofía y la dimensión religiosa de los fenómenos. En Navidad y Pascua escribió sobre la figura de Jesucristo.

¿Es la inquietud de la que hablaba al comienzo?
Sí. En nuestro oficio, a pesar de lo efímero que es un trabajo que todos los días acaba mientras lo haces, existe la búsqueda de un significado. Es el pensamiento que me queda después de este episodio. En la era de los 140 caracteres, de Internet, los periódicos hechos de papel y tinta siguen siendo el cauce más adecuado para las ideas, para el pensamiento. Existe la posibilidad de primar algo que forma parte de la elaboración de las noticias y del contexto: es la búsqueda del significado de las cosas, de los hechos que tratamos. Se hace este trabajo para conocer, y buscar el sentido es la razón moral más alta por la que merece la pena hacerlo. El hecho de que el Papa haya confiado su interlocución con el pensamiento laico a un periódico significa que lo ha visto. No es casual que haya llamado por teléfono a dos firmas de La Repubblica tras haber leído sus artículos. Los nombres, naturalmente, no te los puedo decir. Me sale preguntarme: ¿hasta dónde quiere llegar Francisco? ¿Tendrá tiempo para hacerlo? ¿Encontrará a las personas adecuadas?

El Papa ha pedido que recemos por él. Se lo ha pedido a todos.
Es verdad. Se lo ha pedido al pueblo. Y luego tiene este sentimiento de autenticidad: cree en Dios. No es poca cosa. Con la carta, con la entrevista, ha abierto un dialogo con el mundo laico para que no nos sintamos ajenos a su recorrido. Como si dijera: «No os quedéis al margen; juzgad con vuestra conciencia, con vuestro metro; pero contribuyamos juntos en la búsqueda del bien común. Miremos al hombre». Es un reclamo para todos; lo esperan, de alguna manera. Me resultó evidente desde el comienzo, cuando nos llegó la carta. Cosa que creía realmente improbable. Sólo Eugenio estaba seguro. Podría decir que la esperaba.