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Huellas N.8, Septiembre 2013

ÁFRICA / Historia de una presencia

La semilla del Congo

Luca Fiore

«¿Doctor, se acuerda de mí?». Han pasado más de cuarenta años, cuando en el corazón del Continente Negro se abría la primera casa de Memores Domini fuera de Italia. Entonces parecía una semilla escondida. Hoy en cambio se ven los frutos. Hasta el punto de que en los últimos Ejercicios…

En 1971, Burale era un niño de ocho años que corría descalzo por las calles de tierra batida. Ojos grandes y oscuros, cabello crespo, piernas largas y delgadas. Con una sonrisa de esas que sólo se ven en África. La aldea se llamaba Kiringye, en el Zaire (hoy República Democrática del Congo), con cuatrocientos habitantes y un puñado de cabañas de paja y barro en medio de la sabana. Los que vivían en la casa de Memores Domini se fijaron enseguida en el chico: era despierto y te podías fiar de él. Al principio les hizo de intérprete en el mercado. A los 14 años le enseñaron a hacer análisis de laboratorio en los pequeños centros sanitarios de los poblados. Aprendió también a preparar los frascos de solución inyectable durante la epidemia de cólera de 1977.
Imaginaos la cara del doctor Alfonso Fossà cuando, de regreso a Uvira, se topó otra vez con él. Burale es ahora jefe de enfermeros en el hospital local, tiene cincuenta años y diez hijos. No se veían desde hacía 25 años. «He tenido una vida muy dura, doctor. Durante la guerra tuvimos que huir a Tanzania». Se refiere a la segunda guerra del Congo, en la que murieron cinco millones de personas entre 1998 y 2008. «Mi familia se dispersó para tener más posibilidades de sobrevivir. Hoy estoy contento porque nos hemos reunido todos sanos y salvos». Se detiene. Alza una mirada llena de conmoción y añade: «Además quería decirte, doctor, que durante todos estos años le he sido fiel a mi mujer. Me acordaba de vosotros».
La casa de Kiringye fue la primera casa de Memores Domini fuera de Italia. AVSI tiene su origen en la obra de ayuda al desarrollo en aquella aldea. Con Fossà estaban Ezio Castelli, Giovanna Tagliabue, Letizia Vaccari e Vincenzo Bonetti. La experiencia duró hasta 1983. Después volvieron a Italia. Fueron doce años intensos. A veces azarosos. Crearon cooperativas rurales para la producción y el comercio de arroz, aceite y semillas. En la aldea no había energía eléctrica. Entonces, con la ayuda de los amigos de Italia, trajeron una central eléctrica entera desmantelada en un valle del Trentino. Una empresa épica.
Después de todo ese tiempo te esperarías el nacimiento de una floreciente comunidad de Comunión y Liberación. No fue así. No nació ninguna comunidad. «Intentamos organizar algunos encuentros de Escuela de comunidad, pero la cosa no cuajó», explica Alfonso: «Sin embargo no era esa nuestra preocupación. Estábamos allí para compartir la vida de esa gente. Vivíamos y trabajábamos con ellos. Hacíamos vida de buenos cristianos como en cualquier parroquia. No sentíamos la urgencia de que naciera una asociación de CL».
Fossà es el único de los cinco que ha conseguido volver al Congo tras su regreso a Italia. Hoy ve el fruto de “plantas” que ni siquiera sabía haber plantado. No sólo: por primera vez este año, sin que nadie lo planease, un pequeño grupo de congoleños de Uvira – a 180 kilómetros de Kiringye – ha ido a Kampala para participar en los Ejercicios de la Fraternidad de CL.

«¿Puedo traer a un compañero?» Fabio De Petri trabaja desde 2012 en Uvira para AVSI, que regresó al Congo tras la experiencia pionera de Kiringye. Se ocupa de algunos proyectos, entre ellos la construcción de una carretera que llegue hasta un centro sanitario en la selva. A veces tiene que presentar su asociación a sus compañeros en el Congo. Entonces les habla de la fuerte orientación hacia proyectos educativos de la ONG italiana. Y, a los que le preguntan el porqué de esté interés tan marcado, les habla de la pasión de don Giussani por los jóvenes y del nacimiento de CL. Le escucha Prospère, un empleado de unos cincuenta años de una ONG local. Es católico pero está un poco desilusionado. Le dice a Fabio: «No sabemos qué decir a nuestros jóvenes para transmitirles la fe. Lo que cuentas de don Giussani parece ser lo que necesitamos. ¿Puedo presentarte a un joven compañero mío?».
Se presenta Évariste, de 27 años. Primero sólo y después con su amigo Jean Jacques y su novia Mauwa. Quieren saber mejor qué es CL. Fabio se lo explica y les propone leer un texto. Lo único que encuentra en francés es el cuadernillo de los Ejercicios de la Fraternidad de 2012. A Évariste, que se ha licenciado en filosofía en Bukavu, le impresiona un pasaje en que Julián Carrón habla de nihilismo y panteísmo. «Era la primera vez que oía a alguien hablar de filosofía y te llevase a decir que Dios existe… También me había impresionado que no separase la vida social de la vida religiosa. Ese había sido el tema de mi tesis de licenciatura: yo decía que no se puede vivir siempre de la fe, es necesario vivir en la religión de la humanidad. Es decir, vivir en la religión de Auguste Comte, basada en la relación hombre-hombre. Estaba convencido de que se podía vivir todo sin Dios. Estaba muy convencido de ello, y se lo decía a los profesores y a la gente con la que me encontraba. Después empecé a pensar que el hombre no podía vivir sin trabajo, sin poder, sin dinero. Pero finalmente entendí que todo, incluso estas cosas, viene de Dios. Leyendo las lecciones de Carrón me asombró profundamente que se pudiese decir de forma tan razonable que Jesús está vivo y continúa actuando».
Al pequeño grupo se unen Marie Jeanne, Aimé y Elisabeth, todos también de Uvira. Les han invitado a escuchar un testimonio de Alfonso. Al final del encuentro Marie Jean se acerca al doctor y le dice: «Soy la hija de Juma, su colaborador, ¿se acuerda? Durante todos estos años mi madre nos ha hablado continuamente de usted». A Fossà le vuelve a la cabeza la cara de aquel enorme muchacho inteligente. Él y Giovanna le habían formado en Kiringye. Resultó que tenía la capacidad de gestionar centros de sanidad y Alfonso le mandó a sustituir durante una temporada a un viejo enfermero anciano en Lubarica. El viejo le envenenó por envidia. Era demasiado capaz y emprendedor. Juma dejó una niña de dos años: Marie Jeanne.
Se encuentran con Fabio una vez al mes. Después les propone ir a Kampala a los Ejercicios de la Fraternidad. «En estos meses mi preocupación principal había sido la de vivir Comunión y Liberación», cuenta Évariste: «Fue natural aceptar la invitación de Fabio. Quería ver de cerca de qué se trataba. Cuando llegamos a Kampala celebramos la misa con el Nuncio. Después las lecciones de Julián Carrón. Habló de la fe, y él mismo era un ejemplo de aquello de lo que estaba hablando. Me impresionó el ejemplo de Zaqueo. Y después el amor de Dios: nada nos puede separar de su amor. Este es la cuestión que más me ha sorprendido: todo lo que el hombre puede hacer es por el amor de Dios. Tener esto presente reafirma la fe. Fue bonito ver el sentido de fraternidad y de amistad con la gente que he conocido».
«Hemos tenido un breve encuentro con Rose Busingye», cuenta Fabio: «Se ha despedido diciendo que África hoy no necesita predicadores, sino testigos». Testigos, hoy. Como lo fueron los chicos de la casa de Kiringye hace treinta años.

Como una madre. Sor Feza viste una túnica azul, un poco kitsch, con imágenes marianas. Pertenece a las Hermanas de San Giuseppe de Turín y trabaja en la farmacia de un hospital con el que colabora AVSI. Mientras acompaña a Alfonso al coche, le cuenta que ha fundado un grupo que ella llama “Familias para la acogida”. Sin saber nada de la homónima asociación homónima italiana, sor Feza se dio cuenta del gran número de huérfanos de guerra. Hasta encontraba familias dispuestas a hacerse cargo de los niños, pero a menudo la disponibilidad ideal no iba acompañada de la económica. Entonces le pidió a su superiora permiso para comprar una hectárea de tierra para cultivarla: los productos del campo se destinarían a ayudar a las familias que acogían a los niños. Empezó con tres hermanitos, hoy hay un centenar de niños acogidos y unas sesenta familias implicadas. Sor Feza le dice a Alfonso en un momento determinado: «¿Sabe por qué hago esto? Cuando era novicia, en 1979, seguí un curso de educación sexual que impartía un médico italiano. Ese médico nos dijo que si nosotras las monjas no aprendíamos a querer a las personas como una madre quiere a sus hijos, nos convertiríamos en solteronas estériles. Jamás he olvidado esas palabras. Y hoy hago lo que hago porque quiero querer como una madre. Y, doctor Fossà, quizá no se acuerde, pero ese médico italiano era usted».