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Huellas N.8, Septiembre 2013

MEETING 2013

¿Qué lugar es este?

Davide Perillo

El mensaje del Papa. El editorial del Corriere. Y también los Salmos en árabe, los mártires rusos, las visitas a la casa de Chesterton… Crónica (a la fuerza incompleta) de una semana que ha abierto muchas preguntas. Y que ha mostrado que la experiencia es más potente que la ideología. Y sirve para construir la historia

«Pero, ¿qué lugar es este?». El Meeting acaba de cerrar sus puertas, tras la oración recitada al unísono por todo el auditorio al final del encuentro sobre Siria, y Riccardo Bicicchi, autor del documental sobre los cristianos perseguidos en Nigeria que se ha proyectado en la sala, muestra su asombro: «Desde hace veinte años recorro el mundo en busca de historias, he visto de todo. Pero algo así, jamás. ¿Qué lugar es este?». Buena pregunta. Te pilla de sopetón aunque hayas estado trabajando en el Meeting, echando una mano para que «el evento cultural más grande del mundo» – ochocientos mil visitantes, tres mil voluntarios, los encuentros, los invitados, las exposiciones, los espectáculos – pueda acontecer también este año. Y ayuda a no darlo por descontado, aunque sea la trigésimo cuarta edición. ¿Qué es el Meeting? ¿Qué es lo que de verdad sucede aquí?
En el fondo, es la misma pregunta desde la que se había partido el domingo por la mañana. Los pabellones no estaban abiertos aún, circulaban todavía algunos voluntarios limpiando el polvo de las letras “Una emergencia: el hombre”, y el Corriere della Sera sacaba en primera página un editorial que lanzaba un desafío, al Meeting y a la experiencia de la que nace. Retomando la carta escrita en 2012 por Julián Carrón, el guía de CL, a Repubblica, Dario Di Vico escribía: «El testimonio, en el texto del sacerdote español, se contraponía a la búsqueda de la hegemonía, a la atracción por el poder, pero no sabemos qué instancia está prevaleciendo hoy. ¿La una o la otra?». La semana riminesa, decía en sustancia, serviría para comprender esto.

Camino de esperanza. Es estupendo que el desafío se haya lanzado tan pronto. Porque la tentación de sacar pecho llenos de orgullo se habría presentado ese mismo día. No es frecuente que un evento se abra con un mensaje del Papa, una entrevista ad hoc del Presidente de la República y una intervención del Presidente del Consejo. Es más, probablemente nunca ha sucedido. En el Meeting de este año sí. Suficiente para llenar con creces las portadas de periódicos y televisiones.
Pero el Papa sitúa rápidamente todo en su sitio. «Sin pasar a través de Cristo, no entenderemos nada del misterio del hombre. Nos veremos obligados a imitar del mundo nuestros criterios de juicio y de acción (…). El poder teme a los hombres que están en diálogo con Dios porque eso les hace libres y no asimilables». La persona y Dios, esto es lo que cuenta. Cualquier cosa menos hegemonía. Pero también los dos presidentes, cada uno a su modo, remiten a una responsabilidad, a una tarea, personal y colectiva. «Pienso en los jóvenes que abarrotan el auditorio de Rímini y les deseo que ofrezcan la contribución que todos esperamos», dice Giorgio Napolitano en la entrevista que le hace por vídeo Roberto Fontolan. Mientras que Enrico Letta, en el auditorio, reclama al camino que comenzó precisamente aquí hace dos años, con un discurso del Presidente: ahí se retomó el hilo de un diálogo indispensable con las fuerzas políticas, ahí comenzó «un camino de esperanza». Se ve en estos días, en medio de la crisis que nos afecta y del caos que de nuevo nos acecha, lo frágil y a la vez necesario que es este camino. ¿Qué se puede hacer desde aquí para favorecer este camino? ¿Qué contribución podemos ofrecer para afrontar esta emergencia que es el hombre?
A esta pregunta responden los hechos. En Rímini suceden cosas que no se ven en otros sitios. Amistades inesperadas. Encuentros entre gente que tendría todos los motivos para mirarse mal, peor incluso de lo que sucede en el terreno de la política italiana. Por ejemplo, Egipto. Se halla casi en guerra: Hermanos Musulmanes contra el ejército y el resto del país. Pues bien, en Rímini pasean juntos un defensor de la democracia “laica” como Wael Farouq, amigo histórico del Meeting, y un ex diputado de la Hermandad como Abdel-Fattah Hassan. Dos mundos opuestos. Y sin embargo siguen siendo amigos. «Pero sólo es posible por lo que hemos descubierto aquí», dirá Wael.

Cena entre amigos. Hay otro amigo que viene al Meeting desde hace tiempo. Es Joseph Weiler, americano, judío, jurista de fama mundial. En Rímini ha abordado un tema espinoso: el proceso a Jesús, dos “sesiones” de dos horas. La primera de ellas, ante cientos de personas que no se han perdido ni una palabra, para concluir que la condena era inevitable, a la luz de la Ley y de la historia, pero que si bien como judío no puede creer que Jesús fuese el Mesías, nada en su tradición impide que Dios haya mandado un signo también para los demás. Conclusión de don Stefano Alberto: «Lo que nos diferencia, nos divide, es también lo que nos une profundamente. No creo que una lección como esta sea posible en muchos lugares del mundo, pero aquí es posible».
El mismo Weiler invita una noche a cenar a unos cuarenta amigos, gente a la que ha conocido en Rímini a lo largo de estos años: colegas, personalidades, estudiantes que han pasado por su casa. Entre bromas, conversaciones, explicaciones, en esa mesa del Grand Hotel se escuchan Salmos recitados en siete lenguas, incluido el árabe, y se termina cantando juntos (a petición de Weiler) Povera voce, el canto más representativo de la experiencia de CL. Una escena conmovedora y a la vez surrealista, si se piensa un poco. Y sin embargo ha sucedido. Al igual que otra cena, en la Feria, que reúne a muchos de los invitados presentes en el Meeting en ese momento: el sacerdote de frontera argentino y el filósofo chino, el teólogo ortodoxo y el empresario de aquí. Sorprendidos y asombrados por el cruce de universos que habitualmente discurren en la ignorancia mutua.
Es la otra cara de la emergencia que afecta al hombre. Esta extraña vocación del Meeting para encontrarse con cualquiera y para provocar el encuentro con cualquiera. Pero también para que pueda surgir el hombre tal como es, en su fisonomía precisa: rostro, cultura, tradición. Sin tener que renunciar a nada de lo suyo para crear puentes. Más aún. En la Feria había teólogos anglicanos como Andrew Davison (que ha presentado la edición inglesa de Teología protestante americana, de don Giussani), agradecido porque «CL me ha ayudado a redescubrir el protestantismo de mi juventud». Y estudiantes como Nastja, una de las guías de la exposición sobre los mártires rusos, un milagro de ecumenismo nacido de la colaboración entre el Meeting, la universidad San Tikón de Moscú y otras realidades culturales. Al final del Meeting, se levanta y dice en un encuentro: «Había hecho mía la pregunta del padre Špiller, uno de los protagonistas de la exposición: ¿Qué es la Iglesia? Ahora lo veo». Sarkis Ghazaryan, embajador armenio, después de haber visto la exposición sobre su tierra y haber dicho «pocas veces he visto que se comprendiera nuestra historia tan a fondo», ha dicho: «Nos vemos el año que viene. Aunque no me invitéis, vendré igualmente». Más o menos el mismo concepto expresado por Lev Dodin, maestro del teatro (en Rusia le llaman “el Genio”) y protagonista de un diálogo precioso con Luca Doninelli, que – impresionado por el Meeting – ha lanzado la idea de traernos algún trabajo suyo.
Son sólo algunos ejemplos, pero hay un montón de ellos. Grandes y pequeños. Porque ves florecer lo humano por todos los rincones. Entre los chavales de El Imprevisto, la comunidad de Pésaro dedicada a la rehabilitación de toxicómanos, que han mostrado en su stand cómo han trabajado sobre Hamlet. Y en la intervención en la que John Waters se ha medido con el título del Meeting. Ha sido un relato sobre sí mismo y a la vez sobre un tema fundamental: la reducción del deseo propiciada por la modernidad y la batalla tenaz con la que Cristo nos permite abrirlo de nuevo. Tal como le ha sucedido a él. Un ejemplo perfecto de que esta lucha por «devolver su identidad alo humano», como pedía don Giussani, no es algo sentimental, dependiente de intuiciones extemporáneas. Es un trabajo serio, metódico. Un parangón continuo entre la fe y las exigencias de la vida. Una reflexión sobre lo que sucede.
Esto se ha podido ver en Rímini continuamente. Y se ha visto que este método descoloca a los que se topan con este evento, a los que llegan con una idea y ven cómo los hechos desmontan dicha idea. Un ejemplo es Martin Schulz, el presidente socialista del Parlamento Europeo: después del encuentro, de la visita a la exposición sobre Europa (una de las más visitadas) y del recorrido por los pabellones, en los que se ha visto bailando en mangas de camisa con los voluntarios, ha dicho a los que estaban a su alrededor: «Me imaginaba este lugar como el congreso de un bloque compacto de católicos conservadores. Pero he visto que aquí hay de todo, una variedad que no me esperaba. Esto es otra cosa».

En casa. Para muchos, otra casa. Que puede descolocarte, darte una pizca de bendita inquietud, como cuando te encuentras ante algo inesperado. Uno de los invitados más esperados, y más impactados por el Meeting, le dice a un amigo en un momento dado: «He sido acogido estupendamente, me he sentido en familia. Pero siento la necesidad de volver a mi mundo». Mientras, entre las cacerolas y la chimenea de la casa de Chesterton, reconstruida para una de las exposiciones más bonitas, un cronista de larga trayectoria como Maurizio Luzzatto Fegiz, («he vuelto a la fe de cuando era joven porque me he encontrado con una Iglesia madre»), dice haber sentido «una espada que te entra a fondo en la carne: la exposición ha puesto en movimiento mecanismos incontrolables».
Ha abierto preguntas, en definitiva. Otro dato común a muchos de los invitados. Y en muchos casos – desde el rector de la universidad San Tikón al provost de Notre Dame, ateneo-baluarte del catolicismo estadounidense –, convergían al final en una misma cuestión: «¿Cómo hacéis para traer aquí a tantos jóvenes? ¿Cómo les educáis?». De hecho, es otro modo de plantear la pregunta en la que insiste Carrón desde hace tiempo, desde los últimos Ejercicios de la Fraternidad de CL: «¿Cómo se puede vivir?».

Pegarse a Él. Haces un primer balance, resumido, y te encuentras con que has adquirido alguna certeza más. El título daba en el blanco, y de qué modo. Existe una emergencia con respecto al hombre, pero existe también algo que permite hacer florecer lo humano. Y hay un punto de encuentro posible con todos, porque esa pregunta – «¿cómo se puede vivir?» – afecta a todos, y Cristo viene para ayudar al hombre a responder, día a día.
Lo mejor es pegarse a Él. Nos conviene. Porque el riesgo de perderse persiguiendo una hegemonía está presente también aquí. Se podría hacer un resumen al final del Meeting y decir: ¿Habéis visto? Teníamos razón. Estábamos en la posición adecuada. Y encontrarnos de este modo en el punto de partida, en la ideología, perdiéndonos lo mejor. Que no es lo que tú haces. La organización no basta para explicar una centésima parte de lo que sucede aquí. Sobre todo, no explica los rostros de los chavales que están ahí fuera, en el parking, ocho horas bajo el sol, separando los coches del frenesí – a veces la rabia – de las personas que llegan. Pagan la estancia de su bolsillo, como todos los voluntarios. Verán poco del Meeting. Pero sonríen a todos. O se recuerdan unos a otros que todo merece la pena porque «Dios se hizo siervo».
Pues bien, esta felicidad no se explica con la ideología, no procede del poder, y sin embargo existe. Esta es la «verdadera alma de la semana», como la ha llamado lleno de asombro Bruno Manfellotto, director de L’Espresso, periódico nada cercano a CL, que ha hablado con sorpresa de «una marcha más». Y es impresionante escuchar a un periodista, que viene al Meeting desde hace años, decirle a un amigo: «Siempre he vivido apoyado en valores fuertes. Con el tiempo los he visto caer. Vosotros, en cambio, habéis permanecido. ¿Por qué? Empiezo a pensar que es porque tenéis un método: la experiencia».

Universal. La experiencia. Seguir lo que sucede. Mirar la realidad y aprender de ahí, no de las ideas. Este es el método. El cristianismo. Es católico, es decir, universal: acoge a todos. Y es más fuerte que las ideas y los prejuicios. «Este Meeting ha sido la victoria de la experiencia, más allá de toda ideología», ha dicho Emilia Guarnieri, presidenta del evento. Es verdad.
Puede quedar una única duda, tan sutil que a veces nos cuesta confesarla, aunque poco a poco va minando: ¿todo esto es suficiente? ¿Son suficientes hechos así para incidir en la realidad, para hacer cuentas con los vientos de guerra en Siria, con un gobierno que vacila, con las mil emergencias de la historia?
Es interesante que venga alguien de “fuera” para abordar la cuestión: Eugenio Mazzarella, filósofo y ex diputado del Pd, en L’Unità: «No quisiera que mi experiencia en el Meeting, descrita así, resultara como una lectura del evento consolatoria, de alguien que tiene una particular vivencia personal y sensibilidad. En realidad, en Rímini se pone en escena, incluso ciñéndose a la realidad italiana, una provocación que es totalmente “política”». El testimonio no es un volverse intimista sobre uno mismo. Es una forma de construir la historia.
Lees esto y te viene a la cabeza el hortelano de Václav Havel y su gesto humilde y sencillo, que hace entrar en crisis al poder (también en la Feria se ha hablado de ello). Y te das cuenta de que lo acabas de ver, en carne y hueso. Entre los voluntarios, había uno cuya única tarea era regar las plantas. Se ha cruzado con sus amigos durante el fin de semana. Saludos, abrazos. Una broma: «Pero, ¿dónde has estado este Meeting?». Y una respuesta que fulmina, porque contiene todo: «Pero chaval, ¿no ves crecer la hierba? Ahí estoy yo».