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Huellas N.8, Septiembre 2013

PORTADA / Don Giussani

Una vida que continúa hoy

Davide Perillo

Llega a las librerías italianas la biografía del fundador de CL. El autor, ALBERTO SAVORANA, cuenta la experiencia de estos años de trabajo. El impacto con la tarea que se le asigna, el mar de documentos, los testimonios… Y el nuevo descubrimiento de todo lo que había vivido junto a él. El resultado es una obra que nos ofrece un Giussani vivo. Por eso es un desafío para todos

Cinco años y medio de trabajo. Más de cincuenta mil páginas leídas y estudiadas. Y también los archivos, los testigos, los libros… Ahora que su Vita di don Giussani (Rizzoli, 1.354 páginas, 25 euros) llega a las librerías italianas, resulta impresionante escuchar a Alberto Savorana, responsable de la Oficina de prensa de CL, decir al final de la entrevista: «Mira, me gustaría desaparecer. Sólo deseo que a los que lean este libro les entre el deseo de conocerle aún más. Es sólo un inicio, un primer intento».
Es verdad, pero es un inicio imponente, por el espesor y la profundidad del trabajo. Y porque está realizado por una de las personas que mejor conoció a don Giussani. Veinte años de trabajo codo con codo, como «portavoz» del movimiento, director de esta revista (que dirigió de 1994 a 2008) y colaborador en la publicación de las obras del fundador del movimiento, fallecido en 2005, y de cuya causa de beatificación se ha solicitado la apertura. Pero, sobre todo, veinte años de amistad estrecha, verdadera y viva. Que ha encontrado en esta aventura editorial otro camino verdaderamente imprevisible para continuar.
Leyendo el libro se descubren muchas cosas de don Giussani. Y a uno le entran ganas de descubrir muchas otras, de profundizar en el conocimiento de su historia personal y del carisma. Pero si hay un dato que destaca enseguida, desde la primera página a la última línea, es justamente la percepción clara y nítida de que se trata de una vida que prosigue. De un presente, no de un «devoto recuerdo», por usar una expresión que utilizó el mismo Giussani. Es decir, este libro nos lo ofrece vivo. Por eso es un desafío. Como lo ha sido – y lo es – para él.

Alberto, ¿cómo nació este libro?
Fue una noche de febrero de 2008. Estaba cenando con un grupo de amigos y con Julián Carrón. Al final, él dijo que tal vez había llegado el momento, pasados unos años de la muerte de don Giussani, de pensar en un primer intento de escribir una vida suya documentada. Y me preguntó si me atrevía. Para mí fue una sorpresa absoluta. También porque yo me había hecho el propósito de no ocuparme de la historia de Giussani. Si quieres por pudor y conciencia de mis límites, si quieres porque veinte años de mi vida personal y profesional los compartí con él.

¿Y tu reacción?
Fue una doble reacción. Por un lado sentía una humillación, porque una empresa semejante me parecía absolutamente desproporcionada a mis fuerzas. Por otro, creció en mí un entusiasmo, porque se trataba de obedecer a alguien que me lo pedía. Esto me situó enseguida en una posición de disponibilidad y de libertad. La persona que me sugería ese trabajo podía en cualquier momento revocar el mandato. Era un dato objetivo: el signo de que el Misterio andaba por medio. Al día siguiente le dije que sí. Aunque en mi corazón lo había decidido aquella misma noche…

¿Qué pensabas ante la idea de la mole de trabajo que te esperaba? Te asustarías un poco…
La primera cuestión era por dónde empezar. Recuerdo que se lo pregunté a Carrón. Él me respondió contándome cómo él y sus amigos, seminaristas primero y luego jóvenes sacerdotes en Madrid, habían empezado a estudiar la historicidad de los Evangelios. El entusiasmo por la experiencia que vivían entre ellos y con sus maestros había hecho crecer la curiosidad y el deseo de indagar, de comprender mejor cómo había empezado todo. «Intenta hacer lo mismo», me dijo. «Lánzate a la investigación, a la lectura, a la indagación sobre los datos y las fuentes partiendo del presente que vives. Deja que las cosas te toquen, y verás que el camino se mostrará por sí mismo». Esto fue muy claro desde el principio. No se trataba de una obra de evocación histórica ajena a mí, sino que yo formaba parte de ella. Ya sea porque la había vivido, por lo menos en los últimos veinticinco años, ya sea porque – de esto me he dado cuenta trabajando – no se puede indagar e identificar los datos de la vida de un hombre si no reconoces previamente en tu experiencia algo parecido como pregunta, experiencia, expectativa, dificultad.

En la introducción hablas de «simpatía humana» en sentido pleno, de compartir…
Sí. Me ha guiado una mirada llena de curiosidad amigable sobre un hombre que vivió lo que yo he vivido. En muchos momentos, al encontrarme ante ciertos datos y hechos de la vida de Giussani, ha sido inmediata la comparación conmigo mismo.

¿Por ejemplo?
Cuando él cuenta que a los trece años tuvo un momento de fuga, que pasó parte del verano leyendo todo lo que había escrito Leopardi porque estaba en crisis, y nada podía colmar sus preguntas más que esas lecturas, etc., siempre he pensado: «Trece años, sí… Ya sería en el liceo». Pues bien, encontrar en los registros del seminario que justamente en ese año se recoge un momento de crisis en su vida, me ha confirmado que cuando él dice «trece años» son de verdad trece años. En ese instante pensé en cómo miraba yo a mis dos primeros hijos cuando tenían trece años. Es decir, como a niños que se asomaban a la adolescencia. Y dado que este descubrimiento coincidió con los trece años de mi hija, en un instante me di cuenta de que tenía ante mí no a una niña “incapaz todavía de comprender y de querer”, sino a un ser razonable que vivía a su modo las mismas preguntas, ansias y deseos que tengo yo. Pero muchos episodios han provocado en mí esta misma comparación. Por eso me impresionó mucho cuando Carrón, en los Ejercicios de la Fraternidad, dijo aquella frase: «Por eso es tan significativa la historia de don Giussani, porque ha vivido nuestras mismas circunstancias, ha tenido que afrontar los mismos retos y los mismos riesgos que nosotros». He revivido a través de él muchos momentos, fases y situaciones de mi vida. Y he podido comparar.

Pero, ¿no es lo mismo que sucedía en la relación con él cuando vivía?
Sí, pero el trabajo sobre el libro ha objetivado esta experiencia. Porque me ha obligado a atenerme mucho más a los datos y a no quedarme en la apariencia. Don Giussani tenía una personalidad tan fuerte que a veces podías quedarte en él, sin dar el paso de caer en la cuenta de que esa personalidad, en realidad, era signo y voz de otro. Zambullirme en el trabajo sobre los documentos me ha obligado a entrar bajo la superficie de los datos, a leerlos como signos que llevaban a otra cosa. Desde este punto de vista, el signo más clamoroso de toda su vida es la prevalencia imponente de la figura de Cristo, que surge como dato absolutamente dominante. Es muy joven cuando escribe la frase: «El mayor gozo de la vida del hombre es sentir a Jesucristo vivo y palpitante en la carne del propio pensamiento y del propio corazón. Lo demás es efímera ilusión o estiércol». Que es lo contrario de despreciar las cosas: es ponerlas en su justa perspectiva. Para Giussani, este es un dato impresionante en toda su existencia: Cristo es la consistencia de las cosas, es la realidad de la realidad.

Has escrito que en él «domina el sentido de la encarnación, el reconocimiento de la presencia de Cristo aquí y ahora, de Su contemporaneidad»…
Absolutamente. Y domina desde el día en que su profesor Gaetano Corti lee y explica el prólogo del Evangelio de Juan. Hasta tal punto que llegará a decir: «Desde entonces, el instante dejó de ser banal para mí». Ahí se encuentra la clave de la vida de un joven que descubre el secreto de la existencia. Ese secreto que todavía no había descubierto, como demuestra aquella dialéctica con Leopardi. El «bello día», como lo llama él, es aquel en el que Giussani comprende que la belleza que perseguía Leopardi se había encarnado. Era Cristo.

Tú has sido testigo directo de muchos de los hechos que cuentas. ¿Qué te ha ayudado a no hacer prevalecer la dimensión del recuerdo personal?
Ante todo, que ha sido una decisión consciente. En el libro no he reflejado «mis recuerdos de don Giussani», sino que he tratado siempre de apoyarme en las fuentes, en documentos, en testigos que he considerado fiables, y en el mismo Giussani. Incluso cuando cuento episodios de los que yo mismo he sido testigo, lo hago casi como un espectador que ve suceder algo desde la ventana. Pero lo que más me ha ayudado a hacer lo más objetivo posible este trabajo ha sido escuchar a lo largo de estos años a Carrón. No tanto en las conversaciones privadas, que desde luego se han producido, sino cuando habla en público. Para mí es una escuela decisiva ver cómo él revive las palabras de Giussani, cómo pasan a través de su humanidad las preguntas, las dificultades, las exigencias de la vida del movimiento y de la vida lisa y llana. Ha sido desde el principio una ayuda para marcar el camino y, sobre todo, una corrección.

¿Por qué?
Cada vez que le escuchaba me volvía a situar en una perspectiva menos inadecuada con respecto a la mole de datos y materiales a los que he podido tener acceso. En particular a las fuentes inéditas. Don Giussani habló muchísimo. Pero sobre todo, durante toda su vida habló básicamente de su vida. Mientras crecía – es decir, mientras su vida se desarrollaba y se hacía más profunda – hacía referencia continuamente a los momentos vividos. No como episodios íntimos e individuales, sino como la documentación de un método: el método de la experiencia, que él aplicaba a sí mismo desde el principio. Carrón me ha ayudado a seguir y a retomar este método.

¿Qué quiere decir que don Giussani lo aprendió todo de la experiencia, de los hechos que le sucedían?
Para él toda la realidad es signo. No se agota en lo que se ve y se toca, sino que remite más allá. Es el famoso verso de Montale: «todas las cosas llevan escrito “más allá”». Él miró cada episodio de su vida con esta perspectiva. Y esto le hizo convertirse en ejemplo para todos. Ya se tratara de un asunto familiar, de salud, de un encuentro con un Papa o con el último chico que había conocido en el claustro de la Católica, todo hacía emerger a sus ojos una profundidad que iba más allá del dato efímero. Hasta el punto de que hay momentos en que retoma la frase dicha por un chaval, o algo que parece insignificante, y lo convierte en contenido de una lección, de un libro o de una propuesta.

En concreto, ¿cómo se ha desarrollado tu trabajo? ¿Cómo te has movido ante esta mole de materiales?
Ante todo, he identificado las fuentes primarias sobre las que trabajar. Los materiales de archivo que con motivo de este trabajo me ha permitido consultar la Fraternidad de CL; otros archivos a los que se ha podido acceder; algunos fondos privados – por ejemplo, la correspondencia con sus hermanas –; y las fuentes publicadas, que conocía bien porque he trabajado en ellas durante estos años. Además, como tenía que escribir una vida documentada, he establecido una cronología: ciertos momentos – luego revisados a medida que avanzaba el trabajo – que, por el conocimiento que tenía, podrían constituir los pilares de su historia. En este sentido ha sido una gran ayuda el trabajo que realizó don Massimo Camisasca para los tres volúmenes de la historia de CL: de hecho, la primera parte es, en síntesis, el recorrido de la vida de don Giussani antes de que comenzase la experiencia del movimiento… Luego empecé a leer todos los materiales en orden cronológico. Y pude verificar si la hipótesis que me había hecho con respecto a las fuentes era fundada o no. En algunos casos los datos me obligaron a revisar la estructura inicial. Por ejemplo, en el episodio al que atribuyo un valor decisivo para la vida de don Giussani, porque marca un giro decisivo en su vocación futura.

¿A qué episodio te refieres?
Al encuentro que tiene a comienzos del verano de 1951 con un joven al que conoce casualmente en el confesionario de la parroquia de vía Lazio, en Milán. Giussani desarrolla ahí su acción pastoral los sábados y domingos, al tiempo que da clases en Venegono, en donde se encamina hacia una brillante carrera teológica. Allí sucede este episodio, que contará en distintas ocasiones, pero sobre todo en El sentido religioso. Ese joven, en la confesión, le dice que para él el ideal humano es el Capaneo de Dante: ha sido encadenado por los dioses, pero los dioses no pueden impedir que les odie. Es un episodio decisivo, porque se ve a don Giussani en acción. Habría podido echar a aquel joven o darle una charla, pero le hace una pregunta: «Pero, ¿no es más grande todavía amar a Dios que odiarle?». Pasa un mes y medio, el chico vuelve y le dice: he vuelto a ir a misa, su pregunta me ha corroído todo el verano. Don Giussani se hace muy amigo de este joven, y a través de él conoce a una serie de compañeros suyos y de chicos de la parroquia que van a los liceos de la zona: el Berchet, que está a cuatro manzanas de allí, el Beccaria… Al confesarles, se da cuenta de que estos chicos, todos profundamente católicos, activos en la vida de la Iglesia y de las parroquias, viven una gran dificultad sobre todo en la escuela. Los profesores hacen propaganda contra los curas, la fe y la religión, y ellos no saben qué responder. En ese momento don Giussani intuye que a estos chicos les ha faltado la comunicación, por parte de los adultos, de un método para verificar si lo que han aprendido en la familia y en la parroquia es verdadero. Si la fe es capaz de resistir el impacto de las circunstancias. Y empieza a surgir en él una pregunta: «¿Puede ser que el Señor me esté pidiendo otra cosa?».

De algún modo, podríamos decir que está ahí el origen del movimiento…
Es uno de los pocos puntos en los que he asumido la responsabilidad de indicar un momento de giro radical que antes no había sido identificado tan rápido, porque tendrán que pasar todavía tres años antes de que don Giussani vaya al Berchet. Pero esto me explica también por qué de allí a un año y medio, él empieza a asistir a la Comisión de Gioventù Studentesca (entonces, la sección estudiantil de la Acción Católica, ndt.) en Milán: estaba provocado por aquellos encuentros.

¿Cuáles son los episodios que más te han sorprendido, o en los que no te habías fijado de este modo?
Un dato sorprendente, pero que desde finales de los años cincuenta acompaña toda la vida de don Giussani, es la percepción que tiene de la experiencia del movimiento y de las posibles reducciones que siempre están al acecho. Sus primeras llamadas de atención sobre el riesgo de una reducción asociacionista, organizativa, que va en detrimento de la vida, no se producen a finales de los años setenta o más tarde, sino entre finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta. En el momento en que GS está explotando en términos numéricos y todo parece ir bien: la caritativa implica a muchísimos jóvenes, se dan las primeras experiencias culturales, el periódico, los “raggi” (en la terminología de la Acción Católica de entonces, nombre que reciben los encuentros, ndt.), una presencia capilar… Y sin embargo don Giussani atisba el posible riesgo – que ve ya realizado – de una pérdida de la naturaleza de la experiencia del origen. Lo dice cinco o seis años después del comienzo de todo. Y es un leitmotiv que le acompañará durante los años sesenta. Es impresionante esta continuidad en la llamada de atención. Y dice mucho – por lo menos durante los años de los que fui testigo – de la percepción que tenía de nuestra testarudez: éramos duros para comprender. Porque mientras él dice esto, la vida del movimiento parece en ciertos momentos tomar otros caminos.

¿Cuánto sufrió por este motivo?
Mucho, con toda seguridad. Por la percepción de que estábamos perdiendo el tiempo, malgastando un don recibido porque estábamos centrados en otras preocupaciones. Por ejemplo, cuando percibe los primeros signos de la crisis a mediados de los sesenta, hay dos textos en los que dice que la preocupación por el “hacer”, por el éxito, por el resultado de las cosas propias, podría dilapidarlo todo, «si no Le buscamos día y noche». Hay momentos en los que hace explícito este pesar porque no se es leal con la naturaleza de la experiencia tal como se ha encontrado. Pero también tiene las antenas puestas para captar puntos, momentos, personas en las que vuelve a suceder el inicio. No importa si se trata de chavales que han terminado el liceo y empiezan a preguntarse por la vocación, o de universitarios que en medio de la crisis permanecen juntos porque no quieren perder lo que han vivido – y se mueven de tal modo que, misteriosamente, en un momento dado, todo vuelve a comenzar bajo el nombre de Comunión y Liberación… En este sentido es impresionante ver cómo se pone a seguir don Giussani. Aprende de un chaval que tal vez hace una intervención en el “raggio”. Y lo dice: «En ese momento él era autoridad, y yo le seguía».

Esta apertura, esta disponibilidad,
¿de dónde nace y cómo ha crecido?
Lo primero que hay que decir es que se inserta en una dote natural, que es una sencillez de corazón. Por eso le gustaba repetir la oración de la Liturgia ambrosiana: «En la sencillez de mi corazón, Te he dado todo con alegría». Era una apertura original, casi virginal, a las cosas. A la que seguramente contribuyeron sus padres: su madre, por su fe profunda, y su padre, por su humanidad. Le obligaron desde pequeño a mirar las cosas cara a cara. Luego el tiempo del seminario. Él dice que aquellos doce años fueron los más bonitos de su vida, porque le hicieron ser consciente de lo que en su familia era una experiencia totalizante, pero no todavía asimilada conscientemente. Esto se produjo gracias a los maestros que tuvo: Corti, Figini, los dos Colombo, Galbiati, el rector Petazzi. Pero hay un tercer dato que hizo habitual en él esta apertura: el nacimiento del movimiento. Que, como él mismo dice, «me he encontrado delante», porque «no pretendí nunca fundar nada». Era la sorpresa por algo que le había sucedido. Que había visto suceder como fruto imprevisto, no calculado, de aquella sencillez de corazón.

En cierto sentido él siguió al movimiento…
Siguió a personas, siguió hechos. Por eso dirá: para mí la historia es todo, yo he aprendido todo de lo que sucede, del impacto con las circunstancias. Desde que tiene doce años y para ayudar a su padre socialista – que se cuestionaba su ingreso en el seminario – a comprender que «es bonito el camino», no da una explicación, sino que cuenta una experiencia que ha tenido por la mañana: la belleza de haber participado en la primera misa de un sacerdote. Hasta los últimos años del despojamiento, de la privación progresiva, a causa de la enfermedad, de los momentos “públicos”: las conversaciones en casa con los enfermeros, la secretaria, las personas que le cuidan, se convierten en el punto a través del cual hará descubrimientos que luego comunicará a todos. Por eso le dice a su hermana, pocos días antes de morir: «Acuérdate de que he obedecido, he obedecido siempre».

Uno de los aspectos que más impresionan al leer el libro es que ves continuamente que el «acontecimiento» no es una categoría, sino algo que plasma cada instante.
Verdaderamente es impresionante ver que don Giussani no tiene miedo de ponerse en cuestión, de cambiar. No tiene que defender un esquema, sino afirmar una experiencia. Y una experiencia sólo se puede vivir en el presente. Es decir, hecha de circunstancias que cambian. Por ejemplo, una de las cosas más cautivadoras es reconstruir el 68. Ahí don Giussani sufre una verdadera conversión. Se da cuenta de que para responder a la crisis, para que pueda volver a suceder lo que empezó en el Berchet, no puede confiarse a la forma que adquirió ese inicio. Dice, en sustancia: «No podemos hacer lo mismo que cuando comenzamos. Entonces decíamos: has nacido en una tradición, verifica si esta tradición es adecuada para vivir. Ahora yo no puedo decirle a un joven que protesta en la Católica “verifica la tradición”, porque él se rebela precisamente frente a ella». Entonces hace falta otro punto de partida para recobrar la posibilidad de proponer una experiencia. Pero si no es el pasado, la tradición, ¿cuál es este punto de partida? Solo hay uno: el presente. Y el presente es una persona: Cristo. Volvamos a empezar desde Cristo y recuperemos toda la riqueza de la tradición.

¿Existen aspectos de la “interpretación histórica” de don Giussani y del movimiento que deban, de algún modo, ser leídos bajo una luz nueva?
Una cierta publicidad periodística lo ha pintado, a lo largo de los años, como alguien obsesionado con el mundo, con la modernidad. Y lo presenta como el hombre inflexible que quería volver a cristianizar la sociedad, y llevar a CL a la hegemonía y el monopolio. Nada más lejos de la realidad. Don Giussani nunca tuvo miedo del mundo y de la modernidad. Porque esa actitud de apertura, de sencillez y curiosidad, no era selectiva en él: era un movimiento con el que miraba todo y a todos. Sin miedo, porque estaba aferrado por la certeza de Cristo. Es cierto que estaba preocupado. Ve las cosas, y dará Ejercicios enteros sobre las reducciones del racionalismo. No dejará de ofrecer juicios a veces incluso duros. Pero no están dictados por el miedo, por el resentimiento. Sería suficiente con reflexionar un instante: la figura literaria más significativa con la que dialogó toda su vida es Leopardi. Pues bien, en el imaginario colectivo, ¿qué hay más “moderno” – en el sentido negativo del término – que un ateo y pesimista cósmico como era Leopardi? Y sin embargo don Giussani encuentra en él a un compañero adecuado de camino. Porque ve en él, a pesar de su fragilidad, de las reducciones y de la claudicación ante el mundo, toda la profundidad del alma humana. Por ello, «todo es poco y pequeño para la capacidad del alma» se convierte en uno de sus eslóganes.

También es muy moderna su insistencia sobre la razón.
Es verdad. Don Giussani nunca apelará a la fe como principio de autoridad para que se acepte lo que está diciendo. Es su primera frase en la escuela: «No estoy aquí para que vosotros consideréis como vuestras las ideas que yo os doy, sino para enseñaros un método verdadero de juzgar las cosas que os voy a decir. Y las cosas que os voy a decir son una experiencia que es el resultado de un largo camino de dos mil años». Más tarde añadirá: «Entré allí para mostrar la pertinencia de la fe a las exigencias de la vida». No para imponer la fe en detrimento de la vida, sino para mostrar que la fe es la respuesta más adecuada a la vida. Una época que se ha constituido sobre la Diosa Razón debería brindar por una figura como don Giussani, que no ha divinizado la razón, sino que la ha exaltado dándole su justa medida de apertura a todo.

¿Cómo ha cambiado tu relación con él al trabajar en su biografía?
Yo creía que le conocía muy bien…

¿Cuándo se produjo tu primer encuentro con él?
A mediados de los años setenta, al comienzo del liceo. Don Francesco Ricci le había invitado a dar algunas charlas de Adviento en Forlí, que es mi ciudad. Es el primer recuerdo que tengo de él. Luego vino GS, la universidad, el CLU… Y empezó a establecerse una relación personal, porque intervenía en las asambleas, tomábamos café juntos, nos veíamos. La cosa siguió así hasta el episodio que me cambiaría la vida.

¿Cuál?
La víspera de Navidad de 1983, cuando Enzo Piccinini, uno de los responsables “históricos” del movimiento, nos llevó a Milán a comer con don Giussani. Éramos cinco o seis. Allí, en un momento dado, Giussani habló del Año Santo extraordinario de 1984. Dijo que el Vaticano había pedido a los distintos movimientos que echaran una mano con sus jóvenes en la secretaría, la oficina de prensa, etc. Preguntó: ¿alguno de vosotros podría? El único era yo, que me acababa de licenciar. Por pura casualidad la suerte cayó sobre mí. En enero partí hacia Roma y estuve allí trabajando seis meses en la oficina de prensa del Año Santo. Don Giussani está también en el origen de mi perspectiva profesional. Pero no porque tuviese ideas o proyectos sobre mí. Este es otro aspecto de su vida. Él lanzaba la piedra y entonces el que estaba en juego eras tú. No era una orden: «Haz esto». Era: «¿Alguien puede hacerlo?». Más tarde, en febrero de 1985 vine a Milán y la relación se hizo más estrecha.

Por eso decías: «creía que le conocía bien…».
Sí, porque se estableció un nexo muy personal y familiar, además de profesional. Compartíamos la vida. Pero este trabajo, que me ha obligado casi a tomar distancia de lo imponente de su presencia física, me ha permitido descubrir que en todos estos años había percibido una cantidad realmente pequeña de datos cuando le veía en acción. Hasta el punto de que más de una vez me he dicho: «Pero yo, ¿dónde estaba? Cuando él nos decía estas cosas, en una Jornada de apertura de curso, en una asamblea, un Consejo nacional, mientras le apremiaba esta preocupación por nuestra vida, por mi vida – porque este es otro dato impresionante de don Giussani: esta constante, inexorable y fortísima atención a la persona, a que el “yo” hiciese experiencia; no le interesaba que la comunidad creciera o se perpetuara, sino que la persona hiciera la misma experiencia que él tenía de la relación con Cristo –, yo, ¿dónde estaba?». En algunos momentos me he escandalizado por esto. Una vez se lo conté a Carrón. Estaba apesadumbrado. Era como decir: mira cuántas cosas me he perdido.

¿Qué te dijo él?
Me dijo: «¿Por qué te escandalizas? Entonces tú comprendías por la conciencia y la madurez que tenías en ese momento. Pero sin la experiencia que has tenido que hacer desde entonces hasta hoy, ahora no habrías sido capaz de sorprenderte por cosas que habías leído y escuchado, pero que no comprendías. Para mí también ha sido así. Yo no he tenido, como tú, la suerte de ver a Giussani todos los días. No le veía nunca. ¿Qué tenía de él? Los libros. Por eso los leía, los leía, los leía… Pues bien, cuando los vuelvo a leer ahora, descubro cosas que ni si quiera me imaginaba entonces. Porque la experiencia de ahora no es la misma de los años ochenta. Entonces, no hay que escandalizarse. Es más, hay que dar gracias. Porque quiere decir que la vida es un camino». Por eso decía que es impresionante ver cómo lee él a don Giussani, cómo le hace hablar hoy.

¿Puedes decir que tienes ahora una percepción más aguda de lo que es el carisma? No tanto como contexto histórico, sino como vida. ¿Es ahora más tuyo?
Sin duda. He tenido un privilegio único: me he podido sumergir durante casi cinco años y medio en esta mole de datos que me han devuelto en toma directa, sin mediaciones, el desarrollo de su vida. El desarrollo de un carisma que no es una hipóstasis codificada, sino precisamente esta modalidad más persuasiva, convincente, adecuada a los tiempos, para decir las mismas cosas de siempre, la verdad de siempre. Sí, ahora lo siento más mío. Pero es un camino.

Tu relación con Carrón, ¿ha cambiado en estos cinco años?
Mi relación con él cambió el 19 de marzo de 2005, el día de su elección como presidente de la Fraternidad. No me avergüenza reconocer que en aquel momento él me devolvió la posibilidad de una relación con Giussani que, en caso contrario, por la intensidad de lo que había vivido con él y por el hecho de que ya no estaba físicamente, habría podido terminar en un dolor lleno de pesar y nostalgia.

¿Por qué ese día?
Porque nada más ser elegido, en el primer discurso que hizo como presidente, y por tanto hablando de forma completamente distinta a como lo había hecho hasta ese día, hizo algo impresionante. De todos los textos de don Giussani disponibles, eligió uno que, entre otras cosas, es mi texto preferido: El sacrificio más grande es dar la vida por la obra de Otro. Es de comienzos de los años noventa, después de que surgieran los primeros síntomas de la enfermedad que le tuvieron lejos de la guía del movimiento durante algunos meses. En ese texto habla del carisma como ese algo efímero a través de lo cual se llega a Cristo. Sin lo efímero no existe Cristo, pero sin Cristo no existe significado. Subrayando la historicidad del carisma, que se da en un presente. Cuando Carrón lo retomó diciendo «esto es lo que está sucediendo ahora», desapareció en mí en un instante cualquier tentación de recuerdo nostálgico de don Giussani y empecé a sentirlo «más padre que nunca», – más presente que antes. Porque no había desaparecido con su ser «efímero» aquello a lo que eso efímero me llevaba. Y lo que me aportaba Carrón es que me hacía sentir todavía más presente, palpitante, esa carne sin la cual quién sabe dónde habría acabado yo.

Después de haber escrito este libro, ¿deseas conocerle todavía más?
Mira, yo no soy un historiador, nunca he estado familiarizado con un trabajo de investigación. Soy consciente de todos los límites de este trabajo, que es un poco distinto de las biografías tradicionales. Te digo la verdad: lo que desearía ahora de verdad es desaparecer. Sólo quisiera que a quien tenga la paciencia de leer aunque sólo sea un capítulo, le entre la curiosidad de leer y conocer más. Soy consciente de que he excavado apenas unos centímetros bajo la superficie de la vida de don Giussani. Estoy seguro de que saldrán a la luz muchos otros documentos. Testigos a los que no he podido escuchar, o que no sé ni siquiera que existen, porque don Giussani tenía una miríada tal de relaciones que sólo han salido a la superficie una parte de ellas. Por tanto, deseo que al igual que ha nacido en mí el deseo de continuar y de profundizar, otros puedan hacerlo mucho más que yo.

¿Existe algo que te haya conmovido de forma particular, en donde el impacto haya sido más fuerte?
La carta a los padres de Luigi, aquel chaval de viale Lazio, tras su muerte. Don Giussani la escribe junto a su hermana. Y comienza: «Queridísimos padres…». Al no saber cómo colmar el inmenso vacío de una madre viuda por la pérdida de su hijo varón, se pone en el lugar del hijo. Escribe a la madre como si fuese el hijo. Es una carta conmovedora, que habla de la humanidad ilimitada de don Giussani. Y refuerza el juicio al que he llegado, de que aquel asunto fue decisivo para su vida. La otra cosa sorprendente ha sido leer en el periódico Christus, que él hacía con algunos compañeros de seminario, un artículo que escribe en el verano de 1941, “Jesucristo es nuestra juventud en los años de liceo”, en el que, en dos columnas, cuenta la experiencia del estudio. Para mí fue como un rayo. En dos columnas, sintetiza lo que será El sentido religioso, su libro más famoso. Habla de cómo en la relación con las materias de estudio sucede la experiencia decisiva de la relación del hombre con la realidad, y por tanto con el Misterio, y de la necesidad de que suceda algo que dé respuesta al enigma de la vida. Y al final introduce a Cristo, que entra repentinamente en la escena del mundo. No es el don Giussani famoso que funda el movimiento, amigo de los Papas, que viaja por el mundo. Es un joven, no tiene todavía diecinueve años. Pero ahí he podido ver la verdad de la frase de Carrón en la que dice que su historia es decisiva, porque ha vivido todas las circunstancias que nos han tocado a nosotros. Su vida no hará sino profundizar y dilatar como toma de conciencia la intuición que se manifestaba ya en ese artículo, y que convertirá esas dos columnas en cientos de páginas y de hechos, en la continuidad de un desarrollo que es una profundización.

La frase que citabas también antes, «el mayor gozo de la vida del hombre es sentir a Jesucristo vivo y palpitante», ¿puedes decir que, de algún modo, es ahora más tuya? Cuando dices «Cristo» hoy, ¿dices algo distinto de cuando lo decías en febrero de 2008?
Está lleno de carne. Por lo menos, es un deseo más consciente en mí. No te digo que describa más mis jornadas, mi conciencia… Pero por haber visto qué produce en un hombre esta afirmación, este ceder ante el atractivo de Cristo, siento en mí un deseo más sencillo de que se vuelva también mía. Que empiece a describirme. Y – esto puedo afirmarlo – en ciertos momentos me sorprendo de que es así.


PRESENTACIONES
Vita di don Giussani, de Alberto Savorana (Rizzoli, pp. 1.354, 25€), incluye también imágenes y escritos inéditos, como las cartas reproducidas en las páginas precedentes. Disponible en las librerías italianas a partir del 11 de septiembre, será presentado en distintas ciudades italianas empezando por Milán y Roma.

EN MILÁN, miércoles 18 de septiembre (Aula Magna de la Universidad Católica, 18.30 h). Con el rector, Franco Anelli, Luca Bressan (en representación del cardenal Scola) y Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL, intervendrán: Eugenio Mazzarella, profesor de Filosofía teorética en la Universidad Federico II de Nápoles; Paolo Mieli, presidente de RCS Libri; Giorgio Vittadini, presidente de la Fundación para la Subsidiariedad. Coordina Mónica Maggioni, directora de RaiNews24.

EN ROMA, lunes 23 de septiembre (Teatro Eliseo, 19 h). Moderado por Roberto Fontolan, responsable del Centro Internacional de CL, intervendrán: Julián Carrón; el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos; Ezio Mauro, director de Repubblica; Salvatore Abbruzzese, profesor de Sociología en Trento.