IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.7, Julio/Agosto 2013

PRIMER PLANO / Meeting de Rimini

Sedientos de rostros

Arrancar la vida del anonimato restituyendo a la persona el protagonismo de la historia, mediante la asunción de su verdadera humanidad. Uno de los invitados del Meeting de este año, el teólogo ortodoxo ALEKSANDR FILONENKO, explica por qué lo que está en crisis hoy es el hombre, como nos recuerda el Papa. Y por qué para vivir necesitamos ver la esperanza

El título del Meeting 2013 viene de lejos, de una elección realizada, como cada año, al clausurar la edición precedente. Es una expresión que procede de un texto de don Giussani de 1988 (podéis leerlo en este reportaje), que se ajusta perfectamente a la situación actual, a esta «disociación universal» que nos rodea y nos asigna una tarea: recobrar la identidad de lo humano.
Es tan urgente esta necesidad, tan pertinente al motivo mismo de la presencia de los cristianos en el mundo, que en estas semanas hemos escuchado resonar expresiones parecidas en la voz del Papa Francisco. Lo dijo en la vigilia de Pentecostés con los movimientos, el pasado 18 de mayo: «Este momento de crisis, prestemos atención, no consiste en una crisis sólo económica; no es una crisis cultural. Es una crisis del hombre: ¡lo que está en crisis es el hombre! ¡Y lo que puede resultar destruido es el hombre! ¡Pero el hombre es imagen de Dios! ¡Por esto es una crisis profunda!». Lo subrayó en la audiencia del 5 de junio: «La persona humana está en peligro: esto es cierto, la persona humana hoy está en peligro; ¡he aquí la urgencia de la ecología humana! Y el peligro es grave porque la causa del problema no es superficial, sino profunda: no es sólo una cuestión de economía, sino de ética y de antropología». Incluso dirigiéndose a los niños dos días después, precisó que «lo que está en crisis es el valor de la persona humana, y nosotros tenemos que defender a la persona humana».
El Meeting recoge este desafío: ahondar en lo que significa esta crisis, comprender qué naturaleza tiene esta emergencia. Y también ver dónde y cómo emerge el hombre, dónde puede encontrar de nuevo su rostro, su identidad. Porque hechos y lugares así hay muchos, gracias a Dios. En agosto nos damos cita en el Meeting.

«SÓLO ASÍ APARECE EL MUNDO VERDADERO EN ESTE MUNDO»

Alessandra Stoppa

«Yo era matemático. Para cerciorarme de que el cristianismo era verdadero, tenía que ver al menos a un hombre que viviera así». Hoy se avergüenza de haberlo pensado, mientras contempla las fotos de los mil setecientos mártires de la Iglesia rusa que se encuentran en los documentos del KGB, a los que está dedicada la exposición del Meeting con la que ha colaborado junto a otras personas (véase Huellas de mayo, pp. 48-51). Pero en esa época Aleksandr Filonenko era soldado, hijo de la sociedad soviética, y estaba convencido de que la religión servía para compensar las carencias humanas. Hasta que llegó Pavel Florenski a contradecir todas sus ideas: «Una vida asombrosa dentro del infierno. Yo estaba dispuesto a abandonarlo todo para seguirle. Pero murió. Recuerdo que le dije a un amigo: ¿habrá todavía alguien que viva así? Para esta pregunta no valía una respuesta teórica. Tenía que ponerme a buscar». Y encontró. Un rostro. Luego, otro, y otro.
Toda la vida del filósofo ucraniano ortodoxo habla de esta sed de encontrar rostros. «Los de los hombres ante los que quiero vivir». Y gracias a los cuales descubre el suyo propio. Para él, este es el horizonte del próximo Meeting: cuándo y cómo se manifiesta la humanidad verdadera, cómo y cuándo emerge esta del anonimato. Relata para Huellas por qué en esto pone su esperanza.

«¡Lo que está en crisis es el hombre! ¡Pero el hombre es imagen de Dios! ¡Por esto es una crisis profunda!», ha subrayado recientemente el Papa. ¿Dónde piensa usted que se encuentra el peligro, la emergencia?
Vivimos en un tiempo tranquilo, y sin embargo el miedo ante lo imprevisto crece en vez de disminuir. Es el miedo del hombre posmoderno. Por un lado, decimos que es absolutamente libre; por otro, debe resolver por sí mismo el problema de su propia seguridad. La presión de los problemas sociales se ha incrementado de forma brusca, y ya no podemos esperar la protección del Estado: parece que el hombre tiene que defenderse a sí mismo, y sólo después de esto podrá dedicarse a lo que le hace vivir. Pero el problema fundamental se halla en esta prioridad: cuando el amor se convierte en algo secundario, todo se vuelve irresoluble. La sociedad está definida por un poder anónimo y nosotros entendemos habitualmente la salida de la crisis como alcanzar una estabilidad, estar seguros. Pero lo único que hacemos es terminar en un callejón sin salida, porque regulamos la vida intentando armonizar el miedo.

¿Por qué habla de «poder anónimo»?
Se entiende mejor si pensamos en lo que sucede en tiempo de guerra. Un joven, que tiene un nombre, es arrancado de su familia, del lugar en el que vive, para ser soldado: en ese instante, su historia, su familia, su vida ya no le interesan a nadie. Al terminar la guerra, nos parece que algo ha cambiado, porque llega la tranquilidad, pero permanece la lógica de esta existencia anónima. El poder anónimo es un poder que no se dirige al hombre llamándole por su nombre. Se dirige a un punto del sistema.

¿Qué nos aporta vuestra experiencia post soviética?
Vosotros tenéis miedo de entrar en las condiciones de las que estamos saliendo nosotros. Nuestra historia ha llevado a la atomización de la sociedad: la persona ya no es de interés público. Este es el meollo de la crisis. En los estudios de la sociedad occidental, se advierte este riesgo ya desde los años noventa. Nosotros, que lo vivimos desde hace décadas, estamos tratando de salir de él. Pero la paradoja de nuestro testimonio es que viene del infierno.

¿Y qué nos indica?
Cuando se razona sobre los posibles caminos para salir de la crisis, es necesario en primer lugar darse cuenta de que se trata sólo de la superficie del infierno del siglo XX. Nunca nos habríamos podido imaginar todo lo que ha sucedido, es terrorífico. Pero esto indica que las políticas de seguridad están condenadas de partida. El camino de salida no es resolver la falta de seguridad y luego ofrecerle al hombre una vida plena. Pues si una persona no se encuentra a sí misma, no puede salir de la crisis. Hace falta descubrir de dónde nace la humanidad original, verdadera.

Cuando don Giussani utiliza en 1988 la expresión que da título a este Meeting, dice también que la primera tarea es «devolver su identidad al hombre». Usted habla ahora de descubrir cuál es el origen de la humanidad verdadera. En este sentido, la «emergencia» no se refiere sólo a la crisis, sino a cómo emerge el rostro del hombre.
Hay una palabra en ruso, olicetvorenie, que significa etimológicamente “dar rostro”. No existe un término correspondiente en italiano: hay que traducirlo con el término “personificación”, pero indica justamente el descubrimiento del rostro. Este es el camino para salir de la crisis: devolver a la persona el protagonismo de la historia, restituir el rostro humano a una sociedad que es anónima. Esta tarea es una obra cristiana. Y es una obra precisa. Nos ayuda a comprenderlo una segunda palabra, likovanie, cuya raíz es siempre lik (rostro): esta palabra significa exultación, alegría, pero también comunidad. Es decir, dentro de esta palabra se encierra de modo muy fuerte la pretensión cristiana. La pretensión más profunda, más grande: el descubrimiento del propio rostro. Entonces la gran cuestión es cómo y cuándo se manifiesta nuestro rostro en el mundo.

En su experiencia, ¿cómo sucede esto?
Nosotros no podemos ver nuestro rostro. No lo vemos mirándonos al espejo. Es como cuando una chica oye que le dicen: «¡Qué guapa eres!». Entonces se da cuenta de que lo es. Y la persona que se lo dice necesita ser testigo de la vida que hay en ella. Cuando yo me encuentro con otra persona, y nuestro encuentro es verdadero, hago experiencia de ese exultar. El otro, que forma parte de este encuentro, ve aparecer a través de mis rasgos mi verdadero rostro. Sucede algo increíble: el mundo verdadero se manifiesta en este mundo únicamente dentro de un encuentro. No se puede descubrir el propio “yo” sin esto. Si una persona tiene sed de descubrirse a sí misma, debe vivir un encuentro, una experiencia de comunidad.

¿Por qué habla de comunidad?
La experiencia de la comunidad tiene como presupuesto no tanto la comunidad exterior, sino interior: algo que el hombre tiene ya dentro de sí. Yo lo llamo comunidad del corazón. Son los rostros de las personas ante las que nos gustaría vivir. Nosotros nunca vivimos en soledad. Incluso la persona más solitaria vive ante los rostros de las personas con las que le gustaría vivir. La búsqueda del rostro es la sed de ampliar esta comunidad del propio corazón hasta alcanzar las dimensiones del mundo entero.

¿En esto consiste el «devolver su rostro a la historia»?
Creo que es muy importante que se haya reeditado El poder de los sin poder, de Václav Havel. Él habla de la polis paralela, la comunidad humana. Y advierte: no puede estar cerrada. Puede ser pequeña, pero debe ser abierta, estar en diálogo, debe plantear una pregunta a toda la sociedad. Esta pregunta es la tarea de la búsqueda del rostro. Es lo que debemos hacer con la historia de nuestra Iglesia: restituir los rostros, porque es una historia de amor, de amistad. La esperanza, que parece imposible, aparece en lugares inesperados: aparece en la alegría de los encuentros verdaderos. De cualquier encuentro verdadero. De aquí nace la esperanza y de la esperanza nace la civilización de la amistad, como testimonia el Meeting.

¿Qué es un «encuentro verdadero»?
Esta es la pregunta más importante de todas. Respondo con un ejemplo, porque no se trata de una teoría. Un día, Tatiana Chaika, filósofa de la Academia de las Ciencias de Kiev, entrevista a una superviviente del Holocausto. Después de haber escuchado su historia terrible, le pregunta qué es lo que desea. «Nada». Ella insiste, porque no se lo puede creer. «¿Cuál es su mayor deseo?». Y la mujer: «Únicamente morir». No puede creerlo. Hasta que la mujer dice: «Tengo un deseo… pero sólo es una fantasía. En mi vida sólo ha habido una persona que me ha amado, mi madre, y ya no recuerdo su rostro. Sólo su silueta. Daría todo por poder ver su rostro». Tatiana Chaika le pregunta: «¿Tiene algún recuerdo de ella?». «Un día me regaló unos botines de paño blanco, hechos por ella». «¿Y cómo se los dio?». «Un día me despertó por la mañana y me los dio». «¿Y se los hizo poner?». «Sí, me hizo sentarme en una silla y me los puso». «¿Cómo estaba ella, de rodillas?». «¡Pero qué preguntas más absurdas me hace! Sí, se puso de rodillas para ponérmelos y me preguntó si me quedaban bien…». De repente calla: «Oh Señor, veo el rostro de mi madre». Esa mujer escribió durante años a Tatiana Chaika para darle las gracias por haberle restituido el rostro de su madre.

¿Qué es lo que le impresiona de esta historia?
En la situación más desesperada, el deseo más profundo que tenemos es el deseo del rostro de alguien que nos ama. Es necesario tener sed de un rostro para poder entenderlo.

¿Cómo sucede esto en usted?
Con mis amigos de Charkov hago una caritativa en un internado (v. Huellas, n. 1/2013). Hace un año y medio empezó a estar con nosotros Vitalik, un chaval que no era capaz de hablar. Me daba cuenta de que quería hacer preguntas, pero yo no entendía lo que decía. Era algo que me atormentaba: ¿cómo podemos ayudarle? Con el tiempo, después de muchos intentos, he aprendido a entenderle. Él no era capaz de hablar porque, durante años, nadie había tenido la paciencia de escucharle hasta el final. Ahora, cada vez que me ve Vitalik, me dice: «Tengo una pregunta». En realidad tiene cien preguntas, pero esta es su lucha con el tiempo, y me dice que tengo que responder por lo menos a una. La última vez, la pregunta era esta: «Nos conocemos desde hace un año y medio y tengo la sensación de que somos amigos. Pero para mí es muy importante saber si es una fantasía mía y si somos de verdad amigos». A esta pregunta sólo se puede responder con toda la vida. Es la pregunta de la olicetvorenie, la pregunta del descubrimiento de su rostro y del mío, al mismo tiempo. En el momento en que nace la amistad, descubro mi rostro, cambio yo. Y el resultado es el agradecimiento.

¿Esto es más fuerte que todo lo demás?
Sí. Piensa en la promesa de Cristo: «Las puertas del infierno no prevalecerán». Habitualmente entendemos esto en sentido defensivo, como si la Iglesia fuera una fortaleza que ninguna fuerza puede destruir. Esta es la interpretación minimalista. Luego está la maximalista, que mira bien la imagen: las puertas están ahí quietas, donde deben estar, no atacan. Y es que no pueden soportar la presión del testimonio. Es una fuerza tal que las destroza, y la luz entra en el infierno. Así es la historia de la Iglesia rusa en el siglo XX. Conocerla quiere decir descubrirnos a nosotros mismos, porque el paso de tomar conciencia de mí mismo no lo puedo hacer mas que en el encuentro con algo grande. Como con los que no han sobrevivido sin más al infierno: han permanecido vivos.

Havel termina su libro preguntándose si el futuro luminoso es «siempre en verdad el problema de un lejano “allí”», o es en cambio «algo que está ya aquí a tiro de piedra», pero que nosotros no vemos.
Lo que tenemos que hacer es aprender a ver y crecer. Nosotros vemos el futuro en el presente, en el hoy, cuando vemos el rostro. Por ello, el arte de ver es el arte del descubrimiento del rostro. El arte de crecer, en cambio, es el arte del agradecimiento. Si sabemos ver, nace la gratitud. Que necesita a su vez dar fruto: el amor, como acción directa en el mundo. Cuando nos preguntamos de dónde puede un hombre sacar el coraje para amar en un mundo en el que reina el miedo, respondemos que es por sentido del deber o por principio. Pero son fuentes muy débiles. El amor nace de la gratitud por lo que has visto. Ver-agradecer-amar. Y amar es testimoniar. Cuando ya no sé cuál es mi tarea dentro de la obra de la misericordia, necesito volver a la visión. No volver a los argumentos, a los principios, sino volver a ver.

¿Es este el motivo de que, ante la complejidad y la dureza de la realidad, no venza el escepticismo?
La fuerza del mal hace nacer, como reacción, la voluntad de no ser unos ilusos. Pero esto se produce en detrimento de la esperanza. La alegría y la exultación parecen cosas muy frágiles, mientras que son el único lugar del que nace la esperanza. Por eso resulta decisivo el testimonio de quien nos dice que esta alegría existe, que existe un amor más profundo que el infierno. La esperanza que nosotros encontramos cada día en la mirada de la persona amada, en la mirada de un niño, se vuelve fuerte. Se vuelve más sólida, porque está bendecida por el rostro de aquel que vive a la altura de Cristo, a la altura de Su desafío. Sin ellos nuestra esperanza sería vulnerable y vencerían el escepticismo y la cautela. En cambio, aparece la alegría. Y aparece en rostros. Cuando vivo momentos de opresión e indeterminación, pienso en esos rostros. Y me repongo.


El lema
DON GIUSSANI. NUESTRA TAREA ES DEVOLVER SU IDENTIDAD AL HOMBRE

Algunos pasajes de un diálogo con los universitarios en 1988 que, a partir de la «emergencia» que vivimos, profundiza en qué es la libertad: una relación con el Absoluto, con algo que nos «pre-ocupa»

Nuestra tarea es devolver su identidad al hombre. Restituir su identidad al hombre. ¡Hay «una emergencia: el hombre»!

Algunos pasajes de un diálogo con los universitarios en 1988 que, a partir de la «emergencia» que vivimos, profundiza en qué es la libertad: una relación con el Absoluto, con algo que nos «pre-ocupa»

a) Lo que caracteriza al hombre es su libertad. La dimensión o la potencia que caracteriza al ser humano y lo distingue de todas las demás criaturas es la libertad. La libertad entendida en primer lugar como capacidad de percibir la realidad; de percibirla sin ningún determinismo u obligación. Es una percepción que nace desde dentro, de una energía propia, mediante la comparación entre las cosas que el hombre encuentra en su camino, entre la realidad que le impacta, y algo que le «pre-ocupa», que le ocupa de antemano, que se expresa en exigencias y evidencias. Es una comparación entre la realidad que le toca y algo que le pre-ocupa, que ocupa su interior, que está dentro de él. Al realizar esta comparación, tiene la posibilidad de buscar la satisfacción. Es decir, de comprobar cuándo el encuentro con la realidad le satisface, cuándo la modalidad de ese impacto satisface algo que hay en él, que le pre-ocupa, que lo ocupa antes. Por eso produce una liberación, es el comienzo de la liberación: este conocimiento es el comienzo de la liberación porque da lugar a una relación con la realidad que satisface, que es correspondiente, que responde a lo que El Sentido Religioso llama «corazón». Lo que nos «pre-ocupa» es el corazón.
[…] Hemos dicho, pues, que nuestra tarea es «una emergencia: el hombre», devolver su identidad al hombre. Lo que caracteriza al hombre, respecto a todos los demás seres, es lo que hemos llamado libertad. ¿Cuáles son los factores de esta dimensión característicamente humana? Ante todo la capacidad de percibir la realidad de manera no condicionada – ¡no determinada por los demás! –, sino a través de una comparación que el impacto con la realidad me lleva a establecer, una comparación con algo que preocupa al hombre, con el corazón del hombre. Por eso el hombre ve si le corresponde o hasta qué punto le corresponde esa realidad, hasta qué punto le satisface; comprueba si le corresponde, si le satisface. Por eso el conocimiento y la afectividad forman parte del mismo gesto, son elementos del mismo gesto, factores de la misma presencia y del mismo encuentro con la realidad […] De modo que el punto de referencia, el lugar donde se decide todo, no es el objeto que te provoca una reacción y mucho menos el poder – que es la organización sistemática de los condicionamientos que te llevan a actuar –, sino que está dentro de ti. No dentro de ti como un castillo en el aire, no. Dentro de ti como una realidad que emerge ante cada hecho, que sale a la luz ante cada cosa que sucede; por tanto, que emerge en la unidad entre tu persona y la realidad. Se produce en ti mismo esta unidad: ¡eres uno!

b) El segundo factor de la libertad se refiere al ingruit, al incremento y el desarrollo del primero, es decir, de la percepción de lo que se compara con el propio corazón. Se incrementa el acto de comparar: «¿Me conviene o no? ¿Me corresponde?». El incremento de esta comparación se llama «juicio». Ahora bien, el juicio, como tal, no es fruto de una correspondencia casual, su contenido jamás es casual. Lo que la percepción inicial provoca de manera inmediata se desarrolla en un juicio; está destinado a desarrollarse. El juicio es el resultado de un trabajo, es fruto de un trabajo. El primer trabajo del hombre es el juicio: puede ser muy rápido, rápido, o más lento; puede tener un largo alcance, una dimensión muy amplia, puede durar siglos enteros, como sucede con el progreso de la filosofía o de la verdadera ciencia. ¿Qué más hace falta para que la percepción inicial, que da comienzo a una comparación con el corazón, llegue a ser un juicio cada vez más adecuado? Un continuo acto de comparación. Esta comparación continua entre el corazón y las cosas implica una integración cada vez más vasta de la realidad y la consideración de cada aspecto particular.

La continuidad: el trabajo implica sobre todo continuidad. El trabajo que lleva al juicio es la comparación entre lo que vivimos y el corazón. De ella surge una percepción inmediata de que merece la pena ir al fondo, trabajar; mediante un trabajo se llega a un juicio que se articula, crece y llega a ser una conciencia madura. […] Esta es la grandeza última del hombre que se perfila en el horizonte: cuando el hombre ha puesto las cosas en su sitio hasta el punto que entiende que la tierra es algo pequeño, pequeño, pequeño, como una mota de polvo, como un grano de mostaza – y, ¿qué es el hombre en este grano de mostaza? –, entonces se da cuenta de su relación con ese Otro, con el que le ha hecho a él, al grano de mostaza, que es la tierra, y el conjunto de los granos de mostaza, que son los otros planetas, las nebulosas y todo lo demás. Es decir, la dignidad suprema del hombre está en la percepción del significado, de que existe un significado: es el sentido religioso. En el seminario que algunos de nosotros organizaron en Madonna di Campiglio, Trautteur, un gran especialista italiano en cibernética que está trabajando en una recreación del cerebro humano, dijo que hay una barrera infranqueable en su trabajo, que es la del significado: el hombre no es capaz de hacer una máquina que entienda el significado. Y puso – me han dicho – un ejemplo maravilloso, aunque parezca extravagante: ante un nudo gordiano, hasta la máquina más perfecta, diseñada para deshacer todos los nudos, se bloquea, porque la idea de coger la espada y cortarlo no se le puede ocurrir a una máquina, es un nivel de conocimiento que excede a cualquier mecanismo.

c) La tercera característica de la libertad es la praxis creativa, que hace del juicio un siervo del afecto, que pone el juicio al servicio de la energía creativa. La libertad es en último término praxis creativa. «Praxis creativa» se refiere a una exaltación de la correspondencia última y plena entre la totalidad de la realidad y la totalidad del corazón del hombre; el corazón del hombre y la totalidad de la realidad expresan una única inteligencia, un único amor, un único significado, que es Dios. Cuando hablamos de praxis creativa, no nos referimos a esa imaginación desmesurada que hace al hombre soñar con extraterrestres o batallas estelares; hasta podrían suceder estas cosas, pero al hombre le darían exactamente igual. Lo único que obtendría sería distraerse aún más de sí mismo; le llevarían más aún a esconder su corazón en un refugio, huyendo de la confrontación universal, cada vez más universal. La praxis creativa radica en el abrazo y el uso de la realidad según el impulso último del corazón, según el ideal del corazón, según el ideal. Y así se realiza el designio de Dios, el designio del significado, y la unidad cada vez mayor entre el hombre y las cosas.

Amigos míos, hay ¡una emergencia: el hombre! Nuestra tarea es despertar la identidad del hombre en medio de esta disociación universal, producida por el poder y útil al poder. Devolver al hombre su identidad. Y su identidad es la relación con el Absoluto, una relación libre de cualquier determinación. Es algo que le pre-ocupa, que hay en él – porque antes no estaba y ahora está, por tanto le es dado –, es la relación con el Misterio que lo hace. Es una percepción de la realidad que nace del interior, una percepción cognoscitiva y afectiva, que se desarrolla como trabajo en un juicio y una praxis creativa.

Tenéis que leer las novelas de Grossman, Vida y destino y Todo fluye. […] Uno, cuando termina de leer Todo fluye, tiene la percepción clara de qué es la libertad, de que el hombre es libertad. Y aunque esté escrito contra Stalin – Grossman lo dice, en cierta manera, en Todo fluye –, vale también como oposición a todo el clima social de hoy. Tan sólo que se ve que Grossman no conocía bien el Evangelio, porque la frase más impresionante del Evangelio es la que hemos citado esta mañana: «¿De qué te sirve ganar el mundo entero – si llegas a ser el propietario de la Fiat e incluso más – si después te pierdes a ti mismo?»; o «¿Qué darás a cambio de ti mismo?». ¡Basta una frase como esta para poner al yo, el yo de un niño, en el centro del universo! Y de hecho «tomó un niño, lo estrechó contra su pecho y dijo: “Ay del que escandalice a uno de estos pequeñuelos, más le valdría que le encajasen una piedra de molino al cuello y lo echasen al mar”».
(de Ciò che abbiamo di piú caro,
BUR Rizzoli, pp. 64-70)