IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.8, Septiembre 2008

EDITORIAL

Unos rasgos inconfundibles

Es cierto, la primera vez que lo escuchamos, supuso una sacudida para todos: «Si Cristo no tuviese una personalidad autónoma en última instancia, si no tuviese un rostro de alguna manera singular, de rasgos que no se pueden confundir ni siquiera [con la comunidad] con los que Él mismo creó como signo de sí, perdería esa singularidad última, única». En los Ejercicios de la Fraternidad de este año, entre las múltiples preguntas que surgieron a partir de esta afirmación, destacó una de manera especial: ¿cómo identificar estos “rasgos inconfundibles”? ¿Qué nos permite reconocer su «rostro de alguna manera singular» dentro y más allá de la realidad?

Con el tiempo, el deseo de descubrir ese rostro inconfundible, la necesidad de vivir la fe y «el anhelo por decir su nombre» han ido creciendo. Lo muestran los testimonios relatados en este número dedicado de manera especial al Meeting de Rimini: Vicky, Rose, los Zerbini, el padre Aldo Trento, los presos... También lo muestra la vida apasionada de Andrés Aziani, otro testigo ante el cual no puedes dejar de preguntarte: «¿Se puede vivir así?». Además, la Asamblea Internacional de los responsables de CL, celebrada en La Thuile, ha profundizado en el recorrido de la fe como método de conocimiento que permite identificar estos «rasgos inconfundibles».

Todos ellos son hechos tan correspondientes a nuestro deseo de vida que suscitan la pregunta: ¿Quién los ha hechos posibles? ¿Quién los hace? ¿Quién está en el origen de lo que hemos visto? Si somos leales con nuestra experiencia y con nuestro deseo, no podemos dar razones de lo que hemos visto y oído sin llegar a decir «Cristo». Cuando la realidad se presenta repleta de milagros obliga, de algún modo, a reconocer –aunque sólo sea de manera intuitiva o incipiente– los rasgos inconfundibles de Su rostro.

Antes de las vacaciones, Carrón nos asignaba una tarea para el verano: «Cuando nos veamos en septiembre, nos contaremos lo que ha pasado y cómo hemos aprendido a reconocer al Señor a través de los «hechos que hay que leer con el corazón, es decir, con la razón seriamente implicada». Estamos en septiembre, y gracias a Dios tenemos muchas cosas que contarnos. Sobre todo, sabemos cómo y a Quién mirar en este nuevo comienzo de curso.