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Huellas N.8, Septiembre 2008

IGLESIA - La Peregrinación a Czestochowa

Hacia una meta segura

Lorenzo Margiotta

Miles de peregrinos han recorrido los ciento cincuenta kilómetros que separan Cracovia del Santuario de Jasna Góra. Entre ellos, mil doscientos chicos del CLU y de GS, en el umbral de las decisiones más importantes para sus vidas

La imagen es de esas que se te graban en la retina. No sólo por la belleza de sus formas, colores y materiales preciosos, que te deja sin habla, sino también por la correspondencia que se experimenta cuando se contempla, casi inesperadamente. Es algo más, algo distinto a la mera experiencia estética; es como el encuentro con una persona amada y esperada desde hace mucho tiempo.
El cuadro refleja lo que es el cristianismo: un rostro marcado por el sufrimiento pero cierto, porque lleva al niño en brazos y no necesita nada más.
Seis días de camino a las espaldas y delante de los ojos, finalmente, la Virgen Negra. Parecía que a cada paso ibas conociéndola un poco más y en cada oración pensabas en ella con más familiaridad y afecto. Hasta encontrarte con esa mirada definitiva, dentro de la capilla del Santuario de Jasna Góra. Junto a ti, los amigos de siempre, peregrinos cansados y fatigados, sucios y cargados de peticiones que el camino ha convertido en verdaderas.
Allí culmina la peregrinación que ha conducido a miles de peregrinos desde Cracovia a Cz?stochowa por calles y pueblos de una Polonia devotísima a María.
Más numeroso que nunca, el grupo de Comunión y Liberación cuenta con 1200 chicos bajo la guía del padre Andrea Barbero, sacerdote de la Fraternidad de San Carlos Borromeo y misionero en Praga, acompañado por el padre Mateo Invernizzi, Gabriele Foti, Mariano Amato, Salvatore Gentile y Stefano Pasquero. A los estudiantes de bachillerato y universitarios, provenientes de toda Italia, se suman este año otros de España, la República Checa, Polonia, Hungría y EEUU.

Sabiendo a dónde ir
Salimos el domingo 3 de agosto desde Milán, cuando Italia “desconecta” para la habitual escapada veraniega hacia la playa. Pero para estos chicos es diferente. O el olvido o la memoria, esa es la alternativa.
El tren se detiene después de un día de viaje en Cracovia. Allí, esperándonos en el Santuario de la Divina Misericordia, se encuentra Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia. En sus palabras se perciben la cercanía al movimiento, la amistad con don Giussani y Carrón y el abrazo de la Iglesia universal.
No hay equívocos acerca de la meta. El padre Andrea habla claro y sin rodeos: «¿Para qué sirve la vida sino para darla? Estamos aquí para aprender esto. Estos días son para que nos conozcamos más a nosotros mismos, para reconocer el deseo que nos constituye: es la aventura más grande que podamos emprender». Comienza así la peregrinación.
Todos los días nos despertamos temprano. Levantadas las tiendas, a las 7 vamos a misa en la parroquia del pueblo. Una vez formada la larga fila, comienza el camino, acompañado por el rezo de los Laudes, el Rosario y los cantos populares. O tan sólo por el sonido de nuestras pisadas.
Es un cortejo alegre y ordenado: «Camina el hombre cuando sabe bien adónde ir». Las palabras de Chieffo, que nunca nos cansamos de cantar, se realizan en el camino. Enseguida nos damos cuenta de que venimos de sitios muy diferentes; muchos nunca nos hemos visto antes y, sin embargo, se advierte una espera común y nos sentimos “un solo corazón con todos”.
Después de las paradas y de un aperitivo veloz, se reanuda la marcha. El asfalto deja espacio a las espigas de los campos de trigo o a la tierra de los bosques que nos regalan un poco de sombra y de descanso para los pies.
Alguno se queda en la parte trasera del grupo, otros van por delante para preparar el campo donde instalaremos las tiendas. La gente del pueblo nos saluda conmovida desde las aceras. Hay quien nos pide que le llevemos alguna intención, quien reza con estos “extraños católicos” y quien nos ofrece de comer lo poco que tiene.
Poco antes del atardecer se termina la etapa. Gastamos las últimas energías en montar de nuevo la tienda, lavarnos y preparar algo para la cena. Dormimos en una esterilla que, después de tantos kilómetros, no tiene nada que envidiar al colchón de casa.
Se descubren muchas cosas. Hay, por ejemplo, quien cae en la cuenta de que también se puede duchar con agua fría, que puede vivir sin la comida de mamá y se puede levantar por la mañana sin el café de siempre. Cosas sencillas, pero no carentes de importancia.
Antes de ir a dormir, todavía hay tiempo para una velada: bromas, cantos, avisos... y al final, las palabras de don Andrea, que subrayan algunos aspectos que los que allí estábamos, por nosotros mismos, no habríamos sido capaces de expresar. Cada noche escuchamos un juicio sencillo: la obediencia, la petición, el perdón, el deseo; en ocasiones, lo escuchamos bajo un cielo estrellado que recuerda –al hilo de las palabras- la grandeza de esta compañía y el deseo de estar juntos cada vez más verdaderamente.
Muchos momentos diferentes y una única experiencia. Hay un secreto, insiste el padre Andrea: «Vivir todo con Cristo, permitirle entrar en cada circunstancia de la vida, como hizo la Virgen».

La vocación de la vida
Aprender la mirada de María, centrada siempre en su Hijo, es el fruto más importante del camino, el signo de una conversión presente. Así pudimos comprobarlo en la asamblea final. Margherita, estudiante de bachillerato de Milán dice: «La obediencia no es sometimiento, sino un gesto de total libertad que te permite caminar». O Matteo, de Crema: «He aprendido a rezar».
La preocupación por la vocación nos une a todos. La peregrinación, de hecho, se propone a los estudiantes que empiezan la universidad y a los recién licenciados. Es un momento decisivo para la vida. El padre Andrea nos pone en guardia ante el riesgo de las simplificaciones y de los automatismos: «Todas las peticiones particulares están bien, pero permitid que el Señor responda, estad abiertos».
Un largo camino lleno de árboles nos lleva hasta la colina de Jasna Góra. Allí, delante del Santuario, nos ponemos de rodillas mientras cantamos el Non nobis, un gesto que expresa todo el sacrificio del camino recorrido y la esperanza por el que todavía queda. Dentro de poco, nos encontraremos frente a la imagen de la Virgen.
Estamos ante ella durante unos minutos. Cuando se la ha visto, ya no se la puede olvidar. Porque «mirarla recuerda inmediatamente lo más decisivo en la vida: la compañía de Jesús».