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Huellas N.8, Septiembre 2008

IGLESIA - JMJ Sydney

La gota de Sydney

Paolo Cremonesi

Un grupo de CL acudió a la cita más importante del verano, en Australia, para encontrar al Papa junto con otros trescientos mil jóvenes de los cinco continentes. Crónica de una semana vivida en primera persona para reconocer el Misterio que sale a nuestro encuentro como hace dos mil años

El periódico australiano Daily Telegraph titulaba uno de sus números Holy sea, haciendo un juego de palabras con Holy see, “Santa sede”. Aludía a un “mar santo”, un mar de gente entre la que estaban también unos setenta jóvenes de CL llegados desde Italia, Austria, Suiza, Argentina, México y España. Una gota en el mar de los trescientos mil jóvenes de todo el mundo, pequeña pero importante.
“Gota” con la que empezó su Jornada Mundial de la Juventud. «Empezamos este acto –nos cuenta Massimo– en casa de Rosanna, la única del movimiento que vive en Sydney. Cuando el padre Beppe Bolis, que acompañaba el grupo, supo que en su casa había un piano, me pidió que tocara. No quería, pero cedí ante sus insistencias y el resultado fue un momento maravilloso. Toqué el preludio La gota de Chopin, una pieza fantástica, porque aquella nota continua representa el deseo de felicidad del corazón, que ha sido el leitmotiv de toda la semana».
«Vivimos todos los momentos de la JMJ de los que participamos –explica padre Beppe– con una única preocupación: vivirlos en primera persona y decir “yo” ante el Misterio». Un desafío que viene de la realidad.
Catedral de St. Mary, diez de la mañana: rezo de los Laudes. La plaza delante de la iglesia, corazón del cristianismo australiano, edificada, destruida y reconstruida gracias a las donaciones de los fieles, es un mar de grupos multicolores: los idiomas se mezclan, las banderas se mezclan, los cantos se confunden entre ellos. «La catolicidad es lo que más sorprende en una JMJ» comenta Emilio. «Puede parecer obvio, pero el mismo acontecimiento reúne a personas distintas venidas desde los cinco continentes. No soy un visionario: la experiencia cristiana que vivo es algo verdadero para los jóvenes que llegan desde las esquinas del mundo».
Los jóvenes rezan delante del cuerpo de Pier Giorgio Frassati, llevado a Sydney con ocasión de la JMJ; visitan Manly Beach, el templo del surf; van a misa en The Rocks, donde hace doscientos años se celebró por primera vez la liturgia católica; dan una vuelta por las Blue Mountains, uno de los paisajes más fascinantes de Australia, a un par de horas de Sydney.

Una pertenencia difícil
Rosanna recibe en su casa al grupo multiétnico que la eligió como sede de estas jornadas. John Kinder, profesor de Historia de la lengua italiana, llega desde Perth (¡a dos horas de distancia!) para ayudarla. Aquí, donde entre Sydney, Melbourne y Perth los de CL son tan pocos que se pueden contar con los dedos de una mano, la presencia del grupo representa un alivio y un desafío a la vez. « Para la mentalidad australiana la cuestión más crítica es la pertenencia –explica Kinder–. Somos un pueblo de individualistas con una mentalidad anglosajona; la pertenencia no es algo obvio y fácil para nosotros».
Durante el Vía Crucis del viernes 18 la ciudad se convierte en un ejemplo vivo de esta observación de Kinder. Chicos que parecen haber salido de El gran miércoles y sus amigas, clones de Nicole Kidman, miran con distancia fuera de los pubs al Hombre que lleva la cruz. El Misterio que pasa a nuestro lado, justo como hace dos mil años.
Hipódromo de Randwick, vigilia del sábado, el acto conclusivo de la JMJ donde el Papa ofrece sus palabras más importantes. «El grupo de los australianos estaba en un sector mejor que el nuestro, más adelante y más cerca del palco –comenta Charlie– pero en un momento dado vinieron con nosotros, porque decían que después de lo que había dicho el Papa sobre la unidad no podían quedarse solos».

«¡Ya viene el Papa!»
El domingo por la mañana el Papa llega con antelación para la misa y los jóvenes están durmiendo todavía. «Padre Beppe gritaba “¡ya viene el Papa!”. Yo salí de mi saco y empecé a correr entre la gente, que seguía durmiendo. Llegué a las vallas mientras estaba pasando, le llamé y él se giró. Lo único que fui capaz de decirle fue “soy tuya”», cuenta una chica.
Benedicto XVI quiso que esta JMJ se centrara especialmente en los contenidos: no sólo era necesario hacer un gran esfuerzo para escuchar los testimonios en inglés sin tener el texto, sino también había que concentrarse mucho en la liturgia y en los cantos. «Me impresionó mucho la decisión con la que el Papa introdujo la adoración eucarística después de un concierto», comenta Francesca. «No creo que la gente de Sydney esté acostumbrada a ver a doscientos mil jóvenes arrodillados y en silencio durante media hora», añade el padre Pepe Clavería. Tiene razón, aquí las reuniones de jóvenes son famosas sobre todo por las peleas que causan.
Al día siguiente, otro periódico local titulaba Mess of humanity, traducible tanto como “Misa de humanidad” como “barullo de humanidad” (parece que a los australianos les guste la ironía). ¿Logrará la gota de este “yo que se mueve” empapar la sociedad australiana?