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Huellas N.4, Abril 2013

CULTURA / Giovanni Testori

Herido por la luz

Fabrizio Sinisi

La desesperada urgencia de «decir a toda costa». La palabra que se convierte en clamor, grito y súplica. A los veinte años de la muerte del escritor lombardo, el joven dramaturgo FABRIZIO SINISI relee su obra, que reivindica la carne, lo humano, como «el lugar en el que Dios ha introducido su presencia». Un hombre marcado a fuego por la esperanza, como Jacob llevó la señal de su lucha con el ángel

Conocí por primera vez a Giovanni Testori algunos años después de su muerte: tenía veinte años y tuve la ocasión de ver – desgraciadamente sólo en vídeo – su Edipus en la interpretación que realizó Sandro Lombardi, en un ya histórico espectáculo, en 1994. Quedé asombrado por la potencia expresiva de esas palabras, de esa desesperada urgencia de decir, de decir a toda costa. Un “decir” a alto nivel (que es, quizá, el nivel de la verdadera poesía), en la que incluso la palabra más insignificante se convertía en pregunta, clamor, grito, oración. Cómo olvidar el momento en que el protagonista de aquella obra testoriana, abrazado a una cruz, imploraba, casi con rabia, no obstante con una súplica llena de deseo de amor, el nombre de la madre. Ese abrazar la cruz, ese amar la cruz – aunque con rabia, con una violentísima forma de ternura – fue una de las dimensiones que marcaron a fuego la vida y la obra de Giovanni Testori.
Esa urgencia de ir más allá de la forma, de comunicar potencialmente todo, en las obras de Testori se revela siempre incapaz de mantenerse en una dimensión puramente textual: así como sus cuadros, cargados de color hasta cobrar peso, tampoco sus palabras ocupan nunca su lugar usual, no se limitan a expresar un discurso o dar una información; arrastran consigo al lector y al actor. Representar a Testori es todo un reto: su escritura obliga a quien lo interpreta a implicarse, participar, reaccionar, rendirse. Habiendo entablado amistad con Sandro Lombardi – el intérprete de Testori por antonomasia – y trabajando en varias ocasiones con él, he tenido la oportunidad de formularle muchas preguntas. La respuesta de Lombardi siempre ha sido esta: «Testori ama al lector. Por eso, como pocos autores, es capaz de sacarlo de la guarida». Sacarlo de la guarida, utilizaba esta expresión que siempre me ha provocado. Me revelaba el carácter particular del escritor lombardo que me atrajo desde el inicio, y que también me turbaba: es verdad, Testori te saca de tu guarida, te busca – es un autor difícil, no por sus temas, que a día de hoy de escándalo no tienen nada, sino porque si quieres comprenderle, interpretarle verdaderamente, tienes que renunciar a cualquier defensa, estás obligado a salir al descubierto, a dejarte tocar y herir en lo más íntimo –.

Hoy lo sé. Descubrí por lo tanto a Testori por mediación de otro que lo interpretaba, a través de un actor. He entendido con el tiempo que esta facilidad para dejarse transmitir, comunicar, casi “dispersarse” en otros y en el mundo, con una exuberante y casi disparatada generosidad formaba también parte de su arte: Testori no quería representar, sino testimoniar. No quería sencillamente que “se le leyese”, aspiraba a llegar al corazón del lector, a involucrarlo en su drama, a transmitirle su misma conmoción. A mí, que tenía (y a menudo tengo todavía) una imagen bien definida y también muy “burguesa” de cómo es o cómo debe de ser un escritor, sólo podía sentarme como una bofetada una declaración de Testori de 1989: «Ya que sé que esta cosa horrible que es el mundo tarde o temprano acabará, que el estilo y el arte se desintegren antes no me importa para nada; lo que no puedo dejar de hacer es ser el trámite de algo que supera la literatura; no puedo sustraerme a la posibilidad de rasgar, al menos para alguien, la ceguera de nuestra sociedad».
Testori se convierte en una presencia precisamente cuando provoca el presente y reta al hombre. Aún lo hace, en sus obras: con fuerza, con violencia.
Leerlo hoy en día supone una sacudida aún más fuerte, un trauma, un estremecimiento. Su irrefrenable deseo de llegar al fondo de la cuestión, a cualquier precio, a veces da miedo – él mismo se arriesgó y sufrió esta radicalidad en su vida: se arrimó al borde de la desesperación; sufrió la falta de reconocimiento de esa dignidad cultural que aún hoy, aunque hayan pasado veinte años de su muerte, sigue faltándole. Pienso en la fuerza con la que se expresaba en una de sus poesías más hermosas: «Hoy lo sé; / lo sabré / en unos instantes; / más bien acabo de saber, / justo después que de Saint-Sulpice cayese, de bronce, el mediodía de gloria / y un vuelo de palomas alborotando / batiese contra los cristales. / Sí, lo sé / y lo sabré / hoy, mañana, para siempre: / existe una luz / aunque fulgura, arde, incinera y mata».
Aquel Testori que hablaba de «ese Dios que ya no existe para sostener la vida, / sino para turbarla / con preguntas sin descanso…». Aquel Testori atrevido y vertiginoso, realista, asido a Cristo con una carnalidad que quizá no se veía desde hacía siglos en la literatura italiana; asido a Dios también para blasfemarlo, insultarlo, pues Testori había intuido que la clave era esta: la paradoja, el escándalo de la Encarnación.
Cómo olvidar el delirio de Riboldi Gino, el protagonista adicto a la droga de su obra In exitu, que en su desesperada defensa antes de morir de sobredosis en un retrete de la Estación Central de Milán, maldice la sociedad contemporánea y a sus militantes, porque han renegado de la carne y, por ende, de la posibilidad de una salvación dentro del mundo, dentro de la historia, es decir, dentro de la carne. Y si el escándalo que Testori en muchos casos provocó hoy ya no lo es – el escándalo vinculado a la representación de ciertos temas: la sangre, el sexo, la muerte –, este permanece bajo otro signo: el escándalo que supone ser cristiano, enseñar la salvación como un hecho histórico acontecido en una carne humana.
Esto sí, tal vez, hace de Testori todavía un autor escandaloso. Y este quizá es el más preciado de los mensajes de Testori, el que me acompaña en el trabajo cotidiano: la llamada a no renegar de la carne, a buscar e inquirir allí a lo divino; su obstinado y desvergonzado indicar la carne como el lugar (no abstracto o intelectual) en el que Dios ha introducido su presencia, su cruz, su resurrección: precisamente en la fragilidad de la pobre carne, en la terrible miseria de la historia. Y la relación con el Infinito, la relación con Cristo, recuerda Testori, implacable, más vivo que nunca, jamás podrá prescindir de ese escándalo y de ese comienzo: de esa implicación de lo divino con el hombre.

Una paternidad. Hay también, en Giovanni Testori, una señal – voluntaria y perseguida – de paternidad. Una paternidad diferente, más bien contraria, a un apacible paternalismo. Su paternidad, en la obra – y en sus intervenciones públicas en el Corriere della Sera – está siempre íntimamente ligada a la responsabilidad (ante todo su responsabilidad, antes que la de los demás: el problema “civil” de Testori comenzaba siempre por lo que habría podido o debido hacer él mismo): una responsabilidad entendida como respuesta, como gesto de presencia ante una incesante emergencia de la realidad.
El primer espectáculo teatral de Testori en el que trabajé, I promessi sposi alla prova, unánimemente considerado su acto más transparente de adhesión a una “poética cristiana”, enseguida me pareció, en realidad, como un espléndido fresco sobre la figura del Maestro y su función. La trama es sencilla: en un desvencijado escenario de la periferia milanesa, un Maestro-Capocómico-Director-Actor guía a una pequeña compañía teatral en la puesta en escena de la obra maestra manzoniana. Los actores de la compañía son mayoritariamente jóvenes; y sus ideas son a menudo impresiones superficiales. Pero la enseñanza del Maestro no se resigna ni se limita a dar indicaciones, a definir las escenas o qué sentido dar a las palabras; más bien el Maestro se esfuerza para despertar en sus actores la percepción de un tipo de realidad respecto a la cual sus ojos parecen apagados o distraídos. Explica las implicaciones y la razón de ser de los personajes, se identifica con ellos: y lo hace con su propio cuerpo, su propia vida y su testimonio. Para poder enseñarles verdaderamente se hace uno con sus alumnos. Poco les importa a estos jóvenes actores que el Maestro tenga un amorío un tanto impúdico con una de las actrices (la que interpreta la “Monaca di Monza”, por otra parte a Testori no le faltaba el sentido del humor): ese texto me enseñó que la clave de un trabajo en común era estar juntos ante la realidad de un hecho, fuese el que fuese, ayudarse a vivir el corazón de una experiencia compartida. No es por puro azar que esa puesta en escena en la que trabajé en 2010 implicase la realidad misma de los actores, la mía y la de mis colegas: la obra testoriana parecía, por naturaleza, atraer hacia sí los detalles de la biografía y de la vida de cada uno de nosotros, para integrarlos en el espectáculo, para convertirlos en algo bello, digno e importante.

Libertad y maldición. Con fuerza, con una energía incluso violenta. A menudo dura. La paternidad – Testori lo demostró sobre todo con su enseñanza personal, con el alcance escandaloso de su persona – es un hecho dramático: implica una libertad que a veces puede pesar como una maldición. «En Los novios de Manzoni, Renzo y Lucía están llamados a convertirse en cada momento, a escoger en cada momento entre la esperanza y la desesperación», comentó en una ocasión Testori. Ahora, al cabo de veinte años de su muerte, el surco dominante en su vida y en su obra parece justamente este: una lucha inagotable contra las razones de la desesperación. Pero también una lucha siempre herida por la luz, por el aguijón de una esperanza implacable y humanísima, carnal. Como Jacob con el ángel, Testori luchaba con el misterio divino; y, como el mismo Jacob, iba por el mundo con la marca del destino, cojo: marcado con el fuego inextinguible de una herida.

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EL MAESTRO Y EL JOVEN DRAMATURGO
Escritor, pintor y crítico de arte, Giovanni Testori ha sido uno de los intelectuales italianos más destacados del siglo XX. Murió el 16 de marzo de 1993, a los setenta años. Conocido dramaturgo (L’Arialda, L’Ambleto, In exitu) y escritor, fue un importante crítico de arte y polemista del Corriere della Sera. En la foto pequeña, a la derecha, Fabrizio Sinisi, 26 años, poeta (ha publicado su primer libro con el título La fame, el hambre) y dramaturgo. En 2012 ha trabajado en la traducción y la puesta en escena en Milán de la pieza de Fabrice Hadjadj Job, o la tortura de los amigos.

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«En mis textos no hay luz, no hay movimiento ni escenas, no hay nada. Para mí, toda la dirección depende del texto. Incluso si tuviera que dirigir obras escritas por otros autores, haría lo mismo. Lo único que me interesa es que el actor encarne el texto»
(de una entrevista de 1986)

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EL SENTIDO DEL NACIMIENTO
Pronto estará en las librerías el diálogo de Giovanni Testori con don Luigi Giussani publicado por primera vez en Italia en 1980. El libro inauguraba entonces la colección “Los libros de la esperanza”, dirigida por Testori. Aquel año, Testori y el fundador de CL se encontraron durante tres tardes en la casa de unos amigos comunes en Somma Lombardo. Su diálogo daría lugar al primer libro de la colección, que ahora Ediciones Encuentro pone a disposición del público de lengua española, considerando de extrema actualidad, y en cierta medida profética, la reflexión de ambos.
«Este es el tiempo en el que es necesario rescatar la conciencia personal. Es como si ya no pudiéramos hacer cruzadas o campañas sociales. Un “movimiento” nace exactamente con el despertar de la persona. Es algo impresionante. Precisamente la persona que, ante un engranaje como el que tú has descrito, es lo más insignificante que exista, lo más desproporcionado y sin viso alguno de tener éxito, precisamente la persona es el punto de rescate. Y así, en mi opinión, nace el concepto de “movimiento”. Hoy, el mayor valor social para un contraataque es justamente el ideal de que se produzca un “movimiento”, lo cual parece algo sin orden ni concierto y nadie sabe cómo pueda acontecer. En efecto, su lugar de nacimiento es la partícula más inerme y desarmada que exista, es decir, la persona» (don Giussani).