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Huellas N.2, Febrero 2013

BREVES

Responden los hechos
AL FINAL GANÉ YO. ¿POR QUÉ? PORQUE HABLÉ DE MÍ

John Waters

La campaña por el referéndum sobre los “derechos de los niños” y un debate con resultado previsible en una escuela. sin embargo…

Tuve la ocasión de comprobar en primera persona el valor del testimonio hace unos meses con ocasión de nuestro referéndum sobre los “derechos del niño” en Irlanda (v. Huellas, n. 11/2012). Se proponía un cambio en la Constitución irlandesa para introducir referencias específicas a los que se definen como “derechos del niño”. Formé parte de un restringido grupo de personas que se oponían a esta modificación al entender que esta, más que extender los derechos a los niños, transfería al Estado la potestad que compete a los padres.
Mi experiencia más significativa sucedió un martes por la tarde, a última hora, en una escuela de la localidad de Malahide, al norte de Dublín. Fui a un debate con un representante de la Children’s Rights Alliance, que englobaba a las ONGs a favor del sí. El público estaba compuesto por estudiantes de entre 13 y 16 años. Los profesores, a los que conocí antes del acto, estaban todos de acuerdo: el cambio era indiscutiblemente necesario. Mi interlocutor expuso el argumento habitual a favor del cambio – la necesidad de proteger a los niños – y su inevitable consecuencia (equivocada): el modo de proteger a los niños es otorgarles “derechos”.
Cuando me levanté para hablar, era consciente de que por primera vez en esta campaña me dirigía a personas a las que en el futuro les afectaría de forma muy directa este asunto. El eslogan del Gobierno era: «Todo les afecta (a los niños), pero depende de ti», un mensaje que lanzaba un desafío, cuando menos, enérgico. Nosotros, los adultos, teníamos la oportunidad de votar sobre algo que afectaría en primer lugar a los que son demasiado jóvenes hoy para hacerlo. Era una gran responsabilidad. ¿Podía ponerme delante de esos chavales y argumentar por qué ellos no deberían tener esos “derechos”? Si la respuesta era sí, encontraría las palabras más adecuadas para hacer frente a la campaña gubernamental de chantaje moral e intimidación sentimental. Si fuera no, mi intervención no tendría sentido.
En los seis minutos que tenía a mi disposición, expliqué en qué sentido nuestra Constitución diferencia los derechos de la familia de los derechos del individuo aislado. Expliqué que, por la naturaleza misma de la relación entre padres e hijos, los derechos individuales difícilmente concuerdan con el verdadero bien de los niños dentro de la familia. Señalé la paradoja por la cual los “derechos” atribuidos a los niños podrían traducirse verosímilmente en la pérdida de lo que los niños tienen como lo más querido: el amor y el cuidado cotidiano de sus padres. Me remití a mi experiencia personal, primero como hijo, luego como padre, y les describí situaciones en las que podían observar en acto la dinámica de los “derechos” y de la libertad. Les pedí que imaginaran varios contextos donde sus “derechos” podían jugar un papel importante – por ejemplo, en el caso de que sus padres se opusieran a algo que ellos desearan hacer porque a la larga podría perjudicarles. ¿Podían imaginar lo que sucedería si el Estado estuviera entonces dispuesto a apoyarles en contra de sus padres?
Cuando terminé, uno de los profesores tuvo una larga intervención, exponiendo las razones a favor del cambio. Dos contra uno: no había posibilidad de éxito.
Pero luego llegó el momento del voto. A mano alzada, los estudiantes votaron “no” con una proporción de dos a uno. Los que deberían ser los beneficiarios más inmediatos de la modificación estaban diciendo: «¡No, gracias!». Habían salido de la niebla de la mentalidad común y habían dado un claro juicio personal. Fue un momento muy conmovedor para mí.
Después de escribir un breve artículo sobre esta experiencia en uno de los periódicos con los que colaboro, algunos estudiantes enviaron una carta al director. Decían que mientras que mi adversario había expuesto una bonita tesis, con «multitud de datos objetivos», a su juicio yo era el vencedor porque había hablado de mi experiencia y presentado «casos con los que confrontarse», para hacer que mis argumentos fueran más fáciles de comprender. Y concluían: «Creemos que cuantas más referencias se dan a situaciones reales, tanto más se suscita el interés de las personas».