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Huellas N.2, Febrero 2013

FRANCIA / Derechos y deseos

No somos ángeles

Alessandra Guerra

El proyecto de ley sobre los así llamados “matrimonios” entre homosexuales llega al Parlamento francés. Para THIBAUD COLLIN, uno de los intelectuales que intervinieron recientemente en la Asamblea Nacional, se trata de «una ocasión histórica» para conocer la realidad que nos constituye. He aquí lo que todos podemos ganar, o perder

Nació en el 68 y se define como un hijo «de la generación de Juan Pablo II». En los años noventa, «un periodo marcado por la llegada del sida, encrucijada histórica de las reivindicaciones homosexuales», dedicó sus estudios al ser sexuado y la sociedad: «Con el tiempo, he tomado cada vez más conciencia del carácter político y social, pero también antropológico y metafísico, de las cuestiones relacionadas con el sexo, el matrimonio, la familia». Su primer libro es del año 2005, Le mariage gay. Thibaud Collin fue una de las personalidades llamadas a intervenir el pasado mes de diciembre en la Asamblea Nacional francesa a propósito del proyecto de ley sobre el “Matrimonio para todos”, la promesa electoral del presidente François Hollande que ha dividido a la sociedad francesa.

Profesor Collin, ¿qué está pasando en su país?
En primer lugar, el debate actual demuestra algo claro: existen cuestiones humanas que se contraponen al hecho de que la política sea la medida de todo. La política no es la fuente de la justicia, sino que está a su servicio. Sea cual sea el resultado de este proyecto de ley, los franceses vuelven a tener una oportunidad histórica para tomar conciencia de que la democracia se puede ejercer de manera totalitaria. Y es también la ocasión para darse cuenta de hasta qué punto resulta profética la palabra de la Iglesia. En particular la posición antropológica de Juan Pablo II sobre el matrimonio y la sexualidad en el surco trazado por la encíclica Humanae Vitae...

Demos un paso atrás. En su intervención en la Asamblea Nacional usted se refirió al fundamento cultural de este proyecto de ley: la voluntad humana que se erige como referencia última de todo. ¿Cuál es el origen y cuáles las consecuencias de esta pretensión?
A diferencia del matrimonio sacramental, el matrimonio civil, es decir, la unión de un hombre y una mujer mediante la cual se forma a una familia, es la institución que la sociedad ofrece para proporcionar un contexto estable a los hijos; gracias a ellos la sociedad se perpetúa y se desarrolla. Aquí se pone en juego la relación entre la unión conyugal y la generación de los hijos, donde son necesarias tres condiciones: la diferencia de los sexos, la prohibición del incesto y la monogamia. Si se elimina una de estas condiciones, como pretende hacer el proyecto de ley negando la diferencia entre los sexos, la generación de los hijos ya no se fundamenta en la procreación natural, sino en la voluntad de los adultos; una voluntad separada del cuerpo y de la persona sexuada. Estamos ante un movimiento que tiende a la “angelización” del ser humano. Caminamos hacia una libertad absoluta que rechaza cualquier dependencia, yendo en contra del verdadero bien de la persona. El cuerpo se reduce a un material neutro al que la conciencia puede, arbitrariamente, atribuir un sentido u otro. Aquí radica el alcance metafísico del proyecto de ley. La vida se convierte en un material de construcción al servicio de los proyectos y deseos de los hombres. Es una tentación que viene de lejos: se podría decir que ya está presente en el Génesis, «seréis como dioses»; en el gran sofista Protágoras, en la época de Sócrates, también se encuentra la tesis según la cual «el hombre es la medida de todas las cosas». Pero esta tentación recurrente ha encontrado hoy los medios técnicos para encarnarse: el conocimiento de la biología de la reproducción permite prescindir de la unidad constitutiva de la persona sexuada.

Usted sostiene que la voluntad como único criterio contribuirá a crear la «sociedad líquida» y hará que el hombre experimente «cada vez más su fragilidad y precariedad». ¿Por qué?
Sin duda, la voluntad es un concepto positivo cuando está al servicio del bien. Por ejemplo, reconozco un deseo verdadero y decido seguirlo en nombre de la fidelidad a un orden fundamental que constituye mi ser. Pero cuando transmito la vida, mi voluntad participa de un orden que no me pertenece, que no es mío, pero que hago mío aceptándolo. Si la voluntad se desvincula de las exigencias fundamentales del corazón humano y de los medios adecuados para satisfacerlas, se convierte en un criterio válido por sí mismo, a merced del capricho de la voluntad. Además, las relaciones humanas basadas en la voluntad concebida así – es decir, sin hundir sus raíces en un orden natural fundamental – acaban sucumbiendo al más fuerte, y el más débil termina siendo inevitablemente perjudicado (en este caso, los niños en adopción o “procreables”). El papel del Estado es el de un “tercero” al servicio de un orden, está ahí para garantizar los derechos, especialmente los de los más indefensos. Hoy nos encontramos paradójicamente ante un Estado totalitario y anárquico al mismo tiempo. Para satisfacer la reivindicación de algunos, niega el orden humano (por ejemplo, la diferencia de los sexos como indispensable para la generación de hijos) afirmando que si los homosexuales no pueden tener hijos es a causa de una política homófoba. Es un Estado que, para hacer a los hombres aparentemente más libres, contribuye a la injusticia. Y que, en vez de dar una estructura a la sociedad, genera la «sociedad líquida», expresión que el sociólogo Zygmunt Bauman utiliza para definir a un conjunto de individuos ubicados dentro de un flujo circular, en un movimiento constante, donde todos los puntos de vista equivalen entre sí. El Estado se convierte entonces en agente del desmoronamiento del cuerpo político.

El documento que el Gran Rabino de Francia, Gilles Bernheim, ha escrito contra el proyecto de ley, habla de una grave reducción antropológica. La negación de dos evidencias: 1) «Yo no soy todo, ni soy todo lo humano»; 2) «Yo no lo sé todo de lo humano: siempre el otro sexo queda en parte desconocido». En su opinión, ¿qué corremos el riesgo de perder al intentar negar estas verdades?
La estructura del ser humano radica en la diferencia entre los sexos y entre las generaciones. Todo hombre, para nacer y crecer, necesita de esta articulación de las diferencias. Yo puedo ser padre gracias al ser mujer de mi esposa. Y viceversa. El proyecto de ley afirma que para satisfacer este deseo de generar, yo no necesito una persona diferente a mí: para tener un niño, la sexualidad ya no es necesaria. Vamos hacia la indiferenciación, que es síntoma de una pretendida omnipotencia. Se reduce al hombre a algo neutro, intercambiable, como una pieza de un lego que se puede disponer de un modo o de otro. Es la posición atea que niega la diferencia entre Dios y el hombre. Volvemos a encontrarnos con la mentira de la serpiente: «Seréis como dioses». La Iglesia proclama la diferencia entre Dios y el hombre, y por tanto entre el hombre y el animal, entre el hombre y la mujer, entre los padres y los hijos, etcétera. ¡Todo lo contrario de “lo amorfo” y del desierto que nuestra sociedad libertaria y nihilista reclama! El deseo de tener hijos, en la persona que tiene una orientación homosexual, es una auténtica herida, porque todo ser humano desea transmitir la vida que ha recibido. Según los presupuestos de la reivindicación gay, mediante una técnica jurídica (adopción) o médica (reproducción asistida) se puede poner remedio a la frustración que nace de esta “injusticia”. Pero ambos procedimientos van en contra de la evidencia: se niegan a admitir que una relación sexual con una persona del mismo sexo no permite transmitir la vida, y por tanto ser padres.

La sexualidad, por tanto, sólo se concibe como una propiedad del cuerpo, un mero sustrato biológico. ¿Pero qué es realmente?
En el debate actual hay una visión dualista y reductiva de la persona: la voluntad por un lado, el cuerpo biológico por otro. Sin embargo, el hombre se caracteriza por la profunda unidad de la persona. Por ejemplo, yo soy varón, y esta dimensión es portadora de una riqueza que yo expreso de diversas formas: soy padre por mediación de mi mujer; este don de la vida prosigue en la educación del hijo, que a su vez se desarrolla a partir de este doble origen sexual, signo e instrumento de la comunión de su padre y su madre. Hoy ya no nos damos cuenta de hasta qué punto la certeza del niño nace de poder mirar a sus padres y saber por ello dónde está su origen, de dónde viene. Vivir en la continuidad con el propio origen y verificar que este se perpetúa en la unidad de la vida conyugal de sus padres es un recurso inestimable para un niño, sobre todo cuando vive una crisis. Aquí adquiere todo su valor la antropología de Juan Pablo II, que llamó a todos los hombres a recuperar esta unidad de la persona sexuada y, a través de ella, la unidad de la relación conyugal y familiar.

¿Cuál es, en su opinión, el camino que tenemos por delante?
Por delante tenemos un trabajo muy largo. Debemos contribuir a tomar conciencia de la experiencia elemental de la persona. Este “hacer conscientes”, este esfuerzo pedagógico debe volver a dotar a la persona de los instrumentos y palabras que le permitan aprender de nuevo a conocerse a sí misma. Muchos de nuestros contemporáneos viven hoy totalmente separados de las exigencias fundamentales del corazón humano. Hay quien las percibe, pero no tiene palabras para expresarlas. La tarea es precisamente la de ayudarles a volver a apropiarse de sí mismos, a reencontrar el camino hacia esta unidad. Tenemos la responsabilidad de entender hasta el fondo la posición de la Iglesia, que siempre ha sido profética. ¡Basta mirar lo adecuado que resulta el diagnóstico de Juan Pablo II para el momento actual! Cada vez más, la Iglesia tendrá que rendir cuentas de sus palabras y de sus actos, sufrirá presiones sociales cada vez mayores, será acusada de homofobia, será objeto de oprobio por parte de los “bienpensantes” de todo género, etcétera. Los católicos deben prepararse, por tanto, para asumir cada vez más conscientemente su propio juicio sobre el hombre, siendo así causa de escándalo, “signo de contradicción”, como su Maestro y Esposo. En este sentido, digo a todos que este proyecto de ley es una ocasión histórica para tomar conciencia de forma más madura.