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Huellas N.2, Febrero 2013

PRIMER PLANO / Elecciones en Italia

Sólo querían vivir de verdad...

A cargo de P. Bergamini, L. Fiore, A. Marius y P. Perego

...y han terminado “haciendo” política. Cuatro testimonios que documentan la incidencia pública de una experiencia personal de fe viva: de los recortes en una empresa a la solidaridad, de la contribución al desarrollo hasta el compromiso en favor de los valores no negociables

Trabajo
SI LO MEJOR NO ES DESPEDIR
La directiva de la Dirección general estaba muy convencida: debido a la crisis, en 2013 había que hacer recortes importantes. Para Daniele, responsable de recursos humanos de una importante multinacional, en un sector que suma veinte mil empleados, significaba un recorte de cerca de 40 millones de dólares. La solución más obvia e inmediata era despedir a un buen número de trabajadores. Se hizo ya en 2008, cuando el mismo problema se planteó al comienzo de la crisis económica mundial. Cuenta Daniele: «Se habían hecho recortes similares, con costes muy altos por indemnización y asesoría empresarial. Además de haber generado un clima de miedo, de modo que el único objetivo de los trabajadores era salvar el pellejo. El bien de la empresa era lo último en lo que pensaban». Al cabo de año y medio, sin embargo, la situación ha cambiado, hasta el punto de necesitar nuevos empleados. Necesitaban las mismas cifras de empleo. «Una situación esquizofrénica. Esta crisis ha desencadenado, sobre todo a niveles altos, un gran temor por el propio futuro profesional y el puesto de trabajo. Prevalece el instinto de conservación, que lleva a tomar decisiones que a corto plazo parecen las más idóneas desde un punto de vista económico, pero que después se muestran equivocadas. Cuesta mucho tener presente todos los factores de la realidad».

No qué hacer, sino cómo. En su caso, ante aquella directiva, quería decir sobre todo una cosa: «Pensar que tenía que tratar con personas. Una constatación obvia, aparentemente. Sin embargo, ahora, es muy importante tener en cuenta las cosas obvias para hacer frente al miedo que empobrece y destruye». Daniele reúne a su restringido equipo de quince personas y dice: «En primer lugar, aprendamos a mirarnos a la cara entre nosotros. La situación es tensa y uno puede no lograrlo. Por tanto, tenemos que ayudarnos en este sentido. Además: el problema no es qué hacer, sino cómo hacerlo. Encontremos las soluciones más razonables para recortar esos 40 millones de dólares teniendo en mente el factor persona. Porque, cuando pase la crisis y se produzca la recuperación, es mejor tener ya a bordo a las personas adecuadas. También para la empresa. Miremos lejos». La tensión cede inmediatamente. «Es como dar una sacudida a la humanidad, despertarla».

El camino más largo. ¿Pero qué da una sacudida así? ¿Qué es lo que hace tomar una postura así? «Para mí todo nace del encuentro con Cristo. De mi fe, que me lleva a tomarme en serio mi humanidad, mis exigencias existenciales. Me hace mirar la realidad sin miedo, con paciencia, como una oportunidad que se me ofrece. Las circunstancias, incluida la crisis, existen para crecer en libertad y ejercitarla; por tanto, no dependo de ellas. La consecuencia es que logro ver mejor los factores que están en juego. Todos. Así se pueden encontrar soluciones no instintivas, no reactivas, sino razonables. Y de ahí brota una creatividad inesperada».
Para él y su equipo esto se ha traducido en empezar a elaborar una lista de posibles recortes: eliminar los viajes sustituyéndolos por videoconferencias y comunicaciones vía skype; hacer regresar a los que están fuera, en el extranjero; reconsiderar los gastos de formación. Sólo como último recurso, los despidos, intentando analizar la situación laboral y familiar de cada persona en particular. Un trabajo largo, exigente. «Ciertamente es más fácil seguir servilmente las órdenes, sin elaborar ninguna aportación propia. Este camino es más largo y complicado. Yo, en primera persona, he tenido que convencer a mis jefes de que era la vía justa. Pero si eres creíble, quien trabaja contigo te sigue».
Incluso en un partido todavía abierto, aún por jugar.
P. B.


Sociedad
TRES ADOLESCENTES EN EL PARLAMENTO
«Me venían a la mente los pasajes del Evangelio en los que los escribas y fariseos interrogan a Jesús para comprender quién es y por qué habla con esa autoridad». Agostino Lucarelli, Béatrice Leduc Houte y Marc-Antoine Bigras son tres chicos de GS de Montreal, tienen 16, 17 y 18 años. John Zucchi, profesor de Historia en la McGill University, asistió a su intervención ante la comisión “Morir con dignidad”, instituida por la Asamblea Nacional de Québec, para consultar a la opinión pública sobre la conveniencia de introducir formas de eutanasia y suicidio asistido. Oyéndoles hablar, los miembros de la comisión no lograban comprender por qué estaban allí, por la corrección de su lenguaje y la fuerza de sus argumentos.
¿Quiénes son? «Señor Lucarelli, me sorprende usted mucho. Por curiosidad: ¿a qué se dedican sus padres?». «Tienen una tienda». «Se lo pregunto porque, francamente, me sorprende la precisión de sus definiciones o al menos la distinción que hace entre sedación paliativa y eutanasia. ¿De dónde le nace todo este interés por el tema?». «Señora Leduc Houte, usted ha dicho que va a visitar a personas discapacitadas o enfermas y que esto le ha hecho cambiar su idea sobre la vida, o al menos sobre la muerte. ¿Ha sucedido algo en especial?». «Dígame, señor Bigras: ¿son amigos desde hace tiempo? ¿O se conocieron mientras visitaban a los discapacitados?».
¿Quiénes son estos chicos? ¿De dónde les viene esta mirada tan profunda? ¿Por qué están tan seguros? Sólo son tres miembros de la comunidad de CL de Québec, escuchados por la comisión. Los demás eran oncólogos de fama, enfermeras, profesores y gente corriente. Provocados por la peligrosa huida hacia delante del gobierno provincial respecto al federal, que había ratificado la condena de la eutanasia en el Código penal, decidieron actuar. «Recogimos firmas de compañeros y conocidos, y formamos grupos como “Oncólogos contra la eutanasia”, “Enfermeras contra la eutanasia” o “Jóvenes contra la eutanasia”», relata Mark Basik, cirujano oncólogo: «Trabajo en el Jewish General Hospital y también mi jefe, judío, ha participado en esta movilización. Hemos pedido ser escuchados. Pero era inútil defender principios o ideas. Hay que partir de la experiencia y contarla: la caritativa, la relación cada diez días con los enfermos terminales o un luto familiar».

Votos, cero. Han hecho sentir su voz en el espacio político, sin delegar nada a los partidos. Una posición original, distinta del silencio incluso de las asociaciones pro-vida, normalmente hiperactivas. «La comisión parlamentaria nació bajo la presión de los activistas pro-eutanasia, convencidos de encarnar el sentir popular», explica Marc Beauchamp, médico ortopédico: «Pero la mayoría de quienes han sido escuchados estaba en contra».
¿Resultado? Midiéndolo en términos de votos, cero. Los parlamentarios han dicho, esencialmente, que no tendrán en cuenta los resultados de la comisión. Sin embargo, algo ha cambiado. Se ha influido. Algunos se han dado cuenta de una diferencia. De una posibilidad de vida distinta. Como Laureen Pindera, periodista de una red de televisión canadiense, que comentando una de las audiencias ha declarado: «Tras escuchar a Caroline Girouard y a Mark Basik, y a alguno de los demás doctores, si alguna vez me diagnosticaran un tumor, sabría muy bien a qué médicos recurrir; estas son personas que no hablan simplemente de qué tratamiento poner a sus pacientes, sino de cómo acompañarles en su camino de sufrimiento, sustancialmente, de cómo amarles...». En palabras de Benedicto XVI: la inteligencia de la fe se ha convertido en inteligencia de la realidad.
L.F.


Bien común
UN INFLUJO INEVITABLE
Me recibe una mañana fresca de enero en Maracaibo, lo cual implica desde temprano unos 30° C. En el aeropuerto me espera Pablo, un amigo sacerdote salesiano que dirige un Centro de Aprendizaje Agrícola en la Guajira Venezolana. «¿Me acompañas a buscar unos equipos que nos han donado?». La respuesta, casi obvia: «Vine a estar contigo». Después de una vuelta por Maracaibo, salimos hacia la frontera con Colombia. Durante las tres horas de viaje, pasamos por lo menos seis puestos de control de la Guardia Nacional con militares armados hasta los dientes. Al ver el camión con el gran letrero de “Centro de Aprendizaje Agrícola Don Bosco” nos paran para saludarnos y nos piden la bendición. Yo no soy sacerdote, pero sí padre de cuatro hijas. Les doy mi bendición a los militares. Vamos hacia la frontera, en territorio Guajiro. La población es aborigen, vive en medio de una gran pobreza, en una zona llena de conflictos: luchas entre etnias, presencia de grupos guerrilleros, contrabando como actividad económica más rentable... En el Municipio Indígena de La Guajira nos encontramos con un amigo de Pablo, responsable de un grupo de productores revolucionarios de la zona. Me profesa el mismo afecto que a Pablo. Llegamos para almorzar en el Centro con el resto de la comunidad salesiana. El lugar es como un faro en la oscuridad, por su belleza y propuesta educativa. En la noche, me piden que hable sobre mi trabajo a los 400 muchachos de 13 a 19 años que estudian semi-internados para ser técnicos agrarios y provienen de cinco etnias indígenas distintas. No es la primera vez que visito un proyecto rural y trabajo con la comunidad que lo lleva. Ya lo hice en una escuela bolivariana con mi amigo Andrés en El Parchal.

«¿Qué quieres, catire?». Venezuela está sumergida dentro de un proceso “revolucionario” donde la gente pone su esperanza en proyectos políticos de un color u otro. Ya parece una costumbre el desabastecimiento, las fallas eléctricas y la violencia (20 mil muertes violentas en 2012). La polarización política y social es extrema. El hecho de que un profesional como yo, que viene de la capital y ha trabajado en empresas internacionales, rubio y de ojos claros, resulta extraño dando esas vueltas por allí. A menos que esconda algo. «¿Qué es lo que quieres tú, catire (así se le dice a los rubios)?». «¿De qué partido político eres?», me han preguntado muchas veces en sectores rurales y populares. Un interés verdaderamente humano por la persona, y no un interés político, produce realmente extrañeza. Después de varias vueltas, al final he descubierto que la mejor respuesta es la simple verdad de mi vida: «He encontrado a Alguien que me ha amado como nadie. Por eso, no puedo dejar de secundar lo que Él me ofrece en cada instante».

Empresa y universidad. La misma experiencia he tenido con ejecutivos de empresas, haciéndoles propuestas de alianzas en los proyectos de formación para el trabajo y emprendimiento popular que hemos desarrollado en estos tres años, desde que renuncié a mi trabajo en una trasnacional y decidí comenzar la asociación “Trabajo y Persona”. En especial uno de estos ejecutivos me prestó unos libros sobre Pierre Toussaint, un esclavo haitiano y católico que murió en Nueva York y está en proceso de beatificación por las numerosas obras sociales que generó. Esta empresa no sólo quiere financiar nuestro proyecto de Emprendedoras de la Belleza, sino que su Director General me insiste: «Quisiera que mis colaboradores también tuvieran esa conciencia del trabajo. ¿Pueden ellos trabajar como voluntarios en estos programas?». A raíz de este programa ya en 2012 se graduó el primer grupo de emprendedoras populares. El acto se celebró en el auditorio de la Universidad Monteávila (promovida por miembros del Opus Dei) gracias al apoyo de Joaquín, el Rector de la universidad, y de Rafael, el Decano de Administración.
Lo mismo pasa con la Universidad Católica (guiada por los Jesuitas) con quien estamos colaborando en proyectos de investigación y programas sociales, y también con ejecutivos de otras empresas trasnacionales. Carlos, de una empresa de producción de madera, quiere que participemos en la formación de jóvenes, a nivel nacional, como emprendedores del mueble. Ana María, de una empresa de telecomunicaciones, en la ayuda a jóvenes que van a entrar en el mundo del trabajo. Claudia, de la banca de microcrédito más relevante del país, quiere ofrecer talleres y acceso al crédito a nuestro grupito de egresados.
¿De dónde nace todo esto? De una experiencia humana que enseña a estar frente a la realidad abrazando todo y sin prejuicios. Es una inteligencia de la realidad que viene de la fe. De ahí nazco yo y la relación con mis colaboradores en Trabajo y Persona, con los que llevo adelante todos estos proyectos, «cuyo influjo en la sociedad civil tiende inevitablemente a ser cada vez más relevante». Contribuyendo así al bien de todo el país.
A.M.


Solidaridad
DE MI PADRE A EUROPA
Llegará a los escaños de Estrasburgo en estos días. «Esperemos que se apruebe», dice Marco Lucchini, director del Banco de Alimentos. «Un fondo destinado a la pobreza, el FEAD (Fondo Europeo de Ayuda a los Desfavorecidos), el primero en Europa. El único precedente es el fondo destinado al empleo». Es el último fruto del trabajo de años con otras entidades de caridad europeas y con las comisiones que se ocupan de la pobreza y la escasez de alimentos, que sigue creciendo en Europa. «Son muchos factores, empezando por los recortes de algunas políticas miopes de la Unión. Después la crisis, la disminución de la producción... Hay más de 130 millones de pobres en el viejo continente. A partir de 2014 las entidades que, como la nuestra, recogen excedentes de alimentos y los vuelven a distribuir se encontrarán con la disminución del 60% de las ayudas», explica Lucchini. «En la sillas de la Unión Europea contamos nuestra experiencia. Datos, historia, lo que vivimos y la realidad que encontramos». El idealismo no es el punto de partida: «En Italia sostenemos más de ocho mil obras de caridad, casi todas católicas, algunas centenarias, que alivian el hambre de más de un millón y medio de personas. Tienen un valor social, construyen un bien común. ¿Qué sería de una ciudad como Milán sin esta realidad? El hambre lleva a la violencia, a los disturbios».
La cuestión entonces es entender de dónde nace un compromiso de este calibre y esta gran capacidad de afrontar los problemas y proponer soluciones, de incidir en la sociedad. «Todo parte de una experiencia que lleva a la fascinación por cada cosa y se convierte en el método para mantenerte firme ante ellas». Eso fue lo que pasó cuando cuando nació el Banco de Alimentos. Y Lucchini, uno de los pioneros, no puede prescindir de su experiencia, de su historia: la fe de su padre y el encuentro con algunos sacerdotes de una parroquia en la periferia de Milán. «En aquella experiencia cristiana todo era fascinante. En el colegio, en la universidad. Y después también en mi trabajo en el sector agroalimentario». Después oye hablar de cierto “banco” español. «Algunos amigos y yo viajamos a Barcelona: teníamos que verlo». Era el año 1988. «Mientras tanto conocimos a Danilo Fossati, ahora jefe de la STAR, industria alimentaria situada entre Bérgamo y Milán». Un hombre de fe, generoso por naturaleza: «Le había impresionado un grupo de empleados, entre las muchas asociaciones que animaban entonces la vida en las naves industriales. Formaban una “comunidad en la fábrica”». Eran operarios del movimento que se ayudaban en cosas pequeñas, desde la educación de sus hijos hasta el trabajo, incluso con dinero, si era necesario. Una “comunidad cristiana” viva, en definitiva. «No tenían un origen político y lo que hacían construía también la empresa». A partir de la relación con ellos Fossati quiso conocer a don Giussani.«Fue él el que después nos ayudó a dar vida a nuestro Banco de Alimentos», explica su director.

Paso a paso. La misma dinámica de diez años después, cuando ya el Banco había ganado visibilidad y credibilidad: «Las leyes no nos ayudaban: las empresas que nos sostenían tenían que renunciar a las ayudas fiscales que habrían obtenido destruyendo los excedentes». Era irracional, sobre todo teniendo en cuenta que la “demanda” de ayuda aumentaba. «A mediados de los años 90 los amigos de los Centros de solidaridad se ocupaban de ayudar en la búsqueda de empleo, pero se pusieron en contacto con nosotros porque la gente empezaba también a pedir comida». Nacieron los Bancos de Solidaridad. Pero no era suficiente. Con la ayuda de Federalimentare se estudió una ley para ampliar las ayudas a las donaciones. «Sería una ganancia para todos». Así llegó el “Decreto legislativo 460/1997, art. 13, apartado 2”, el “Artículo Banco de Alimentos” de la Ley sobre las ONLUS (Organizaciones no lucrativas de utilidad social). Y el mismo año empezó también la Recogida de alimentos, uno de los más importantes gestos de caridad de Italia en el que participan más de cinco millones de personas. «Después, en 2003, llegó la ley del Buen Samaritano, la 105/03, que nos ha permitido recuperar un millón de menús en diez años». Avance de los comedores empresariales, alimento fresco o cocido: «Era imposible en nuestro país. Después descubrimos que en America lo hacían, y conocimos a algunas personas, también políticos, que eran muy sensibles al problema...». Paso a paso se promulga la ley.

¿Qué rostro tenían? Eso era ya “hacer política”, aun sin tener un escaño en el Parlamento. Se basaba en el diálogo, en la colaboración con los que se dedicaban cotidianamente a la política. «Nos convertimos en interlocutores de todos, sin importar el color del partido. Nuestra obra, que pasa por el pequeño gesto de pedir con un carro de la compra es lo suficientemente grande como para mover a Europa, habla de una presencia en la sociedad que es fruto de la experiencia cristiana a la que pertenecemos», apunta Lucchini. Una pertenencia imprescindible que cuando emerge con claridad vuelve a generar el interés por el origen de la obra. «Sin duda uno se puede alejar del origen – lo he visto suceder – corriendo el riesgo de decaer y justificarse tras la afirmación de que “la caridad ya no es fascinante”. Pero, ¿cuál era el rostro de los cien mil voluntarios que han participado este año en la Recogida de alimentos, de la que he sido testigo? No estaban allí por una cuestión política o por idealismo. Estaban allí por su propio bien».
P.P.


NOTA DE COMUNIÓN Y LIBERACIÓN

Sobre la situación política de cara a las próximas citas electorales. Oficina de prensa, Milán, 2 de enero de 2013

Con motivo de la actividad política de estos meses, en Italia los medios de comunicación siguen poniendo en tela de juicio el nombre de Comunión y Liberación, suponiendo divisiones y posiciones enfrentadas dentro del movimiento a propósito de las próximas convocatorias electorales.

En primer lugar, queremos reiterar lo que ha sido siempre la naturaleza de CL y que en este momento resulta particularmente evidente: la unidad del movimiento no coincide con una homologación política, ni mucho menos se identifica con una opción partidista, sino que está vinculada a la experiencia original de CL (en ese sentido, es una unidad que viene antes que cualquier opinión o cálculo, por legítimos que sean): una ayuda para vivir y testimoniar la fe como algo pertinente para las exigencias de la vida. Es con tal experiencia con la que cada uno de los miembros del movimiento tiene la posibilidad de compararse, sea cual sea su papel en la sociedad.

En segundo lugar, a la luz de esta preocupación fundamental, el compromiso político en sentido estricto afecta a la persona que lo asume y no a CL en cuanto tal. Por su parte, el movimiento mira con simpatía a quienes, de entre sus miembros, deciden asumir el riesgo de una implicación política; y espera que extraigan continuamente de la educación recibida, y en continuidad con el magisterio eclesial, los criterios ideales para comprometerse en favor del bien común, de la libertad de la Iglesia y del bienestar, también material, del país, asegurando con su misma presencia en las instituciones las condiciones de una democracia real, es decir, de la libertad expresiva y asociativa de las personas y de las formaciones sociales. De este modo se cumpliría el deseo de Benedicto XVI: «Los cristianos no buscan la hegemonía política o cultural, sino que, allí donde se comprometen, son movidos por la certeza de que Cristo es la piedra angular de toda construcción humana. (...) La contribución de los cristianos es decisiva sólo si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación» (21 de mayo de 2010).

A mediados de los años sesenta, en un momento también problemático para la vida civil italiana, don Giussani formuló algunos juicios que pueden representar aún hoy una contribución para vivir como cristianos en los diversos ámbitos de la sociedad, también en la política:
1. «El primer nivel de incidencia política de una comunidad cristiana viva es su misma existencia, pues esta implica un espacio y unas posibilidades de expresión»; esta, «por su propia naturaleza, no requiere la libertad de vivir y de expresarse como un privilegio particular, sino como el reconocimiento para todos del derecho a esa libertad. Así que, por el solo hecho de existir, si son auténticas, las comunidades cristianas son precisamente garantes y promotoras de democracia sustancial». En este sentido, «la multiplicación y el crecimiento de comunidades cristianas vitales y auténticas no puede dejar de impulsar el nacimiento y desarrollo de un movimiento, cuyo influjo en la sociedad civil tiende inevitablemente a ser cada vez más relevante; la experiencia cristiana se convierte de este modo en uno de los protagonistas de la vida civil, en constante diálogo y confrontación con todas las demás fuerzas y las demás presencias que la componen».
2. «Una comunidad cristiana vive en constante relación con el resto de los hombres, cuyas necesidades comparte totalmente, y junto a los cuales participa de los mismos problemas. Por la profunda experiencia fraternal que se desarrolla en ella, la comunidad cristiana tiende necesariamente a tener sus propias ideas y su propio método para afrontar los problemas comunes, tanto teóricos como prácticos, que puede ofrecer como específica colaboración a todo el resto de la sociedad en la que vive».
3. «Cuando se pasa de la fase de solicitación y animación político-cultural a la militancia política propiamente dicha, ya no es la comunidad en cuanto tal quien se compromete sino las personas, quienes, bajo su propia responsabilidad, aunque formadas en la vida concreta de la comunidad misma, se comprometen a buscar instrumentos adicionales de incidencia política, tanto teóricos como prácticos». Por tanto, «no es en absoluto correcto ni leal el uso que se ha extendido en muchos medios de llamar “candidatos de CL” o “concejales de CL” a los militantes de nuestro movimiento que se han comprometido directamente en las campañas electorales y, en general, en la militancia política, como tampoco – menos aún – es correcto llamar “líderes de CL” a los dirigentes de las agrupaciones constituidas para ese fin». 
Giussani concluía, por lo tanto, que «hay entre todos nosotros en cuanto CL, y nuestros amigos comprometidos en el Movimiento Popular y en la DC, una distancia crítica irrevocable», y que «si no fuera así, es decir, si cualquier realización, por el solo hecho de haber sido promovida por personas de CL (...) llegara a ser automáticamente “del movimiento”, la experiencia eclesial terminaría por ser instrumentalizada, y las comunidades acabarían sirviendo de pedestal o cobertura de decisiones y riesgos que no pueden ser más que personales» (L. Giussani, El Movimiento de Comunión y Liberación. Una entrevista en dos tiempos realizada por Robi Ronza, Encuentro, Madrid 2010, pp. 121-124).

Estas indicaciones de don Giussani, propuestas por del fundador de CL hace casi cuarenta años, resultan más actuales que nunca en el panorama político italiano de estos meses y, por tanto, representan el juicio más lúcido y sintético con el que podemos mirar la evolución de las iniciativas políticas y las propuestas que nacerán de ellas en las próximas semanas.