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Huellas N.11, Diciembre 2012

PÁGINA UNO

Con la audacia del realismo

Julián Carrón

Apuntes del diálogo en la Asamblea General de la Compañía de las Obras
MiCo – Fiera Milano Congressi, Milán, 25 de noviembre de 2012

La crisis y la persona
Bernhard Scholz. Estos tiempos están caracterizados por una seria dificultad para los que llevan a cabo obras y empresas. Todo parece venirse abajo, como durante un terremoto. En la última asamblea descubrimos cómo ser libres y no esclavos de las circunstancias, y cómo vivir con una capacidad constructiva que muchos nos han testimoniado. Hoy nos vemos navegando contracorriente. ¿Qué puede ayudarnos a tener audacia y realismo?
Julián Carrón. He aceptado con cierto reparo la invitación de mis amigos a dirigirme a vosotros, porque sois vosotros los verdaderos protagonistas en este terremoto. El motivo por el que puede resultar útil que yo os hable es ayudaros a que seáis más conscientes de que cada uno de vosotros – empresario o trabajador – es una persona. Puede parecer algo evidente, pero no creo que sea banal. Porque esto es lo que todo el mundo da por descontado hoy, reduciendo a la persona a sus capacidades. Es una falacia. Decir que el empresario es una persona quiere decir que, antes que cualquier otra cosa, necesita de una conciencia personal sin la cual todo lo demás, empezando por sus capacidades, resulta insuficiente. Es demasiado evidente hoy en día que el terremoto afecta al núcleo del propio “yo”, a su consistencia. En este sentido, la crisis puede ser una ocasión preciosa para descubrir la verdad de uno mismo, dónde está su consistencia, y de este modo establecer un fundamento adecuado para afrontar la situación, el desafío que tenemos ante nosotros y que nunca es ajeno al ejercicio de la propia profesión.
Pero, ¿qué es el “yo” de cada uno de nosotros? El genio de Dante viene en nuestra ayuda: «Ciascun confusamente un bien apprende nel cual si queti l’animo, e disira; per che di giugner lui ciascun contende» (Virgilio a Dante: Todos intuyen confusamente la existencia de un bien en el cual el alma pueda encontrar satisfacción, y lo desean; por ello, todos luchan para alcanzarlo). (Purgatorio XVII, vv. 127-129). ¿Dónde puede un “yo” constituido de este modo, con este deseo de bien que nos constituye, encontrar la consistencia necesaria para resistir en medio del terremoto? Aquí radica el verdadero desafío de las circunstancias actuales. Para encontrar una respuesta no bastan las opiniones, interpretaciones o conversaciones, que nos hacen perder el tiempo. Hace falta que cada uno mire en su propia experiencia (o en la experiencia de otros) y busque qué tiene la consistencia suficiente para permitirle mantenerse en pie. Santo Tomás nos proporciona el criterio de esta consistencia: «La vida del hombre consiste en el afecto que principalmente le sostiene, y en el que encuentra su mayor satisfacción» (Santo Tomás de Aquino, Summa Thelogiae, IIa, IIae, q. 179, a.1 co). Por tanto, para tener consistencia es necesario encontrar ese afecto capaz de sostener la vida, justamente porque se apoya por completo en la experiencia de satisfacción.
Es justamente en este nivel en donde nosotros, como cristianos, podemos ofrecer nuestra sencilla contribución: si somos los primeros en aceptar la verificación de la fe en las circunstancias actuales. Sólo alguien que ha hecho esta verificación puede testimoniar que sólo Cristo, presente en la Iglesia, corresponde a las exigencias constitutivas del corazón del hombre. Como nos recordaba el miércoles pasado Benedicto XVI, «Cristo, sólo Él satisface los deseos de verdad y de bien [de los que habla Dante] enraizados en el alma de cada hombre» (Audiencia general, 21 noviembre 2012). Sólo Cristo, por tanto, asegura una satisfacción tal que genera un afecto capaz de sostener la vida en cualquier eventualidad, revelándose como un ancla segura en medio del terremoto. Aquí se puede ver si el desafío de las circunstancias ha hecho madurar en nosotros una certeza que nos permite ofrecer a nuestros hermanos los hombres un punto de apoyo seguro. Sólo Él puede ser el fundamento adecuado de una amistad operativa como la vuestra, pues sólo en la compañía de amigos verdaderos seréis capaces de mirar la realidad de vuestra empresa con verdad, sin ser vencidos por el miedo que os impide reconocer cómo están las cosas, única condición para poderlas afrontar con alguna posibilidad de éxito. Una compañía de amigos que os sostenga a la hora de mirar todos los signos de la situación en la que cada uno se encuentra sin censurar ninguno, que os anime y os apoye en la disponibilidad a reconocer y a obedecer a las indicaciones de todo lo que hace falta cambiar, que os sugiera y os ayude a tener la audacia de tomar las decisiones, incluso arriesgadas, más adecuadas para afrontar los desafíos que tenéis ante vosotros.
Si todo esto se confirma en vuestra experiencia, descubriréis el valor más precioso de vuestra amistad: ser sostén para una mirada más verdadera sobre la realidad. Comparado con esto, cualquier ventaja o beneficio del tipo que sea resulta demasiado poco para tiempos de terremoto, y no sólo.
Santo Tomás percibió bien la naturaleza del desafío: «De la naturaleza brota el terror de la muerte, de la gracia brota la audacia [palabra que habéis elegido como título de este encuentro]» (cfr. Santo Tomás de Aquino, Super Secundam ad Corinthios, 5, 2). «“De la gracia brota la audacia” quiere decir entonces: gracias a una Presencia distinta de nosotros brota en nosotros la audacia» (L. Giussani, Un avvenimento di vita, cioè una storia, Edit-Il Sabato, Roma 1993, p. 308). Podré tener la audacia que necesito sólo si estoy disponible a apoyar todo en esa presencia, en esa compañía verdadera que me ofrece el punto de apoyo para arriesgar. Por tanto, como decía don Giussani, «La navegación de Andrea Pisano (un pequeño bajorrelieve […]) es emblemática de la audacia. En ella se recortan las figuras de dos discípulos que sobre la barca, hendiendo las aguas del lago, reman hacia la otra orilla, tensos y a la vez tranquilos y seguros: detrás de ellos, en la barca, está Jesús. El camino, el paso, la travesía hacia el destino resulta posible únicamente cuando hay una presencia (si uno tuviese que remar solo, se le nublaría la vista, se pararía enseguida). El camino se vuelve sencillo si hay una presencia, es decir, digamos enseguida la palabra: si hay una compañía» (Ibidem).

El origen y la obra
Scholz. Muchas obras y empresas asociadas a la CdO nacen de personas que pertenecen a la experiencia cristiana, vivida con frecuencia en el movimiento de Comunión y Liberación. ¿Cómo se refleja este origen en la obra? ¿Cómo se refleja en la empresa?
Carrón. Te agradezco esta pregunta, porque en estos tiempos resulta especialmente urgente aclarar cuál es la relación entre el movimiento de Comunión y Liberación y las obras llevadas a cabo por personas educadas en el movimiento.
1) El movimiento de Comunión y Liberación tiene una finalidad educativa: educar personas que puedan luego, asumiendo su propia responsabilidad, tomar la iniciativa de generar obras. Se trata de una responsabilidad confiada totalmente al adulto. El movimiento no entra en la gestión de la obra, porque sería como admitir que el movimiento no es capaz de generar adultos que asuman su propia responsabilidad; y esto supondría el fracaso de la experiencia de un movimiento como el nuestro. No es que el movimiento se desinterese de las obras. No. El movimiento se interesa y está presente desarrollando su tarea propia, es decir, mediante la generación contínua de un sujeto adulto. Don Giussani estaba tan convencido de que el movimiento podía generar sujetos adultos que dejó completamente en sus manos la responsabilidad de las obras que ellos creaban; no sintió la necesidad de poner un «guardián» para tener bajo observación a las personas. “Arriesgó” todo y apostó por la conciencia de la responsabilidad de los adultos.
2) La obra es por entero de aquel que la hace, por tanto no hay una obra “del” movimiento. El movimiento no tiene obras, salvo el Instituto Sacro Cuore, que don Giussani quiso como un ejemplo para todos en el ámbito educativo. Por eso, ninguna otra obra está bajo la responsabilidad directa del movimiento. El movimiento no forma parte del Consejo de administración de esta o aquella obra, y por tanto, al no formar parte de él, no asume la responsabilidad de las decisiones que toma un Consejo de administración. Creo que la cuestión es simple.
Todos aquellos que, como adultos, deciden dar vida a una obra, deben tener conciencia de su responsabilidad total con respecto a la obra. Esto es particularmente importante porque a veces se percibe una falta de esta conciencia. Por eso puede suceder que se dejen pasar cosas sobre las que habría que intervenir, sin asumir la responsabilidad como adultos. Si todos fueran verdaderamente conscientes de su responsabilidad, ciertas cosas no sucederían.
Esto es una llamada a la responsabilidad personal en cuanto adultos, y por tanto un desafío para crecer en la autoconciencia que determina el modo de gestionar las obras en las que estáis implicados. Esta asunción de responsabilidad forma parte del crecimiento del sujeto que todos deseamos. Es la responsabilidad propia del laico que la Iglesia quiere que cada uno asuma, de modo que con sus obras pueda testimoniar la novedad de la vida cristiana, la novedad que nace de la criatura nueva. Por eso creo que queda mucho camino por hacer, y no porque no existan muchas experiencias admirables entre vosotros, sino porque es necesario aprender de lo que sucede, o de las posibles deficiencias que se ponen de manifiesto en las obras, para tomar conciencia y evitar errores o riesgos que muchas veces debemos afrontar.
La capacidad de un adulto – que participa en la experiencia de Comunión y Liberación – de generar obras es signo de la vivacidad del movimiento, de su energía educativa para generar personas sensibles a las necesidades de los demás y capaces de juntarse para realizar iniciativas y obras que constituyan respuestas adecuadas a las necesidades. A esto no renunciaremos nunca. ¡Muchas veces me quedo sin palabras ante vuestra creatividad, iniciativa y generosidad! Este es el fruto de la educación recibida en el movimiento de Comunión y Liberación. Es algo precioso, que testimonia la capacidad que tiene la fe de generar sujetos capaces de convertirse en protagonistas a través de la realización de obras. Semejante riqueza de obras es un hecho, un dato evidente para todos, y no puede ponerse en discusión a causa de los límites personales o de los errores que cualquiera puede cometer. Es más, reconocerlos, pedir perdón y corregirse representa la posibilidad de volver a tomar conciencia de la propia responsabilidad en las obras en las que cada uno está implicado. No se puede poner en peligro tal riqueza por una falta de responsabilidad personal.
Además del realismo y de la prudencia a la hora de llevar a cabo las obras que Dios nos permite hacer, forma parte de esta responsabilidad hacer resplandecer en ellas la diferencia que portan, por ejemplo, en la forma de tratar al personal o de relacionarse con los clientes y proveedores. Parecen signos casi banales, pero todos sabemos que hablan a voz en grito de una humanidad diferente.
Antes de terminar este punto, quisiera aprovechar esta ocasión para decir algo con respecto a la CdO, presentada a menudo en los periódicos como el «brazo económico» de CL, y que lleva a algunos a pensar que CL depende económicamente de la CdO. Nada más lejos de la realidad.
Desde el comienzo, el movimiento ha vivido exclusivamente gracias a los sacrificios económicos de las personas que se adhieren a él. El que pertenece al movimiento se compromete a donar mensualmente una cantidad de dinero libremente establecida, el llamado «fondo común», que don Giussani siempre indicó como un gesto que nos educa en una concepción comunional de lo que uno tiene, en la conciencia de la pobreza como virtud evangélica y como gesto de gratitud por lo que se vive en el movimiento. Precisamente por esta razón educativa mencionada, no es relevante el importe de la cantidad que cada uno dona, sino la seriedad con la que permanece fiel al compromiso adquirido. Para sostener la vida de nuestras comunidades en Italia y en el mundo y las iniciativas caritativas, misioneras y culturales, el movimiento de Comunión y Liberación no necesita nada más; y por eso somos libres de todo y de todos a la hora de llevar a cabo nuestra tarea como movimiento.

La responsabilidad
Scholz. Con frecuencia se considera la pertenencia a la Iglesia o a un movimiento eclesial como un límite a la responsabilidad personal, mientras que tú insistes en el hecho de que justamente tal pertenencia favorece la asunción de responsabilidad. ¿En qué sentido pertenecer potencia la responsabilidad personal?
Carrón. Todo depende de cómo se conciba el nexo entre pertenencia y responsabilidad. Hay tipos de pertenencia que, en vez de ayudar a madurar, a crecer en la responsabilidad, sustituyen al sujeto que pertenece. Como si la pertenencia a cierto grupo pudiese ahorrar el riesgo de la responsabilidad personal y justificar a priori el propio comportamiento. Existe, en cambio, una pertenencia que genera a la persona en su responsabilidad, en su libertad, en su iniciativa. Esto es, despierta todas las energías latentes del sujeto.
«La dimensión comunitaria – decía don Giussani – no representa una sustitución de la libertad, ni una sustitución de la energía y de la decisión personales, sino la condición para que estas se afirmen. Si yo pongo una semilla de haya sobre la mesa, incluso mil años después (supuesto que todo permanezca tal cual) no habrá germinado nada. Si yo tomo esa semilla y la pongo en tierra, entonces llegará a convertirse en una planta. El humus no sustituye a la energía irreductible, a la “personalidad” incomunicable de la semilla; pero el humus es la condición para que la semilla crezca.
La comunidad es una dimensión y una condición indispensable para que la semilla humana dé su fruto. Por eso la verdadera persecución, la más inteligente, es la que ha usado el mundo moderno, y no la que usó Nerón con su anfiteatro. La verdadera persecución no son las fieras, ni tan siquiera los campos de concentración. La persecución más encarnizada es el veto que el Estado moderno intenta poner a la expresión de la dimensión comunitaria del fenómeno religioso.
Para el Estado moderno, el hombre puede creer en todo lo que quiera – es asunto de su conciencia –, pero sólo si esta fe no implica como contenido suyo que todos los creyentes sean una sola cosa y que, por eso, tengan derecho a vivir y expresar esta realidad. Impedir la expresión comunitaria es como cortar de raíz el alimento de la planta; la planta morirá poco después» (L. Giussani, El sentido religioso, Encuentro, Madrid 2008, pp. 188-189). Creo que tenemos delante muchos ejemplos de lo que sucede cuando se impide esta posibilidad, esta expresión comunitaria decisiva para el crecimiento de las personas.
La prueba de la pertenencia es su capacidad de hacer fructificar la semilla, es decir, de generar adultos con una capacidad de estar en la realidad, de juzgar, de comprender la realidad, de estar disponibles a escucharla. A este nivel no bastan afirmaciones de principios. Se necesitan testimonios que documenten que las personas florecen en la pertenencia y que la pertenencia genera a las personas.

Scholz. Hay personas que con su talento y temperamento han tenido el don de crear obras y empresas. Se han puesto en juego personalmente, han asumido su responsabilidad. Pero en algunos casos este compromiso personal se convierte en personalismo, en un estar centrados en sí mismos, lo que conlleva una relativización de los criterios objetivos. Este personalismo se pone de manifiesto también en la dificultad del paso generacional. ¿De dónde nace este personalismo y cuál sería el camino para una valoración real de la persona responsable?
Carrón. El personalismo es un intento equivocado de resolver el problema de la vida, de alcanzar ese cumplimiento por el que vale la pena vivir. Es una lástima que ese intento nazca de la incapacidad de comprender la naturaleza del “yo” y de no haber encontrado respuesta adecuada a sus exigencias. «Por naturaleza el hombre es relación con el infinito», recordábamos en el último Meeting de Rímini. Si no nos damos cuenta de que estamos «hechos para el infinito», buscamos consciente o inconscientemente responder a nuestra necesidad humana – decías – «centrados en nosotros mismos», algo que nunca podrá satisfacer el deseo de infinito que nos constituye. Además de equivocado, el personalismo es inútil para responder a la exigencia por la que uno construye.
Pero este personalismo puede subsistir gracias a la connivencia de todos los que creen resolver el problema de su vida descargando su responsabilidad sobre quien ejerce ese personalismo, el llamado «responsable» (todos podemos ser conniventes con este personalismo). Entonces, «la relación con el responsable, cuando se le sigue porque es el jefe de la organización sobre la cual se descargan todas las esperanzas, y de la que se pretende que realice nuestro proyecto, tiende a estar absolutamente cerrada en una dependencia individualista.
La obediencia que se instaura es obediencia a la organización, de la cual el responsable es punto crucial y guardián, y esto elimina la creatividad de nuestras personas, porque todo está establecido y definido por la estructura a la que uno se adhiere y todo se convierte en esquema» (L. Giussani, Il rischio educativo, SEI, Torino 1995, p. 63).
¿Cómo se sale del personalismo?
Del personalismo se sale como se sale de cualquier idolatría: encontrando una presencia tan verdadera que nos provoque por la promesa de cumplimiento que su misma existencia plantea ante nosotros. Sólo quien se da cuenta de la verdadera naturaleza de su necesidad humana puede comprender que lo único que responde a ella es seguir esa presencia que nos provoca por la promesa que contiene. Pero la clave está en la concepción misma del seguimiento. No se puede concebir el seguimiento como un mero ejecutar órdenes de alguien sobre quien hemos descargado nuestra responsabilidad con la esperanza de que ese alguien resuelva el problema de nuestra vida.
«El seguimiento – decía don Giussani – es el deseo de revivir la experiencia de la persona que te ha provocado y te provoca con su presencia en la vida de la comunidad; es la tensión por llegar a ser no como aquella persona en su concreción, llena de límites, sino como aquella persona en el valor al que da su vida y que redime en el fondo incluso su cara de pobre hombre; es el deseo de participar en la vida de esa persona en la que te es dado algo de Otro, y es a este Otro a lo que manifiestas devoción, a lo que aspiras, a lo que quieres adherirte en este camino» (Ibidem, p. 64).
Sólo alguien comprometido en revivir la experiencia de la persona que le ha provocado puede llegar a ese Otro, a Aquel en el que encuentra aquello a lo que aspira: al no tener necesidad de centralizar todo y a todos en sí mismo, puede por fin liberarse de cualquier personalismo.
Sólo un hombre así puede suscitar en otro el deseo de seguir, de implicarse, y ayudar así a sus colaboradores a ser ellos mismos, poniéndoles en situación de ofrecer su propia contribución a la obra común. De este modo, todos los recursos humanos se ponen al servicio de la obra.