IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.9, Octubre 2012

BREVES

Lectura

a cargo de Elena Alonso Serrano

LIBRO RECOMENDADO

Gustave Bardy
La conversión al cristianismo durante los primeros siglos
Encuentro, Madrid 2012
pp. 328 – 20,00 €

Avanzando desde Castel Sant’Angelo hacia San Pedro, se entra en la vía de la Conciliazione e inmediatamente uno se siente atraído por la imponencia de la basílica cristiana. Pero si se levantara el suelo, encontraríamos en ambos lados los restos de los templos dedicados a distintas divinidades como la diosa Isis y Osiris, el dios Mitra etc. Todos cultos venidos desde Oriente y que en los primeros siglos después de Cristo se habían difundido mucho en Roma y en todo el Imperio. Así se presentaba por tanto vía de la Conciliazione a los ojos de los primeros cristianos que iban a rezar a la tumba de Pedro. En el “mercado religioso” de aquel tiempo convivían muchos cultos, todos legítimamente reconocidos, al igual que la religión que había llegado desde Palestina. ¿Por qué, entonces, en un determinado momento, «la religión de los secuaces de Cristo llamados cristianos» se convirtió en la principal y la más importante? ¿Por qué un hombre y una mujer del siglo I y II, fuertemente probados por «una época de crisis» (Dodds) como la suya, se adhirieron al cristianismo? A todas estas preguntas, Gustave Bardy responde afirmando que nos encontramos ante «uno de los mayores enigmas de la historia».
El valor imperecedero de este libro reside en el hecho de que el autor no procede desarrollando una tesis sino recogiendo testimonios. Es decir, parte siempre de la experiencia que nos han dejado los cristianos de los primeros siglos tanto en forma de documentos como en sus memorias escritas. Esto nos permite ensimismarnos con las raíces profundas del dinamismo de la fe que conquistó esos primeros siglos y que por ello puede ser una válida ayuda para la nueva evangelización que el papa Benedicto XVI pretende promover proclamando el Año de la fe.
Cualquier hombre, por su propia naturaleza, es religioso. En particular, el hombre de la antigüedad greco-romana veía la religión como una dimensión fundamental de su vida, estrechamente ligada también al ámbito social y político, y sin embargo incapaz de alcanzar lo divino que evocaba. Dios permanecía como un dios lejano, cuando no hostil y malvado. Por tanto la religio se reducía, en el mejor de los casos, a formalismo, a reclamar algunos valores, al fin y al cabo, abstractos. Es aquí en donde se insertan el anuncio y la experiencia cristiana. Bardy evidencia muy bien el hecho de que el cristianismo responde a las exigencias de verdad, libertad y plenitud de vida que albergan en el corazón del hombre y no lo hace mediante una planificación «para conquistar el mundo», sino de una manera muy sencilla: de persona a persona; de padre a hijo, de esclavo a amo, de mujer a marido, de amigo a amigo… Es la dinámica del testimonio, del espectáculo de la santidad.
El autor acompaña al lector para que haga la misma experiencia de los primeros cristianos: los testigos tocan el corazón de quienes les escuchan, y esto da inicio al recorrido de la fe. Hace falta ir al fondo del misterio que genera la postura humana del testigo, participando de la compañía humana nueva que nace de la fe. Una nota final: el último capítulo está dedicado a la apostasía. Como diciendo: en una época de crisis – espiritual además que moral, social y económica – como la antigua (y la nuestra), se puede también decir que no a Cristo. Porque nosotros somos hijos de un Dios que ha amado nuestra libertad más que nuestra salvación. Por ello es todavía más necesario conocer cómo surge la fe, para verificarla en la vida y no sólo en nuestras intenciones.
(Giuseppe Bolis)

Antonio Socci
El secreto del Padre Pío
La Esfera de los Libros
pp. 408 – 22,00 €

El libro reconstruye las etapas de una historia única que recorre el siglo XX, recoge las palabras de numerosos beneficiarios de milagros y convertidos, y, por encima de todo, revelaciones inéditas de los hijos espirituales del santo. Personas comunes que hoy viven silenciosamente entre nosotros, que experimentan la presencia misteriosa del padre y que con su ayuda se ofrecen ellas también como víctimas en beneficio de los numerosos sufrientes y del mundo entero para expiar las culpas de los hombres y proteger la Iglesia. Es a través de ellos que la labor de intercesión del padre Pío sigue obteniendo aún tantas gracias del Cielo y milagros desconocidos para todos.
Al narrar sus espléndidas y desconocidas vicisitudes humanas, Antonio Socci responde con lúcida pasión a esas preguntas que se agolpan en los corazones de cada uno de nosotros: ¿por qué nos somete la vida a tantos sufrimientos? ¿Qué sentido adquiere, para un Dios omnipotente, el dolor de los inocentes? ¿Cuál es el significado de nuestra existencia? Cuestiones que acompañan a todo ser humano y que hallan aquí una respuesta tan deslumbrante como sorprendente (hasta aquí la nota editorial).
La particularidad de este libro es que aborda la vida del santo de Pietrelcina al hilo de los acontecimientos que han marcado la historia y la mentalidad del siglo XX. Dios hace surgir la santidad con una intención precisa: para hablar a los hombres de su tiempo y socorrer a la Iglesia en un determinado trance de su paso por la historia. Con buena madera de investigador periodístico, Socci enlaza y documenta esta “iniciativa” del Misterio en nuestro tiempo, y la respuesta de uno de nosotros, que no somos nada pero, con la gracia de Dios, podemos amar.
Otro valor indudable del autor es que nos ayuda a comprender a este santo y a su experiencia mística con categorías humanas y eclesiales contemporáneas. De ahí las referencias continuas a las actas del proceso de canonización, a Juan Pablo II, Benedicto XVI y, entre otros, a don Giussani. Baste como botón de muestra un título de la IV Parte, que el autor dedica a «Mi generación»: ¿Un Dios sediento de sufrimiento humano o de amor?
A modo de síntesis extrema podemos decir que el libro no se centra en los dones extraordinarios que recibió este primer sacerdote estigmatizado, sino en el don que se le concedió de ser imago Christi en nuestro tiempo: «No nos percatamos lo suficiente de que, bajo el nombre de Padre Pío, se ocultaba “el más hermoso de entre los hijos de los hombres”, que en su inextinguible caridad, quiso caminar de nuevo en medio de sus redimidos» (Positio IV). La caridad como amor inseparable del cuerpo y del alma; el sacerdocio como alter Christus; la Confesión como experiencia de redención vinculada a la confianza filial en el Redentor; la realidad del “sacrificio vicario” y, sobre todo, el misterio sagrado de la Santa Misa, la oración y el ofrecimiento amoroso, mediante los cuales tomamos parte en el Drama que redime al mundo, son joyas que nos llegan en términos sencillos y clarísimos de la mano del santo sacerdote franciscano. Y de la “inteligencia sentiente” de un periodista cristiano.
(Carmen Giussani)

Alfred Sensier
Jean-François Millet. Vida y obra
Encuentro, Madrid 2011
pp. 447 – 30,00 €

Jean François Millet, pintor francés conocido por obras de inspiración campesina como el Angelus, nació en Gruchy, 1814, y murió en Barbizón, 1875. Su vida, su obra y su espíritu quedaron genialmente retratados para siempre en una obra que le dedicó su amigo Alfred Sensier y que ha pasado a la posteridad como «El Sensier». Van Gogh tuvo como referencia absoluta a Millet, y así lo afirma en sus cartas a su hermano Theo. Para el holandés Millet abrió el camino a nuevas y verdaderas formas de expresión cargadas de autenticidad, de fuerza y preñadas de la originalidad propia de la naturaleza. Millet fue un personaje humilde, campesino, cautivado por su tierra, sus raíces y su religión, poco interesado por los grandes movimientos políticos y sociales de su época, para quien lo principal era «lograr que lo trivial sirva para la expresión de lo sublime». El suyo es un testimonio de cómo la belleza salva de la ideología.
Montaigne, con su genio particular, dijo una vez que algunos «en lugar de hacer natural el arte, arteizan la naturaleza». «La decadencia empezó – asegura Millet – cuando se llegó a creer que el arte, a pesar de que se inspira en la naturaleza, era el bien supremo; se propuso al artista como modelo y objetivo, sin considerar que su mirada está puesta en lo infinito». Millet fue, y lo sigue siendo, la alternativa. ¿Por qué? Porque como dijo el propio Sensier, «el Sr. Millet ha sabido sacar de ese trozo de tierra, trivial como algo sin vida, el terrible grito de la naturaleza […] Es necesario saber mucho sobre la vida rural para que interese hasta ese punto ese trozo de arcilla labrada y llegar a expresar, mediante su configuración y sus contornos, la gran poesía del campo, la majestuosidad y el terror de los cielos, el modelado regular de los terrenos, la pobreza de la vegetación y la macilenta luz de los días malos». Sin duda Sensier se dejó aconsejar por su amigo y las palabras del pintor penetraron muy hondo en su alma, esas palabras que le decían: «mi querido Sensier, disfrute todo lo que pueda con las cosas de la naturaleza pues en ella reside lo sólido».
Se esfuerza en mostrar en cada uno de sus cuadros la Belleza que salva al hombre. Lo que nos pone en movimiento es una pasión por lo real que se manifiesta en la Belleza: «El artista tiene necesariamente que mirar a un objetivo que, en un sentido o en otro, debe tener una extensa significación. Sin ello, ¿cómo haría esfuerzos para llegar a un lugar que no sospecha? ¿Cómo correría un perro de caza tras una presa que no siente?». Porque «cuando no tiene para correr más razón que un espejismo, no puede hacerlo con mucho ímpetu, pues no está apasionado por nada». Su mirada es penetrante, como la de algunos santos, llegó a ver en lo más pequeño la inmensidad absoluta: «Hay quienes me dicen que niego los encantos del campo, y yo encuentro en él mucho más que encantos: esplendores infinitos. Al igual que ellos, veo las florecillas de las que Cristo decía: “os aseguro que ni Salomón, en toda su gloria, vistió nunca como una de ellas”».
«El Sensier» es un libro que merece la pena leer, porque es un verdadero libro de arte y, por esa razón, habla el lenguaje universal de la Belleza.
(Armando Zerolo)