IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.9, Octubre 2012

EDITORIAL

El don más preciado

Resulta siempre estimulante ponerse manos a la obra. Más aún cuando se trata de lo que es decisivo para la propia vida. Y la fe – el reconocimiento amoroso de la presencia de Cristo en las circunstancias que se nos presentan – es el hecho que decide sobre nuestra existencia en cada instante.
Benedicto XVI ha convocado este Año de la Fe, que acaba de empezar, para «redescubrir y volver a acoger este don valioso que es la fe, para conocer de manera más profunda las verdades que son la savia de nuestra vida, para conducir al hombre de hoy, a menudo distraído, a un renovado encuentro con Jesucristo “camino, vida y verdad”», como dijo recientemente a los obispos italianos. «Savia» porque sin ella la vida no circula, no puede discurrir y dar fruto; y entonces se pierde, se seca en los pliegues a menudo dramáticos de nuestra cotidianidad. Y «distracción» porque todo o casi todo conspira hoy para desviar nuestra mirada de esta Presencia real, de este encuentro contemporáneo.
Hace unos años don Giussani expresaba así su preocupación más apremiante: «Mostrar la pertinencia de la fe con las exigencias de la vida. Por mi formación me había persuadido profundamente de que una fe que no pudiera percibirse y encontrarse en la experiencia presente, que no pudiera verse confirmada por ella, que no pudiera ser útil para responder a sus exigencias, no podía ser una fe en condiciones de resistir en un mundo donde todo, todo, decía y dice lo opuesto».

La apertura del Año de la Fe nos ayuda a comprender también otro acontecimiento. Siguiendo el carisma de don Giussani tuvimos la oportunidad el pasado 7 de octubre de participar en la Apertura de curso (véase la Página Uno de este número) sobre “La vida como vocación”. Las circunstancias por las que Dios nos hace pasar – también las más dolorosas, oscuras o dramáticas – pueden ser reconocidas como lo que son, como la «voz de Dios», como una ocasión para madurar, para conocer mejor lo que somos y cuál es nuestra consistencia. Julián Carrón finalizaba su intervención con estas palabras de don Giussani: «“Mi fuerza y mi canto es el Señor”. Es la verdad de todo lo que existe, la verdad última de todo lo que encontramos. “Todo consiste en Él”. “Mi fuerza”, por tanto mi arma de batalla, y “mi canto”, es decir, mi dulzura que permanece en la batalla, que me sostiene en la batalla, tanto si dura una hora como cien días. De hecho, hay una batalla que dura toda la vida. ¡Que yo tenga presente a Jesús en todo lo que vivo! Esto es lo que nos promete nuestra amistad: una ayuda para incrementar esta memoria».

He aquí el camino que nos espera este año: descubrir lo que somos y a la vez descubrir quién es Cristo. Tenemos la oportunidad de ganar una conciencia que, al encontrar su fuerza en la fe, nos permita afrontar cualquier circunstancia sin miedo, como cuentan muchos testimonios recogidos en estas páginas. El camino de la fe es sencillo (no fácil, sino sencillo) porque se puede recorrer yendo detrás de otro: el Papa y la Iglesia, mediante los rostros que nos los acercan día a día. Es una promesa que hace vibrar este comienzo y cada paso de nuestro camino personal.