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Huellas N.8, Septiembre 2012

ESTADOS UNIDOS / Hacia?las?elecciones

Cuestión de libertad

Mattia Ferraresi

El próximo 6 de noviembre EEUU elige a su presidente. En la campaña electoral, entre crisis económica y política exterior, se ha abierto espacio un tema que uno no esperaría encontrar en el orden del día en un país así: ¿puede la Iglesia seguir siendo ella misma? El país más libre del mundo está poniendo en peligro un derecho fundamental. Y su misma identidad

Ya está. Una vez celebradas las convenciones, hemos llegado a la etapa final: el 6 de noviembre tendrán lugar las elecciones. EEUU elegirá a su presidente al término de una campaña electoral en la que, entre los muchos argumentos habituales por la competencia entre demócratas y republicanos (la economía, el trabajo, los temas sociales, algunos retazos de política exterior), hemos visto despuntar un debate inesperado sobre un argumento que no imaginarías ver discutido en un país así: la libertad religiosa. Factor decisivo en la historia de EEUU, que ha construido el andamiaje de su propia identidad sobre esta libertad, al igual que sobre la posibilidad de que cualquiera contribuya al bien común y sobre la relación equilibrada entre gobernantes y gobernados. No es casualidad que Benedicto XVI haya subrayado que la libertad religiosa es «la más querida de todas las libertades americanas», una afirmación que evoca la que hizo James Gibbons, segundo cardenal de EEUU, en 1887: «En la atmósfera de la libertad, la Iglesia florece como una rosa».

Hegemonía cultural. Pues bien, la carrera hacia la Casa Blanca nos dice justamente que estos fundamentos están amenazados por una hegemonía cultural que está modelando el rostro de la sociedad americana, hasta penetrar en el ámbito de las leyes y asomarse por detrás de una campaña dominada en apariencia exclusivamente por la crisis económica. Barak Obama, presidente saliente, y Mitt Romney, candidato republicano, se enfrentan desde hace meses con recetas para salir de la depresión, y se intercambian acusaciones envenenadas sobre cualquier detalle que pueda excitar el clima entre sus seguidores políticos. Pero si se mira con atención, lo que establece la diferencia entre dos visiones contrapuestas del mundo y de la sociedad es el tema de la libertad religiosa.
El tema estuvo presente en las primeras páginas de los diarios durante algún tiempo en la primavera pasada, empujado por la orden del Departamento de Salud de EEUU, que impone a cualquier institución (hospitales, escuelas, universidades…) incluir en su cobertura aseguradora de empleados o estudiantes, contraceptivos, las píldoras del día después o de la semana después, muy difundidas en la actualidad, y algunos fármacos que pueden provocar un aborto. Las instituciones religiosas no están excluidas de esta regla. En la práctica, el resultado es que las instituciones de carácter confesional estarán obligadas, desde el verano de 2013, a ofrecer a sus empleados y asegurados algunas prestaciones sanitarias que violan su concepción del hombre, negando de un solo golpe la libertar religiosa y la de conciencia. Obama ha defendido la decisión de su gobierno apelando a la «exención religiosa», expresión burocrática que esconde un concepto vacío: sólo están exentas de pagar por los contraceptivos aquellas instituciones en las que la mayoría de empleados se adhiera a la confesión de referencia. Las parroquias, por ejemplo, no están obligadas, pero las universidades católicas deben someterse a esta ley.
Resumiendo: en algunas reservas confesionales específicas, la libertad religiosa es un valor sagrado y sancionado por la Constitución; en el resto de EEUU, no. Así lo ha expresado la Comisión para la libertad religiosa instituida con este motivo por los obispos norteamericanos: «La libertad religiosa afecta a la posibilidad de ofrecer nuestra contribución al bien común».
Paul Marshall, analista del centro para la libertad religiosa del Hudson Institute, ve en este enfrentamiento un elemento decisivo: «Están tratando de reducir drásticamente el espacio de legitimidad de la experiencia religiosa», explica a Huellas: «De este modo, quieren acrecentar el poder del Gobierno sobre las actividades inspiradas por instituciones que no pueden controlar». Para Jim Nicholson, ex ministro para los veteranos y embajador americano ante la Santa Sede desde 2001 a 2005, la Administración Obama «está llevando a cabo un amplio programa de secularización de la sociedad, pero se ha equivocado al hacer los cálculos cuando ha decidido atacar explícitamente a la Iglesia católica, que en lugar de dividirse en corrientes distintas se ha unido en un frente común». Nicholson es uno de los animadores de los “Catholics for Romney”, el comité católico que sostiene la candidatura del aspirante republicano, aunque en una conversación con Huellas explica que «la clave fundamental para comprender el perfil de Romney no es el tema social o cultural. Romney es un directivo que se presenta a las elecciones con la promesa de ser un administrador eficiente. Pero atención: su visión del mundo se apoya en pilares mucho más sólidos que la mera capacidad de resolver problemas, y estoy seguro de que pronto sabrá atraerse al mundo católico que, no lo olvidemos, ya le había mostrado su aprecio durante las primarias republicanas, cuando optó por él en detrimento del católico Rick Santorum». Y el nombramiento de un diputado católico y liberal como Paul Ryan como candidato a vicepresidente es un primer paso en esta dirección.

Piedra angular. La batalla, también legal, que ha seguido al anuncio de esta orden del Departamento de Salud ha sido furibunda, con una Conferencia episcopal americana que ha desplegado una importante campaña contra la Administración, a la que se han adherido miles de personalidades del mundo católico y del mundo religioso en general. Ateos y agnósticos de toda extracción se han unido a la ofensiva empuñando la Constitución, un texto en donde la libertad religiosa está antes que la libertad de expresión y que la de prensa. En muchas ocasiones Timothy Dolan, presidente de la Conferencia episcopal americana, ha explicado que la decisión del Gobierno no va en contra únicamente de la experiencia religiosa, sino que es íntimamente “antiamericana”, porque perjudica la piedra angular sobre la que se ha edificado el país: la libertad religiosa. Personalidades muy lejanas de cualquier propuesta confesional por extracción y por sensibilidad han reconocido, en términos estrictamente laicos, que la negación de la libertad religiosa implica una violación de la libertad de todos los americanos.
Kyle Duncan es Consejero general del Becket Fund, instituto que defiende la libertad de expresión de las experiencias religiosas, «desde los anglicanos a los zoroastrianos», como explica la web de la Fundación, y representa legalmente a los más de cincuenta sujetos, católicos y no católicos, que han iniciado causas contra el Gobierno: «La experiencia en este campo me dice que la religión es un “ángulo muerto” para el poder. Al no tener instrumentos para controlarla, el Gobierno la confina al ámbito privado, llegando incluso a negar la legitimidad a instituciones de inspiración religiosa que ofrecen un servicio público. En este caso, la Administración se aprovecha de una interpretación literal del concepto de “institución religiosa” y cree que puede conseguirlo gracias a los sofismas del código legal. Soy optimista, y estoy seguro de que existen los elementos necesarios para vencer esta causa, pero al mismo tiempo estoy preocupado por la creciente tendencia a presentar la religión como un elemento que debe permanecer al margen de la vida pública. La repetición cada vez más subrepticia y obsesiva de este concepto tiende a generar una mentalidad». Duncan no se sustrae a una lectura electoral del desafío: «Si Romney ganara en noviembre, estoy seguro de que conseguirá derogar sin problemas la orden del Departamento de Salud, cosa que, por lo demás, ya ha prometido que hará».

Espacios de laicidad. Se mire por donde se mire, en esta disputa se pone de manifiesto la concepción del hombre y de la sociedad que subyace en los programas electorales; lo que asoma no es sólo una noción que afecta a los fieles, sino la definición de un “espacio de laicidad” en el que cualquier intento creativo esté en condiciones de contribuir al bien común. Basta con pensar en los hospitales o universidades católicas, que, a menos que se produzca una rectificación por parte del Gobierno, no podrán ofrecer sus servicios a no ser que negocien sobre principios que no son negociables. Una buena contradicción.
Edward Whelan, presidente del Ethics and Public Policy Center, explica a Huellas que la disposición del Departamento de Salud no es tan sólo un detalle legal que afecte a las minorías religiosas, sino una muestra de la idea de libertad promovida por el Gobierno: «La Administración Obama tiene muchas formas para llevar adelante su política a favor de la contracepción gratuita sin obligar a los fieles a violar sus convicciones. Pero la disposición del Departamento forma parte claramente de un proyecto más amplio de la Administración, un proyecto que muestra su hostilidad ideológica a la sólida concepción americana de la libertad religiosa». El pasado mes de julio John Garvey, rector de la Universidad Católica de América (ver box en la página siguiente; ndr), escribía un editorial en el Wall Street Journal junto a Philip Ryken, presidente del Wheaton College, una de las universidades evangélicas más importantes, para explicar el motivo que había llevado a ambas instituciones a denunciar al Gobierno. El artículo se cierra con un juicio sin reticencias: «Un Gobierno que no tiene en cuenta los llamamientos de sus instituciones religiosas debilita su apoyo a la virtud civil y pone en entredicho nuestro orden constitucional». Dicho de otro modo: al negar la libertad religiosa, EEUU se niega a sí mismo.

Disciplina de voto. En estos cuatro años el presidente Obama ha tenido que afrontar desafíos dramáticos, desde la retirada de las tropas de Irak y de Afganistán a la cada vez más delicada situación económica. Todos los aspectos sociales de su política se han condensado en torno a la reforma sanitaria, el llamado Obamacare. La ley que obliga a la dispensación de contraceptivos es parte integrante de la reforma sanitaria, y por eso sus adversarios políticos han prometido revocar la ley por vía parlamentaria si consiguen obtener la presidencia en noviembre.
Pero el gran desafío contenido en la visión antropológica promovida por el Gobierno abre el debate a preguntas ulteriores: ¿cuál es la tarea de los católicos en política? ¿Cómo puede la razón, iluminada por la fe, ofrecer su contribución al bien común cuando la afirmación de un paradigma cultural secularizado parece prevalecer de forma ineluctable?
Mary Ann Glendon, profesora en la escuela de Derecho de Harvard y ex embajadora estadounidense ante la Santa Sede, ha recordado en múltiples ocasiones que para los cristianos la dimensión política es una vocación, no una hegemonía cultural que contraponer a la hegemonía dominante. Y es una vocación ante todo laica – como ha dicho también el cardenal Dolan – que no ahorra los roces de la acción política cotidiana.
Todo esto lo conoce muy bien Bart Stupak, el diputado demócrata católico de Michigan, que en 2010, cuando el Congreso votó la Obamacare, decidió violar la disciplina de voto de su partido mientras el Gobierno no diera garantías en cuanto a la libertad religiosa. El Presidente prometió que la salvaguardaría (para después retractarse de todo por medio del Departamento de Salud), y el diputado dio su voto decisivo a favor. Stupak fue atacado por la izquierda, por no haber sido suficientemente fiel al partido, y por la derecha, por no haberlo traicionado del todo. La presión era tal que se vio obligado a dimitir. De esto saben algo los políticos católicos que se han opuesto a las leyes de la Administración con argumentos que son del interés de todos los estadounidenses, y ahora ven sus preocupaciones sepultadas bajo toneladas de material de campaña electoral.


La entrevista / John Garvey

«¿LAS ARMAS DE LOS CATÓLICOS?
RAZÓN Y TESTIMONIO»

Es necesario «entrar en el debate, sin miedo». Y «tocar los corazones con el ejemplo. De este modo las leyes vendrán detrás». Palabra del Presidente de la Universidad Católica de EEUU

«Los compromisos morales de una cultura están reflejados en las leyes, no determinados por las leyes. Si queremos buenas leyes, debemos construir una buena cultura: como católicos, nuestra misión consiste ante todo en cambiar los corazones a través del testimonio, la explicación y el ejemplo. Con el tiempo, si hacemos bien las cosas, las leyes vendrán detrás». John Garvey, presidente de la Catholic University of America, dialoga con Huellas sobre las implicaciones de la ley sobre los contraceptivos, e identifica en el intento de privatizar y marginar la fe el aspecto más peligroso de la cultura cuyo intérprete más celoso es la Administración Obama: «Los fieles están obligados a decidir qué aspectos de la propia fe seguir y qué aspectos abandonar. Si la Iglesia quiere dar de comer a los hambrientos no cristianos, visitar a los presos no cristianos, curar a los enfermos no cristianos, antes tendrá que controlar la fe que profesan. O bien violar sus propios principios. La orden del Departamento de Salud ambiciona redefinir la religión en América. Y esto implica que la religión está limitada a lo que se hace en la iglesia los domingos».
Para Garvey, el debate sobre la libertad religiosa, que tiene un papel fundamental – a pesar de los intentos de acallarlo – en las elecciones del próximo 6 de noviembre, es una ocasión para replantearse la relación entre los católicos y la política. Sobre todo después de que el presidente de la Conferencia episcopal americana, el cardenal Timothy Dolan, subrayara con vigor que «estamos llamados a ser muy activos, a estar informados e implicados en la política». «Ante todo, nosotros los cristianos debemos afrontar este debate sin retirarnos a las iglesias y sin abandonar el espacio público», explica Garvey: «Tenemos que ser la sal de la tierra y la luz del mundo, y para hacerlo tenemos que estar implicados en el mundo activamente. Además, tenemos que renovar nuestro compromiso y el testimonio para volver a acercar a la gente a la Iglesia. Ningún fiel duda del valor de la libertad religiosa. Pero en una sociedad en la que las iglesias están vacías, resulta más complicado mostrar nuestras razones».
En definitiva, Garvey invita por un lado a los cristianos a responder punto por punto a las provocaciones de la realidad, hasta el punto de emprender una «batalla con los políticos» que obstaculicen la legitimidad de la presencia de la Iglesia en el debate público con leyes creadas ex profeso; por otro lado, el teólogo y jurista nacido en Pennsylvania explica que la Iglesia vuelve a florecer en el terreno de la experiencia personal, e insiste en la dimensión educativa, citando a don Giussani: «Su visión juega un papel importante en nuestra forma de mirar la educación en la Catholic University of America. En primer lugar, porque la fe tiene que ver con cualquier aspecto de la vida, desde la música o la arquitectura hasta el análisis de nuestro sistema legal. Y puesto que la fe es parte integrante de todo lo que hacemos, nuestra misión no consiste únicamente en transmitir informaciones. No nos interesa sólo lo que nuestros estudiantes aprenden, sino qué tipo de personas llegan a ser. Queremos que vivan vidas que aspiren a la santidad, que recen, que crezcan en la virtud. Al mismo tiempo, deseamos que entren en el corazón del debate público, que no se sustraigan al diálogo con la cultura secularizada. Por usar las palabras de Giussani, nuestra tarea es introducir a los estudiantes en la “totalidad de la realidad”. Incluida la política.
(M.F.)