IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.8, Septiembre 2012

PRIMER PLANO / La naturaleza del hombre

La alegría que no se evapora

Alessandra Stoppa

Eran cuatro mil. Y han sido el alma del evento. No sólo porque sin ellos no existiría, sino porque cada uno de ellos, a su manera, «es» el Meeting que acontece. por ejemplo, ante las agujas del Duomo, Maddalena…

Exposiciones vivas. No porque en el Meeting estén cada vez mejor preparadas, utilizando vídeos, interacciones y tecnologías. No, vivas: porque estas muestras viven en quien las explica. Lo comprendes cuando ves ciertos guías que explican la muestra a los visitantes durante seis horas o más al día, todos los días, y que no se contentan con contar “cosas bonitas” sino que hacen experiencia. Por eso es posible que una chica de veinte años no tenga miedo de su futuro – el suyo, no el de su generación – gracias a lo que le sucede cuando explica la exposición organizada por la Fundación para la Subsidiariedad, una de las más visitadas: “El instante imprevisible. Jóvenes por el crecimiento”.
Los datos y las entrevistas nos hablan de la crisis económica y de las “anomalías” que dicen lo contrario, es decir, la iniciativa de personas deseosas, profesores, estudiantes, empresarios, que abarca desde el mundo educativo hasta el mundo del trabajo. Chiara guía a los grupos, les explica los números, introduce las historias, pero en el fondo, ella también tiene la pregunta que la exposición plantea de fondo. «La realidad, ¿es de verdad positiva? Cada día empiezo mi turno para poder comprobarlo». Y lo hace hablando de sí misma mientras explica. La pasión por el árabe que surgió al fijarse en una separata («vi esa escritura tan distinta de la nuestra, y me fascinó»), la decisión de empezar las clases con una profesora, y después los meses pasados en El Cairo. ¿Y ahora? «Ahora no sé lo que pasará. Tengo esta pasión y quiero descubrir por qué la tengo. La exposición me recuerda que la realidad responde a mis preguntas sólo si las planteo». Se para un segundo: «¡Está claro que no va a ser fácil! Pero ya no tengo miedo».
Chiara y los demás reflejan una seguridad cuando hablan de sí mismos que impresiona ver en un joven de hoy en día. Tiene 23 años, y Arianna menos todavía, 19. Está en primero de Magisterio. «Cuando veo a gente en una situación precaria, me pregunto: ¿cómo lo aguantan? ¿Y los que han perdido el trabajo? Respiran porque son personas. Libres. Con la certeza de que la realidad es positiva, siempre, no sólo a veces…». ¿Y tú? «Mi novio murió hace nueve meses. Explicar la exposición reabre en mí la herida. Y yo estoy agradecida por ello», sonríe, llorando: «Me devuelve la necesidad de tomar en serio mi humanidad y de seguir el camino cristiano que me hace libre. Libre de verdad, incluso de volver a enamorarme».

No es un eslogan. Una exposición sobre la crisis “habla” a una chica sobre el dolor más íntimo que tiene. Por eso, este “instante imprevisible” no es un eslogan, sino cada instante. «Puedo volver a ser leal con mi deseo en cada momento», dice Marco, en segundo de Economía. Cuando ciertos visitantes entran con una expresión dura en el rostro, «me siento insegura y pienso: ¿les digo todo? ¿Todo?», cuenta Beatrice. «Al final se lo digo, porque lo necesito, yo la primera, para no perderme nada. Y al final algunas personas te dan las gracias, porque también lo necesitaban».
Dejan que la exposición suceda en ellos. Tomemos como ejemplo la exposición sobre el Duomo de Milán: “Ad Usum Fabricae”, en otro pabellón, muy visitada. Cuenta cómo el registro de las donaciones fiscales que han construido a lo largo de los siglos la Catedral de Milán remite a historias de hombres y mujeres, gente humilde, que lo ha dado todo. Maddalena, a punto de licenciarse en Arte Medieval después de licenciarse en Economía, la explica desde hace una semana, ocho o nueve veces al día, repitiendo siempre las mismas cosas. Antes de cada turno, pánico: «No es una forma de hablar. Cuando tengo que explicar la exposición me pongo nerviosa. Llego al final de la explicación sólo porque durante ella se ha dado una relación». En la segunda “sala” cuenta la historia de Alessio, uno de los donantes, que no quiso que se representaran en la inscripción del altar de la Virgen las gestas y los escudos de su linaje, como era habitual, sino los hechos de su vida, porque la Misericordia de Dios se manifiesta mediante los hechos: «Durante este último año he descubierto que no tengo que añadir a Cristo a lo que sucede. Él actúa, sólo tengo que aprender a mirar la vida a cada instante». Marta es otra donante, una prostituta que fue tratada como una santa, porque un gesto de caridad redime una vida entera: «Ella me sorprende todos los días. Porque es verdad: cuanto más me equivoco, mayor es la iniciativa que toma conmigo el Misterio. Cuanto más me desilusiono y decepciono a los demás, más veo que Dios vuelve a empezar desde el principio. Me estoy conociendo a mí misma, y esto es lo más valioso de la exposición».

Rescatada por una cara. A veces se encuentra delante de gente que entra con la BlackBerry en la mano y no la suelta un segundo. «Es estupendo. Ves la libertad en acto. Una persona que llega preocupada por lo que tiene que hacer después, pero que al final da las gracias y pregunta. ¿Qué es lo que le ha conmovido? ¿El Duomo? Cuando alguien se muestra atraído al final por la frase de Saint-Exupéry que cierra la exposición, me conmuevo, porque digo: Señor, Tú has vuelto a conquistarlo. A mí me pasa lo mismo: en cuanto doy algo por descontado, soy rescatada, incluso gracias a una cara en medio de las demás que cambia cuando me escucha».
Sólo al final del turno, cuando ves a estos chicos que han dado todas sus energías y la voz que les quedaba, te acuerdas de que lo hacen gratis. Pero en ellos no hay síntomas de agotamiento, dicen que sólo reciben. «La gratuidad nace como expresión de una relación», dijo Emilia Guarnieri el primer día en el encuentro con los voluntarios: «Mirad todo vuestro deseo, así la alegría no se evaporará».