IMPRIME [-] CERRAR [x]

Huellas N.6, Junio 2012

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

LA COMPAÑÍA DE ANNA, COMPAÑÍA DE JESÚS
Querido Julián: después de licenciarme en fisioterapia en la universidad empecé a trabajar como becaria en el hospital. Yo, que habría preferido trabajar con deportistas y jóvenes, me encontré en el lugar más crítico: terapia cardíaca intensiva. Al principio fue un agobio, esperando que las horas allí dentro terminaran pronto, con la atención puesta únicamente en no hacer demasiado daño y pasar lo más desapercibida posible a causa de mi incapacidad técnica. Pero luego, empezó a entrar en mí una frase que había escuchado en la Escuela de comunidad: «La tarea que tienes que hacer no es posible si no tienes el deseo de que algo acontezca ahora». La hipótesis de un “ahora” como una posibilidad para mí empieza a hacerse, además de exigencia, pregunta, con un paciente detrás de otro, sin abandonar el agobio en las cuestiones “prácticas” pero permitiéndome darme cuenta de que estoy yo dentro de esas horas y dentro de esas relaciones fugaces, estoy allí como pura petición de que Él pueda volver a acontecer allí. Una noche me avisan de que en mi hospital está Anna, Memor Domini de Varigotti. Es un caso sin esperanza, está en coma, sólo se pueden acercar los cirujanos. A la hora de las visitas entran Ernesto y Caterina. «Me llamo Verónica», les digo: «Sólo quería deciros que yo estoy aquí todas las mañanas». Entonces, Ernesto me dice: «Pues dale una caricia de nuestra parte cuando no estemos». El primer día no me atrevo a acercarme, sin embargo, con el paso del tiempo no puedo dejar de hacerlo. La acaricio y me presento, le digo que tiene la imagen de Giussani a su lado. La situación evoluciona lenta con algunas mejoras y muchas complicaciones. Unos días después vuelvo a ver a Ernesto en la puerta, esperando para poder entrar, y le digo: «Ya verás, ahora te dejan entrar». Me contesta: «Si me dicen que su corazón ha vuelto a latir, me quedo esperando hasta la noche». Era una semana en la que yo tenía una gran pregunta sobre el valor y la exaltación de la afectividad. Cristo no da explicaciones, sino que te muestra de qué va la cosa. Verdaderamente, sólo Él puede exaltar una relación que “parece muerta”. Los anestesistas me piden ir a intentar las curas con ella. De repente, sale mi presunción: va a salir del coma, yo la voy a despertar. Sin embargo, pronto, la imposición del Misterio supera mi medida. Delante de ella, sólo puedo reconocer, conmovida, una evidencia: si ahora ella es esta relación con Dios, yo sólo puedo entrar de puntillas. Había vuelto a decirle “Tú”, estaba delante de Él que volvía a acontecer, ahora, en Anna, de manera absolutamente misteriosa. Anna, verdaderamente, ha llevado la cruz de la Cuaresma. Hubo días en los que me vencía la desesperación: ¿qué sentido tiene? La única razón que me devolvía a la realidad era una frase que dijo un chico, delante de su padre que se moría, en una Escuela de comunidad: «Nadie puede donar a este hombre un minuto de vida, a no ser que Otro lo quiera». Medicina o no medicina, era evidente que Él llenaba cada instante de su vida y yo sólo podía quedarme a mirar este milagro. El 11 de abril, al entrar en la sala, lo percibí claramente. Le quedaba poco. La saludé antes de que llegasen Ernesto y Caterina. Tenía miedo y ganas de llorar: la acaricié, le dije gracias por su compañía y le confié nuestra conversión y nuestra vocación. Luego rezamos el Regina Coeli. El médico no entendía por qué lloraba yo, es verdad que no era el primer paciente que moría, sin embargo esa relación con Anna había significado para mí una inmersión en la realidad, aquella de la que, hace unos días, quería huir, de la presencia de Cristo, de su volver a acontecer y de la posibilidad de reconocerlo. Verdaderamente, Cristo no utiliza explicaciones sino que vuelve a acontecer.
Verónica

A PROPÓSITO DE FAMILIA
Se acerca el final de una etapa. Han sido tres meses los que he pasado en Zaragoza. Cuando llegué, no conocía prácticamente a nadie. Sólo al profesor con el que he estado trabajando, y no mucho. Hoy me atrevería a decir que tengo una familia en Zaragoza. Durante estos tres meses he convivido con una familia, un matrimonio joven con una niña pequeña. Hace unos días me refería a ellos como “autoridad”, porque han sido para mí testigos de la presencia de Cristo vivo entre nosotros. Al escucharme hablar de ellos como “autoridad”, mis testigos, añado hoy, mis maestros, probablemente piensen: «¿Cómo va a ser así? Si nosotros...». Hoy venía en el autobús leyendo que a un maestro no se le elige, se le reconoce. Pues ahora voy a hablarles a ellos, abiertamente, dado que mantengo su “anonimato”: «Yo no os he elegido, os he reconocido». No miento si hablo de vosotros como maestros en estos tres meses. Vosotros sabéis lo que hemos vivido juntos y no me podéis objetar nada si os digo que habéis estado a mi lado, me habéis guiado, me habéis acompañado. Nunca olvidaré cómo, cuando ya no sabíais que hacer, hacíais lo mejor… Sí, lo mejor. No olvidaré cómo os pusisteis a rezar al lado de mi cama cuando parecía que ya no se podía hacer nada más, nada más que dejar pasar el tiempo o quién sabe qué. Los que estéis leyendo esto estaréis pensando: «¿De qué está hablando?». Hablo de una enfermedad que arrastro desde hace años, pero no me voy a dedicar a explicar nada por aquí. Menciono estos momentos porque han sido puntos de encuentro y de partida en nuestra convivencia. El testimonio que he tenido delante de mis ojos en estos meses, siendo el mismo, me habría podido pasar “desapercibido” sin los momentos más duros. En la película Tierras de penumbra escuchamos algo así como que el dolor es el altavoz que utiliza el Señor para despertarnos en un mundo de sordos. Yo confieso mi sordera y confieso que ha sido en el dolor donde he despertado y he reconocido la presencia viva de Cristo en los que Él ha puesto a mi lado, que ahora se convierte en memoria. No quiero extenderme más. No hay palabras para agradecer lo que el Señor, por medio de estas personas y de otros amigos, ha hecho por mí en este tiempo. Por tanto, no habiendo palabras, me remito al silencio. El silencio es también un gran maestro, hago silencio en mi corazón para escuchar al Señor y para darle gracias por estas personas, mi familia zaragozana, y por todos los amigos que aquí he encontrado. Simplemente gracias y hasta siempre.
Carta firmada

LA PRIMERA COMUNIÓN DE INÉS
Nuestra hija mayor recibirá la Primera Comunión el próximo sábado. Así que escribí a mis amigos sobre todo para que pidieran por ella, pues estos días de los preparativos están siendo la ocasión de pararse a mirar a Inés y ver que empieza a caminar por su cuenta, en primera persona. Hasta ahora iba donde nosotros la llevábamos, ahora se hace más evidente eso que decía tanto don Gius: «Ya se empieza a alejarse». En el sentido de que ahora cada vez que la miro surge con mucha más naturalidad, con mucho más temor y temblor, la pregunta: ¿qué va a ser de ella?, ¿qué camino hará?, ¿Te reconocerá, Señor? En fin, que en medio del ajetreo de los últimos flecos de los preparativos, se introduce el vértigo de su libertad, como si Inés empezara a ser menos “nuestra” y más Suya, y por lo tanto más libre, pues el Señor da mucha más libertad de lo que a unos padres, a veces, les gustaría.
Carta firmada

UN CAMINO PARA TODOS
Querido Julián: Trabajo en una sociedad cooperativa de investigación agraria, fundada hace 29 años por un grupo de amigos que, después de haber compartido la experiencia del CLU, querían trabajar juntos. A lo largo de los años, casi todos los socios se fueron, dejando la sociedad. Así que llegó otra gente. El año pasado, una multinacional propuso comprar el sector donde trabajo: fue una gran tentación, porque en estos tiempos de crisis nos pareció a muchos que era una buena oportunidad. Hubo muchas discusiones, teníamos diferentes ideas, y yo temía que esta oferta pudiese dividirnos y echar en saco roto el motivo por el que habíamos creado esta sociedad. Al final decidimos no vender: era lo que yo deseaba, pero la mayoría de mis compañeros de trabajo se fue. Me entró un gran agobio porque había que formar los nuevos socios, había que respetar los compromisos adquiridos… y en estos tiempos de crisis para quedarse en el mercado hay que luchar a brazo partido. Sin embargo, el ambiente que se iba creando me sorprendió por la seriedad de los que se quedaron, por su empeño y por la confianza que demostraron los nuevos socios: una historia capaz de juntar diferentes generaciones (yo tengo 54 años, los otros tienen entre 15 y 25 años menos que yo). El fruto inesperado es un ambiente humano donde el trabajo no es una maldición, sino la construcción de algo grande. Y esto es un espectáculo para todos, en la medida en que cada cual contribuye a crear este ambiente. Mirando atrás estos meses, puedo decir que todo lo que ha pasado no es una casualidad: lo que nos está pasando ahora brota de una historia que ha hecho mi vida algo cada vez más interesante. La semana pasada organizamos un evento de trabajo y uno de los nuevos socios me dijo que se encontraba muy a gusto en la empresa, aunque estuviera lejos de la experiencia cristiana, porque, decía, no somos “confesionales’”. Es cierto que nuestra historia es un camino para todos.
Mariarosa

TIEMPOS DE CRISIS: ¿A QUIÉN PERTENEZCO?
El contrato de mi marido termina este mes, sin posibilidad de renovación. Mis ingresos son esporádicos. A él le queda un mes de paro, y después tendremos que vivir de los ahorros hasta que encuentre otro trabajo, lo cual en su campo laboral está difícil. Así que está justificado que le dijéramos a la señora que viene a ayudar en casa que a partir del mes que viene no viniera. Porque la crisis es así, una carambola que va haciendo caer a uno detrás de otro. Yo estaba intranquila, pobre mujer, pero esto es lo que hay. Hace dos días llegó la mujer a casa con cara triste y le pregunté qué ocurría. La otra señora para la que trabaja le había dicho que en verano no la necesitaba, que no fuese. Así que esta mujer de un día para otro va a quedarse sin 500 € al mes. Y ella y su familia tienen que seguir comiendo, vistiendo y pagando el alquiler. Me quedé muy intranquila, hablé con mi marido y decidimos pedirle que siguiera trabajando para nosotros. Ahora miro atrás para hacer un juicio de por qué he tomado esta decisión que me llena de vértigo. Y veo que la he tomado primero, porque yo no pertenezco a la crisis sino a Aquel que me hace, y porque pertenecerle genera en mí este corazón grande que necesita ayudar a quien tengo a mi lado. Seguirle significa identificarme con sus valores. Y segundo, porque mirando a los rostros de los santos se me regala la confianza (¡aún tímida, espero que aumente!) en Su providencia creativa y sorprendente. Pido a San Giuseppe Moscati que sostenga a nuestra familia y a todas las demás en esta confianza de que el Señor es Señor de todas las cosas. También en tiempos de crisis.
Kika, Madrid (España)

LOS TALENTOS VALEN MÁS QUE EL MEJOR PRECIO
Hoy, como en tantas ocasiones, tuve dificultades en el trabajo. Soy agente comercial en una importante empresa de productos para hornos, pastelerías y heladerías. Me explico mejor: en un momento crítico como este, hay muchas pequeñas realidades que venden cosas a precios muy bajos con los que no nos podemos enfrentar si queremos ganar algo. Además ha aumentado mucho el número de clientes que no consiguen pagar todos los productos. Todos preguntan el precio de las cosas y se quejan por los pagos. Por otro lado, la empresa para la que trabajo exige el pronto pago y no permite aplicar a los productos descuentos muy elevados. En esta situación, me empieza a dar miedo facturar menos y perder dinero. A todo esto se añade la actitud de los clientes, que están muy nerviosos; en consecuencia, cada pelea es una amenaza. Inmerso en esta situación, creía que la solución era no cometer errores, ofrecer los productos al precio más bajo y dejar a los clientes más tiempo para pagar. Pero en ese momento me pregunté: ¿qué soy capaz de hacer yo? Y sobre todo, ¿cuál es el sentido de todo lo que hago? ¿De verdad todo depende de mí? Este cambio llegó cuando empecé a leer el papelito de la última Escuela de Comunidad que llevaba en el bolsillo y que decía: «¿Qué es lo que más aprecias?». Yo, personalmente, a Cristo que me hace en cada instante. Así pues, le ofrecí a Él todas mis dudas y su respuesta fue una claridad mental que nunca había tenido antes. Yo soy agente comercial y mi valor se ve en los momentos más difíciles, ¿si tuviera los mejores precios y un servicio perfecto por parte de la empresa, qué valor tendría? Ninguno. Todos serían capaces de vender así. Entonces mi valor está en el hecho de que den fruto los talentos que el Señor me ha donado. Establecer una relación de confianza con el cliente, aconsejarle sobre los nuevos productos para que su actividad crezca, proponer ideas, recetas y dar soporte moral y humano. Todo esto supera siempre el discurso del precio de las cosas. Y es allí donde puedo ganarlo todo. En estos valores empieza el sentido de mi trabajo, mi empresa me paga por esto. He vuelto a encontrarme a mí mismo en el trabajo gracias al camino del movimiento. Estar delante de la realidad te obliga a no disimular, a entenderte mejor, y por eso te “saca” esa humanida, lo que “hace” Cristo.
Simone, Reggio Emilia (Italia)

EL CURRICULUM DE PATRICIA
Visitando la exposición “150 años de subsidiariedad en Italia” te entran ganas de emprender, de arriesgar y construir. En todo su recorrido se afirma que lo que yo puedo hacer, lo que me gustaría construir, este “valor añadido” que es la persona, viene antes que el Estado. Lo comprobamos en nuestra vida diaria: en el impacto con la realidad brota el deseo de responder en primera persona, de ser protagonistas. Hace tres años, mi marido, Mauricio, tuvo que cerrar su empresa. La crisis parece sobrevolar sobre nuestras cabezas; no la hemos provocado nosotros, nadie se la esperaba antes, pero pesa sobre nuestras vidas y no podemos detener su curso. La crisis afecta a mi marido, a su empresa, a mi familia, me afecta a mí de lleno. Veía a Mauricio preocupado pero nunca angustiado, lo veía dolorido pero nunca contrariado, silencioso, callado pero siempre presente, con los hijos y con los amigos. Entonces se me ocurrió poner en el corcho del Conservatorio de Pesaro, la ciudad en la que vivimos, una nota en la que ofrecía una habitación de mi casa en alquiler para un estudiante. Enseguida se presentó una chica que nos alquiló la habitación y se quedó con nosotros durante siete meses. Luego pensé que, después de veinticinco años en los que no he tocado un pincel, podía volver a pintar y vender mis cuadros. Organicé una exposición en mi ciudad y los vendí todos con la ayuda de los amigos. Ante las dificultades estoy yo. Es totalmente inútil llorar por lo mal que está la situación o perder el tiempo buscando los culpables de la crisis. La clave es arrancar de nuevo, crear. Pongo otro ejemplo que se refiere a mi hija Leticia, que es síndrome Down. Lo normal es que, cuando estos chicos con dificultades acaban la enseñanza obligatoria, se les apunte a un curso de formación profesional porque “lo importante es que se socialicen”. Me pregunté: ¿de verdad es esto lo que necesita mi hija? No veo que ella haya tenido nunca ningún problema de sociabilidad. La observé e imaginé que escribiría en su curriculum: «¡Mira, cuántas cosas sabe hacer! Poner la mesa, recogerla, abrir y cerrar con llave las puertas, subir en ascensor, reconocer las horas, hacer la compra, etcétera». Entonces pensé que podíamos intentar encontrarle un trabajo en una guardería donde podría echar una mano a las profesoras y a los niños. Y así ha sido. La “Nueva Escuela”, que es la misma donde ella estudió, la ha contratado con un contrato a tiempo parcial. Entonces, ¿de dónde se vuelve a partir? La exposición proclama: Cristo ha puesto su morada entre nosotros. Es la misma respuesta que da el staretz Juan, que me encantaría hacer cada vez más mía: «Para nosotros, lo más querido del cristianismo es Cristo. Él mismo y todo lo que proviene de Él».
Ester, Pesaro (Italia)

EL ACTO MÁS IMPORTANTE DE LA FERIA DEL MUEBLE: LA MISA
Querido Julián: Trabajo en la Federlegno Arredo (Federación italiana de las empresas de muebles de madera) y el 22 de abril se clausuró el 51ª Salón Internacional del Mueble. Ha sido un éxito rotundo. Las empresas italianas para las que trabajamos han aprovechado a tope la ocasión en estos tiempos de crisis, y sus esfuerzos se vieron recompensados con la afluencia de muchos compradores extranjeros. Fue un signo se esperanza y confianza muy bueno. Por segundo año consecutivo se celebró la Santa Misa en la Feria el domingo por la mañana, en recuerdo de los empresarios y los trabajadores fallecidos en estos últimos años. Participaron alrededor de quinientas personas y casi todas se acercaron a comulgar. Celebró el padre Tullio, capellán del Instituto dei Tumori de Milán. Yo no le conocía de antes, pero me habían hablado de él los monjes de La Cascinazza. Al empezar la celebración, dirigió un saludo a todos los presentes diciendo que era preciso ser valientes para realizar un acto religioso en ese contexto. Al finalizar la misa, subió al estrado el presidente de la Feria del Salón del Mueble diciendo que la feria se estaba cerrando con gran éxito, pero que el mayor éxito era el acto que acabábamos de realizar juntos. Luego se dirigió al padre Tullio para darle un abrazo. P. Tullio me llamó luego para preguntarme si yo podía contarles a los enfermos lo que había comentado el presidente de la Feria, diciéndome: «Mira, para mí, que soy sacerdote, esta es una gran alegría, porque todos estos son signos de la Resurrección de Cristo y yo necesito ver que acontecen ahora». Me doy cuenta de que el trabajo que nos invitas a hacer, además de infundirme ese valor que el padre Tullio ha reconocido, agudiza mi inteligencia a la hora de hacer mi trabajo de manera constructiva.
Giovanni, Barrucana de Seveso (Italia)

MI PRIMER AÑO EN EL CLU
Me despierto en el piso, demasiado silencio, pocos amigos a mí alrededor: la vuelta de las vacaciones de estudio en Carnia es traumática. Me gustaría seguir allí para bromear con los amigos, rezar los Laudes ante las montañas, cantar y comer juntos, compartirlo todo, también el estudio. Estando juntos todo se hace más llevadero, incluso bello. Y pienso en que hace un año yo no conocía nada de esto y creía que los amigos son aquellos con los que pasas un rato después de estudiar. Luego, una noche, encontré algunas personas que me dijeron: «Somos amigos que estudian juntos toda la semana en la Universidad. Y cuando cierra la Universidad… bueno, buscamos otro lugar». El Señor es increíble y ha sido con esta convivencia preciosa como he celebrado mi primer “aniversario” en el CLU. Sé que necesito que este encuentro vuelva a suceder siempre, también en la vida cotidiana en el piso. Y sé que con estos amigos es posible, no porque les siga a ellos, sino porque sigo a lo que ellos siguen: Jesucristo.
Mariagrazia

Universidad
CUANDO LAS COSAS SE VUELVEN NUEVAS
Querido Julián: En febrero tuve la oportunidad de asistir a la Asamblea de Responsables de América Latina y tuve de nuevo la gracia de encontrarme con muchos amigos, pero en especial, durante una cena, me encontré con un nuevo amigo: tú. Cuando nos pediste a los chicos del CLU que hablásemos sobre nuestras experiencias en la universidad yo te comenté que me era muy difícil proponer el movimiento en mi ambiente, porque lo sentía hostil y contrario, con los compañeros y profesores muchas veces terminaba enojado, harto y cansado. Pero llegó tu provocación: proponer una presencia nueva, una humanidad nueva, no un discurso o activismo. Y aproveché la visita del Papa a México para tomarme en serio tu desafío. Organizamos un gesto público en mi facultad sobre este gran acontecimiento e invitamos a toda la comunidad, que al inicio del gesto escuchaba en silencio el primer movimiento de “La Trucha” de Schubert. Al frente del auditorio estaba yo bien acompañado. Estaba yo allí con lo mío, me sentía allí arriba profundamente abrazado y querido, y pude dar así razones de por qué era importante la visita del Papa a nuestro país. Pude ser libre. Aunque ahora soy públicamente “el católico” de la facultad me siento muy feliz y siento que a la luz de la nueva Escuela de comunidad estoy empezando a hacer un camino. Me he dado cuenta de que Cristo acontece, siempre está allí para rescatarme de lo poco que soy y de mi distracción, no me hace falta más que reconocerle. Y ahora cada vez que estoy junto con los amigos soy más consciente de lo que tengo delante de mí, unas personas que no hice nada por conocer, que llegaron a mi vida y me enseñan a vivirla de verdad. Como nunca antes me lo habría imaginado que se podía vivir. Toda la compañía y cada segundo, cada plática, cada cuidado aunque sea un plato barato de pasta es signo de algo que acontece entre nosotros y que es para mí: Cristo. Las cosas de pronto se vuelven nuevas y estoy más atento a lo que ocurre delante de mis ojos, a quienes tengo delante. Y en verdad todo se vuelve un milagro, que un chico sencillo y normal de una ciudad pequeña del norte de México, por seguir quizá torpemente su corazón deseoso de vida haya llegado a la Ciudad de México a estudiar y se haya encontrado con toda esta historia es verdaderamente un milagro. Y no hice nada para tenerlo, sólo seguir a ese corazón que me trajo hasta acá. Aunque sólo te he saludado en persona dos veces debo decir que eres ya mi amigo, porque me has mirado como me miran mis amigos de aquí. Cristo acontece, y ya no tengo que buscarlo fuera, en mis ideas o en mi filosofía. Admito que para mí todo esto ha sido un camino, y a veces duro, pero así, simplemente acontece.
Javier, Ciudad de México

Ante el dolor
DESDE QUE TE CONOZCO TENGO UNA ESPERANZA NUEVA
Querido Julián: Ha muerto un alumno del instituto, Giacomo, que había empezado, hace un par de meses, a estar con los Bachilleres. De repente sentí un dolor enorme y me sorprendí por cómo este dolor ha vuelto a abrir la herida que tengo desde hace unos años por la enfermedad de mi hijo. Al día siguiente fuimos a ver a los padres del chico y ellos se conmovieron al vernos. Su padre nos dijo que, después de tantos años que no iba a misa, había vuelto a considerar la fe que le habían transmitido sus padres y la Escuela de comunidad, a la que Giacomo había empezado a ir, y que también de su muerte podía quizás nacer algo bueno. Esto me llamó mucho la atención y lo que pasó ha cambiado mi posición delante de todo y me ha permitido mirar la realidad más allá de la apariencia. Puedo mirar a mi hijo, no como algo enfermo, sino como un misterio llamado a un destino de felicidad, y puedo mirar a todos así: a mí misma, a mi marido, a mis alumnos, a las madres y padres que encuentro… Sola, no soy capaz de estar delante de la enfermedad de mi hijo, ni de mi propio dolor, ni del dolor de los otros, pero lo que me ha pasado me ha permitido estar delante de todo porque, o Cristo está presente de verdad y es todo lo que el corazón desea, o sería imposible para un hombre que acaba de perder a su hijo decir estas cosas y reconocer la excepcionalidad de esta presencia. Ese mismo día llamé a una madre que había conocido hace una semana y que tiene una niña con una enfermedad psicomotora, porque deseaba decirle todo lo que había visto e invitarla a la Escuela de comunidad. Ella me dijo: «Quiero ser de “los vuestros” porque, desde que te conocí, he mirado a mi hija con una nueva esperanza».
Irene

BASTA SÓLO UN SUSURRO
Vivo en China y muchas veces el idioma me limita a la hora de expresarme porque, en el momento en el que invito a muchos amigos a mi casa, luego no sé ni hablarles. Y me planteo para qué tanto esfuerzo. El otro día me puse triste, pensando en lo mezquina que soy. Sin embargo, he pensado que yo soy así y que «de mí mismo no me jactaré sino de mis debilidades». Así que le dije al Señor: «Por favor, te lo pido: utiliza todo esto, la incapacidad de moverme, mi límite, mi no saber actuar, para que todo el mundo te conozca». Dos días después fui a comer con un amigo y, al contárselo, él me dijo una cosa que me conmovió: «Sí, es necesario un susurro…». Y yo le pregunté: «¿Qué susurro?». Él respondió: «Un susurro al Señor, porque si uno lo hace todo pero no hay un susurro de petición a Él en el que le pides “Hazlo tú”, también el propósito más grande de santidad sería inspirado en un amor propio, egoísta, porque sería hacer algo para el Señor sin el Señor, y esto no es verdad». Me quedé callada un rato: era como si fuera el mismo Cristo que me abrazara y me dijera: «Te quiero a ti, dame tu corazón, no quiero que hagas las cosas para mí, me encargo yo de cumplirlas». El Señor viene para salvarnos de la nada y esto es lo que quiero gritar al mundo entero.
Carta firmada