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Huellas N.9, Octubre 2008

IGLESIA - Sínodo de los obispos

Sólo en la vida de la Iglesia la Palabra de Dios se mantiene «viva y actual»

Riccardo Piol

Del 5 al 26 de octubre la Iglesia universal se reúne en Roma, donde el Papa ha convocado a 350 entre prelados, estudiosos y expertos, para abordar un tema muy querido de su magisterio. Será una etapa importante de su pontificado

«La palabra de Dios por excelencia es Jesucristo, hombre y Dios». De esta forma comienza el documento que guía los trabajos del Sínodo de los obispos en la duodécima asamblea general ordinaria –para ser precisos– convocada por Benedicto XVI para afrontar el tema “La palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”. Casi un mes de trabajo, del 5 al 26 de octubre, en el que participan más de 350 personas: cardenales y obispos procedentes de todo el mundo, estudiosos y expertos, superiores de órdenes religiosas y responsables de movimientos. Es la Iglesia universal la que se reúne en Roma para el primer sínodo convocado por Benedicto XVI, una cita que se abre bajo el signo de san Pablo, en el año dedicado al bimilenario del nacimiento del Apóstol de las gentes, y que está dedicado a un tema que el Papa ha puesto desde el inicio en el centro de su Magisterio.
Todas las catequesis, los discursos, las homilías y las audiencias testimonian la atención continua que el Santo Padre dedica a la «palabra de Dios», no como una idea intelectual o un discurso para exégetas y especialistas, sino como un hecho vivo que se dirige a cada uno, el signo de la amistad de Dios con el hombre. En París, hace sólo un mes, el Papa había desarrollado su discurso dirigido al mundo de la cultura justamente partiendo del quaerere Deum, de la búsqueda de Dios y de su Palabra como camino “abierto ante los hombres” para satisfacer esta búsqueda. Pero al igual que ha sucedido en el Colegio de los Bernardinos de la capital francesa, Benedicto XVI ha reafirmado en muchas otras ocasiones la centralidad en la vida de la Iglesia de la Palabra que «nos introduce en el coloquio con Dios». Lo ha hecho para volver a proponer su vitalidad de forma clara e inequívoca y al mismo tiempo para sustraer el hecho cristiano a la reducción que, sobre todo en la historia más reciente, ha llevado a considerar la Palabra como un discurso parcial, a menudo abstracto, a veces secundario.
Con esta preocupación, igual que la de un padre con sus hijos, Benedicto XVI ha reclamado en muchas ocasiones a los sacerdotes, a los jóvenes y a las familias a redescubrir las Sagradas Escrituras. Y a hacerlo no como un ejercicio intelectual o espiritual, sino como la posibilidad del encuentro con Dios en la amistad con Jesús. En la misa del Jueves Santo de 2006, por ejemplo, recordaba el vínculo indisoluble entre las Escrituras y la Iglesia casi como advirtiendo: «Sólo podemos ser amigos de Jesús en la comunión con Cristo entero, con la cabeza y el cuerpo; en la frondosa vid de la Iglesia, animada por su Señor. Sólo en ella la sagrada Escritura es, gracias al Señor, palabra viva y actual. Sin la Iglesia, sujeto vivo que abarca todas las épocas, la Biblia se fragmenta en escritos a menudo heterogéneos y así se transforma en un libro del pasado. En el presente sólo es elocuente donde está la “Presencia”, donde Cristo sigue siendo contemporáneo nuestro: en el cuerpo de su Iglesia». O también, dos meses después de su elección a la cátedra de Pedro, hablando al clero de Roma el Papa exhortaba a «no decir muchas palabras, sino hacernos eco y ser portavoces de una sola “Palabra”, que es el Verbo de Dios hecho carne por nuestra salvación».
El Sínodo –como expone el código de derecho canónico– se ha instituido «para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo». Cuando Pablo VI lo instituyó en 1965, el Concilio Vaticano II llegaba a su fin, y el Papa imaginó el Sínodo como una contribución importante a la guía de la Iglesia, llamada a afrontar «esta nuestra época, ciertamente agitada y llena de tantos peligros, pero también abierta de manera patente a los influjos saludables de la gracia divina».
Ahora Benedicto XVI convoca a la Iglesia universal reclamándola a mirar aquello que Juan escribía en su primera carta: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida... ». Y al enderezar la mirada y el camino de la Iglesia el Papa parece invitar a todos a una docilidad al misterio de Dios. «Hay que contar con la humildad del hombre que responde a la humildad de Dios», había dicho en París. Y como testimoniando esta disponibilidad total, esta obediencia deseada a la amistad con el Señor, Benedicto XVI convoca en Roma, junto con la Iglesia, a la tradición del pueblo elegido. Por primera vez en la historia un exponente de la religión judía toma la palabra ante una asamblea de obispos. Había sucedido con anterioridad con exponentes no católicos, pero es la primera vez que lo hace un “no cristiano”. Shear-Yashuv Cohen, rabino jefe de Haifa y miembro de la Comisión mixta Israel-Santa Sede (que participó en el Meeting de Rímini en 2002), ha sido invitado al Sínodo como “delegado fraterno” para realizar una intervención sobre la centralidad de las Sagradas Escrituras en la tradición judía, el texto que recoge la Palabra del Dios «uno y verdadero que –como recordó el mismo Papa– se había mostrado en la historia de Israel y finalmente en su Hijo, dando así la respuesta que tenía en cuenta a todos y que, en su intimidad, todos los hombres esperan».