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Huellas N.9, Octubre 2008

PRIMER PLANO - España / Buscar trabajo

Crisis made in Spain

Roberto de la Cruz

España atraviesa una situación económica particularmente grave debida a la crisis del sector inmobiliario y al endeudamiento de muchas familias. ¿Puede una situación adversa convertirse en una oportunidad? Deben ponerse en juego otros factores: la capacidad de juicio, de iniciativas y obras. En definitiva, toda la riqueza de la caridad para acompañar a las personas en sus necesidades concretas

La llegada del gobierno socialista al poder en 2004 coincidió con una etapa de crecimiento espectacular del sector inmobiliario en España. Faltaba mano de obra para acometer las edificaciones. La demanda se acumulaba. Había que echar mano de la inmigración. Era la hora de “normalizar” la situación de los extranjeros en nuestro país.
En febrero de 2005 se abrió el proceso de regularización de inmigrantes, que duró unos tres meses y en el que el gobierno recibió, según los datos oficiales, más de 690.000 solicitudes.

Inmigración y mano de obra
Los marroquíes sumaban cerca del 50% de los expedientes, seguidos de los colombianos, bolivianos y búlgaros. Por sectores de actividad, el servicio doméstico agrupaba el 31,7% del total, seguido de la construcción. Este sector era el reclamado por el 95% de las peticiones masculinas de regularización.
El campo estaba abonado. Había demanda suficiente, cobertura asegurada de los puestos de trabajo –con una especialización muchas veces cuestionable– y promociones inmobiliarias por doquier, gracias en muchas ocasiones a recalificaciones urbanísticas de dudosa legalidad. Los ayuntamientos y las empresas inmobiliarias hacían el agosto, y el crecimiento económico del país dependía cada vez con más fuerza del ladrillo. Algunos datos son elocuentes. En 2001 España ya se había convertido en el país europeo con mayor número de viviendas en propiedad.

Desplome del sector inmobiliario
Dependíamos del ladrillo más que ningún otro país de nuestro entorno, lo demuestra el hecho de que aportaba un 18% a nuestro Producto Interior Bruto –hasta un 34% si consideramos la aportación indirecta en otros sectores– y daba empleo al 13% de la población activa. En esos años, España registraba crecimientos superiores a la media europea –con una media del 3,8% en la última década– beneficiado por tipos de interés bajos. La tasa de paro a finales de 2006 cerró en el 8,3% de la población activa, la tasa más baja desde 1979. Nadábamos en la abundancia, éramos los envidiados de la UE, pero ya desde medios internacionales a finales de ese año nos llegaban inquietantes avisos. En diciembre, The Wall Street Journal predecía lo que ahora estamos viviendo. El periódico norteamericano auguraba que «todas las fiestas se acaban» y añadía que «el mercado inmobiliario español muestra defectos estructurales». Según el diario británico, el mercado sería incapaz de mantener una demanda de 800.000 viviendas al año. Anticipaba una evidencia para cualquier observador atento: una vez que se frene, será difícil recolocar en otro sitio el exceso de mano de obra.

Endeudamiento de las familias
Debemos anotar que el alto endeudamiento de las familias, gracias a tipos de interés bajos, es ahora un lastre mayúsculo. El Euribor no ha dejado de subir, y los tipos están ahora en el 4,5%. Al endeudamiento se ha unido un alza continua del principal índice de referencia para las hipotecas, el Euribor, que en 2005 se situaba entre un 2,2 y un 2,3%, y que en septiembre de este año cerró en 5,38%, la segunda cifra más alta de su historia. Hay que añadir que la inflación en España es otro problema añadido, con tasas extremadamente altas y con un diferencial con la zona euro superior a un punto.

Y llegó…
Como se ve, todos los factores se conjugaban para que, en el caso de sufrir un desplome el sector inmobiliario, en España fuera particularmente grave. Y así ha sido tras el estallido de las subprime. Comenzando por el paro. El desempleo subió en septiembre por sexto mes consecutivo. En el último año se ha incrementado un 30%. Se encuentra en su nivel más alto desde 1997. El dato del tercer trimestre de la Encuesta de Población Activa sitúa la tasa de paro por encima de los dos dígitos, en concreto en el 11,33 por ciento, su mayor nivel en cuatro años. Algunas voces apuntan a que a finales de 2008 estaremos próximos al 15 por ciento. En ese tercer trimestre hemos corroborado que el paro se ceba con los extranjeros, con una tasa del 17,45 por ciento.
Al desempleo le ha acompañado una restricción del crédito que ha afectado especialmente a las pymes. Las entidades financieras reconocen ahora que en la época de esplendor se dieron créditos que no debieron otorgarse. Algunas voces hablan de que se financiaba la compra de piso a cualquiera que se acercara por una sucursal. Se promocionaba el endeudamiento, pero desde el comienzo del caso norteamericano, el acceso al crédito se ha ido dificultando. La exigencia de garantías se ha convertido en una dificultad insalvable que ahoga a las empresas –entre abril y junio 631 entraron en suspensión de pagos, en septiembre lo hizo Martinsa Fadesa, una de las mayores compañías del sector. La crisis crediticia, unida a una inflación desbocada, lleva a una menor renta disponible. El consumo se hunde y se desploma el crecimiento, con el consiguiente aumento del paro.

Economía virtual y economía real
El Congreso aprobó el 20 de octubre las dos medidas anunciadas por el Gobierno para desbloquear el mercado del crédito: un fondo de hasta 50.000 millones de euros para adquirir activos de máxima calidad que ahora no se pueden colocar en el mercado. Y otros 100.000 millones para avalar emisiones de deuda de las entidades. La cuestión es saber qué efectos tendrá. Sí hay algo claro: en la crisis ha faltado realismo, en primer lugar por parte de quienes han otorgado crédito a quienes se sabía de antemano que no iban a poder pagarlos –la tasa de morosidad está en máximos históricos. Se ha atendido exclusivamente al beneficio a corto plazo y se ha olvidado de la economía real. Es hora, según el profesor Giorgio Vittadini, de partir de un nuevo realismo –huir del mundo económico virtual– y de una racionalidad que no reduzca lo humano a la mera consecución del beneficio trimestral.