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Huellas N.5, Mayo 2012

EGIPTO / Pruebas de democracia

La honorable cristiana

Luca Fiore

Es mujer. Es copta. Y sólo tiene 27 años. Pero es uno de los rostros que hay que seguir de cerca para comprender si, y cuánto, está cambiando el país que en unos días elige nuevo Presidente. Retrato de MARIANNE MALAK, diputada en El Cairo. Desde el primer día en el Parlamento, entre silencios y chistes en voz baja, a la ocasión en que «tomé la palabra para rechazar una ley, yo sola. Y sucedió que...»

Es mujer, es copta y es joven. Es más, es la diputada más joven de la historia del Parlamento egipcio. Ya sólo por eso la carrera política de Marianne Malak, de 27 años, se anunciaría ardua. Además, en el nuevo Egipto de las mil incógnitas, todo resulta aún más difícil. «Soy una mujer fuerte. No tengo miedo a luchar por mis derechos», asegura. Una larga coleta de cabello oscuro le rodea el cuello y descansa sobre su pecho. En el rostro de piel tersa, sus ojos azules y transparentes son un desafío a los clichés. Y de clichés sobre Egipto y sobre Oriente Medio la opinión pública occidental está llena. Marianne, con su sola existencia, derroca muchos de ellos.
En la actualidad, los profetas de la geopolítica, pillados por sorpresa por la Primavera árabe de hace un año, han comenzado de nuevo a hacer sombrías previsiones. ¿La victoria en las elecciones de los Hermanos Musulmanes? ¿Las salidas de tono de los fundamentalistas salafistas? La revolución por la democracia, dicen, ha dado paso al resurgir de los islamistas. Parece que entre democracia norteamericana y teocracia iraní no pueda existir vías intermedias. Todo estaría ya escrito. Pero aún considerando la carga de ingenuidad de la joven política egipcia, las cosas no parecen estar realmente así.

Minuto de silencio. Marianne llegó al Parlamento sin querer. No participó en las elecciones y no pertenece a ningún partido político. Fue nombrada por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas para suplir el déficit de representación de las minorías en un Parlamento dominado por los Hermanos Musulmanes y por el partido de los fundamentalistas salafistas. Es una de las diez mujeres parlamentarias y de los siete coptos. «¿Por qué me eligieron a mí? Lo ignoro. Deberían preguntárselo a los militares», se defiende. Antes de entrar en política, Marianne era la directora del Centro Cultural Copto de El Cairo y de la Organización Copta para la Cooperación Internacional. Estudió Derecho en la Universidad Ain Shams de la capital. Habla inglés, francés, español y un poco de italiano. No es casualidad que también forme parte de la delegación egipcia en la Unión Interparlamentaria, la organización internacional de los Parlamentos. El edificio vagamente faraónico de piedra clara, sede de la Asamblea del Pueblo, aparece en la Maglis Al Shaab Street, a pocas manzanas del Nilo. Aquí es donde los 454 diputados de la Cámara baja, elegidos en enero, debaten los proyectos de ley. El voto es a mano alzada. Para la actual diputada, Malak, el primer contacto con la vida política no fue nada fácil. Reinaban los prejuicios. Y en algunos casos también el odio. Miradas, silencios, chistes contados en voz baja. Cuando Marianne entra en el Parlamento, todavía sigue vivo el recuerdo de la masacre del 9 de octubre, cuando 22 coptos fueron asesinados por el ejército en El Cairo durante una manifestación de protesta contra la quema de una iglesia. Era la primera vez, tras la caída de Mubarak, que los militares fallaban en su papel como garantes de la convivencia en el país.
Las tensiones en el interior de la Asamblea del Pueblo son las mismas que se respiran en el país. En marzo, tras el fallecimiento del Papa Shenouda III – guía durante treinta años de la iglesia copta ortodoxa –, la mayor parte de los diputados salafistas abandonaron la sala antes del minuto de silencio en honor del guía religioso. «El Papa Shenouda era una persona extraordinariamente buena, que amaba su país. Quien abandonó la sala no tiene ningún respeto por un hombre que estaba orgulloso de ser egipcio. En ese momento pensé que un solo minuto no era suficiente, habrían sido necesarios al menos cinco minutos para honrar la memoria de un hombre que dio tanto a la sociedad egipcia».
El 13 de febrero, Marianne llegó al pueblo de Al-Nahda con otros cuatro parlamentarios. La semana anterior habían estallado conflictos entre coptos y salafistas que llevaron a la quema de casas y negocios cristianos y a la huida de algunas familias coptas. Malak logró que el Parlamento formase una comisión de investigación. El origen estaba en la falsa acusación contra un sastre copto del pueblo que, según los salafistas, habría guardado en su teléfono móvil imágenes obscenas de una mujer musulmana. Tras la inspección de los diputados, las familias coptas pudieron volver a sus casas y el clima en el pueblo, en la medida de lo posible, se calmó de nuevo. «A menudo estos conflictos nacen de motivos personales, no políticos. Pero tengo la impresión de que los salafistas no son maduros en su modo de vivir las relaciones sociales».

Crecer deprisa. Tras poco más de tres meses de trabajo, los prejuicios de sus compañeros diputados parecen haberse disuelto. «Sí, al principio fue muy duro», relata Marianne: «El primer paso fue el de hacerles comprender que no odiaba a nadie. Me di cuenta de que mostrando que no les era hostil, ellos comprenderían. Poco a poco empiezo a ser respetada por mi capacidad para defender mis derechos y mis opiniones». Como en aquella ocasión en que se encontró interviniendo sobre un proyecto de ley que habría impedido el acceso a los altos cargos del Estado a quienes se habían comprometido con el viejo régimen. «La gran mayoría del Parlamento estaba a favor», recuerda: «Tomé la palabra y dije que estaba en contra, porque aquella ley no estaba pensada para todos, sino para una persona en particular. Pero las leyes, en mi opinión, deben ser para todos. Me aplaudieron». Hoy colabora con compañeros de todos los partidos. Las discusiones continúan durante los descansos de las sesiones y por teléfono.
Marianne ha tenido que afrontar muy pronto los problemas más graves de la sociedad egipcia, no ha tenido una “niñez política” y ha tenido que crecer muy deprisa. Pasando de la dirección de un centro cultural a los escaños del Parlamento, ha tenido que empezar de cero. Y aprender cómo se vive en el complicado mundo de la “fábrica de las leyes”. En la actualidad trabaja en una norma sobre la familia que garantice la minoría copta. El objetivo es evitar que se introduzca el divorcio también para los cristianos (para los musulmanes ya existe).
Si antes de la revolución el tema de la relación entre derecho y religión era un campo de minas, hoy se ha convertido en un polvorín. Los eslóganes gritados en la plaza Tahrir a favor de la laicidad de las instituciones, hoy tienen que enfrentarse con un Parlamento copado por los partidos islámicos, que debe decidir cómo redactar de nuevo, a través de una nueva Constitución, los principios del Estado. Todos se preguntan si los Hermanos Musulmanes transformarán Egipto en un Estado islámico o si llegarán a un acuerdo con los partidos laicos. Su proverbial ambigüedad no permite hacer fáciles previsiones.

Nuevo rumbo. Según la hoja de ruta fijada por los militares, el nuevo Parlamento elegido en enero debería haber elegido una asamblea constituyente. Redactada la nueva Constitución y aprobada mediante referéndum, Egipto habría celebrado las elecciones presidenciales. Pero algo se torció. El Tribunal Constitucional declaró ilegítima la composición de la asamblea constituyente. Y ahora se tienen que volver a negociar los criterios para la elección de sus miembros. Mientras tanto, también la carrera presidencial se ha visto sacudida por la decisión de la comisión electoral de excluir a 10 de los 23 candidatos. Entre ellos, incluso dos miembros de los Hermanos Musulmanes, el antiguo jefe de los servicios secretos durante la presidencia de Hosni Mubarak y el candidato del partido salafista. «Pienso que se puede redactar la Constitución incluso después de la elección del nuevo presidente», dice Marianne: «Es necesario reconducir lo antes posible el nuevo rumbo de Egipto. Los militares deben irse. Estuve en la plaza Tahrir. Entonces buscábamos la victoria. Pedíamos la libertad. La democracia. Cuando Mubarak dejó el país, estábamos felices. Hoy miro al futuro esperando que Egipto se convierta verdaderamente en un país democrático. Y creo que es posible, a pesar de las dificultades».
Sin embargo si se le pregunta a Marianne Malak cuál es hoy el desafío más importante para Egipto, paradójicamente, no responde «la democracia»: «Es la economía. Es necesario volver a crecer. Y salvaguardar el poder adquisitivo de los salarios». Mirando las cifras, la situación de Egipto a un año de la caída de Mubarak, en efecto, es una incógnita en cuanto al futuro democrático. El PIB ha caído un 3%, las inversiones extranjeras directas han pasado de los 11 mil millones de dólares en 2007 a menos de dos mil millones. Para el Fondo Monetario Internacional, la economía egipcia creció el 1,2% respecto al 5,1% de 2010. Además, según fuentes gubernamentales, la tasa del paro es del 11,9%, la más alta de los últimos diez años. A todo esto se añaden las pérdidas en el turismo, uno de los principales sectores del país: en un año las pernoctaciones han caído un 32%.
La revuelta contra el régimen surgió también a causa de las dificultades económicas. Y sea quien sea quien deba guiar el nuevo Egipto, deberá hacer frente al creciente descontento. Grandes problemas para los pequeños hombros de Marianne. ¿Preocupada? «Creo en Dios y la fe me sostiene. Hago mi trabajo y lo hago bien. Y sigo adelante. Sin miedo».