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Huellas N.4, Abril 2012

BREVES

La historia

ANTES QUE EL ERROR

«¿Son para mí?». Está claro. No ha pasado ni una semana desde el día de su cumpleaños, y en el asiento del coche hay dieciocho rosas, como sus años, una carta y un regalo. Pero la de Agnese no es una pregunta retórica. De verdad no se esperaba que le hicieran un regalo tan bonito. Además, que fuera de él. Levanta los ojos y le mira durante un rato: observa la cara de este hombre que ella ha creído siempre que tenía que borrar del todo de su vida. Por el simple hecho de que él nunca ha estado. Cuando se fue, dejando a su madre y a su hermana, ella aún estaba en el vientre de su madre. Hoy están aquí juntos, sentados en el coche, esperando delante del colegio. «Venga, vamos a comer». Ha sido ella la que le ha invitado, después de haber oído ciertas palabras la noche anterior.

Estaba en un encuentro sobre la relación entre padres e hijos. En el estrado, Franco Nembrini, profesor y padre. Explicaba que todos somos educadores, porque los otros nos miran y, con cualquier cosa que hagamos, decimos algo de nosotros mismos. Hablaba del Hijo pródigo, del padre que le quiere hasta el punto de respetar su libertad y dejarle ir por su camino. Y del amor. «El amor está antes que el error, le precede. La educación depende de una mirada: “Tú eres un bien para mí, tal como eres”». Es como si hubiese dicho esta frase para ella. A la salida, lo primero que hace es llamar a su padre para quedar a comer el día siguiente.

Se sientan en el restaurante. Él empieza a hablarle con un cierto alivio: «Ves, ahora que me encuentro un poco mejor puedo permitirme comer contigo…». «Pero, ¿qué pasaba antes?». Por segunda vez en la vida, empiezan a hablar abiertamente: la historia de su familia, y la que ha vivido él después de dejarlas. Palabras y hechos todos con los que nunca se han enfrentado, atrapados en una relación tan superficial que se ha envenenado. Él habla durante un largo rato y Agnese lo observa en silencio: un hombre fuerte, decidido, seguro de sí mismo, de no haberse equivocado nunca en la vida, que se echa a llorar. «Cuando nació tu hermana, yo estaba con tu madre, en el hospital. En cambio, cuando naciste tú, yo no estaba. No me lo perdono. Y no me perdono tampoco todo el mal que te he hecho en estos dieciocho años…». Ella, de repente, contesta: «Pero, ¡el perdón y los milagros son posibles, si no yo no estaría aquí mirándote a la cara!». Pero él insiste sobre su mal, sigue diciendo que todos los sufrimientos que le ha causado en el pasado, «ésos nunca podré quitártelos».

Agnese podría sacar un listado. Podría encarecer la dosis y recriminarle. Empieza. «Papá…». Pero se para. Su corazón, ahora, está colmado por algo distinto. Y se da cuenta: «Papá, te pongo un ejemplo. A mí me gustan mucho las gambas con salsa rosa. Imagina que hoy las pruebo por primera vez, y digo: “No, ahora no las como porque durante dieciocho años no las he podido comer…”, ¡podría decir eso en vez de disfrutarlas!». Le mira a los ojos y sonríe: «Es lo mismo para ti. Puedes volver a empezar. Desde ya».