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Huellas N.3, Marzo 2012

CUBA / Esperando al Papa

Una revolución en marcha

Luca Fiore

La imagen de la Virgen en procesión por las calles. La Misa retransmitida por televisión. Y las (cautas) aperturas del régimen, que está haciendo cuentas con la crisis económica y el nihilismo que se difunde entre los jóvenes. Cuando llegue a La Habana, el 26 de marzo, Benedicto XVI se encontrará con un país que está mudando de piel lentamente. Y con una Iglesia a la que se le ha confiado una tarea

«Dentro de un mes me jubilo y no podía haber mejor manera de terminar mi servicio que dando escolta a la Virgen». El que habla es un policía cubano. La Virgen es la Virgen de la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba, cuyo jubileo se celebra este año por los cuatrocientos años del reencuentro en la bahía de Holguín. El 8 de agosto de 2010, por primera vez desde la llegada al poder de Fidel Castro, el gobierno de La Habana ha permitido que la imagen más venerada de la isla iniciase una peregrinación por todas las parroquias del país. Los festejos se concluirán con la presencia de Benedicto XVI. Estará en Cuba del 26 al 28 de marzo, para una visita que se prevé histórica.
Transportada en un furgón blanco, la imagen ha atravesado las calles entre el asombro de la población. El viaje de la Virgen terminó el pasado 30 de diciembre con una gran misa celebrada por el cardenal de La Habana, monseñor Jaime Lucas Ortega y Alamino, en la plaza frente al Santuario de Santiago. La televisión estatal retransmitió el acontecimiento, en el que participaron decenas de millares de personas. Jamás había sucedido algo así. Aparte del caso único de la visita de Juan Pablo II en 1998, siempre se les había impedido a los cristianos testimoniar su presencia más allá de los muros de los lugares de culto. El cambio de postura del régimen comunista hacia la Iglesia Católica es uno de los muchos enigmas de la Cuba post-Fidel. Si la visita del Papa Wojtyla fue una verdadera disonancia en la vida de los cristianos de Cuba, es también cierto que la situación no se repetía desde hacía años. En vísperas de aquel viaje se cambió la Constitución y el Estado pasó de “ateo” a “laico”, el 25 de diciembre fue declarado día festivo y la Santa Sede pudo constituir nuevas diócesis y enviar sacerdotes extranjeros a la isla. Ahora parece que la situación se ha desbloqueado y la autorización de los festejos por la Virgen de la Caridad ha sido uno de los signos más evidentes. Pero no el único. Cuando el gobierno de La Habana pidió al cardenal Ortega que desempeñase el papel de intermediario en la liberación de 115 prisioneros políticos, los primeros asombrados fueron los obispos cubanos. Por primera vez en medio siglo se le reconocía a la Iglesia católica el papel de interlocutor del gobierno. Un reconocimiento indirecto, pero significativo. Se entiende cómo, en ese contexto, la visita de Benedicto XVI se espera, dentro y fuera de la isla, como un acontecimiento extraordinario.

Párroco en Guantánamo. Monseñor Pierlugi Manenti es un sacerdote de Bérgamo esculpido en piedra. Parece sacado de una película de Clint Eastwood. Es uno de los ciento cincuenta misioneros fidei donum llegados a Cuba después de la visita de Juan Pablo II. Desde hace catorce años es el párroco de San Antonio del Sur, en la diócesis de Guantánamo-Baracoa. La gente que frecuenta su iglesia es gente sencilla. Todos son pobres, alguno muy pobre. Enseña el catecismo a niños y adolescentes. Por la tarde, después del colegio, entre doscientos y doscientos cincuenta jóvenes se reúnen en los locales de la parroquia para rezar, jugar al voleibol, al ping pong o a las cartas. Y a tomar la merienda. Algo que no se puede dar por descontado en un país en que hay verdaderamente poco dinero para comer. Las autoridades del partido local han visto al misionero con sospecha durante muchos años, pero las cosas han cambiado con el tiempo. «Apenas llegué, los funcionarios del ayuntamiento con los que tenía que trabajar me miraban con desconfianza e incluso con odio», cuenta Manenti, al que hemos ido a visitar aprovechando su estancia en Italia durante un periodo de descanso: «He notado que quedaron muy impresionados con la misa del cardenal Ortega retransmitida por televisión. La música, las canciones, los pasajes de la Biblia… Creo que han entrevisto verdaderamente algo positivo. Algunos me han pedido venir a Santiago para asistir a la celebración del Papa. La tierra cubana es una tierra que necesita ser arada, es una tierra deseosa, que brama la presencia de la Iglesia».
El 60 % de los once millones de habitantes está bautizado, pero apenas hay un uno por ciento de practicantes. La política de Fidel Castro ha probado duramente a la Iglesia, pero no ha conseguido apagar el pábilo vacilante. Su proyecto era llevar a la Iglesia a la extinción. No había ninguna posibilidad de afirmarse en el terreno social para el que se declaraba cristiano. Se les prohibía a los jóvenes formar parte de asociaciones que no fuesen el partido. Se mandaba a los campos de trabajo a los aspirantes a sacerdotes. La religión se dejaba para los viejos. Cuando ellos muriesen, habría desaparecido la Iglesia. Tras los primeros años de abierta oposición al régimen (con la consiguiente persecución), los obispos decidieron en 1976 que era inútil oponerse a toda costa a la dictadura poniendo en peligro la presencia de la Iglesia en la isla. Optaron por la línea de suavizar el tono sin ceder, no obstante. Esta posición atrajo muchas críticas. Sobre todo por parte de los exiliados en Miami.
«Cuando Juan Pablo II visitó La Habana fue acusado de querer legitimar la dictadura de Fidel», cuenta el padre Chris Marino, de la parroquia de San Miguel en Miami: «Las protestas vinieron sobre todo de los que habían sufrido en sus carnes la persecución de los barbudos. Hoy, sin embargo, muchos de los disidentes históricos han muerto y las críticas a Benedicto XVI son raras y menos violentas». Un 99 % de fieles hispanos frecuentan la parroquia del padre Marino. Muchos de ellos son exiliados cubanos o cubanos de segunda generación. Una mañana, después de la misa, se acerca al sacerdote una señora anciana. «Tenía 88 años. Era cubana. Me pidió poder participar en la peregrinación a Cuba que nuestro Arzobispo ha organizado con ocasión de la visita del Papa. Había dejado la isla cuando era una niña y nunca había vuelto. Me dijo que sentía que tenía que ir, para estar allí con el sucesor de Pedro». Participarán doscientos cubanos en la peregrinación de tres días organizada por la diócesis de Miami. Muchos irán por sus propios medios.

El tejido humano. Lo que ha convencido a Raúl Castro para inaugurar esta nueva estación de apertura en lo referente a la Iglesia queda, por ahora, poco claro. Hasta los obispos desconfiaban al principio. Como desconfía el pueblo en lo que se refiere a las proclamas del gobierno. Ha habido muchas desilusiones. Los analistas dicen que, como político pragmático que es, a diferencia de su hermano, Raúl sabe que los problemas del país no se pueden resolver sin aflojar la mordedura de la dictadura. Algo es seguro: la economía ha llegado al límite y el pueblo está exasperado. Para cuadrar las cuentas del Estado se han anunciado un millón y medio de cesantías de funcionarios públicos en tres años. Como compensación el gobierno ha abierto a la iniciativa privada pequeñas actividades como restaurantes, pizzerías o peluquerías. Pero el que se ha quedado sin trabajo no puede permitirse el coste de las licencias y los clientes potenciales no tienen dinero que gastar. En muchos casos, las licencias se han devuelto. También porque la operación “micro-empresarial” se ha concebido en continuidad con el socialismo: lo que se gane de más respecto al salario medio público va al Estado. El país sufre un coma económico. Raúl, tal vez, ha pensado que hacía falta una cura paliativa. Y ha suministrado, como marxista heterodoxo, el opio de los pueblos.
Visto desde la provincia rural, en San Antonio del Sur, el problema es mucho más evidente. «No basta cambiar las leyes. Es necesario que cambie la mentalidad» dice monseñor Manenti: «El trabajo sigue pensado, programado y proyectado por el Estado. La gente no está habituada a responder en primera persona y, por tanto, a arriesgarse. Si quitas la responsabilidad y la libertad de la persona, asesinas lo humano. Es el tejido humano el que es necesario reconstruir. Yo creo que la tarea de la Iglesia hoy es la de ayudar a la gente, a través de la pastoral y la catequesis, a volver a utilizar su propia cabeza».
Una posición que no se puede dar por descontada en la Europa cristiana. Imaginémoslo en la Cuba agotada por cincuenta años de comunismo. Así las provocaciones de Manenti caen casi siempre en el vacío. «Un día vino a verme un hombre que nunca viene a la iglesia. Me dice que si le sale bien un negocio le regalará mil rosas a la Virgen. Yo le respondo: “La Virgen no espera mil rosas. Espera que tú empieces a amar en serio a la mujer con la que vives. Espera que tu vida cambie. Si tu devoción es sólo esas mil rosas, se marchitará como se marchitan las flores”. Me miró como si estuviese loco». Lo mismo sucede con los parientes de los enfermos que el misionero ayuda rompiéndose la cabeza para hallar medicinas que no se pueden encontrar en Cuba. No conciben la posibilidad de gastarse otro tanto por los propios seres queridos. Si bien algunos entienden. Son los que no tienen nada que perder: «Hay un grupo de chicos de enseñanza secundaria, por ejemplo, que llevan a casa de los enfermos la “bolsa de la compra” y que se quedan un rato haciéndoles compañía. Algunos de los enfermos dice: nunca he visto a nadie que venga aquí sin salir corriendo. Ellos, en cambio, se quedan conmigo».

Frentes abiertos. Son dos los frentes en los que el partido teme más a la Iglesia; el de la educación y el de la asistencia a los pobres. Como toda dictadura, también la cubana está celosa de la educación de los jóvenes, porque sabe que el destino del país depende de los adultos de mañana. Pero la ideología no hace ya presa en las nuevas generaciones y el nihilismo se está convirtiendo en mentalidad común. Otra incógnita es la clase dirigente que sustituirá a los revolucionarios de la primera hora. Desaparecido el núcleo histórico de jerarcas fidelísimos a Fidel, nadie sabe cómo se comportarán los nuevos líderes, hoy en torno a los cuarenta años. Porque es imposible saber qué piensan verdaderamente.
A este desierto de certezas llegará Benedicto XVI. Confortará al pueblo cubano, y, al pequeño rebaño de cristianos que espera, más allá de las pequeñas o grandes aperturas del régimen, la verdadera libertad para la Iglesia. Muchos de ellos se preguntan en La Habana: «El pueblo hebreo estuvo cuarenta años en el desierto. Nosotros llevamos cincuenta y tres. ¿Cuánto tendremos que esperar todavía?».