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Huellas N.1, Enero 2012

PRIMER PLANO / Un “puesto” en la crisis

«¿Lo mejor de ti? El haber sido elegido»

Alessandra Stoppa

El maestro es el que tiene una pasión verdadera que «nunca está en crisis». Fulvio ha aprendido así un trabajo que jamás había hecho

Dentro de la fábrica, mira un muslo de caballo que cuelga de la pared sin saber por dónde cogerlo. Fuera está nevando. Cómo Fulvio ha acabado haciendo embutidos en Almaty, Kazakhstan, es otra historia muy distinta. Pero ahora está aquí, produciendo embutidos “de verdad” donde sólo los hay ahumados y de importación. Después de haber trabajado en la banca y reciclado residuos eléctricos, a los treinta y seis años se ha plantado en la estepa rusa para hacer un trabajo del que no tenía la menor idea.
Antes de partir, recorrió media Italia preguntando sin rodeos: «¿Cómo se hace el salami?», hasta llegar a un tal Claudio, en un pueblecito de Cremona. No se habían visto jamás y habría podido tomarlo por un chalado, y sin embargo lo tomó consigo. Una semana codo con codo. «Me trataba con dureza, no me dejaba pasar una». Después de horas de pie atando carne, le regañaba tan sólo por cambiar de posición. «Pensaba que le era antipático, pero no entendía lo que estaba sucediendo: me estaba tomando en serio. Antes de marcharme, me dijo: “Te va a costar lo tuyo, si puedo ayudarte, quiero hacerlo”. Y me ha abierto y regalado los secretos de su trabajo, las dosis, las proporciones. Era toda su vida. Y alguien te la da así, gratuitamente. ¿A quién se le ocurre hacerlo? Sólo el que tiene una pasión tan grande que no puede más que entregarla».
Pero, una vez llegado a Kazakhstan, no le sale el salami. Y así, escribe a Claudio, que le responde en dos líneas: «Para saber qué pasa tengo que verlo, y para verlo tengo que estar allí. He comprado el billete de avión». Y Fulvio se lo ha encuentra en Almaty. «Entonces te sientes el rey del mundo. El maestro es este: el que te hace ver que has sido elegido, y que el haber sido elegido es lo mejor de ti. Por eso, es alguien que te dice: no te falta nada. No es una cuestión de talento, gustos o capacidad. Te anima para que tu yo de lo mejor de sí. Entonces tú te pegas a él, incluso humanamente; no quieres perderte nada de ellos».
Ellos. Porque después de Claudio, llega Sergio. Cuando Fulvio tiene que empezar a producir bresáola, de nuevo no sabe qué hacer. Vuelve a Italia, se pone a buscar en internet y se presenta en una carnicería histórica de Milán: «Quería deciros que sois mi ídolo y que tengo que aprender a hacer bresáola». El señor de detrás de la mesa se desata el delantal, lo cuelga, y le dice: «Ven». Y empieza a transmitirle el oficio, dispuesto a meter una webcam en su fábrica para vencer la distancia y sin preocuparse de los husos horarios.
«Hay crisis, pero los maestros nunca están en crisis», dice Fulvio: «Se inventan caminos extraños, pero llegan al punto de destino, porque lo que les importa es la persona que tienen delante. No te quitan el riesgo y el esfuerzo, pero te hacen estar seguro del puesto en el que estás, hasta el punto de que prueban tu primera bresáola y te dicen: “Está buenísima. A lo mejor yo le pongo demasiada sal”».


CAMBIO
«Cualquier trabajo tiene una dignidad»

De 22 hoteles a 1: de la burbuja a la realidad

Su cadena de hoteles quebró y horacio vuelve a empezar a partir de una pensión descubriendo que «cada cosa es bienvenida»

A. S.

La percepción que tienes de ti un instante antes de que las cosas sucedan. «Como la señal de la cruz que haces por la mañana antes de empezar el día, cuando reconoces que no se te debe nada. Entonces las cosas que suceden son bienvenidas: porque suceden, hay que contar con ellas». Es esto lo que Horacio ha ganado junto a un nuevo trabajo. La palabra “nuevo” no es del todo exacta. Empezó con un hotel de Rimini, y en menos de veinte años llegó a tener una cadena de veintidós hoteles en Italia y el extranjero: cincuenta millones de facturación, cuatrocientos dependientes. Después, errores y la crisis, al principio de 2010 cede la empresa y los nuevos accionistas lo echan. Lo pierde todo. Hoy hace la compra, limpia los cubos de basura, prepara la manzanilla a los clientes en una pensión de cincuenta habitaciones en Riccione. «¡He vuelto a empezar!», dice contento.
Pero antes, en un año engordó «literalmente veinte centímetros de golpe», en un año de ausencia de la realidad. «Vivía en una burbuja y todo me fastidiaba. Hasta la cantidad de cosas buenas que sucedían a mi alrededor me consolaban un instante pero no me cambiaban». El coraje y la compañía inalterable de su mujer, Laura, que fue la primera en ponerse a trabajar en la pensión sin que fuese su trabajo (es funcionaria en el Ayuntamiento). «Ella iba como un tren, yo sentía agradecimiento y fastidio». Hasta sus amigos le irritaban. Todavía más porque si están y son de verdad «no puedes fingir nada». Como mínimo te vuelves presuntuoso: «Creía que eran los otros los que no entendían». Y acababa el día envenenado.
Después salta el muelle: «El instante imprevisible del que habla el manifiesto de CL sobre la crisis existe de verdad». Y bastó con empezar a ocuparse de la pequeña pensión para que todo cambiase: «Haciendo las cosas he recobrado mi consistencia. Cuando sueñas, puedes pensar cualquier cosa, incluso que estás despierto, sin embargo, duermes. Pero cuando haces las cosas eres tú, eres el tú real, en el bien y en el mal: «Nada puede permanecer abstracto, sobre todo si tienes la suerte de hacer un trabajo como el mío, quince horas al día en contacto con la gente. Y de vivir, te nace un modo diferente de afrontar el día: el de acoger las cosas que suceden con la ayuda de la gracia de ciertos amigos y del trabajo de la Escuela de comunidad».
Después hasta volver a pensar con libertad en los errores cometidos: «Tanta ligereza, quieto vivir…» y ver que haberse quedado siempre un paso atrás en la decisión te ha llevado a una superficialidad, «que me ha exigido una maduración personal». Entonces no ves la hora de que llegue el verano y empiece la temporada. «Que se levante el telón».


CONTRATO
«Jamás se está en una situación verdaderamente precaria»

«No busco un puesto de trabajo, sino mi humanidad»

Lo ha perdido todo por sus errores. Ahora Giangi empaqueta artículos de confección, y está en una situación precaria, pero no «a merced de las cosas»

A. S.

Por agarrarse al trabajo a toda costa, le explotó entre las manos. Giangi trabajaba como promotor financiero en la provincia de Salerno: un trabajo que le gustaba hasta que, repentinamente, se metió en líos. «Empecé a moverme de manera equivocada, una vez, otra… Perdí el control. Yo no quería hacerle daño a nadie, pero no conseguía salir de ahí». Sólo cuando toda la verdad salió a la luz, «fui obligado a ponerme frente a la realidad. Gracias a Dios». Comenzó un recorrido muy duro que le llevó al norte de Italia y a descubrir qué es el trabajo.
«¿Sabes cuántas veces he pensado en acabar con todo? Al menos así arreglaba las cosas y sacaba de apuros también a mi mujer». Su primera tabla de salvación, porque ha permanecido a su lado junto a un amigo, entre los muchos a los que había dañado: «Los dos no me han abandonado nunca, me han mantenido a flote agarrándome por los pelos». Cuando faltó también el sueldo de su mujer, que les permitía sobrevivir, fueron a vivir a casa de la suegra, que no sabía nada: Giangi salía de casa por la mañana y volvía por la noche, fingiendo que trabajaba. Estaba en los centros comerciales, esperando que el día pasase. Desde abril de 2009 ha trabajado sólo tres meses: por un contrato de obra en Nápoles y por un periodo de prueba en el telemarketing a dos euros con treinta la hora. Después, un día cualquiera, vino a Milán por una visita médica.
«Volver a encontrarme con Rosaria, una amiga de Salerno a la que no veía desde años, lo cambió todo». Le contó todo y ella no se escandalizó. Empezó a ayudarle, y él, el pasado mes de septiembre, se trasladó allí. «Descubrí algo más allá de lo que creía desear: tenía necesidad de trabajar para recuperar la estima de mí mismo, que había perdido completamente». ¿Y qué es la estima? «Saber que estás en esta tierra porque Alguien te ha puesto».
Hasta su forma de buscar trabajo cambió: siempre lo había hecho de un modo aleatorio, sin energía, sin inteligencia. Y no es que los nuevos amigos que le acompañan hayan sido blandos: «Tu situación es tremenda», le dijeron. Pero sin aflojar lo más mínimo: tenía que estar presente él, al mil por mil. «He mandado centenares de currículums, he ido a todas partes, supermercados, empresas de trabajo temporal, todo. Y he empezado a percibir un cambio: del asco en que me había sumergido se abría la posibilidad de renacer». Porque la realidad ha empezado a responder con signos concretos: una persona que lo hospeda en su casa y el trabajo.
Él, licenciado, ahora embala artículos de confección en una cooperativa social. «Es algo grande. Ahora sigo lo que sucede, en vez de mis pensamientos, y descubro que no estaba buscando sólo “un puesto de trabajo”. El trabajo no sirve sólo para conseguir algo que llevar a casa, sino para descubrir mi humanidad que se juega cada día». El contrato termina en enero, después ya se verá. «No me siento en absoluto en situación precaria, a merced de las cosas. Me siento metido en la realidad. Que precisamente porque es otra cosa distinta a mí es para mí. Yo he sido capaz de estar contra mí. Todos aquellos errores… pero doy gracias hasta por ellos: son el testimonio más grande de que yo necesito a otro. Yo he cometido esos errores, entonces yo necesito de Otro. Necesito vivir de Otro».


GRATIS
«Mejor un trabajo cualquiera que ningún trabajo»

Un soplo de vida, sin sueldo…

Después de dos años en el paro, sandro trabaja gratuitamente: «pensaba que lo hacía por los demás, en cambio, es por mí»

A. S.

«¿Trabajar gratis? Pero, ¿qué dices? Estáis locos, no tiene sentido». Esa fue la primera reacción de Sandro, que ahora trabaja gratis. «Al principio dije que sí porque se trataba del Banco de Alimentos, entonces pensé: “Vale, tiene una finalidad benéfica, lo hago por los demás. Después no fue así…».
Hacía dos años que no trabajaba, después de cuatro en la Granarolo, que dejó por un problema en la espalda que le impedía descargar cinco palés de leche al día. Desde entonces, dos años en casa. «Es el olvido. Al principio ves la tele, piensas que estás de vacaciones, después llega una pesadez demoledora; no hacía nada, veía pasar un día tras otro, miraba cómo pasaba el tiempo». El domingo era el peor día: «Llegaba y no me lo merecía. Dejaba que esta idea me atormentase, y así pasaba también el domingo». Otro lunes. Estar en la cama mientras pasaban poco a poco los días y él, que no encontraba las fuerzas para lanzarse a buscar un empleo con un diploma de administrativo y media licenciatura en Economía. Su búsqueda era preguntar aquí y allá si alguno sabía dónde encontrar algo… Le ha despertado su hermana presentándole a unos amigos y la propuesta de trabajar sin sueldo. Cuatro horas al día clasificando la comida que llega de los supermercados: la pasta con la pasta, bebidas con bebidas.
«Un soplo de vida». Esto es el trabajo para él. «Me siento vivo». Por la mañana está contento porque va a formar parte de algo, suda y se cansa con los demás: «El trabajo en sí te tonifica totalmente», por lo que te pones también a buscar mejor un puesto retribuido, ya que «no se vive del aire».
Mientras, pensaba que lo hacía por los demás, «en cambio, en el fondo, lo hago por mí». Sonríe: «Es el designio de Dios». ¿Por qué? «A veces me parece que una mano me ha guiado para hacerme vivir mejor. Era este el camino que yo tenía que recorrer».