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Huellas N.11, Diciembre 2011

IGLESIA / El viaje a Benín

Bendita África

Piero Gheddo

Ha derribado la visión habitual del Continente negro, y le ha encomendado una tarea. Los tres días de viaje de Benedicto XVI a la tierra «que más rápidamente ha respondido al anuncio cristiano», con un espíritu que todos necesitamos

En dos mil años de historia cristiana, África es el continente que ha respondido con mayor rapidez al anuncio cristiano. A veces se dice que la misión ha producido allí pocos frutos, pero no es verdad. En Europa, la evangelización de Rusia comienza en el año 900 d. C. En América Latina, después de cuatrocientos años de colonización por parte de pueblos católicos, sólo a comienzos del siglo XX la Iglesia se abre camino entre las poblaciones locales, los indios y los negros, que todavía no eran admitidos al sacerdocio ni en las órdenes religiosas. En el África negra, los católicos han pasado de medio millón en 1900 a veinticuatro millones en 1960, ciento dos millones en 1990 y ciento setenta y cinco millones en la actualidad. Con las Iglesias históricas y las distintas sectas de derivación protestante, los cristianos en el África negra supone la mitad de la población, y el “Continente negro” va camino de alcanzar la mayoría cristiana.
También el camino de la Iglesia, medido con el metro de la historia cristiana, ha sido rapidísimo. Los primeros dos obispos negros, consagrados por Pío XII en 1939 (uno de Uganda y otro de Madagascar), en 1960 eran treinta y nueve, en la actualidad son trescientos cincuenta (más cien extranjeros), dieciocho de los cuales son cardenales. Los sacerdotes africanos eran ochenta y cinco en 1920, dos mil en 1960, y treinta y cinco mil en la actualidad. Hay quince mil seminaristas y veintidós mil monjas nativas. Los dos Sínodos episcopales de África en Roma (1994 y 2009) son el signo más fuerte de la madurez de las Iglesias africanas: están tomando conciencia de que la misión en sus países es una responsabilidad suya, gravosa pero también fascinante. En agosto de 1969 participé como periodista en el viaje de Pablo VI a Uganda, cuando el Papa lanzaba en Kampala este llamamiento urgente: «Hermanos y hermanas africanas, ¡sed vosotros los misioneros de vuestros pueblos!». Parecía una frase temeraria, prematura. En cuarenta años, con la disminución progresiva del personal extranjero y el aumento del personal local, se está verificando la profecía del gran Pablo VI.

Qué permite salir de la crisis. El Sínodo de 1994 tenía como lema la “Iglesia -Familia de Dios”, y su meta era renovar y animar las comunidades cristianas para una evangelización del continente más participada y eficaz. El Sínodo de 2009 orientó al pueblo de Dios hacia fuera, con el título “La Iglesia de África, al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz”. El objetivo declarado era animar a las Iglesias y a los cristianos africanos a entrar en las sociedades civiles para llevar el Evangelio e insertarlo en la construcción de esas naciones jóvenes que todavía están buscando su camino.
En su segundo viaje a África, esta vez a Benín (18 -20 noviembre 2011), Benedicto XVI ha firmado y entregado a las cuarenta y dos Conferencias episcopales africanas la exhortación apostólica conclusiva del Sínodo de Roma de 2009: Africae Munus, “La tarea de África”, que derriba la visión habitual del Continente negro, que es presentado a menudo como un fardo que obstaculiza el desarrollo económico y financiero. El Papa ofrece una visión completamente distinta que ennoblece a los pueblos africanos, reconociendo los valores de su espíritu religioso y de sus culturas, de los que también nosotros, pueblos cristianos, tenemos necesidad.
Nos hallamos todos tan preocupados con la deuda y con los altibajos imprevisibles de las Bolsas, que olvidamos cuáles son los valores religiosos y culturales indispensables para salir de la crisis. El viaje de Benedicto XVI a África ha sido una bocanada de aire fresco en la atmósfera asfixiante de pesimismo que respiramos todos. Antes de volver a Roma, ha declarado: «Deseo animar a todo el continente a ser cada vez más sal de la tierra y luz del mundo. Estoy íntimamente convencido de que es una tierra de esperanza. Aquí se encuentran valores auténticos, capaces de aleccionar a todo el mundo, y que reclaman ser extendidos con la ayuda de Dios y la determinación de los africanos».
El documento Africae Munus es una verdadera carta magna para la Iglesia africana. Y hace su aparición en un momento de recuperación del África negra. Desde 1994 hasta hoy las dictaduras han sido en gran parte sustituidas por gobiernos pasablemente democráticos, y la Iglesia ha tenido un gran papel en este paso del totalitarismo a la democracia, promoviendo el nacimiento de partidos, sindicatos, prensa (incluso de oposición), grupos de opinión; las “guerrillas de liberación” e inter-étnicas han quedado reducidas a unos pocos grupos (en 1994 eran dieciséis). Finalmente, más de treinta países del África negra están creciendo económicamente. Está emergiendo, aunque con mucho esfuerzo, una nueva generación que tiene un horizonte bien distinto del tradicional: el respeto por el “bien público”.

El grito silencioso. En este cuadro moderadamente optimista de la transición hacia el mundo moderno, la Iglesia católica y en general el cristianismo tienen un papel fundamental. Benedicto XVI ha recordado continuamente su origen, la fuente de la que brota: Cristo. «La Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas», ha recordado, por ejemplo, en el discurso a los políticos locales y a los representantes de las principales religiones: «Ella repite: No tengáis miedo. La humanidad no está sola ante los desafíos del mundo. Dios está presente. Y este es un mensaje de esperanza, una esperanza que genera energía, que estimula la inteligencia y da a la voluntad todo su dinamismo».
Y el documento Africae Munus entra en materia, señalando metas precisas en los distintos sectores de la vida y de la actividad humana. No es posible enumerarlas todas, pero los discursos del Papa destacan algunas prioridades. Ante todo, ha recomendado la «atención preferencial» por los últimos, «por el pobre, el hambriento, el enfermo, el extranjero, el humillado, el prisionero, el emigrante despreciado, el refugiado». Ha destacado además el valor de la educación de base para el crecimiento de cada pueblo. Ha definido el analfabetismo como «un flagelo igual que las pandemias», recordando que la primera ayuda a África es la educación y la difusión del Evangelio.
En cuanto a la lucha contra el sida, Benedicto XVI ha afirmado que «exige sin duda una respuesta médica y farmacéutica. Pero ésta no es suficiente, pues el problema es más profundo. Es sobre todo ético». Hace falta un cambio de comportamiento: «la prevención del sida debe basarse en una educación sexual fundada en una antropología enraizada en el derecho natural, e iluminada por la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia».
Y de nuevo, la función de las religiones y el diálogo: «ninguna religión, ninguna cultura puede justificar que se invoque o se recurra a la intolerancia o a la violencia». El Papa ha instado a promover relaciones amistosas entre los creyentes de las distintas religiones, para poder colaborar al bien común y para hacer que África mantenga su espíritu religioso.
Finalmente, el Papa ha dicho que la Iglesia «debe denunciar el orden injusto», y hacerse eco del «grito silencioso de los inocentes perseguidos». Ha recordado que ha habido «muchos conflictos provocados por la ceguera del hombre, escándalos e injusticias, corrupción y codicia, demasiado desprecio y mentira, excesiva violencia que lleva a la miseria y a la muerte». Pero sobre todo, ha pedido algo a los «responsables políticos y económicos» de África y del mundo entero: «No privéis a vuestros pueblos de la esperanza. No amputéis su porvenir mutilando su presente».