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Huellas N.11, Diciembre 2011

EDITORIAL

La razón de los pastores

Tomémoslo como test. Cuántos de nosotros al ver la portada de este número han pensado, aunque sólo por un instante: «¿Sucede de verdad algo nuevo? ¿Qué hay de nuevo en la Navidad? ¿Acaso no hay nada más repetitivo, casi ritual, que la liturgia de los acontecimientos que nos esperan en estos días?». Es un simple indicio, pero delata esa tentación recurrente ante el acontecimiento cristiano: reducirlo a un recuerdo del pasado, devoto y hermoso. ¿La Navidad es simplemente el recuerdo de algo que ya pasó o hace presente una realidad que acontece ahora? ¿Es «algo que se yuxtapone» al presente que vivo, como dice el manifiesto de Navidad, o algo que me implica dramáticamente en una relación? ¿Es algo que domino en sus términos esenciales, o algo que me afecta en este instante y que, por lo tanto, es irreductible a lo que yo ya sé?
Ante esta disyuntiva, podemos tomar la senda de “lo que ya sabemos” al respecto –amparados además por todo el patrimonio de una historia cristiana, en la que las palabras resuenan tan a menudo gastadas– o aceptar el drama que implica una relación viva, que se establece ahora, que nos interpela momento por momento. Sólo en este caso «la conciencia del Misterio presente convierte nuestra vida en un flujo continuo de novedad».

Llevamos meses luchando por abrir nuestra razón, para ir en contra de lo que Benedicto XVI insiste en llamar “positivismo”, esta idea estéril y sofocante por la cual la realidad es tan sólo lo que se ve y se toca. Nada más. Es una lucha decisiva para la vida, lo hemos repetido en los últimos editoriales de Huellas y en muchas de sus páginas recientes. Y, sobre todo, lo experimentamos en nuestra propia piel, cuando nos falta el aire porque miramos la realidad de manera reducida, o cuando volvemos a respirar al tomarla por lo que es, como un signo del Misterio.
En estos días Dios mismo irrumpe en nuestra vida para ayudarnos a abrir de par en par las ventanas. Más aún, para derrumbar las paredes del búnker en el que nos hemos recluido, según la imagen utilizada por el Papa. Dios ha decidido entrar en este mundo haciéndose de carne y hueso, un niño, una realidad que se ve y se toca, algo tan pequeño que a primera vista parece nada. Ante él nuestra razón se ve provocada a abrirse. Y quien es sencillo de corazón se arrodilla hoy, como entonces los pastores, ante un Misterio.

Es el reto supremo a nuestra razón. Dios adquiere “nuestra medida” para mostrarnos del modo más eficaz que la realidad misma nos supera, que ni podemos medirla ni cabe en medida alguna.
En aquel niño, en aquel punto tan frágil y aparentemente insignificante del mundo y de la historia, cabe el sentido de todo. Dios está allí. Y en esos pastores arrodillados, dispuestos a reconocer la grandeza del Misterio en un signo tan pequeño, cabemos todos los que estamos llamados a abrirnos ante esta desproporción increíble pero totalmente real. Y cabe, por tanto, la posibilidad de que la vida, en cada instante, «hoy, a las once, a la una, a las seis...» se convierta realmente en una corriente continua de novedad. Es lo que realmente desea nuestro corazón. ¡Feliz Navidad!