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Huellas N.10, Noviembre 2011

IGLESIA / El encuentro de Asís

El camino de quien busca

Andrea Tornielli

El camino común y las preguntas que nos liberan de la violencia. Sin Dios, el hombre decae. Pero, ¿por qué Benedicto XVI ha querido reunir, junto con los representantes de las religiones, también a un grupo de no creyentes? Una respuesta que interroga a los fieles “por costumbre”

Los no creyentes que buscan la verdad y, aún sin haber encontrado a Dios, no cierran definitivamente sus puertas a la posibilidad de encontrarlo «llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás».
Es el mensaje más significativo y novedoso del encuentro que Benedicto XVI ha querido celebrar el pasado 27 de octubre en Asís, veinticinco años después del primer encuentro interreligioso convocado por Juan Pablo II. La novedad de la jornada querida por Ratzinger ha sido la presencia, junto a los representantes de diferentes religiones, de un grupo de no creyentes.
Benedicto XVI, como ya hizo Juan Pablo II, viajó en tren desde la estación de San Pedro de Roma hasta la Basílica de Santa María de los Ángeles de Asís, en compañía de cerca de trescientos representantes de las religiones del mundo entero, «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Se hizo hincapié adrede en este camino común, más que en la oración, para evitar interpretaciones forzadas y erróneas del gesto.
En su intervención al final del acto de acogida en la basílica de Santa María de los Ángeles, el Papa ha recordado el encuentro de Asís en 1986, cuando la paz en el mundo estaba amenazada por la división del planeta en dos bloques. Tres años después de ese encuentro promovido por el beato Karol Wojtyla, caía el Muro de Berlín «sin derramamiento de sangre». Ratzinger ha reconocido que «el motivo más profundo de este encuentro es de carácter espiritual», y ha explicado que «si el 89 supuso una victoria de la libertad» y, sobre todo, «una victoria de la paz», después de aquel momento no llegaron ni libertad ni paz.
Ratzinger ha presentado después los dos nuevos rostros de la violencia, diametralmente opuestos. El primero, el terrorismo, que justifica «cualquier forma de crueldad» y que «a menudo hunde sus raíces en motivaciones religiosas». El Papa dijo que, como personas religiosas «nos debe preocupar profundamente» que en nombre de la religión se recurra a la violencia. Benedicto XVI se ha planteado cuál es la verdadera naturaleza de la religión, preguntándose si de verdad existe una naturaleza común a todas las religiones. «Tenemos que afrontar estas preguntas si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos». Y este es la verdadera tarea del diálogo interreligioso.

Un uso abusivo. Ratzinger no ha negado que «en la historia se ha recurrido a la violencia también en nombre de la fe cristiana. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que este ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza» que es la de creer en un Dios Padre de todos los hombres, que son entre sí hermanos y hermanas.
El segundo tipo de violencia que Benedicto XVI ha señalado en su discurso en Asís tiene una motivación diametralmente opuesta: «es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad». Un «no» a Dios que «ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios». El Papa no se ha referido sólo «al ateismo impuesto por el Estado», sino también a la «decadencia» del hombre, a un «cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder». El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, «en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo».
Al final, Ratzinger se ha dirigido a los no creyentes. «Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios». Personas como éstas no niegan simplemente a Dios, «sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él». Son personas que «plantean preguntas tanto a una como a la otra parte» y que «despojan a los ateos combativos de su falsa certeza» y los invitan a que, en vez de polémicos, «se conviertan en personas en búsqueda».
Pero los no creyentes que buscan llaman en causa «a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás». Estas personas buscan la verdad, «buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios». El testimonio negativo de los cristianos también aleja a los no creyentes. Su lucha interior y su interrogarse «es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios –el verdadero Dios– se haga accesible».
Cuando los creyentes, también los cristianos, se vuelven rígidos, cuando consideran su fe como una posesión, acaban por desnaturalizarla e instrumentalizarla. Por ello, Benedicto XVI he querido que estuvieran en Asís también los no creyentes, para que se interrogaran acerca de la paz y, a la vez, para que su presencia interrogara a los hombres religiosos. Una decisión que no resulta extraña si se conocen las convicciones del teólogo convertido hoy en sucesor de Juan Pablo II.

Un camino que dura toda la vida. En el libro Dios y el mundo, que recoge la larga entrevista que Peter Seewald hizo al entonces Prefecto de la Congregación para la fe, Benedicto XVI dijo hablando de la fe cristiana: «La naturaleza de la fe no es tal que a partir de un cierto momento se pueda decir: yo la poseo, otros no… La fe sigue siendo un camino. Durante toda la vida estamos en camino y, por tanto, la fe está siempre amenazada y en peligro. Es muy saludable que de esta manera se la sustraiga del riesgo de transformarse en una ideología manipulable. De endurecerse y de hacernos incapaces de compartir la reflexión y el sufrimiento con el hermano que duda y se interroga». «La fe –añadía Ratzinger– puede madurar sólo en la medida en que soporta y se hace cargo, en cada etapa de la existencia, de la angustia y de la fuerza de la incredulidad, y las atraviesa para al final poder recorrer de nuevo su camino en una nueva época».
El mes pasado, en su último viaje a Alemania, comentando las palabras de Jesús «los publicanos y los pecadores os precederán», Benedicto XVI había explicado: «Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría sonar más o menos así: los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por la fe».