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Huellas N.9, Octubre 2011

BREVES

Responden los hechos
ECOS DE OMNISCIENCIA

John Waters

El Papa nos invita a ampliar la razón. Mientras que hay un saber que deja intactas nuestras preguntas existenciales. Como traté de explicarle a un señor que no comprendía...

En su reciente discurso en el Bundestag, el Papa Benedicto XVI ha comparado la reducción que el pensamiento positivista impone a la razón en nuestra cultura con un bunker de cemento sin ventanas, en el que aparentamos ser los creadores de las condiciones artificiales aptas para la vida humana. Y aún así, continuó, seguimos creando a partir de materias primas que vienen de Dios, aunque neguemos sus orígenes.
Ciertamente, cualquier palabra que se refiera a la verdadera naturaleza del hombre en una cultura como la que describe el Papa suena a recuerdo sentimental, como un aliento que se hiela enseguida bajo cero. Así, el lector superficial cree que el Papa ha lanzado un llamamiento irracional con miras a algún refuerzo “espiritual” para atemperar el “rigor” del conocimiento científico.
Como siempre, el pensamiento del Papa es un armazón de ciencia, política, ecología, antropología, pero, ¿cuántos han tenido el privilegio de leer por entero su discurso, y cuántos se han quedado con las simplificaciones no siempre honestas que han recibido?
El triunfo del positivismo en la sociedad mediática debe mucho a esos mecanismos de información que nos proporcionan “un poco de todo” sobre cualquier tema, pero muy raramente algo lo suficientemente hondo que permita al lector tener un marco adecuado en que situar afirmaciones extrapoladas y fuera de contexto. El que lee se considera “informado”, repite lo que le ha llegado e incluso supone que el progreso científico –en su sentido positivista– está derrumbando la “antigua” comprensión del mundo. En el bunker, todo parece confirmar la presunción de que la razón ha conseguido remodelarse excluyendo a Dios, la fe, la religión, etc. Y el hombre se queda paralizado ante las preguntas que sus antepasados tuvieron que afrontar y que afectan a la dimensión religiosa. Su cabeza forma parte del gran proyecto de la omnisciencia humana, que avanza a marchas forzadas, pero su corazón se siente cada vez más excluido. Mejor dicho, siente que sus dudas sólo le afectan a él, y que es mejor censurarlas.
En un reciente encuentro con el poeta irlandés Patrick Kavanagh, en Dublín, un hombre sentado en primera fila me objetó: «¿No te das cuenta de que el hombre ha llegado a la Luna?», insinuando que el progreso científico ha redimensionado la visión cristiana de la humanidad y de la realidad. Le pregunté: «Y tú, ¿has ido a la Luna?». Todos se echaron a reír, pero yo hablaba en serio, quería que me dijese si las preguntas de su corazón habían encontrado respuesta en el saber de ese hombre que llegó a la Luna.
Ciertamente no. La idea de que el progreso cambiará la naturaleza humana es una ilusión que va de boca en boca, como el eco de una omnisciencia que en realidad no añade nada a lo que de verdad sabemos. De ahí que pensemos que en otros lugares hay hombres que han experimentado un cambio vital en su existencia gracias a las costumbres científicas, y nos sintamos “confirmados” en nuestra suposición. Pero, aunque semejantes hombres existieran, comprobaríamos que fundamentalmente siguen siendo los mismos, al margen de los “hallazgos del progreso” a los que tienen acceso. Neil Armstrong tuvo que volver a la Tierra y vivir una vida normal. También para él la Luna se quedó colgada en el cielo, y todavía nadie puede explicar del todo cómo llegó a estar majestuosamente allí.