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Huellas N.9, Octubre 2011

IGLESIA / Milán

«Dios necesita de nosotros»

Andrea Tornielli

El pasado 25 de septiembre el cardenal Angelo Scola fue recibido como pastor de la diócesis ambrosiana por más de veinticinco mil fieles. E invitó a todos a hacer cuentas con «la verdadera crisis: la separación entre la fe y la vida»

«Cristo es un desconocido, un olvidado, un ausente en parte de la cultura contemporánea». Este diagnóstico dramático, puesto en evidencia por Giovanni Battista Montini en 1934, es decir, veinte años de su nombramiento como arzobispo de Milán, fue recordado la tarde del domingo 25 de septiembre por su cuarto sucesor, Angelo Scola, en el día de su toma de posesión como pastor de la gran diócesis ambrosiana.
Abrazado en la Plaza del Duomo por más de veinticinco mil fieles, acogido por las autoridades de la ciudad y de la Región, Scola recibió de las manos de su predecesor, Dionigi Tettamanzi, el «báculo» pastoral que perteneció a san Carlos Borromeo. Y en su primera homilía señaló el «diagnóstico lúcido y profético sobre el estado de la vida cristiana en los bautizados» pronunciado por Montini en los años treinta como el desafío principal para los cristianos milaneses. Dijo Scola: «En el joven Montini era evidente una convicción: un cristianismo que no afecte a todas las formas de vida cotidiana de los hombres, es decir, que no se convierta en cultura, no es ya capaz de comunicarse». De ahí el proceso que «llevaría inexorablemente a la separación entre la fe y la vida», y «conduciría al abandono masivo de la práctica cristiana con grave detrimento para la vida personal y comunitaria de la Iglesia y de la sociedad civil».

Tibios y alejados. Scola recordó que durante los veinte años de su episcopado había percibido la «dolorosa y creciente confirmación de la actualidad de este diagnóstico, sobre todo para los hombres y mujeres de las generaciones intermedias», que «parecen superados» por lo que Cesare Pavese llamaba «oficio de vivir». Normalmente «no son contrarios al sentido cristiano de la existencia, pero no consiguen ver su conveniencia para su vida cotidiana y la de sus allegados».
De aquí viene la urgencia de volver al anuncio de Cristo «desconocido» y «olvidado». Una urgencia que advierte Benedicto XVI de modo particular y que representa una de las claves de su pontificado, hasta el punto de llevarle a instituir de la nada un dicasterio de la curia romana dedicado a la nueva evangelización. La primera homilía de Scola deja entrever que será también la verdadera prioridad de su episcopado milanés. No hay pretextos, explicaba el Arzobispo, ni siquiera el de la «convulsa transición en la que estamos inmersos», para no hacer cuentas con la verdadera crisis, la separación entre la fe y la vida, la fe reducida a costumbre, incapaz de transformarse en cultura y de encarnarse en cada aspecto de la vida concreta de las personas.
Hace medio siglo, Montini dijo a los milaneses tibios y alejados, pertenecientes a esos mundos –la cultura, la moda, las finanzas, el mundo obrero– que parecían haberse vuelto impermeables al Evangelio: «Venid y escuchad». «Pero este “Venid y escuchad”», explicó Scola, «presupone, por parte de los cristianos, un ir, un hacerse cercano a los hombres y a las mujeres en todos los ámbitos de su existencia». Al igual que Jesús «se dirigía hacia el hombre concreto para compartir por completo su condición y su necesidad», nuestro único «propósito es transparentar a Cristo, luz de las gentes, en el rostro de la Iglesia».
Una invitación a poner en el centro el anuncio y el testimonio dirigido a todos, en cualquier circunstancia y ambiente, superando «cualquier tentación de adaptación a la mentalidad de este mundo» y aceptando la cruz que humilló a Jesús: «Precisamente, estamos en la condición de no tener aquí abajo una ciudad estable».

«Ha querido testigos». Para comunicarse a los hombres, dijo Scola, «Cristo ha querido tener necesidad de los hombres, de testigos. Él ha decidido tener necesidad de mí, de ti, de cada uno de nosotros. He aquí la maravilla de la gracia de Cristo, que exalta la libertad humana».
Al término de la celebración, en los saludos finales, el nuevo Arzobispo, después de haber dirigido un homenaje al Papa, quiso recordar a sus padres (el día había comenzado con una visita al cementerio de Malgrate en donde están enterrados junto a su hermano mayor), a los sacerdotes de su infancia y juventud, a don Giussani, «verdadero genio de la educación cristiana», a Hans Urs von Balthasar y al beato Juan Pablo II. Finalmente, expresó un deseo «para nuestra Milán, metrópoli iluminada, trabajadora y hospitalaria: ¡no pierdas de vista a Dios!».