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Huellas N.9, Octubre 2011

PALESTINA / Más allá de la ONU

Nosotros, los sin patria

Francesca Paci*

Campanarios y almuecines. En los Territorios palestinos la fiesta es común. El eco de la petición de Abu Mazen para el reconocimiento del Estado palestino recorre toda la Tierra Santa y sacude la vida de las comunidades cristianas, donde la esperanza se cifra en un nuevo impulso a las negociaciones y la gente está «cansada de violencia»

«Occidente se ha entusiasmado enormemente por la así llamada “primavera árabe” pero pronto se dará cuenta de que, empezando por El Cairo, el riesgo es que se beneficien de ella los islamistas y nosotros, los palestinos, tengamos que andarnos con cuidado». Mientras el presidente Abu Mazen tiene sobre ascuas a Israel después de haberse dirigido con éxito a la ONU para que reconozca el Estado palestino, el joven comerciante Elías asa salchichas en un patio frondoso de Belén y razona sobre los efectos a largo plazo del terremoto regional, de cuyo alcance nadie puede estar seguro, ni siquiera su pueblo. No tiene ganas de enfrentarse a Hamás, el partido en el poder en Gaza que desde 2005 mantiene la mayoría en todas las ciudades de Cisjordania, incluyendo la de la Natividad. Mucho mejor hablar de Egipto, lo que es lo mismo que referirse a los problemas de los demás aludiendo implícitamente a los propios. Los cristianos de Tierra Santa siempre han evitado subrayar las diferencias con sus compatriotas musulmanes y han preferido insistir sobre la ocupación, mínimo denominador común de un pueblo variopinto, sea desde el punto de vista político o desde el religioso. Aún hoy, para entender hasta qué punto la apelación a la ONU del heredero de Arafat han dejado huella en la patria, es necesario indagar a la sombra de las mezquitas, allá donde en los últimos años se ha hecho sentir con más fuerza la polarización extrema del conflicto, halcones israelíes contra halcones palestinos repartiéndose los restos del diálogo.
En las horas siguientes al discurso de Abu Mazen, una riada de hombres, mujeres y niños ha inundado las calles de Ramala, Nablus, Hebrón, Belén, para confirmar al presidente redescubierto que –excepto en Gaza, silenciada por las milicias de Hamás– su mensaje se ha hecho sentir alto y claro.

Una guerra interminable. «Se tenía a Abu Mazen por un líder débil. Nadie lo habría imaginado enarbolando nuestra bandera en las Naciones Unidas, desafiando las amenazas de Washington. Ha sido un momento embriagador y la población de Belén ha salido a la calle en masa, como no lo recordaba desde hace años y años», admite Elías. Es consciente de que el gesto del 23 de septiembre no es más que un gesto simbólico. En el mejor de los casos la Asamblea General de la ONU sólo otorgaría a Palestina el grado de “observador”, de Estado no miembro como el Vaticano, cuyas atribuciones no tendrán ningún efecto práctico sobre la routine cotidiana de los que viven en los Territorios. Pero las manifestaciones pacíficas que lo han acompañado y la aprobación de Abu Mazen, catapultado desde un porcentaje mínimo a más allá del 83%, muestran hasta qué punto los palestinos están cansados de los tambores de guerra que desde décadas se oyen como música de fondo de las negociaciones, sin producir ningún resultado. Casi veinte años después de los acuerdos de Oslo y diez de los kamikazes, seguidos de la segunda Intifada, Israel controla todavía toda Jerusalén, proliferan las colonias y, en la Gaza gobernada por los irreductibles, la mano de hierro sólo ha producido un aumento de la desocupación, mientras en Cisjordania la economía ha vuelto a florecer parcialmente. ¿Cuál es el precio de una guerra interminable? La respuesta está por ahora en la apuesta que ha ganado Abu Mazen. A pesar del boicot de Israel, EEUU y Hamás, el presidente ha seguido por su camino –el único disponible, dado que las negociaciones habían llegado a un punto muerto, congeladas de hecho hasta el pasado 22 de septiembre– demostrando que ejercer el soft power, en vez de amenazar con el hard power, no induce automáticamente a la violencia.
«Abu Mazen ha mencionado todo, incluidos los refugiados; ha hablado como hubiese hablado cualquier palestino, sin omitir nada de nuestra humillación constante. Cualquiera de nosotros habría podido ensimismarse con él» observa el padre Raed Abu Sahlia, párroco de la iglesia de Cristo Redentor de Taybeh, la única aldea palestina todavía íntegramente cristiana, que la noche del 23 de septiembre tocó a fiesta las campanas y a la mañana siguiente dedicó la misa al valor del presidente, como hizo en Nablus el ex patriarca latino de Jerusalén, monseñor Michel Sabbah. Si todos los palestinos están exaltados, da a entender, sus fieles todavía lo están más. Entre la desilusión por la falta de paz, el endurecimiento de la ocupación sellada por el muro construido por los israelíes para protegerse de los atentados y la islamización de la sociedad palestina, sólo en Belén, desde principios de los años noventa hasta hoy, los cristianos han descendido a menos del 12% de los sesenta mil habitantes actuales, un porcentaje elevado con relación al resto de la Cisjordania y de Gaza, donde tan sólo son menos del 2%. Aún reacios a pronunciarse claramente a nivel individual, desde hace semanas sostienen el intento de Abu Mazen, todavía más después del suspenso que le ha dado Hamás, que no está dispuesto a reconocer el Estado de Israel con los límites del 67. No confirmada por nadie, se advertía el miedo de que el viento de la primavera árabe llevase a las facciones islamistas más sectarias a la venganza también en los territorios palestinos, aunque fuese temporalmente, como en Egipto, en Túnez y en Libia. En cambio el laico y moderado Abu Mazen ha marcado un tanto, el líder rutilante que ha vestido ostentosamente la Kefiah frente a la comunidad internacional, a coste de pasar entre los suyos por “títere” de Occidente, «el único socio posible para la edificación de dos estados», según el presidente israelí Simon Peres.
«Todos estamos emocionados. La prueba de hasta qué punto ha sido constructivo el discurso del presidente es el auge de su popularidad, en detrimento de la de Hamás» hace notar Victor Batarseh alcalde de Belén, la “cuota cristiana” garantizada desde los tiempos de Arafat en la ciudad cada vez más sensible al canto del almuecín, «si fuésemos a votar hoy seguramente el partido islámico perdería».Desde principios de septiembre las principales iglesias cristianas palestinas (católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos y coptos) se pasan la pelota en cuanto al envío al gobierno de Ramala del propio apoyo «a los esfuerzos diplomáticos para obtener el reconocimiento internacional del Estado Palestino con las fronteras del Junio de 1967». El day after, al margen del resultado que obtenga, es el día del agradecimiento.
«La gente está cansada de la violencia y no creo en una tercera Intifada. Ningún grupo, facción o individuo quiere explotar la situación con fines violentos» comenta el custodio de Tierra Santa, el padre Pierbattista Pizzaballa justo después del llamamiento a las Naciones Unidas. «Es doloroso ver una nueva generación de jóvenes israelitas y palestinos que ha nacido y crecido en la violencia, tenemos que dejarles que jueguen juntos», le hace eco el patriarca latino de Jerusalén, Fouad Twal.
Como muchos israelíes, empezando por el célebre escritor Abraham Yehoshua, los cristianos palestinos están convencidos de que lejos de ser una provocación, la iniciativa del presidente Abu Mazen en la ONU puede resolverse en un impulso para la reavivación de las negociaciones. Y la invitación del premier israelí Bibi Nentayahu a aprovechar la ocasión de encontrarse en Nueva York para reemprender el diálogo parece confirmar que era necesaria una sacudida, aún cuando no pudiese partir del gobierno actual de Israel.
Así, aún precario, el eco de la llamada de Abu Mazen continúa recorriendo Tierra Santa.

La silla azul. El obispo Giacinto Marcuzzo subraya desde Nazaret cómo después de años de negociación infructuosa «la búsqueda de justicia» que expresa el recurso a la ONU es «válida y justificada»: «La petición de los palestinos ha llegado después de dieciocho años, habiendo empezado las negociaciones en 1993. Llegados a este punto, ¿qué faltaba? Lo mejor era dirigirse hacia el organismo internacional legal, admitido y reconocido». En Jenin y Tulkarem, los habitantes se pasan todavía como en un juego para evitar el mal agüero la silla azul con el número 194, el asiento palestino en la ONU. Si hay rosas florecerán, sin las espinas insidiosas que se ciernen sobre la primavera árabe. Por el momento en los territorios palestinos las campanas y el canto del almuecín no compiten en la conquista del aire saturado de invocaciones a Dios. La fiesta es común. También hay quien se alegra en Gaza, donde Hamás ha prohibido las manifestaciones saboreando amargamente el éxito del archienemigo de Fatah, Abu Mazen. Muchos, revela un estudiante de leyes a cambio del anonimato, se han sentido orgullosos del presidente la tarde del 23 de septiembre. Un destello de orgullo simbólico, de acuerdo. Pero en estos lugares los símbolos cuentan, y cómo, y hablan por todos.

*Corresponsal del periódico La Stampa