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Huellas N.8, Septiembre 2011

IGLESIA / JMJ 2011

Nos ha mostrado al Amigo

José Luis Restán

En Madrid, Benedicto XVI ha dirigido constantemente su mirada hacia la presencia del Amigo que nos convocaba. Uno a uno le hemos seguido. El Papa ha hablado a los jóvenes como a personas adultas y ellos no le han defraudado. La JMJ ha desbordado todos los cálculos. CL se ha implicado a fondo colaborando con las demás realidades eclesiales. De ahí han surgido relaciones que ya son para siempre y la experiencia de que la JMJ ha sido un gran bien para el movimiento, para la Iglesia entera y también para la sociedad española

Hay algo que no cuadra. Los peregrinos han empezado a dejar Madrid y los intérpretes andan desconcertados. Se entiende, porque bien mirado, las cuentas no cuadran. En los últimos años se ha recrudecido el escarnio contra los católicos en los grandes medios de comunicación; la costumbre social visible se ha alejado más y más de la tradición cristiana y las legislaciones en occidente se desvinculan de sus grandes certezas; la propia Iglesia ha mostrado algunas de sus llagas más dolorosas, y muchas veces apuntamos su debilidad educativa y de discurso público. Y sin embargo, ahí estaban. Han llegado en número superior a todas las previsiones, han demostrado su unidad en torno al Papa, su capacidad de aguante, su escucha, su alegría y libertad. No han salido de la nada: han brotado en el campo de la Iglesia, han acudido al reclamo de Pedro. Esa es la noticia.

La generación de Benedicto. En la misa de acogida el cardenal Rouco habló de una historia cristiana, de un surco que prosigue desde hace veinticinco años. La genialidad de Juan Pablo II introdujo un nuevo estilo de comunicación entre la Iglesia y los jóvenes, que pese a todas las críticas ha dado frutos evidentes. Pero no se puede vivir de las rentas. El anfitrión de la JMJ no adula a los peregrinos. Les habla de los cambios de escenario histórico, les bautiza como «la generación de Benedicto XVI». Después de Madrid 2011 toca comprobar cómo la fe cristiana, vivida hoy en la Iglesia, plasma personas y comunidades capaces de afrontar los retos de esta hora. Los jóvenes aplauden aceptando el desafío. Ya no son los hijos de la Europa rota por el muro de Berlín; han nacido en la cultura del nihilismo y de la tecno-ciencia, navegan por las redes de la globalización. Muchos no llegaron a experimentar el magnetismo del papa Wojtyla, pero han reconocido la persuasión de la razón que ejerce Joseph Ratzinger.

Que nadie os quite la paz. Al llegar a Madrid el Papa quiso aclarar que la JMJ no es un espacio acotado para los ya convencidos, sino un espacio dramático, donde la razón y la libertad se ponen en juego. Venía a encontrar a los que ya conocen a Jesús, pero también a los que dudan y a los que buscan la verdad y la felicidad auténtica. Y les habla de la red de amistades que generan las JMJ, amistades que duran, que hacen crecer, que acompañan en todas las vicisitudes de la vida. Se llama Iglesia. Y sabiendo el áspero trasfondo social para la fe que tantos deben afrontar, les anima: «¡que nada ni nadie os quite la paz, no os avergoncéis del Señor!». Es la primera fiesta, la recepción en Cibeles. Madrid nunca se ha visto más hermosa, y Pedro envía a los jóvenes al corazón de la ciudad. Les pide un testimonio valiente de su fe, lleno de amor al hombre que siempre es hermano. Un testimonio que no esconda jamás la propia identidad, ofrecido en una convivencia respetuosa con todas las realidades presentes en una sociedad plural. Testigos, con simpatía y sin complejos, en la ciudad común.

Buscar, siempre. En el monasterio de El Escorial, el Papa teólogo pronuncia su lección magistral ante más de un millar de jóvenes profesores universitarios. Maestro entre maestros, les habla de la pasión de conocer y de enseñar. Muestra cómo la búsqueda de la verdad es el signo más grandioso de lo humano y el mejor servicio a la libertad. Lo que nos une a todos (creyentes y no creyentes) en la construcción de la ciudad común, es precisamente la búsqueda leal de la verdad. En ese diálogo en búsqueda de la verdad, en ese testimonio recíproco de las razones de la propia experiencia consiste la laicidad positiva, de la que Benedicto XVI ha vuelto a ser maestro estos días.
Pero cuando el conocimiento o el gobierno prescinden de esta búsqueda de la verdad, se asoman al precipicio del totalitarismo cultural y político. Palabras duras pero verdaderas. A continuación el Papa describe con enorme delicadeza la aventura del conocimiento como algo que implica al ser humano en su totalidad, inteligencia y afecto, razón y amor. Y les recuerda que la Universidad nació en el hogar de la Iglesia precisamente porque la fe cristiana habla de Cristo como el Logos, y afirma que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, de modo que puede conocerlo y amarlo. La racionalidad del mundo, que no es un absurdo cruel sino un designio de amor; la racionalidad de la fe, que no es voluntarismo ni escape sino entrar, de la mano de Cristo, en el fondo de la realidad. Los grandes temas del magisterio del Papa Ratzinger.

Para atravesar la tormenta. Y llegó el momento en que la multitud incontable de todas las razas, lenguas y banderas se desplazó a Cuatro Vientos. Caminaban juntos y alegres, no como una masa informe sino como un pueblo que canta, consciente de tener una meta. Benedicto XVI ha tejido para ellos un extraordinario tapiz con cuatro hilos de oro: el corazón del hombre sediento de verdad y felicidad; Jesucristo, el Verbo hecho carne («¿quién dice la gente que soy yo?»); la Iglesia, fuera de la cual la figura de Jesús se vuelve un fantasma presa de la imaginación de cada uno; y el mundo (convulso y atribulado) que busca una razón válida para seguir esperando. Es el gran itinerario de su pontificado, volver a colocar en el centro de la vida real al Dios que es razón creadora y amor hasta el extremo.
La Iglesia está cimentada sobre los apóstoles y los profetas. Benedicto XVI es ambas cosas, por su ministerio y por su respuesta personal. Por eso ha podido convocar a esta inclasificable comunidad, más aún, ha sostenido su conciencia, su espera, la ha proyectado hacia el futuro. Los jóvenes le han preguntado cómo tener certeza sobre Jesús, cómo ser fieles a la fe sin desertar de su puesto en la sociedad, cómo vivir la aventura del matrimonio, cómo atravesar la confusión de los mensajes y del propio corazón. El Papa les escucha, les penetra con su mirada a la vez inteligente y mansa. Y se desató la tormenta. El viento y la lluvia azotaban con fuerza pero los jóvenes cantaban mientras su padre los miraba sereno, con una sonrisa en los labios. Hubo desconcierto entre los organizadores y el séquito papal. Alguno insinúa la posibilidad de que el Papa se retire pero él quiere seguir con los jóvenes. 
Apenas amaina la tempestad prosigue la adoración al Santísimo. Momento único. Millón y medio de jóvenes que acaban de ser golpeados por la tormenta y el desconcierto, hacen silencio total. Muchos caen de rodillas. El Papa está con ellos frente a Jesús eucaristía, adorando al único Señor. «Hemos vivido juntos una aventura», les dirá después como en una confidencia. «Pero vuestra fe es más fuerte que la lluvia… con Cristo podéis atravesar todas las tormentas de la vida». 

Nos espera la vida. La mañana de domingo es radiante como una promesa de felicidad. Benedicto XVI vuelve a proponer a Cristo como la única respuesta a la inquietud de estos jóvenes. Y abre de par en par las puertas del gran hogar de la Iglesia, fuera del cual la figura de Jesús se esfuma en un mar de confusión, presa de las interpretaciones y de la pretensión de cada uno. Allí precisamente, en Cuatro Vientos, está la Iglesia que despunta en las almas de casi dos millones de jóvenes. Sí, algunos la catalogaban ya como reliquia a disposición de los arqueólogos, pero resulta que está viva. «¿Qué vais a decir a vuestros compañeros y amigos cuando regreséis a casa?», les plantea este hombre sabio y manso, dulce y genial, intelectual y hombre del pueblo. «El Señor os ha puesto en este momento de la historia (con toda su dificultad y con toda su belleza) para que siga resonando gracias a vuestra fe (qué desproporción) la Buena Nueva de Cristo». 
Antes de regresar a Roma, el Papa encuentra a una representación de los treinta mil voluntarios que han sido el nervio y la columna de esta JMJ de Madrid 2011. Y se desborda la alegría, rebosa la gratitud. El Papa de la Caritas in Veritate contempla realizado lo que él mismo ha escrito, y sabe que ésta es una semilla fuerte de futuro, para la Iglesia y para el conjunto de la humanidad. Pero no les adula, les recuerda que hemos sido rescatados al precio de la sangre de Cristo, y que es a ese amor al que están llamados a responder. Un amor que escapa de todos los análisis de la prensa. 
Un columnista, cínico pero sorprendido, advierte que el lunes empieza la vida real, y dice que «entonces ya veremos». Tiene razón en que el desafío es éste. Ha despegado el avión y Río de Janeiro ya espera. Pero no, antes espera la vida. Ya es lunes, y la Iglesia sigue su peregrinación entre dolores y alegrías, guiada por Pedro, con la mirada puesta en su Señor. Hay mucho que trabajar, mucho que construir, mucho por lo que dar gracias.


FRASES DESTACADAS

«Sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos… Entonces seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la persona misma de Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor»
Benedicto XVI
Fiesta de acogida en la Plaza de la Cibeles

«Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos. Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre… También hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro»
Benedicto XVI
Misa final en Cuatro Vientos