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Huellas N.8, Septiembre 2011

PRIMER PLANO / La historia soy “yo”

«Queridos por quien nos espera»

El Meeting se abrió con el mensaje de Benedicto XVI, enviado al obispo de Rimini. Publicamos un amplio extracto

El lema elegido para la edición de 2011 –“Y la existencia se llena de una inmensa certeza” – suscita interrogantes profundos: ¿qué es la existencia? ¿Qué es la certeza? Y sobre todo: ¿cuál es el fundamento de la certeza sin la cual el hombre no puede vivir? (…)
Podemos conducirnos directamente a lo esencial, partiendo de la etimología latina del término existencia: ex sistere. Heidegger, al interpretarla como un “no permanecer”, puso en evidencia el carácter dinámico de la vida del hombre.
Pero ex sistere evoca en nosotros al menos dos significados aún más descriptivos de la experiencia humana del existir y que en cierto sentido están en el origen del mismo dinamismo analizado por Heidegger. La partícula ex nos hace pensar en una procedencia y, al mismo tiempo, en una separación. La existencia sería por tanto un “estar, proveniendo de”, y al mismo tiempo un “ir más allá”, casi un “trascender” que define de un modo permanente el mismo “estar”. Tocamos aquí el nivel más original de la vida humana: su ser criatura, su ser estructuralmente dependiente de un origen, su ser querida por Uno hacia el cual, casi inconscientemente, tiende. El difunto mons. Luigi Giussani, que con su fecundo carisma está en el origen de esta manifestación de Rimini, insistió muchas veces en esta dimensión fundamental del hombre. Y lo hacía justamente, porque es precisamente de la conciencia de sí que deriva la certeza con que el hombre afronta la existencia. El reconocimiento del propio origen y la “proximidad” de este mismo origen en cada momento de la existencia son la condición que permite al hombre una auténtica maduración de su personalidad, una mirada positiva hacia el futuro y una fecunda incidencia histórica. Éste es un dato antropológico que se puede verificar ya en la experiencia cotidiana: un niño está tanto más seguro cuanto más experimenta la cercanía de sus padres. Pero, siguiendo el ejemplo del niño, entendemos que, por sí solo, el reconocimiento del propio origen y, por tanto, de la propia dependencia estructural no basta. Es más, podría parecer –como la historia se ha encargado de demostrar ampliamente– un peso del que liberarse. Lo que hace “fuerte” al niño es la certeza del amor de sus padres. Es necesario, por tanto, adentrarse en el amor de quien nos ha querido para poder experimentar la positividad de la existencia. (…)
El hombre no puede vivir sin una certeza sobre su propio destino. “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente” (Benedicto XVI, Spe salvi, 2). ¿Pero sobre qué certeza puede el hombre fundamentar razonablemente su propia existencia? ¿Cuál es, en definitiva, la esperanza que no defrauda? (…) En Cristo Jesús el destino del hombre es arrancado definitivamente de la niebla que lo circundaba. (…) Cristo resucitado, presente en su Iglesia, en los Sacramentos y con el Espíritu Santo, es el fundamento último y definitivo de la existencia, la certeza de nuestra esperanza. Él es el eschaton (lo último) presente ahora, aquel que hace de la existencia misma un acontecimiento positivo, una historia de salvación en la cual toda circunstancia revela su verdadero significado en relación a lo eterno. Si falta esta conciencia, es fácil caer en los peligros de la actualidad, en el sensacionalismo de las emociones, donde todo se reduce a fenómeno, o de la desesperación, donde ninguna circunstancia parece tener sentido. Entonces la existencia se convierte en una búsqueda afanosa de acontecimientos, de novedades pasajeras que, al final, defraudan. Sólo la certeza que nace de la fe permite al hombre vivir con intensidad el presente y, al mismo tiempo, trascenderlo, percibiendo en él el reflejo de lo eterno, donde el tiempo se ordena. Sólo la presencia reconocida de Cristo, fuente de la vida y destino del hombre, es capaz de despertar en nosotros la nostalgia del Paraíso y proyectarnos así con confianza hacia el futuro, sin miedos y sin falsas ilusiones. (…)
Hoy más que nunca los cristianos estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza, a testimoniar en el mundo ese “más allá” sin el cual todo permanece incomprensible. Pero para eso hace falta “volver a nacer”, como dice Jesús a Nicodemo, dejarse volver a generar por los Sacramentos y por la oración, descubrir de nuevo en ellos el cauce de toda certeza auténtica. La Iglesia, al hacer presente en el tiempo el misterio de la eternidad de Dios, es el sujeto adecuado de esta certeza. En la comunidad eclesial la pro-existencia del Hijo de Dios nos alcanza; en ella podemos experimentar ya la vida eterna, a la que está destinada toda la existencia. «La inmortalidad cristiana –afirmaba el padre Festugière a principios del siglo pasado– tiene como característica propia de sí misma la expansión de una amistad». ¿Qué es de hecho el Paraíso si no el cumplimiento definitivo de la amistad con Cristo y entre nosotros? En esta perspectiva, prosigue el religioso francés, «poco importa por tanto dónde nos encontremos. El cielo está verdaderamente allí donde está Cristo. Así, el corazón que ama no desea otra alegría que no sea la de vivir siempre con el amado». La existencia, por tanto, no es un proseguir ciego, sino un ir al encuentro de aquel que nos ama. De modo que sabemos hacia dónde caminamos, hacia quién nos dirigimos, y esto orienta toda nuestra existencia. (…).
Card. Tarcisio Card. Bertone, secretario de Estado