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Huellas N.7, Julio/Agosto 2011

PRIMER PLANO / Hacia el Meeting 2

Los 150 años de NUESTRO deseo

Alessandra Stoppa

El aniversario de la Unidad de Italia en una exposición que será inaugurada por el Jefe del Estado. Casi un año de trabajo de expertos y estudiantes universitarios. Para releer la historia a partir de aquel que la ha hecho: el pueblo. Y su «movimiento irreductible»

«Llegados al final, haría falta comenzar otra vez desde el principio». Diez meses de trabajo para realizar una de las exposiciones más importantes del Meeting, la que está dedicada a la Unidad de Italia. Ahora que está escribiendo el catálogo, Gianluigi Da Rold, uno de los organizadores, recuerda un diálogo que tuvo con don Luigi Giussani hace muchos años. «Estábamos hablando del concepto de pecado. De repente me dijo: “Tómalo como método de trabajo”». Eres imperfecto y quieres llegar a ser perfecto. «Es la búsqueda de la verdad», continúa él hoy: «Una tensión que no termina nunca, que en vez de bloquearte es un resorte que te empuja a buscar, a estar cada vez más cierto». Te abre, una y otra vez. Y le lleva a él, periodista y escritor, a “releer” la historia política y social de nuestro país junto a Giorgio Vittadini, presidente de la Fundación para la Subsidiariedad, a Maria Bocci, profesora de Historia contemporánea, a la constitucionalista Marta Cartabia y a otros historiadores y expertos: hechos y fechas a los que dedican estudio y trabajo, pero que se han puesto a investigar de nuevo junto a un centenar de jóvenes.
Estudiantes de distintas facultades –Economía, Derecho, Historia, Letras– que han aceptado hacer cuentas con la riqueza de 150 años de historia nacional. Y con todo lo que estudian en los libros. «Lo más apasionante ha sido comparar los hechos con una hipótesis a verificar», dicen los jóvenes. Hipótesis que ha sido para ellos «una llave con la que entrar en la realidad», y es el corazón de la exposición, condensado en el título: “150 años de subsidiariedad. Las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre”.
Desde octubre hasta hoy, todo el trabajo por grupos, las entrevistas, las investigaciones personales, han hecho emerger un dato: “antes” y “más” que Estado unitario, Italia es una gran civilización. Documentar esto, hasta el bloqueo de hoy (ideal y político), ha supuesto desmarcarse de los lugares comunes que han llenado el aniversario, y de todas las «reconstrucciones –o destituciones– retóricas que se enseñan», explica Da Rold: «Cuando se llegó a la Unidad, lo que prevalecía era una civilización de obras e iniciativas, fundadas sobre una concepción clara y potente: el hombre vale más que todo el universo, y no se puede reducir a ninguna organización social y política».
Como no es posible reducir el boom económico –al que se dedica una sección de la exposición– a ningún modelo macroeconómico. No era previsible en modo alguno que el más pobre de los países ricos pusiese en aquellos años las bases para entrar en el G7. «No hay nada que explique hasta el fondo lo que sucedió», cuenta Pietro, estudiante de cuarto de Historia: «Es un gran descubrimiento ver que hay un factor, mantenido siempre en un segundo plano, sin el cual, en cambio, no se puede dar razón de cómo fueron las cosas: el deseo de construcción del pueblo, un deseo original muy extendido». Que ellos han reconocido con claridad en personalidades excepcionales, conocidas más de cerca: Enrico Mattei, Giorgio La Pira, Aldo Moro... O en los santos sociales y en las congregaciones religiosas que han apuntalado el tejido social y educativo del siglo XIX, pero cuya existencia «no podía explicarse únicamente por el contexto», dice Mattia, también él estudiante de Historia: «Hemos descubierto realidades y personas que si se hubiesen plegado a lo que se imponía a su alrededor, no habrían encontrado una razón para moverse».

El pasado y el manifiesto. De este modo, Mattia se ha dado cuenta de una alternativa: se puede mirar la historia pensando que las respuestas vienen del poder, o bien «buscando aquello que ha respondido al drama humano». Y mientras lo descubría preparando la exposición, lo veía en sí mismo viviendo la última campaña electoral. «Íbamos a repartir el manifiesto a los mercados, y nuestra acción sólo se podía explicar por una experiencia viva. Igual que se explica la gratuidad o la dedicación de hombres y mujeres que han construido la sociedad en años difíciles, desgarrados por contrastes graves».

Escudos e ideas. Ver cómo se ha hecho carne en el pasado lo que ha construido la historia, es decir, lo que la ha cambiado, y sorprender que es lo mismo que le cambia a uno. Este es su descubrimiento. Anna estudia Derecho y forma parte del grupo que ha trabajado sobre la Asamblea constituyente. Han buscado en las Actas de la Asamblea los párrafos en los que se hacía evidente una concepción subsidiaria, la idea de que el Estado es para la persona, y no al contrario: desde el debate que ha llevado a la tutela de las formaciones sociales, al debate para defender la idea de que los derechos inviolables no son “atribuidos” por el Estado, sino “reconocidos”. Es decir, dados con anterioridad. Durante el trabajo se han encontrado con una intervención de La Pira: «La fe es reveladora de la naturaleza humana», decía. «Aquel día, al término del trabajo», cuenta Anna, «una chica nos dice: “Es verdad lo que sostenía La Pira, porque desde que estoy con vosotros, comprendo mejor quién soy, qué quiere decir querer, amar a mi novio...”. Yo me quedé de piedra por la posibilidad que hay de mirarnos a nosotros mismos, de tomar conciencia de nuestra experiencia. Partiendo de la exposición nos hemos descubierto hablando de nosotros mismos, porque nos hemos visto reflejados en aquel hombre».
Cuentan que estaban acostumbrados a estudiar únicamente «lo que aparece en el libro, sin preguntarnos quién lo ha escrito y por qué», dice Pietro: «Ver la “apertura” de los adultos que estaban con nosotros hacía que no tuviera miedo de mirar las cosas: está en juego la construcción de mi personalidad, y es lo único que me interesa. Aprender a no dar nada por descontado, a tener una idea, no a someterse a ella. Y que esta idea no sea estática, no se convierta en un escudo. He visto profesores que no tienen el problema de defender una posición, sino de conocer». Como una de las profesoras responsables de la exposición. En un encuentro público, dijo que «había vuelto a plantearse la historia unitaria a partir de la exposición», explica Mattia: «Y yo, viendo cómo estoy estudiando ahora, sería capaz de estudiar toda mi vida». Francesco, en 2º de Economía, comparte la misma idea. Trabajar en la exposición le ha sugerido que «hay un misterio detrás del estudio y de la historia. Lo he vislumbrado en el deseo que une a las personas. Es una indicación para mí: si no estoy saciado por completo, entonces hay una posibilidad continua de crecimiento».
Pero esta apertura que no se resuelve nunca y la memoria del pasado, de la historia, ¿qué dicen de la «certeza» que quiere testimoniar el Meeting? «La certeza no es un estupendo andamio en donde no se puede tocar nada», responde Da Rold: «Así llevas a cabo una operación de poder, pero no de verdad. Yo estoy cierto porque la verdad existe. Solo tienes que buscarla. Y la verdad sobre el pasado te permite poseer más el presente: para mí, lo más interesante es la memoria histórica de Cristo, que ha marcado sin comparación la historia de la humanidad. Y yo quiero reconocerla en la historia, en las acciones de los hombres».


OLGA SEDAKOVA

«No la seguridad de quien no tiene preguntas. sino fiarse...»

Invitada a la jornada inaugural, la poetisa rusa presentará la exposición sobre Boris Pasternak: Desde el Doctor Zivago a los santos, nos cuenta cómo crece su certeza

Fabrizio Rossi

Cuando vio por primera vez el lema del Meeting, quiso releerlo con calma. Escuchar hablar de «inmensa certeza» le hacía recordar aquella seguridad ostentosa de los que ya no tenían dudas ni preguntas, sencillamente porque se habían dejado vencer por la ideología. Todavía recuerda esos desfiles en la Plaza Roja en que se cantaba: «En lugar del corazón, un motor flamante...». Olga Sedakova, nacida en 1949, es considerada como una de las mayores poetisas rusas vivas (véase Huellas, n.11/2009). Profesora en el Departamento de Historia y teoría de la cultura mundial de la Universidad de Moscú, el domingo 21 de agosto estará presente en uno de los primeros encuentros del Meeting: “Mi hermana la vida. Boris Pasternak”, en donde se presentará la exposición dedicada al autor de Doctor Zivago. Un hombre que conocía bien la verdadera certeza: «Ante todo, en la acción divina en el mundo», explica Sedakova. «Decía: “Con cada vida humana, Dios construye una catedral que se lanza hacia el cielo”». ¿Y ella? «Lo mío es sobre todo un fiarme: fiarme del hecho de que todo va donde debe ir, quizá de un modo que no comprendo, más allá de lo que podría esperar y querer. Fiarme del hecho de que todo tiene un sentido. Este es el horizonte que, en medio de la confusión, del ansia, de la pérdida de equilibrio, me permite no caer del todo». ¿Por qué este subrayado? «Pienso en la experiencia del siglo XX, que ha eliminado la certeza como valor. ¿Quién estaba seguro de todo, sino el hombre totalitario? Es fácil: había descargado todas sus dudas y sus elecciones en la doctrina, en el jefe de turno, en el partido. Por eso, siempre me ha producido sospecha cualquier persona demasiado segura de algo». Es lo que pone de manifiesto el comunicado de los organizadores del Meeting: «La certeza que buscamos no es una ideología, una estrategia o una convicción psicológica... No buscamos tanto que las cosas estén en su sitio como pensamos nosotros, sino estar nosotros mismos en relación con Aquel que nos hace continuamente».
Aunque uno no haya experimentado la tragedia del totalitarismo, la necesidad de una certeza en la vida afecta a cualquier hombre. «Me viene a la mente la pregunta de Hamlet o el abismo de Pascal: se puede tener la sensación de que se hunde la tierra bajo los pies. Entonces, la certeza debe alimentarse de algo». ¿En su caso? «Hay muchas cosas que la hacen crecer: las obras magníficas del hombre, la naturaleza y, sobre todo, los santos. Para mí ha sido un maestro mi padre espiritual, Dimitri Akinfiev, llamado “el starets de Moscú”. Con lo que hacía –a veces con un simple chiste– y no con lecciones de moral, enderezó la columna vertebral de mi vida. Todo volvía a estar lleno de sentido y de esperanza».
En medio de la confusión que atravesamos, éste es el valor del Meeting, según Olga Sedakova: «Permitir ver el otro rostro de la contemporaneidad, un rostro completamente distinto del que encontramos en los festivales culturales, en los certámenes cinematográficos, en las inauguraciones de exposiciones, en los distintos congresos... Es un rostro en el que resplandece la esperanza, la paz, el pensamiento del futuro, una verdadera apertura y abrazo al otro. Para mí es un honor participar en él». En este sentido, Pasternak hace una gran aportación: «Nuestra época no deja de ocuparse del pasado, pero él repetía siempre: “El pasado, pasado está”. Por fin podremos ir hasta el corazón de su obra, de sus mismas intenciones: la gran novedad del cristianismo».