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Huellas N.10, Noviembre 2008

IGLESIA - Nuevos mártires

«Nos persiguen, pero no nos sentimos abandonados»

Luca Pezzi

Sesenta muertos, dieciocho mil heridos, cincuenta mil prófugos, ciento ochenta iglesias devastadas. La violencia del extremismo hinduista en contra de los cristianos no se detiene. Huellas se acerca a los pastores de este pequeño rebaño «dispuesto a dar su vida por Cristo»

«Sacerdotes, monjas, amigos... Todos los que conocen Orissa me hablan de la persecución. Allí están pasando mucho miedo». Monseñor Varghese Chakkalakal, de 55 años, está al frente de la diócesis de Kannur desde 1998. Once años como pastor de esta zona de la India, un país que está en primera página por la violencia anticristiana que vive desde hace cuatro meses. Orissa, hinduismo, Bjp... Las palabras se repiten en los recientes –y escasos– artículos sobre el tema. Se trata de la tierra alcanzada por santo Tomás, el apóstol que quiso tocar con su mano la resurrección de Cristo. Según la Tradición, llegó a estas tierras en el siglo I. Hoy en día, la gente muere en esta tierra por la misma fe. Thomas es el nombre del carmelita asesinado el pasado 16 de agosto en el estado de Andhra Pradesh; Thomas se llama también otro sacerdote agredido, vapuleado, desnudado y herido, diez días más tarde en el estado de Orissa. «Dios nos ayudará –nos dice monseñor Chakkalakal–. La persecución no es una novedad para la Iglesia; la Iglesia nació en medio de muchas persecuciones. Y hoy la Iglesia está viva».
Sus palabras me recuerdan un pasaje de Asesinato en la Catedral de Eliot: «Dondequiera que vivió un santo, dondequiera que un mártir dio su sangre por la sangre de Cristo, la tierra se hace sagrada y su santidad no desaparecerá, aunque los ejércitos la pisoteen, aunque lleguen viajeros a visitarla, con la guía en la mano». El obispo de Kannur conoce este pasaje, así como sus hermanos obispos, de nombres complicadísimos, a los que he podido conocer en Roma durante los descansos del Sínodo.
Terminados los trabajos, monseñor Félix Toppo volverá a Jamshedpur. Este estado se encuentra al suroeste de Calcuta, en el norte de la India. Algunos cientos de kilómetros más arriba está Orissa, una diócesis de 21.000 km² con una población en torno a los nueve millones de habitantes, con sesenta y dos mil católicos. Monseñor Toppo, de 61 años, es obispo desde 1997. Su abuelo fue un converso. Antes de su conversión, «vivía en la jungla... No había recibido ninguna educación, y no tenía casta. Vivía oprimido por leyes económicas y sociales. Se hizo cristiano y recibió una educación, como la recibieron también sus hijos. Mi padre y mis tíos tuvieron la oportunidad de estudiar. Y también los hijos de mi padre. Somos nueve hermanos, y todos hemos recibido educación». La India es un país contradictorio, con una extensión superior a la de Europa y una población que sobrepasa los mil cien millones de personas, casi un quinto de la población mundial. Hace pocas semanas ha llevado a cabo su primera misión lunar, mientras que el 42% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, según las estimaciones del Banco Mundial.
El cristianismo se difundió allí en tres grandes oleadas. La del primer siglo se centró en Kerala, en el extremo suroeste del país; la del siglo XVI fue obra de Francisco Javier y de otros misioneros que llegaron con los portugueses; y la última –continúa el obispo– se debió a los luteranos llegados «con la colonización británica».

Si volvemos al Indostán
«El 80% de los habitantes de la India son hindúes, el 12% musulmanes... los cristianos representan algo más del 2%. Hay también sijs, budistas, jainistas y parsis. Todas las religiones del mundo están presentes en la India». El que afirma esto es monseñor George Punnakottil, nacido en 1936. Su diócesis, Kothamangalam, está también en Kerala. Aquí el porcentaje de cristianos aumenta considerablemente: el 20%, con doscientos diez mil católicos. Es obispo desde 1977, y fue ordenado en Roma en 1961. Le pregunto acerca de las dificultades en la convivencia. «Los hindúes pueden tener más de un dios, y la gran mayoría tolera a los cristianos. Hay algunos hindúes que consideran a Jesucristo como un hombre bueno o como un dios. Hay quien tiene un “cuadro” de Jesús en casa, y muchos conocen la Biblia». La situación se complica si entra en escena la política, y con ella el Bharatiya Janata Party y el extremismo hindú. Entre las filas del Bjp, partido que se halla en el poder desde hace algunos años, hay algunos fundamentalistas que han hecho del “Indostán” (término con el que se denomina al país) el propio caballo de batalla y del hinduismo el instrumento para conquistar las simpatías de la población. «El próximo año –explica el obispo– habrá elecciones generales. Su lema es: “No se arrebatará la India a los hindúes”. Algo parecido sucedió cuando en Europa se enaltecía a la raza aria... «Nos acusan de convertir y de descarriar a las personas», dice Toppo. «Pero esta no es la razón principal...». En el pasado, en el 2004, los protagonistas habían sido los musulmanes, los de Gujarat. Veinte años antes los sij. Hoy es el turno de los cristianos.

Entre pretextos y (falsas) acusaciones
Cuando en mayo de 2006 Benedicto XVI recibió a Amitava Tripathi, nuevo embajador indio ante la Santa Sede, hizo referencia a la violencia ligada a la política y al extremismo religioso, suscitando la reacción de los fundamentalistas. Las primeras escaramuzas anti cristianas se registran esporádicamente desde 1998. Pero ha sido en agosto de este año cuando se ha producido un drástico aumento. Los cristianos son acusados, sin pruebas, de haber contribuido al asesinato de un dirigente fundamentalista hindú. Este asesinato es sólo un pretexto. El 24 de septiembre, un mes después de la explosión de la violencia, la situación era dramática: catorce distritos de Orissa se habían visto afectados por ella.
«Monseñor Raphael Cheenath, obispo de Cuttach-Bhubaneswar, se ha visto obligado a huir», cuenta Toppo, «porque está amenazado de muerte». Hasta ahora las víctimas son cincuenta y siete, hay dieciocho mil heridos (entre ellos una decena de religiosos); se han saqueado trescientos pueblos, cuatro mil quinientas casas han sido incendiadas, trece escuelas y colegios han sido destruidos y cincuenta mil personas han tenido que refugiarse en la selva. Dos monjas han sido secuestradas y ciento ochenta iglesias profanadas o destruidas. Un pastor protestante y sus dos hijos han sido masacrados y quemados. Kernataka, Madhya Pradesh, Uttar Pradesh, Kerala, Tamil Nadu, Chattisgarh y Delhi son los otros estados afectados. «Para la Iglesia es una situación difícil... ». ¿Pueden llegar a echaros? «Sí, los cristianos somos pocos. Dicen que convertimos a los hindúes. Pero después de bastantes siglos sólo somos veinte millones».
Monseñor Toppo me entrega un folleto. Es el llamamiento de la comunidad cristiana contra la violencia. Hace referencia a la Constitución nacional de los años 50, un documento que reflejaba las disposiciones y las normas de las construcciones más importantes de todo el mundo. «Según el artículo 25 –continúa el obispo de Kothamangalam– los ciudadanos indios son libres para practicar la propia religión y para difundirla. Difundir significa que se puede predicar el hinduismo, el cristianismo, el budismo... Pero en cinco estados existe una ley contra la conversión. Esto es anticonstitucional».
Hoy en día se halla en discusión el sistema de castas. «Es menos rígido de lo que se piensa», explica monseñor Toppo. «Las castas pueden ser rotas, y los extremistas no quieren... No quieren que las castas bajas sean educadas, que desarrollen una nueva condición social y económica. Y por eso las oprimen. Mientras que el cristianismo trae justicia, paz... ». Los señores de la tierra quieren aumentar sus propiedades. Los misioneros –continúa el obispo de Jamshedpur– ayudan a defender la tierra. «Tenemos escuelas, orfanatos, hospitales, universidades. Somos una comunidad minoritaria, pero nuestra contribución al país –dice monseñor Chakkalakal– no es minoritaria». Se beneficia de ella el 40% de la población, en su mayoría hindú, pero también paria, tribal o animista.
Otro problema es el de las sectas y la confusión que se genera por sus predicaciones. «Los pentecostalistas –añade monseñor Punnakottil– entran en los pueblos, predican contra los hindúes y sus dioses, pagan por las conversiones, y luego se marchan. No tienen estructuras o edificios reconocibles, y nuestras iglesias pagan el pato». La población hindú no conoce las diferencias que hay entre unos y otros y esto, para el obispo de Kothamangalam, es uno de los puntos más urgentes sobre los que hay que trabajar. «La semana que viene vuelvo a la India. No sé cuál es el futuro para nosotros los cristianos. Tenemos encuentros y diálogos con los hindúes. Es necesario hacerles comprender, incluso a través de nuestros periódicos, que nosotros los católicos no estamos en contra del hinduismo, como dice el partido. Se trata en su mayoría de hindúes laicos que creen en la democracia y la libertad de religión».
Podemos decir, en resumen, que existen buenas relaciones con la mayoría de los hindúes. Y en este sentido merece la pena recordar el reciente mensaje enviado a los hindúes por el cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, con ocasión de la fiesta de Diwali celebrada el 28 de octubre. El diálogo con el hinduismo clásico debe continuar porque «si la mayoría estuviese contra nosotros no podríamos existir en la India». ¿No le entran ganas de escapar? «No, es nuestro país». ¿Moriría por la fe? «¿Por qué no? ¡Sin duda! La fe es más importante que la vida».
(Sobre “La crisis india”, véase en artículo de Piero Gheddo en Huellas, septiembre 2008, pp. 51-53)