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Huellas N.10, Noviembre 2008

CULTURA - Año Paulino

Dos mil años después Pablo vuelve a viajar

Giuseppe Frangi

Desde hace unos meses viaja por Italia y pronto llegará a Jerusalén. Una exposición celebra el bimilenario del nacimiento del “Apóstol de las gentes” ilustrando lo que le impulsó a anunciar a Cristo a lo largo y ancho del mundo entonces conocido

Sobre la portada del catálogo de esta exposición “nómada” que la Conferencia Episcopal Italiana ha querido organizar para recordar los 2000 años del nacimiento de san Pablo, podemos ver una de las imágenes más espectaculares del Apóstol. Se trata de un detalle de la Conversión de San Pablo, pintada por Caravaggio para la capilla Cerasi en Santa María del Popolo. No era la primera vez que Caravaggio se medía con este tema. Para la misma capilla había pintado un tema análogo, sobre tabla, que se conserva todavía en la colección Odescalchi de Roma. Durante mucho tiempo se pensó que este cuadro había sido rechazado por los que lo habían encargado. Sin embargo, como han documentado los estudios de Luigi Spazzaferro, fue el mismo Caravaggio el que decidió sustituirlo por otra versión.
En el primer cuadro, Pablo, que ha caído del caballo, se pone la mano delante del rostro, mientras se le aparece Jesús desde cielo, sostenido por un ángel. Una escena de realismo casi anecdótico, que capta más la turbación de Pablo que el milagro de aquella llamada. En la segunda versión, Caravaggio elimina cualquier elemento accesorio y nos muestra el corazón del acontecimiento. En este cuadro el rostro de Pablo, caído del caballo, se convierte en un rostro lleno de luz; sus brazos están abiertos, en tensión, en el gesto de un abrazo casi irrenunciable. En la parte de atrás de la cubierta del catálogo aparece el detalle de la mano abierta para acoger, según una sección de esta exposición, “la imprevisible iniciativa de Dios”. Existe una felicidad total y decisiva en el rostro de este Pablo pintado por Caravaggio. Como comentario sirven bien estas palabras de Hans Urs von Balthasar, recogidas en la página 114 del catálogo: «No podemos comprender a Pablo si no nos dejamos persuadir por él de que en Damasco contempló la belleza suprema, al igual que la contemplaron los profetas en las visiones de sus vocaciones, hasta llegar a vender todo a cambio de la única perla».

Un hombre incansable
Esta exposición ha sido pensada no sólo para celebrar a San Pablo, sino para volver a proponer su historia fascinante a los fieles y a los hombres de hoy. Como escribe en la introducción el padre Pierbattista Pizzaballa, Custodio de Tierra Santa, «este grandioso proyecto cultural, con una sabia conjunción de la parte iconografía con los textos de la Escritura, acompañada por los comentarios de autores antiguos y periodistas contemporáneos, nos ayuda a custodiar la primera memoria de la Iglesia misionera».
Esta muestra, que dentro de poco se expondrá en el Christian Information Center de Jerusalén, se divide en dos secciones: en la primera se recorre la vida fascinante de Pablo, desde sus orígenes en Tarso, ciudad notable en que habría nacido entre el 7 y el 10 d.C., hasta su muerte. Hijo de padre judío y de profundo amor a la tradición de los mayores, el joven Saulo fue un perseguidor fanático de los primeros cristianos. Como Lucas nos narra en Hch 24,10, Pablo se había propuesto acabar con los santos, entre los que se encontraba el diácono Esteban. El cuadro de Annibale Carracci, propuesto para evocar este martirio, es extremadamente emblemático: por una parte Esteban, de rodillas, se prepara para recibir la corona del martirio. En el lado opuesto, Pablo, sentado, incita a sus esbirros a apedrear al diácono. A sus pies se ven los mantos de los que hablan los Hechos: «Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo».
El itinerario de la exposición recorre todos los viajes de este apóstol incansable, ilustrados con las imágenes de esos mismos lugares, que todavía hoy resultan sugerentes. Los tres viajes misioneros se van sucediendo con claridad, relatados con eficacia sintética. También se narra la llegada a Roma, la prisión bajo la forma “privilegiada” de los arrestos domiciliarios, y el martirio en las Tres Fuentes.
La segunda parte de la exposición, realizada con la colaboración de la Fraternidad sacerdotal San Carlos Borromeo, desarrolla en cambio el tema de la actualidad de Pablo, de la fascinación que su figura y su aventura humana ejercen sobre el hombre de hoy. Se pone de manifiesto, gracias también a la presencia de imágenes de cuadros y de obras elocuentes (elegidas por Sandro Chierici), el ímpetu de Pablo, esa tensión constante hacia aquello que le conquistó, esa inimaginable libertad: «Todo me es lícito, pero no todo me conviene. Todo me es lícito, pero ¡no me dejaré dominar por nada!» (1Co 6, 12). Se comprende que un personaje así haya fascinado la imaginación de todos los grandes artistas, provocándoles casi a dar lo mejor de sí mismos.

El grano de Moisés
Así sucedió, como hemos visto, con Caravaggio. Y, ¿qué decir del anónimo artista de los mosaicos de Monreale, que al representar el encuentro entre Pablo y Pedro, dio lugar a una de las más apasionantes imágenes de amistad que se recuerdan? Y también está el impetuoso Pablo de Rafael, en un diseño para los tapices Vaticanos, en el que figura el Apóstol predicando en Atenas, con los brazos levantados para provocar a los presentes y para dar mayor relieve y energía a sus palabras. Podemos ver también el monumental Pablo de Velázquez, ya anciano, con el rostro encendido por el ímpetu antiguo y al mismo tiempo firme por la fe que le da consistencia. Estamos ahora lejos del prototipo de la imagen de Pablo, aquella con el rostro alargado y enmarcado por la barba que proviene del sepulcro del joven Asellus, que se conserva en los museos Vaticanos. Durante siglos dominó ese prototipo, acentuando la calva a medida que las escenas representadas tenían que ver con una edad más avanzada del apóstol.
En esta segunda sección, entre otras cosas, descubrimos una de las imágenes más sorprendentes de todo el recorrido: se trata del capitel románico de la Iglesia de Santa Magdalena de Vézélay, que representa el molino místico. La clave de esta imagen se encuentra en el escrito que acompaña a una estatua de San Pablo en la fachada de la iglesia de Saint-Trophime de Arles. En dicho relieve se haya escrito: «Lo que la ley de Moisés escondía se nos revela por la palabra de Pablo: el grano recibido sobre el Sinaí es triturado ahora por él convirtiéndose en harina».

Un pésimo orador
Se hace necesaria también una alusión a las otras dos secciones presentes en el catálogo de la exposición. Una de ellas es la bellísima entrevista a Marta Sordi. Se trata de un diálogo de gran sencillez y claridad, pero que refleja la amplitud de mirada propia de una historiadora. La profesora Sordi deja a un lado cualquier hipérbole y cualquier afirmación retórica y reconstruye, retazo a retazo, la versión más verosímil sobre la vida de Pablo, revisando de forma persuasiva la cronología tradicional.
Finalmente resulta preciosa la colección de intervenciones de Benedicto XVI dedicadas a Pablo. Por ejemplo la pronunciada el 28 de junio de 2007, en que subraya un detalle interesante para comprender hasta el fondo la figura del Apóstol. Dice el Papa que Pablo no era de hecho un orador hábil, es más, «compartía con Moisés y Jeremías la falta de talento oratorio. “Su presencia física es pobre y su palabra despreciable” (2 Co 10, 10), decían de él sus adversarios». ¿Cómo se explica entonces el éxito que tuvo su predicación? Responde el Papa: «no se debe atribuir... a refinadas estrategias apologéticas... El éxito de su apostolado depende, sobre todo, de su compromiso personal al anunciar el Evangelio con total entrega a Cristo; entrega que no temía peligros, dificultades ni persecuciones».
Podemos decir que el éxito de Pablo no radicó en sus dotes, sino en su entrega a Cristo.