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Huellas N.10, Noviembre 2008

CL - Chile

Hasta los confines del mundo

Jonah Lynch

Desde la isla de Chiloè en el extremo sur del país hasta los barrios populares de Santiago de Chile florecen encuentros y comunidades gracias a la pasión por las personas, la gratuidad y la educación

Solamente queda más lejos Australia. La isla de Chiloè es casi el último punto habitado en el extremo sur de Chile. Más al sur sólo queda la Patagonia, magnifica tierra de glaciares y de pequeñas islas que el “trotamundo” Juan Pablo II definió como el lugar más bonito del mundo. Más allá está la Tierra del Fuego, hielo, pingüinos. Bajamos del trasbordador a Chiloè, en Chacao, y llegamos a la linda iglesia de madera que se veía desde el barco al entrar en la bahía. En la mesita en la entrada nos espera una sorpresa: ¡Tres copias de Huellas de 2007! De repente siente uno continuidad de una historia muy concreta: a través de las revistas que un desconocido puso ahí, se reanuda la iniciativa de los misioneros jesuitas, los primeros que evangelizaron estos lugares hace siglos.
Es una continuidad que vimos también más al norte, en la metrópoli de Santiago de Chile, donde el movimiento cuenta con veinte años de actividad. Desde entonces han surgido varias obras: cuatro colegios, uno para niños con problemas de aprendizaje en Peñalolen; el Liceo de San Bernardo con 1200 alumnos; después, los dos colegios Nuestra Señora de Lourdes, entre los mejores de la provincia. Santiago cuenta también con una sede de la Compañía de las Obras. Podía quedarme en la ciudad tan solo unos días y deseaba ver los nuevos brotes del terreno fértil de Chile en la universidad y entre los chicos de Puente Alto.

En la Universidad Santo Tomás
Santiago recuerda las metrópolis norteamericanas: un sistema de carreteras muy bueno, rascacielos en el centro de la ciudad y una vasta periferia donde se extienden los barrios de la clase media (con casas modestas y ordenadas) y de la clase pobre que, sin embargo, desconoce la indigencia de las chabolas. Vayas por donde vayas te das cuenta de que hay ganas de mejorar el nivel de vida, de construir un futuro apoyado en una economía fuerte y en una gran capacidad de trabajo. La dictadura de Pinochet se ha quedado atrás, en el pasado remoto. Eso es bueno, pero se tiende también a cortar los lazos que nos unen a una tradición, a dudar de cualquier clase de paternidad e incluso a eliminar cualquier referencia a la Iglesia. Como consecuencia, el pueblo chileno sufre los mismos y graves problemas que afectan también a Europa. Nos lo cuenta el P. Federico Ponzoni, misionero milanés de la Fraternidad San Carlos y profesor de Filosofía de la Educación en la Universidad Santo Tomás. Simona Albertazzi, profesora italiana en la misma facultad desde hace unos años, y él han empezado una Escuela de comunidad con sus colegas. Al cabo de un tiempo, invitan también a Mauricio Echevarría Galvez, su decano, que empieza a acudir a los encuentros. Al decano le llama la atención la manera de vivir y la frescura de la fe de estos profesores. Por ello, aceptó la invitación a participar en el Meeting este año. Y en Rimini encontró lo que desde siempre iba buscando (véase entrevista).
Su amistad va creciendo y «está llegando a tener consecuencias muy concretas», comenta el P. Ponzoni. «Mauricio me guía en el estudio y me ayuda a conocer la cultura chilena. También me asesora en mi trabajo, ya que llevo poco tiempo como profesor; me indica los libros que tengo que leer y tenemos largas conversaciones en su despacho. Insiste siempre en la experiencia de la belleza». Muchos de estos chicos son pobres y no han visto demasiada belleza en sus vidas. Ponzoni ahora empieza sus clases haciendo escuchar canciones de cantautores –Bob Dylan y Joan Baez– y cantos populares chilenos. El decano le ayuda a completar los conceptos con obras: a veces lee una poesía o les pone música clásica para que sus estudiantes tengan la experiencia de lo que significa “comunicar”. Si os parece sentir el eco de lo que hacía un cura brianzolo hace cincuenta años en el Liceo Berchet, el P. Federico está de acuerdo: «Para mí Mauricio supone una ayuda para ser fiel al carisma y al método de don Giussani».

Los chicos de Puente Alto
Es bonito ver la reciprocidad de esta amistad: uno introduce al otro en una vida cristiana entendida como comunión; el otro, maestro paciente, ayuda al joven profesor a mejorar en su trabajo mediante un seguimiento y una corrección continua. Y la amistad genera amistad: ahora ya son dos los grupos de Escuela de comunidad en la Universidad Santo Tomás, uno para profesores y otros adultos, y otro para los estudiantes que poco a poco empiezan a llegar.
También en Puente Alto, uno de los barrios más problemáticos de la ciudad, algo nuevo se cuece.
Parecen estar a años luz del centro de la ciudad y de sus bellas universidades, estas pequeñas casas dispuestas a lo largo de las carreteras. Pero entre los chicos que viven cerca de la capilla San José Obrero se aprende a estudiar juntos, a jugar, a cantar y a vivir. Para algunos de ellos, el reparto de pan y té que se ofrece a todos (no teniendo otros espacios, se toma dentro de la iglesia) es más de la cena que recibirían en sus casas. Los catequistas de la parroquia, acompañados por la paternidad del P. Michele Lugli, empiezan a preguntarse de dónde nace esta pasión por sus vidas. El P. Michele no esperaba otra cosa: empieza a leer con otros chicos algún escrito de don Giussani y a compartir no sólo el trabajo en la Parroquia, sino también una historia común.
Llama mucho la atención ver a jóvenes tan distintos sentirse uno entre ellos y con nosotros. Una de ellos pertenecía a la tribu urbana de los emo (¿emotivos?), otra era tan tímida que no se atrevía a hablar en público, otros tienen graves problemas familiares. Pero en sus palabras y en sus ojos se percibe que están volviendo a nacer. Invitan a sus amigos, y el milagro se repite. La pasión gratuita por la vida de otra persona la hace volver a nacer y, a su vez, esa persona se vuelve misionera. Parecen ser mundos distintos, pero en las calles de Puente Alto, en los pasillos modernos de la Santo Tomás, en Chiloé o en Italia, el corazón del hombre sigue siendo el mismo. Y un carisma católico habla por doquier.