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Huellas N.6, Junio 2011

BREVES

La Historia
EL UNIFORME DE VÍCTOR

Gianni levanta el capó del coche: «Falla el carburador. Cámbialo y el auto estará como nuevo». «Vale, jefe», responde el mecánico que está a su lado. «Ay, me estaba olvidando. Han llamado desde la oficina. Hay una persona que le está esperando». Gianni se limpia las manos pensando: «será algún cliente nuevo». El trabajo ha aumentado bastante en estos últimos años. Empezó con un par de obreros, y hoy son 37 los que trabajan en su taller de coches. Un buen resultado.
Cuando abre la puerta de la oficina le ve ahí, de pie, con las manos en los bolsillos. «¿No me reconoces? Soy Víctor». Gianni lo observa: han pasado casi seis años desde la última vez que se vieron. Era un chaval que vivía en un hogar para huérfanos. Gianni y sus amigos iban cada domingo para la caritativa a visitar esa casa en el centro de La Serena. Víctor a los 18 años se había fugado del orfanato. «¿Cómo andas, Víctor? ¿Qué haces?». «Vivo con mi novia. Me busco la vida. El otro día pasé por aquí y me acordé de ti. ¡[Vaya si] te ha ido bien el negocio! Eres un verdadero empresario… Bueno, quería pedirte si puedes prestarme dinero. Necesito unos pesos para llegar a fin de mes». Suena el teléfono: en las oficinas le necesitan urgentemente. Gianni quisiera quedarse, pero no hay tiempo. Saca la cartera y le da unos billetes. Víctor volverá otras dos veces, pidiendo lo mismo.

A la tercera, Gianni le dice. «Siéntate. Basta con la limosna. Te hago una propuesta: vente aquí a trabajar. Por ahora, a cambio te doy de comer, luego veremos. ¿Qué dices?». El chico lo mira atónito: «Vale, de acuerdo». «Necesito ver si no tienes antecedentes penales. Tráeme mañana el certificado. Luego, empiezas... Hasta mañana». Desde la ventana Gianni lo mira alejarse con su paso desgarbado. «A ver si viene de verdad», piensa levantando la mirada: en el horizonte el Océano es una línea oscura finísima.
El día después, puntual, Víctor se presenta allí con su hoja en la mano. Pocas líneas recogen todo su pasado, todo lo que ha hecho. Nada de lo que estar orgullosos. En esos instantes, piensa: «Ha sido inútil venir. Cuando llegue a la tercera línea, me va a echar. No va a llegar hasta el final. Estoy seguro». Gianni lee el listado. Largo. Sonríe: consta también el robo de un coche. Luego, levanta los ojos: «Vale. ¿Quieres empezar? ¿Ahora?». Víctor no consigue articular palabra. Asiente con la cabeza. Gianni retoma la hoja y la hace pedazos. «Esto ya no me sirve. Te espero donde se lavan los autos».
Al cabo de unos días, la hermana de Gianni le suelta: «Ese chico más que un obrero parece un ladrón. No sé, será por la pinta que lleva...». «En el taller le llaman el mono». «Pero Víctor no es un mono. Tiene corazón, cerebro, alma». Así que, un día, Gianni lo llama: «Vente a mi oficina. Tengo algo para ti». Víctor se acerca con su andadura habitual... apoyado en una silla hay un uniforme de trabajo con el logo del taller. El que llevan todos los demás. «Gianni, ¿qué tengo que hacer?», grita Víctor. «Es para ti», le responde Gianni mostrándole el uniforme. Al cabo de un momento de silencio, sólo dos palabras: «Gracias, jefe». Al salir, parece otro. Va erguido, con la cabeza alta, orgulloso. Como si pensara: «Entonces yo también valgo para esto. Alguien cuenta conmigo». Desde ese día nadie lo llama el mono.