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Huellas N.6, Junio 2011

EDUCACIÓN / Birmania

Tras las huellas de Clemente

Maria Acqua Simi

En el corazón de Asia, AVSI atiende a centenares de niños. Continuando la obra del padre Vismara, el misionero del PIME (Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras) que el 26 de junio será beatificado. Y, entre cantos y fotocopias, se abre camino una «pasión por el hombre» que viene de lejos...

Existen historias, unidas a veces en el tiempo por un hilo invisible. Como la del padre Clemente Vismara, misionero del PIME que será beatificado el 26 de junio, y la presencia, hoy, de un nutrido grupo de educadores y colaboradores locales de la Fundación AVSI en el corazón del sudeste asiático. Myanmar, más conocida como Birmania. Una tierra dura, rica en cadenas montañosas y de civilización milenaria, hoy sometida al embargo y puesta en la lista negra por los organismos internacionales a causa de la junta militar que, desde 1962, gobierna el país. Es la patria de la premio Nóbel Aung San Suu Kyi, largo tiempo encarcelada por ser símbolo de la no-violencia, y de los monjes budistas. En los años sesenta, el país cambia de fisonomía. Para dirigir el cambio se halla el general Bo Ne Win, que al poco tiempo instaura la vía budista al socialismo: nacionaliza los bancos, los colegios, los negocios, y elimina los colegios privados. Una transformación dolorosa, a la que el padre Vismara, llegado allí en 1935, asiste pero no impotente. Sacerdote, médico, farmacéutico, dentista, carpintero, no se ahorra ni un segundo por la gente de allí. Sabe lo importante que es que todos aprendan la belleza de un oficio, y en qué medida esto restituye el compromiso y el deseo de vivir. Escribe en su diario: «Evangelizar, es decir, enseñar a trabajar», y luego añade: «El cristianismo es la única religión cuyo fundador fue un trabajador, un carpintero». Ve morir asesinados a algunos de sus confraternos, sufre la ocupación japonesa y comparte todas las fatigas de los huérfanos, las mujeres, los supervivientes de las guerras tribales. Varias son las etnias que conviven en aquella tierra y que, muy a menudo, chocan. Siempre hostigado por el régimen, morirá el 15 de junio de 1988 en MongPing. Ese año, otro régimen militar, de sello comunista, toma el poder. Sin embargo, la presencia cristiana en el país, con toda su energía creativa, nunca ha faltado. A pesar de las numerosas dificultades.

Flores en el bosque. Lo cuenta Alberto Piatti, secretario general de la Fundación AVSI, de visita en Myanmar para reunirse con el actual Secretario del partido mayoritario y con el Ministro de Agricultura, a quienes conoció en Roma hace un año. «El pasado 20 de mayo participábamos en un curso de formación de AVSI en la diócesis de Taunggyi, que reunía a una cincuentena de educadores del apadrinamiento. Me doy cuenta, con gran sorpresa, de que los participantes tienen en el asiento, fotocopiada, la traducción de Educar es un riesgo, de don Giussani». En las paredes, tres fotos del sacerdote milanés, de cuyo carisma surgió AVSI. «Fue impresionante ver cómo don Giussani ha llegado hasta allí, a través de su pensamiento y sus obras», explica.
Antes de comenzar, algunos educadores entonan un canto, compuesto por ellos, para los amigos de AVSI.
Se titula Thank you (Gracias, ndt.) y de la letra emerge toda la gratitud por una historia que ya no se puede abandonar, una amistad que les ha alcanzado cuando, «como las flores en el bosque, buscábamos el sol». Hace referencia al encuentro con el padre John del PIME, con Liza Thet Oo (responsable local del apadrinamiento de AVSI) y con otros amigos a los que han conocido en los últimos años. Algo impensable antes, igual que este curso de formación. «El viaje se había cuidado al detalle y aplazado varias veces debido a la delicada situación que atraviesa el país. Nos hemos reunido también con algunos representantes del Gobierno: la noticia ha aparecido en los telediarios y ha sido publicada en la portada del periódico nacional». Un hecho notable, si se tiene en cuenta la escasa apertura del régimen a cualquier realidad distinta a la del gobierno. Pero este encuentro vale más que cualquier reconocimiento.
AVSI trabaja en el país desde hace casi seis años, gracias al empeño de su representante local, Luciano Valla. Una presencia que se concreta en relaciones, proyectos agrícolas y sobre todo el apadrinamiento. Son 490 los niños a los que se ayuda en las diócesis de Pekhon, Myaungmya y de Taunggyi, en la región rural y montañosa de Shan. La mayor parte de ellos vive en albergues. Estos internados, que originalmente nacieron como orfanatos, son ahora lugares que hacen posible la formación de los niños.
«Viven allí de día y de noche. AVSI garantiza asistencia y formación y esto vale también para los profesores y educadores», explica Anna Difonzo, responsable de los proyectos de AVSI para el sudeste asiático. «Lo que se necesita es una educación en la convivencia. Por eso es fundamental educar en la relación educativa con los chavales». Parece un juego de palabras, pero ahí se encuentra todo el desafío. Lo sabía bien el padre Vismara y lo saben los trabajadores de AVSI. Dos realidades lejanas en el tiempo, pero sostenidas por una única mirada: la pasión por el hombre como modalidad para dar gloria a Dios. Concluye Piatti: «Pensando en esto, me parecía estar participando en algo inconmensurablemente grande respecto a nuestras propias fuerzas y capacidades: mantener encendida la mecha humeante de una comunidad fundada por un santo. En un país donde es evidente la emergencia de lo humano, en una sociedad pre-cristiana (antes aún que post-cristiana que ha olvidado sus orígenes) sólo una presencia diferente es lo que atrae y mueve a la persona a hacerse preguntas importantes. Y por tanto, a buscar una respuesta. La respuesta que cumple el yo y que proponemos a través de todas las actividades concretas que hacemos por el mundo».