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Huellas N.4, Abril 2011

BREVES

La Historia

«¿Para quién lo hago?»

El turno comenzó ese día con una buena noticia. Una familia renunciaba a la caja de alimentos del Banco de Solidaridad porque su situación había mejorado. Stefano consultó la lista de espera. «Por desgracia, cada día es más larga», pensó. Había que decidir a quién elegir. Habló con los demás voluntarios y juntos identificaron al nuevo destinatario. «Buenos días, soy Stefano, del Banco de Solidaridad. Hace tiempo recibimos una solicitud de ayuda, quería comunicarle que a partir de este mes le haremos llegar una caja de alimentos…».
El hombre que está al otro lado del teléfono casi no le deja terminar la frase: «Sí, sí, si fuera por vosotros, a esta hora…». Stefano cree que no ha entendido bien: «¿Cómo, perdone?». «Digo que si hubiera sido por vosotros, nos habríamos muerto de hambre ya». Ahora el mensaje está clarísimo. Stefano reacciona: «Tenga en cuenta que no somos un organismo asistencial, somos voluntarios que hacen lo que pueden. Pero si usted se pone así… ¿Tal vez ya no lo necesite?». «No, no. Lo necesito». «Vale, recibirá la caja a partir de este sábado. Buenas tardes». Stefano cuelga el teléfono. «¿Pero quién se cree que es? Estoy tentado de volver a llamarle de nuevo y decirle que le llevamos la caja a otro…».

Intenta no pensar en ello. Pero poco a poco el enfado deja paso a un extraño malestar. Hay algo que no va bien, no es sólo el tono arrogante, ni la pretensión de esa persona tan enfadada. «Cristo es la respuesta a nuestra necesidad. Debemos educarnos en esto», le había dicho un amigo. Una frase que es como una puñalada. Él, que quería erigirse en juez, establecer los méritos y las necesidades… Al final se abre paso una pregunta: «¿Pero por qué llevo esa caja de alimentos? ¿Para quién lo hago?». Sólo para mendigar a Cristo, al Único que puede responder. Aquella llamada deja de causarle enfado. Al contrario.

Pocos días después, un amigoestá solo para llevar la caja. Es la primera vez que lo hace. Stefano no lo duda: «Voy contigo, ¿a quién se la tienes que llevar?». «A una familia nueva. La madre se llama Martina y tiene seis hijos». «Vamos». Llegan delante de la puerta, llaman al telefonillo. Nadie responde. Prueban otra vez: nada. Quizá esté roto o no lo oigan. Llaman por teléfono. De nuevo, nada. Mientras piensan qué hacer, se acerca una persona. El amigo le pregunta: «Perdona, aquí vive una señora, Martina, con seis hijos…». «Sí, si queréis os abro la puerta. Mirad, ese chico asomado al balcón es uno de los hijos». Stefano levanta la mirada y le explica: «Somos del Banco. Subimos». El chico les espera en el rellano. Toma la caja sin decir una palabra. Va a entrar en casa cuando Stefano le para. En una fracción de segundo, le viene a la mente aquella llamada, el malestar que le causó, y la pregunta que le suscitó: «¿Para quién lo haces?». «No puedo irme de aquí así». Y le pregunta: «¿Eres hijo de Martina?». El chico se da la vuelta: «Sí». «¿Cómo te llamas?». «Michael». «Hola, Michael». «Hola».
La puerta se cierra. Dos palabras, un mísero saludo y ni siquiera un “gracias”. Sin embargo, Stefano está contento. Se llamaba Michael. «Pero era el nombre de Otro».