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Huellas N.4, Abril 2011

JAPÓN / Después del terremoto

«Os hablo de mi pueblo»

Carlo Dignola

El silencio, la compostura, ninguna rabia. El tsunami ha arrasado sus vidas, pero ellos nunca se marcharían. Desafían a la muerte dentro de un reactor nuclear. Se inclinan ante los heridos antes de atenderlos. Porque «sienten» a los demás, y aceptan la realidad. ETSURO SOTOO, escultor de la Sagrada Familia, nos introduce en el corazón de su país, en donde la dignidad «es todo»

Etsuro Sotoo, el escultor que ha trabajado durante treinta años en la terminación de la Sagrada Familia de Barcelona –la obra maestra de Antonio Gaudí– es japonés. En estas semanas, Occidente está impactado por la tragedia que se ha abatido sobre su pueblo, que hasta ayer nos parecía un pueblo distante, por cultura y también por sentimiento. Impresionado no sólo por lo dramático de las noticias: al ver a las madres japonesas huir en tren desde Tokio espantadas por las radiaciones, al ver la ternura con la que trataban a sus hijos, que se agarraban a su cuello, es como si se hubiese puesto en primer plano un destino humano común que, de repente, nos hace sentirnos mucho más cerca de ellos de lo previsto.
«No importa si somos japoneses, africanos, italianos –dice Sotoo–: Dios ha puesto algo en el fondo de nuestro corazón. Habitualmente, no comprendemos lo que nos liga, pero cuando suceden grandes tragedias como ésta sentimos que alguien ha puesto en nuestros corazones lo mismo. Por eso, de improviso, nos descubrimos capaces de comunicarnos más fácilmente. Es como cuando descubrimos la belleza: también en ese caso nos damos cuenta de que todos los hombres sentimos las cosas del mismo modo. A no ser que suceda algo muy trágico o terriblemente bello, en la vida de todos los días no nos damos cuenta: lo olvidamos».

Sin embargo, vosotros los japoneses expresáis el dolor con una sobriedad, con una compostura que nos ha llenado de asombro.
Cuando se experimenta un dolor, igual que cuando se experimenta una gran alegría o cuando se encuentran cosas verdaderas, sobran las palabras. Delante de uno que ha perdido todo, de uno que ha visto desaparecer a su familia, no hay nada que decir. Únicamente si miramos a estas personas a los ojos, comprendemos de forma profunda su dolor, que no es posible exteriorizar. A veces pensamos que todo se puede expresar, que debe expresarse: no es así. Lo que quieres saber, antes incluso de que sea dicho, debes haberlo comprendido.

¿Qué es la dignidad para un japonés?
La dignidad soy yo. Si pierdo la dignidad, ya no existo.

¿Quién te da este sentido profundo de lo que eres, de lo que estás llamado a ser?
El que te ha creado. Nosotros existimos, pero sin dignidad no existimos verdaderamente. Igualmente, una sociedad o un país no pueden existir sin dignidad. Esto es lo que nos dice la historia. El samurái japonés es un hombre que entrega su vida para defender la dignidad, la suya y la de otros hombres, y sabe cómo hacerlo. Su dignidad es más importante que su vida. Pero, en el fondo, es lo mismo para un monje de clausura.

A propósito de samuráis, un centenar de hombres han arrojado sus vidas al fuego nuclear voluntariamente para salvar a medio Japón, tratando de apagar los cuatro reactores de la central de Fukushima.
He podido seguir la historia de uno de estos trabajadores. Su familia se ha visto muy afectada por el tsunami: su mujer y su hijo pequeño han sido evacuados, ya no tienen casa. Él ha seguido trabajando en la central. Un periodista le ha preguntado a su mujer: «¿Es consciente de que podría no volver a ver a su marido?», y ella le ha respondido que estaba orgullosa de lo que estaba haciendo. Evidentemente, se trata de un drama. Todo el mundo espera que estos hombres sobrevivan, pero ese trabajador ha puesto su vida como parapeto para salvar al pueblo; en el fondo, lo que desea es salvar a su familia. Y su familia lo sabe, y seguirá unida a él toda la vida, pase lo que pase.

En los momentos dramáticos la gente aprende de nuevo a ayudarse, a no pensar sólo en sus asuntos.
En estos días me ha impresionado la historia de una mujer que recorría kilómetros y kilómetros buscando gasóleo para encender la estufa, porque en casa sus niños tiritaban de frío. No encuentra mucho combustible: no será suficiente para la noche. Pero ella se hace sus cálculos, y en vez de encender la estufa toda la noche la enciende una hora sí y una no, y aparta un poco de gasóleo para el día siguiente. Así le sobra un litro de combustible y lo comparte con los que están cerca de ella. En esto consiste la inteligencia. La inteligencia no es saber robar lo que posee mi prójimo, sino compartir las cosas con él. Compartir y con-vivir: en esto consiste la inteligencia.

¿Es verdad que para un japonés el “yo” cuenta poco, que prevalece el “nosotros”?
No, cuenta mucho. Pero tú formas parte de una comunidad, de una familia, formas parte de la sociedad: si no formas parte de algo distinto no existes. He aquí, de nuevo, la dignidad: yo no pudo ser yo mismo sin los demás.

¿Qué puede mantener unido a un pueblo con esta fuerza? ¿Una tradición?
Los japoneses, como es sabido, no son católicos, pero saben qué es el corazón. Conocen el amor. Un médico recorre los pueblos destruidos, visita a los heridos en los hospitales y ayuda a todos. Es gente que ya no tiene nada, y él no conoce a ninguno de ellos. ¿Por qué lo hace? Es un misterio. Desafía a la muerte. ¿Por qué? Misterio. Sin embargo, somos hombres y lo hacemos. Esta idea de pensar en los demás, de “sentir” a los demás está presente en la educación japonesa. Observaba a estos médicos voluntarios que han intervenido después del tsunami: lo primero que hacen es saludar a los enfermos. Por muy urgente y trágica que sea la situación, esa inclinación significa exactamente esto: pensar en los demás, porque lo que hoy les ha sucedido a ellos, mañana me podrá suceder a mí. Al igual que yo, escultor, debo pedir permiso a la piedra antes de comenzar a esculpirla, también ellos deben inclinarse ante esos hombres heridos y lacerados antes de curarles.

Hiroshima, Fukushima… ¿Por qué Japón debe siempre experimentar en su propia carne los miedos y las destrucciones más atroces que nuestro mundo encierra dentro de sí? ¿Se lo ha preguntado alguna vez?
¿Por qué le toca a usted viajar y estar despierto hasta tarde para escribir? ¿Por qué otro debe cuidar de su familia o de su fraternidad? Porque le toca a usted. Sí, a veces me pregunto: ¿por qué los japoneses no abandonan Japón? Están todos estos tifones, terremotos, tsunamis, y a pesar de esto, aman a su país. Todos. Yo mismo, aunque vivo en España desde hace muchos años, quiero a Japón. Una madre, un padre que tienen un hijo minusválido, ¿por qué no le abandonan? Porque le quieren. Todos quieren a un recién nacido, que no es capaz de hacer nada. Sentimos que es necesario.

¿Qué es la naturaleza para vosotros? No la maldecís ni siquiera cuando muestra un rostro tan maligno.
Si pensásemos que la naturaleza es malvada, no podríamos pensar que nosotros somos naturaleza. Los occidentales consideran la naturaleza como algo que hay que conquistar, que civilizar. Los japoneses pensamos sobre todo que si no conseguimos convivir en armonía con la naturaleza, dejaremos de existir. El tsunami es un fenómeno natural, no se trata de oponerse a él: obedeciendo, se puede comprender mucho más. La misma tecnología no puede sino avanzar junto a la naturaleza: si no se obedece a la naturaleza no se avanza verdaderamente. Estaba observando por la televisión a una mujer que desde hacía cinco días iba en busca de su familia, recorriendo a pie la ciudad destruida, sin agua y sin nada, preguntando a todas las personas con la esperanza de encontrarles. ¿De dónde nace esta fuerza? Del amor. Y, cuando al final descubra que sus personas queridas han muerto, ¿qué podrá hacer? ¿Gritar, rebelarse? No: aceptar la realidad.

¿No corre el riesgo de parecerse a un ciego fatalismo, en el cual emerge de nuevo, incluso en una sociedad secularizada, un trasfondo sintoísta?
No. Los japoneses sabemos que la naturaleza no perdona nunca. La culpa es nuestra, por olvidar que es tan grande y fuerte.

Más que fatalismo –dice usted– es el reconocimiento de un dato de hecho: somos nada. Entonces, ¿qué es? ¿Acaso realismo?
En efecto. Lo único que podemos hacer es aprender de la realidad. Es necesario obedecer a la naturaleza y, dentro de nuestro límite, hacer todo lo que sea posible: esto es Japón.

¿Existe en vuestra cultura la idea de una positividad última de la realidad, de algo que se mantiene, a pesar de los desastres que afectan inevitablemente al hombre?
La positividad es lo que estamos tratando de decir: aceptar aquello que debemos afrontar. El hombre puede y debe hacer todo lo que esté en su mano, pero también necesita conocer su límite. No se puede desafiar frontalmente a la naturaleza. Que yo sepa, el único occidental que ha comprendido esto perfectamente ha sido Gaudí. Últimamente he estado pensando en el hecho de que nosotros mismos somos naturaleza. Esto no significa que seamos simplemente un trozo de naturaleza... La belleza es la luz y el resplandor de la verdad, pero esta luz, este esplendor, somos nosotros los hombres.

En el momento más grave de la crisis nuclear ha aparecido en la televisión –cosa nunca vista– el emperador Akihito, y ha dicho a su pueblo que había llegado el momento de rezar. ¿Qué significa esto para vosotros?
Rezar es unir, unir y celebrar. Todos miran juntos lo que les ha sucedido, y comparten el dolor de los que lloran.

No es nuestra forma de rezar.
Sí, es distinta. El emperador es el símbolo de Japón, todos le escuchan. Lo que dice a todos es: unámonos. Para nosotros, rezar forma parte de la acción. No puedes decir: ya he rezado, estoy bien así; no, debes actuar también. Como he escrito en mi libro La libertad vertical, recién publicado en España, cualquier trabajo, si es realizado de forma digna, es una forma de rezar.

Usted se ha hecho cristiano: ¿mira hoy estos hechos de forma distinta?
También experimentaba estas cosas antes de hacerme cristiano: la persona que ayuda, siente esta ayuda como lo más necesario para sí mismo. El enfermo necesita al médico, es cierto, pero la necesidad más grande es la que siente el médico de ayudar a los demás. Todo esto lo comprendo hoy con claridad gracias a mi conversión. Si no me hubiese hecho cristiano no lo habría comprendido.

¿Existe en vuestra cultura el concepto de esperanza?
Sí, existe desde siempre. La gente que ha sobrevivido al tsunami sólo podrá volver a empezar desde ella. Los japoneses hablan mucho de esperanza, es algo natural para los que están vivos, pero no les resulta fácil comprenderla de verdad. A veces la esperanzapuede ser algo un poco material, o un sentimiento limitado… Gracias a mi conversión he comprendido que la esperanza, la fe y la caridad están unidas.