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Huellas N.3, Marzo 2011

BREVES

Responden los hechos
ESA LIBERTAD NO BASTA. ¿SOMOS QUIZÁS MÁS FELICES QUE ELLOS?

John Waters

Desde aquí miramos asombrados las plazas africanas, pero sin ilusión. Porque ni siquiera la democracia puede cumplir nuestro deseo

Ha sido más bien extraño observar cómo las recientes elecciones en Irlanda han estado casi diariamente acompañadas por las imágenes de las multitudinarias revueltas africanas reclamando libertad. Mientras los irlandeses nos embarcábamos en un democrático examen de conciencia sobre el boom económico y la crisis, la gente en Túnez, Egipto y Libia ha acudido a las plazas pidiendo algo que nosotros ya hemos experimentado como incapaz de responder a nuestras expectativas.
Comparados con lo que esa gente vive, nuestros problemas son resultan casi insignificantes; pero esta observación no sirve para aplacar la desilusión y la rabia de los irlandeses, amargados por el fracaso del proyecto de los demócratas de hacerles felices y satisfacer todas sus exigencias.
Los irlandeses no nos hemos rebelado, y mucho menos nos hemos manifestado en las plazas; sin embargo, el sentido de la desproporción entre el deseo de algo y la modalidad con la que democracia y economía han sido gestionadas encuentra una inesperada consonancia con las imágenes contempladas en los servicios de TV sobre África. En grado extremo, dichas imágenes parecen expresar lo que sentimos frente a quienes nos gobiernan, aunque, objetivamente hablando, estemos infinitamente mejor que esas personas que arriesgan su vida por las libertades que creen que nosotros ya poseemos. En el fondo, no parece realmente que  seamos más felices que ellos.
Para comprender mejor todo esto, es necesario concebir la felicidad humana como un estado relativo. Sigmund Freud sostenía que si se quiere hacer experiencia de la felicidad, hay que sacar un pie de la cama en una noche gélida para volver a meterlo después bajo las mantas. He ahí la felicidad.
Pero existe un modo aún mejor de hacerlo: el deseo humano de libertad deriva de una energía infinita que va más allá de lo que cualquier sistema, economía e ideología es capaz de satisfacer. Por ello, el hombre no depende sólo de que las condiciones políticas en las que vive sean significativamente mejores que las de sus vecinos. Si la espera ha sido despertada y a continuación desatendida, estará enfadado y frustrado como si  nunca le hubieran dado nada. No existe paz para el hombre que ha entrevisto aquello que es posible. La democracia no basta.
Pedraic Pearse, gran poeta y revolucionario que dirigió la Revuelta de Pascua de 1916, dando comienzo a la liberación de Irlanda de la opresión inglesa, escribió que la sustancia de la libertad no puede ser modificada, lo mismo que la de la verdad. La libertad no es algo definido por los estatutos o por el común acuerdo, y no debe nunca descender a compromisos con consideraciones de tipo material. La libertad, dice Pearse, es una necesidad espiritual, que «trasciende todas las necesidades corporales».
La libertad no tiene que ver sólo con la satisfacción de las necesidades materiales del hombre, sino más bien con el compromiso de toda su razón, de acuerdo con la estructura más profunda del ser humano. De ahí que, aunque no esté lejos, el hombre, en el placer y en el bienestar, no es libre.