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Huellas N.11, Diciembre 2010

BREVES

La Historia

CON EL MAR EN LA MIRADA

A un lado, las colinas. Al otro, el mar. La idea era: misa rápida y luego todos a casa. Pero las vistas del santuario de Casteldimezzo, al norte de Pésaro, alteran los planes. La belleza cierra un domingo que ya había sido hermoso. Cristina se apoya en la barandilla y mira al horizonte, a ese cielo de primeros de noviembre. Mientras tanto, piensa en la jornada que acaba de pasar con un grupo de amigos en la comunidad de El Imprevisto, donde jóvenes en riesgo de exclusión y toxicómanos (“peligrosos”, les llaman) encuentran un camino para rehacer sus vidas. Piensa en los ojos de Lorenzo, Antonio, Roberto. Y en las historias que les han llevado hasta allí. En la comida con Silvio y su equipo, y en las palabras de Omar: «Aquí he aprendido a mirarme como me mira Dios».

Unos metros más allá, un hombre de unos cuarenta años se sube a horcajadas en la barandilla. Él también contempla el mar en silencio. «¿En qué estará pensando?». Cristina se le acerca, le pregunta de dónde es, si va mucho por allí. «¿Y tú?». Ella le cuenta del día que ha pasado con los amigos de El Imprevisto y lo que ha aprendido: «Todo lo que sucede es para mí. También este mar: no sé desde hace cuánto tiempo está lleno de agua, pero sé que cada gota ha sido querida para mí». Es hora de irse, sus amigos la esperan en el coche: «¿Por qué no vas a ver a Silvio y sus chicos?», le propone. «Diles que te manda Cristina».

Aparentemente, todo había quedado ahí: dos palabras con un desconocido sin nombre. Pero no. Dos días después le llama Silvio. Ese hombre se ha puesto en contacto con él, le ha dejado su dirección en busca de “una tal Cristina”. Ella le manda un correo y él responde inmediatamente, no se lo puede creer. Le explica que él buscaba en la naturaleza «la belleza, la autenticidad, la pureza». Eso que en las personas casi nunca se encuentra. Y le da las gracias por aquellos cinco minutos. Sobre todo porque no puede olvidar cómo le miró: «Sentí que te movía una gran fe».
Cristina da un salto en la silla, está a punto de escribirle que ésa es la mirada que vio Zaqueo. Luego se para un momento, porque todavía falta algo, y le escribe: «He entendido algo que es de otro mundo. La mirada que has visto me estaba aferrando primero a mí. A través de ti, Cristo me ha sacado de la distracción: “Cristina, baja del árbol de tus pensamientos: hoy quiero hacerme presente a través de ti ”. No hay que tener miedo a abrirle la puerta, ¿qué dices?».