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Huellas N.10, Noviembre 2010

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

YO SOY DE JESÚS
El pasado día 15 de octubre el Señor llamaba a la vida eterna a mi padre. Sin duda alguna ha sido una de las experiencias más gratificantes de mis siete años de sacerdocio porque he podido ser testigo de la potencia de la gracia de Cristo. Tras la separación con mi madre, en una comida, abrió su corazón y nos contó a algunos de sus hijos que él quería ver a Dios. Eso, hace muchos años, me sonaba lejano y sobre todo abstracto. No comprendía nada. No volvió a repetirlo, ni tan siquiera con mi ordenación sacerdotal u otros momentos importantes. Sin embargo, cuando supe de la gravedad de la enfermedad, aquella frase me volvió a la memoria. Los días en la planta de Digestivo del Hospital fueron duros, y la cama se iba convirtiendo cada vez más en un lecho de dolor, ante el que casi no me salía pronunciar palabra alguna. La gravedad exigió pasarlo a la UCI. Una de las tardes me acerqué desde el Seminario a verlo y me lo encontré tan mal que le pregunté directamente si tenía miedo, me contestó con la cabeza que sí. Le dije que rezara, que pronto iría a encontrarse con Aquél a quien deseaba ver desde hacía tantos años, y que si quería y podía le confesaría. Sin embargo, la mañana siguiente parecía que el desenlace sería fatal. Le administré la unción de enfermos, junto con mi hermano y sus hermanas. Al día siguiente se encontraba mejor, tanto que nada más entrar, la misma enfermera me dijo que había preguntado por mí durante la mañana. Cuando llegué a su lado, con un chorrito de voz, me pidió la confesión. La misericordia de Dios es infinita, pero toma carne; aunque sea tan limitada como la de tu propio hijo. Desde ese momento repitió una y otra vez “Yo soy de Jesús”, frase que me contó mi amigo Emilio que repite su hermana María, también enferma. Así, repitiendo continuamente aquella jaculatoria y agarrado al Rosario (que me dieron en una peregrinación de Macerata - Loreto) aprovechó la oportunidad que, de nuevo, Jesús, le estaba ofreciendo. Me pidió la comunión, besó a mi hermano, y esperó a que llegaran mis hermanas de Barcelona y Trieste. Desde aquel momento, su mirada ya no estaba en este mundo. Sólo esperaba aquel santo deseo para el que había nacido. La paz, que nace de la aceptación y del ofrecimiento, se instaló en su corazón y también en el nuestro. ¿Quién es capaz de vencer el miedo atroz de la muerte? ¿Quién ha sido capaz de transformar de esa manera a mi padre? ¿Acaso su bondad natural? ¿Un propósito de dejar en paz a sus hijos? ¿Y a mí? ¿Quién me ha dado la fortaleza para mirar a mi padre con una dulzura y un afecto que reconozco que no es mío? La respuesta tiene el mismo nombre que repitió mi padre hasta su muerte: Jesús. Si testimonio este acontecimiento es porque quiero que este juicio permanezca para siempre en mi memoria, de modo que nada pueda extirparlo, y como agradecimiento a la educación recibida por don Giussani y Comunión y Liberación, que me ha dado paciencia y fe, hasta llegar a reconocer este milagro de Jesús.
Ramón, Sevilla (España)

ENTRE LOS MINEROS
Hoy he descubierto algo importante visitando la Catedral de Sal. Entrando en la mina, de inmediato, tuve la impresión de encontrarme en una especie de infierno dantesco («Abandonen toda esperanza los que entran»). Pero, dados unos pocos pasos, quedé asombrado por la existencia de las estaciones del Vía crucis y me pregunté por qué dentro de una mina se hicieron las estaciones del Vía crucis y una iglesia. ¿Quién los hizo y por qué? ¿Qué sentido tienen aquí, en un lugar de trabajo? La guía me brinda algunas respuestas que resultan muy pobres. Me explica que estamos en un lugar significativo en términos de naturaleza, por su belleza, pero especialmente por el hecho de que dentro de esta mina se puede hasta casarse o asistir a conciertos debido a la óptima acústica que ofrece el lugar, etc. Pero finalmente no responde a las preguntas que yo tengo. Paso, luego, al “recorrido del minero”, una visita como verdadero minero dentro de la mina, provisto de casco y lucecita. Se suceden reacciones distintas como el miedo, el encanto, el sentido del peligro y la ternura por el abrazo espontáneo de una señora brasileña, al explotar la chispa... (un simulacro casi real de explosión en la mina). Pero, sobre todo, recé mientras cruzábamos un largo túnel oscuro, para no sentirme solo, y apoyé mis manos en los hombros de quien tenía delante de mí. Finalmente salí de la catedral contento y sacudido por las emociones, pero con la idea de no haber comprendido el punto central, el significado de todas estas reacciones y de la existencia de ese lugar. Por la noche, lo hablé con Saro en su casa, y encontré las respuestas que buscaba. Me dijo: «En la decimotercera estación del Vía crucis meditamos el descendimiento de Cristo; la cruz, que hasta entonces estaba hecha enteramente de sal, pierde su relieve y está más bien excavada en la pared, es decir, está vacía: Cristo ya no está allí sino que está presente entre nosotros los trabajadores». La cruz principal del ábside de la catedral está vacía y llena de luz. ¿Por qué han construido una catedral dentro de una mina, en un lugar de trabajo duro, feo, oscuro y aterrador, casi infernal y peligroso? ¿Lo sagrado no debería tener su propio espacio hermoso, limpio y al aire, de acuerdo con la naturaleza de Dios? ¿Qué relación tiene Dios con el trabajo? ¿No deberíamos mantener bien separados estos dos factores de la realidad? Pensé que los mineros que habían construido esa iglesia tenían el deseo urgente de no quedarse solos en ese infierno y que Cristo, el sentido de la vida, los acompañaba, estaba allí con ellos, en su trabajo. Me acordé entonces de uno de los paneles de la torre del campanario de Giotto, en Florencia, comentado por Mariella Carlotti en el Meeting de Rimini. En él se representa a Cristo que sale a pescar con los discípulos en una barca. Cristo, el sentido de la vida, entra en nuestra vida, nos alcanza allí donde estamos, en un barco o en una mina, y nos acompaña así como somos, aterrorizados y sucios, para que encontremos un significado incluso en los aspectos más oscuros de nuestra vida. No es casual, en efecto, que en el fondo de la mina, antes del ábside de la Catedral, esté una obra que reproduce en mármol La creación de Adán de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Cuando se reconoce que Cristo está presente se puede crear belleza, incluso en una mina. Esta mañana casi no quería ir de paseo, pensando que perdería un día (¡mejor estudiar y trabajar!). Ahora, me doy cuenta de que es inútil mi trabajo sin Cristo. Necesito que Él esté allí, mañana por la mañana, conmigo, en la “mina” donde yo trabajo, que son mis clases y mis estudiantes.
Alessandro, Bogotá (Colombia)

CUANDO ÉL VENCE
Hace dos meses me enteré de que estaba embarazada. Dios nos bendice a mi esposo y a mí a tan sólo cinco meses de casados. Hace unos días tuve una complicación y el doctor me mandó reposo absoluto. Este hecho en un principio me causó tristeza, angustia y culpa, ya que sentía que por haber realizado los quehaceres domésticos se había desatado esta complicación y mi bebé corría peligro. Pensaba que de mí dependía la vida de ese bebé. Al estar en reposo todo el día y ver cómo mi esposo me ayudaba dándome la comida en la habitación sin quejarse, con un gran amor, fue cuando comprendí que de mí no depende la vida de ese bebé, que es un regalo que Él nos envía. Como nos recuerda Carrón: «Cuando Él vuelve a acontecer, cuando Él vence en nosotros ese fastidio, empezamos a introducirnos en la realidad… el hombre empieza a darse verdaderamente cuenta de Quién le da la vida». El estar día y noche en reposo en un inicio era un fastidio, sin embargo en esta circunstancia se ha vuelto una ocasión para reconocer a Cristo, a través de rostros concretos, mi esposo, amistades, familia. Haciendo memoria de Él en cada cosa que me regala. Antes me sentía mal por estar acostada y ver que no podía ayudar a mi esposo en la casa. Ver cómo llegaba cansado y no poder ayudarle me desesperaba. Leer el texto de la Apertura de curso y la revista Huellas me ayudó a comprender que «este fastidio y queja pueden llegar a ser para cada uno de nosotros la ocasión para comprender quién es Cristo». Es la realidad que Otro me pone y es aquí donde lo he encontrado a Él. Una vez más se hace presente y vence en mí este sentimiento de querer controlarlo todo. En vez de esto, nace el querer abandonarme a su voluntad con la confianza de que siempre lo que me pone es lo mejor para mí.
Elizabeth, Villahermosa (México)

COMO ZAQUEO
Don Julián: En estos días me he conmovido por cómo el Misterio se apiada de mí a pesar de mi nada. Estas semanas han sido increíblemente intensas, debido a que nuevamente a mi papá le rebrotó un tumor maligno en la cabeza, y esta es la segunda vez que mi familia y yo pasamos por esto, ya que mi mamá anteriormente tuvo tratamiento para el cáncer. Empezando la semana asistí a la procesión del Señor de los Milagros ya que nunca había asistido y tenía la necesidad de ir para pedir por mi familia. Me sorprendió cuando salió la imagen y la multitud se quedó en silencio para luego aplaudir como nunca antes había escuchado. Personalmente, al verla me llené de lágrimas porque era como Zaqueo cuando buscaba ver a Cristo porque se sentía necesitado. Así me sentí, nuevamente con la necesidad de buscar esa mirada de Cristo en mi vida que me pueda dar la fuerza necesaria vivir la situación que me está tocando. Después de la procesión, me quedó claro que realmente es «con mis manos pero con tu fuerza, Señor» porque, si no, ¿cómo me explico que ya antes haya podido responder a una situación similar? Antes no sabía que era Él el que me daba la fuerza, ahora sí lo sé. Es casi imposible no derramar lágrimas al darme cuenta de cómo el Misterio ha sido misericordioso conmigo al manifestarse ante mí y acompañarme desde siempre, pero las lágrimas no sólo son de tristeza, sino de alegría porque sé que realmente tengo «un amigo grande» para toda la vida.
Giampier, Lima (Perú)

EL DÉCIMO LEPROSO
He leído en el pasado número de la revista Huellas la escueta referencia que hacia Julián sobre la parábola de los diez leprosos. ¿Cómo serían sus vidas? ¿Qué les movería a trasladarse de un lugar a otro en busca de comida o de alguna limosna? ¿Qué desesperación no les embargaría al observar que su enfermedad avanzaba de día en día en un camino de no retorno? Despreciados por todos, pero sobre todo por ellos mismos. Caminando a la luz del sol con una campanilla maldita anunciando su terrible presencia. Resguardándose del frío y de la lluvia en lugares distintos y siempre inhóspitos. Sin luz, sin agua, pero sobre todo sin un verdadero amor, sin recibir ya ninguna caricia. Caricias, ternura y comprensión como aquélla que conocieron un día en casa, en compañía de sus padres. Y siempre una pregunta. Una pregunta que corroe por dentro, empujando hacia la desesperación. ¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí me ataca esta enfermedad maldita, que me deshace por fuera y por dentro? Pero, en un momento dado, les llegó la noticia de que había un profeta. Un hombre distinto. Alguien que decía cosas jamás imaginadas, que incluso hacía milagros. Me imagino la mañana del día que los diez decidieron ir a verle. ¿Cómo pudieron decidir los diez ir a verle? ¿Qué les unió en aquel instante más que todo el tiempo que llevaban juntos mendigando? ¿Qué esperanza no se despertaría en sus corazones? ¿Habrían podido dormir esa noche como todas las noches? Y casi sin quererlo al toparse con su presencia se sintieron sanados. Estaban sanados realmente. Ya no serían nunca más despreciados como antes. ¿Cómo volverían de contentos a sus casas? Es difícilmente imaginable tal estado de alegría y felicidad. Sin embargo sólo uno cayó en la cuenta de que había algo incluso mejor que la curación, que no se contentaba únicamente con estar sano. Le buscaba a Él, para estar con Él, pero no un rato, sino eternamente con Él. También nosotros tenemos una especie de lepra. Algo que nos fastidia cotidianamente y que no entendemos. En vez de llamarlo lepra podríamos sustituirlo por problemas en el trabajo, problemas con la mujer, por no tener trabajo, o por tenerlo y no estar a gusto, por no llegar a pagar la hipoteca, por no tener amigos, o por tenerlos y no gustarme los que tengo, porque estoy cansado de vivir sin un porqué, por no encontrar de una vez una respuesta a una pregunta, tan simple que de simple, da vergüenza preguntarse: ¿y yo, quién soy? ¿Y si todas estas condiciones fueran el eco de una voz que nos llama pacientemente, con una ternura infinita, con una espera infinita? ¿Y si estas preguntas nacieran de la misma fuente de la que nacían las preguntas en el décimo leproso para decirnos: no tengas miedo, ves cómo todo lo hago nuevo? Al igual que el décimo leproso, no me basta estar sano, no me basta el trabajo que tengo por estupendo que sea. No me basta la estupenda mujer y los maravillosos hijos y amigos que tengo. Como hizo el décimo leproso, vuelvo a ti para darte las gracias por todo lo que me das.
Eduardo, Madrid (España)

CON LOS AMIGOS DE GS CUENTA LO QUE YO SOY
Tengo quince años. Hace poco conocí a un grupo de chicos, y este verano he participado con ellos en las vacaciones de GS en St. Moritz. Yo podía no haber conocido a los de GS, y haber terminado quién sabe dónde, tal vez en un grupo en donde se me juzgara por la ropa que llevo, por lo que hago o digo… Pero esto no es verdadera amistad, porque yo soy yo, y sólo quiero ser yo, pues de otro modo la vida se convierte en un eslogan. En cambio aquí, con mis amigos de GS, no cuenta cómo me visto u otras cosas, sino que cuenta cómo soy yo, porque lo importante de la vida no es parecer, sino ser (si no es así, terminamos siendo como los actores de una comedia, tapados con máscaras). Y el hecho de estar en GS no puede ser una casualidad, como lanzar una moneda al aire, porque hay Alguien que nos ama, que me ama y que ha querido que yo viviera la experiencia de GS. En los momentos difíciles, cuando nos sentimos solos y abandonados, Él nos abraza, como una madre que abraza fuerte a su hijo durante un temporal.
Paolo, Salerno (Italia)


«…SI ESTÁS PRESENTE»
El comienzo de curso ha sido muy intenso: me meto a fondo en todas las asignaturas, no puedo permitirme dejar de estudiar una a priori sólo porque no me interese o porque me cueste. No quiero perderme nada. Los amigos con los que me juntaba durante el recreo el año pasado ya están en la universidad, y este año me he visto obligada a buscar personas que me ayuden a vivir la escuela, a compartir con ellos los problemas que tengo. Otra situación que me obliga a mirar todo de frente es el fuerte dolor de espalda que tengo todos los días. El día comienza con una elección: tengo que decidir si concentrarme en mi dolor y pasar de todo, porque no me encuentro bien, o meterme a fondo en cada asignatura llevando dentro esta situación, preguntando por qué se me ha dado este dolor. Lo más bonito de todo es que en todo momento está en juego mi libertad. Ayer, mientras estudiaba, escuché una canción de Ligabue que dice: «Cada segundo está lleno, cada segundo es verdadero si estás presente». ¡Es verdad, si estás presente!
Marta, Abbiategrasso (Milán)

Paraguay
MADRE E HIJO
Puede no ser natural besar a tu propia madre, o, mejor dicho, no se puede dar por descontado. Sin tener la experiencia concreta de ser mirados como nos mira el Misterio, el querer se rebaja a instinto o a una generosidad que, con el tiempo, te chantajea. Sólo cuando alcanza la gratuidad una madre y su hijo se besan como desea el corazón, no el instinto. Hoy he bautizado a Isabel. Una mujer que recogí en la calle junto a su hijo de 6 años. Su historia es terrorífica e indescriptible: sufrió violencia y abusos continuos desde pequeña. Tuvo un hijo de un pobre hombre, que ahora está en la cárcel. Llegó a nuestra casa con su hijo, y lo primero que me dijo fue: «Padre, yo jamás le he dado un beso a mi hijo, porque veía en él toda la violencia que he sufrido desde siempre». Han pasado ya muchos meses. Cuando alguien quería darle un beso, el niño escapaba o reaccionaba violentamente. Hoy, al acabar el bautizo de su madre, que ahora se siente querida entre nosotros, nos esperábamos el beso entre madre e hijo. Para su madre ha sido como un milagro: le besó por primera vez. Sin embargo, nosotros no esperábamos lo mismo por parte del niño. Pero cuando todo parecía inútil, cuando todos juntos empezamos a decir: «¡Beso! ¡Beso!», el niño, después de mirarnos, se tiró al cuello de su madre y –no importa si sólo por un instante– le dio un beso. La pobre mujer se echó a llorar y no hacía más que repetir: «Es la primera vez, es la primera vez…». Amigos, si el misterio de Cristo no llega a ser algo familiar para nosotros, estos milagros no suceden. Hoy he visto qué es la maternidad y qué es la filiación. He visto cómo acontece el milagro de reconocer que esa mujer “es mi madre”, ese niño “es mi hijo”. Si con nuestros hijos no sucede lo que hoy he visto ante mis ojos, estamos todavía lejos de la verdadera paternidad y maternidad, es decir, de la gracia de la gratuidad. Pidamos a la Virgen que nos conceda tener la misma experiencia de Isabel, que después de padecer 40 años de violencias en la calle, ha podido decir por fin “Yo”. Y la alegría que se reflejaba en su rostro mientras repetía: «Es la primera vez que beso a mi niño de seis años, es la primera vez que él me da un beso», era el manifestarse de su dignidad recobrada.
Padre Aldo Trento

APARENTEMENTE, NO ES NADA LLAMATIVO
Hola, Julián. Al volver a leer las primeras páginas de la Jornada de apertura de curso, me he quedado deslumbrado por dos puntos. El primero es cuando explicas el canto y dices que en el momento en que el «hombre malo» se preguntó quién era, empezó a darse cuenta de la realidad que tenía a su alrededor; el segundo punto está en la primera carta, cuando ese hombre cuenta que después del encuentro que había vivido en unas vacaciones se pasó todo el mes de agosto buscando esa misma mirada, y se dio cuenta de que él mismo era un don. Aquí tú añadías: «Esto es la conversión». La lucha dramática que experimento en mí cada día más por afirmar la verdad es vencida por un momento –una conversación con un amigo, la regla de la casa, la lectura– en el que tengo la experiencia de renacer. Te lo aseguro: aparentemente no es nada llamativo, pero yo renazco de algo excepcional.
Alessandro