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Huellas N.10, Noviembre 2010

PRIMER PLANO / Ir al fondo de una necesidad

Trabajar te cambia

Paolo Perego

Nuevas economías. Nuevos mercados. Empresas reorganizadas con vistas a la flexibilidad. Y entonces llega la crisis, que ha dado un empuje nuevo a una revolución que ya estaba en marcha. Una crisis hecha de salarios y certezas que saltan por los aires. Pero no sólo. Porque hace salir a la luz una exigencia todavía más profunda que la exigencia verdadera de un puesto de trabajo estable...

Se llamaba Vincenzo. El pasado 30 de septiembre lo encontraron colgado de una cuerda. Un breve comentario en los periódicos. De esos que se olvidan, porque ahora «es uno de tantos». O tal vez porque es mejor no pensarlo. «Treinta y dos años, casado, padre de dos niños. En el paro desde hace un año. Despedido de la empresa en la que trabajaba en el la zona de Nápoles». Desde junio se había quedado sin subsidio, y no ha podido aguantar más. No hay fotos en los periódicos, pero Vincenzo es un hombre real, con un rostro. Un rostro entre millones de rostros arrastrados por una crisis del mercado de trabajo que no tiene precedentes en los últimos años.
Se trata de una cuestión que día a día se vuelve más acuciante. Periódicos y televisiones nos bombardean con los datos y los gráficos estadísticos de un sistema enfermo, con tasas de paro que van desde el 6% de 2007 hasta el 9% de 2010. Este problema se ha originado en diversos puntos. Desde los más conocidos, como el caso Fiat en Pomigliano d’Arco, a aquéllos que se les da menos bombo, como los tres mil despidos anunciados en Unicredit. Pasando por las historias personales, que salen a la luz porque son más trágicas. En ellas el trabajo es una cuestión de “carne y de sangre”, y esto se percibe enseguida. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué la gente no es capaz de resistir ante las circunstancias difíciles que nacen en un momento de crisis como éste? ¿Con qué expectativas, con qué seguridades entra hoy un trabajador en una empresa? ¿Cuál es su verdadera necesidad?
No se trata de un tema retórico, porque el trabajo está cambiando realmente. Y la crisis que ha estallado en 2008 sólo ha hecho que se manifestara con mayor dramatismo una tendencia que había comenzado algunos años antes. «En los últimos años se ha producido un cambio del ciclo de vida de los productos y de las empresas», explica Mario Mezzanzanica, profesor de Economía del trabajo en la Universidad Bicocca de Milán, que desde hace años se dedica precisamente a estudiar estos temas. «Productos diferentes, globalización de los mercados, financiarización de la economía: cosas que han llevado a las empresas a adoptar modelos organizativos más flexibles. Nosotros hemos estudiado el impacto que ha tenido esto sobre el empleo». ¿El resultado? «El primer dato tiene que ver con la movilidad del trabajador. Si antes el trabajo era un recorrido a lo largo de la vida, que se desarrollaba en un ambiente “estable”, en la actualidad la vida laboral es una serie de ocasiones imprevistas en un contexto dinámico».

Todo se tambalea. Pero esto no tiene que ver sólo con el trabajo precario. También los puestos fijos se están tambaleando. Los estudios realizados por el CRISP, el centro de investigaciones que dirige Mezzanzanica, han puesto de manifiesto que de los dos millones de contratos “indefinidos” que existen en Lombardía, la mitad se ha rescindido antes de cinco años. Y con una duración media de entre doce y quince meses. «Una movilidad que se manifiesta también en que el 30% de los empleados  experimenta cada año un “cambio” en el trabajo, ya sea el comienzo o la finalización de una relación laboral. Una tasa que a los tres años llega al 50%». Un dato más bajo que en el sur, en donde la presencia del factor estacional amplifica mucho esta dinámica. «Es una evolución que hace saltar todo el viejo sistema de tutelas sindicales, de apoyo y de relaciones industriales dentro del mercado de trabajo. El caso Fiat es un ejemplo de esto. Y además, los sindicatos operan en su mayoría dentro de las grandes empresas». En donde trabajan cinco millones de personas. Mientras que los trabajadores de las pequeñas y medianas empresas son más de dieciséis millones.
«Otro elemento es la seguridad. En la actualidad, este factor radica en la calidad de la persona y de su profesionalidad, mientras que antes tenía que ver con el puesto fijo, con la estabilidad de la empresa». Nos hallamos ante un mercado muy competitivo, en el que cuenta muchísimo el valor del capital humano que uno ha construido sobre sí mismo.
«Antes de 2008 ya se hablaba de profesionalidad y de competencias. Es una exigencia de las empresas. Sobre este punto deberían incidir las políticas relacionadas con el trabajo: ofrecer a los trabajadores la posibilidad de volver a cualificarse y de ponerse al día. La “Dote Trabajo” de Lombardía tiene esta finalidad: te apoya económicamente con la condición de que te comprometas a asistir a cursos para mejorar tu cualificación. No se trata sólo de un subsidio para proteger la renta».
Pero después ha llegado la crisis, y ha llevado hasta el extremo estos cambios profundos, aumentando el paro, obligando a las empresas a despidos o a solicitar ayuda al fondo de garantía salarial. Poco trabajo. Y este problema ha afectado y afecta a muchos. A los jóvenes. Pero sobre todo a los menos jóvenes, a gente con años de trabajo a sus espaldas para los que resulta verdaderamente complicada una re-profesionalización.
Hombres y mujeres que a pocos años de la jubilación se ven de repente en la calle. «Casi desnudos hacia el infierno», como cuenta Roberto. 50 años, cinco hijos que mantener. A sus espaldas, una carrera; ante sí, «el invierno y la oscuridad en cuanto a las perspectivas; debes inventar para ti mismo, para tu familia y para el mundo del trabajo una nueva persona. Tiras por la borda tu experiencia, reescribes muchas veces tu currículum. Cualquier ocasión es buena, desde luego cualquier trabajo. Y sin embargo, nada de nada».
Nada. Es el preámbulo de la depresión, de la botella. Apoyada allí, sobre la mesa de la cocina durante días enteros, los mismos que uno pasa en casa. Paolo trabajaba para una revista especializada, está casado y tiene hijos. Casi con 50 años se ve obligado a quedarse en casa. «La vida se te escapa como el agua entre los dedos. Todo parece convertirse en una maldición. Incluso la familia, porque no salen las cuentas. Y los fardos sobre las espaldas de los amigos se vuelven insoportables».
«No hace falta llegar al despido. El mismo cambio, agudizado con la crisis, abre preguntas sobre nuestra concepción del trabajo», explica de nuevo Mezzanzanica.
El problema es cultural, está ligado a una idea de trabajo “seguro”, como decíamos. Pero cuando las condiciones se vuelven inciertas... «Provenimos de una cultura en la que prevalecen el egoísmo y el individualismo, que lo único que hacen es cortarte las piernas. Estás solo. Y un momento de dificultad se convierte en un drama cósmico. También porque la cultura dominante te empuja a la ambición. No necesitas sólo de alguien que te ayude buscar un nuevo trabajo. “¿Adónde voy? ¿Qué hago? ¿Lo conseguiré?”. Las respuestas están ligadas al contexto en el que vives, a tu cultura. Y sobre todo, a la concepción que tienes de la realidad. La pregunta se transforma: “¿Dónde está mi consistencia?”, incluso ante una situación que te exige responder con responsabilidad».

Respirar, ahora. La realidad. Porque en el fondo, el trabajo es justamente esto. Consistir. Es la ocasión, la oportunidad de entrar en relación con la realidad. De meter las manos en la masa, de construir. «De cumplimiento personal», completa Ugo Comaschi. Es ingeniero, y trabaja en una gran empresa en el campo de las telecomunicaciones. Es un padre de familia normal y corriente. Un hombre que no puede dejar de poner sobre la mesa la vida, aunque sea delante de una pizza y una cerveza. Su vida, y la de sus ciento sesenta amigos con los que ha puesto en pie “Aaalavoro”. «Empezamos hace dos años. Somos un grupo de personas que ha decidido dedicar su tiempo libre a acompañar a los parados en su búsqueda de trabajo. Nos hacen llegar los casos de personas que lo necesitan, contactamos con ellas y empezamos a acompañarlas». No es un simple «dame tu currículum y te buscamos algo». Se trata de estar con ellos, de caminar con ellos en la búsqueda de trabajo. Nada de fardos a la espalda. Personas que tal vez no trabajan desde hace años, situaciones familiares complicadísimas. Depresión, alcohol... Desde que empezaron han conocido a más de quinientas personas así. No siempre se dispone de fuerzas suficientes para ayudar a todos los que lo necesitan. «Muchos están desesperados. Nosotros queremos hacerles comprender que pueden empezar a vivir de nuevo y a respirar ahora, aunque todavía no hayan encontrado trabajo». Estas personas van de dos en dos. Quedan para comer o para tomar un café. A veces es suficiente con una llamada telefónica. Y luego, una sugerencia: «No te quedes en casa, haz algo. Empieza a trabajar media jornada, aunque sea gratis». «Porque es la única forma de volver a ponerles en movimiento, de ponerles de nuevo ante la realidad, ante las cosas», explica Ugo. Es lo que le ha pasado a Roberto, primero con trabajillos pequeños, como voluntario, «acogido para poder hacer algo por alguien». O a Paolo: «Trabajar gratis. Es todavía más humillante que no trabajar. Y sin embargo lo haces. Y de repente se activa un mecanismo. Empiezas a moverte, a retomar viejas relaciones. Al cabo de dos semanas te encuentras haciendo de nuevo tu viejo trabajo, ése que pensabas que no volverías a hacer, y te pagan por ello». También está Fabio, que busca trabajo desde hace meses y que, entre una conversación y otra, baja a la tienda de debajo de su casa para sacar una copia de una llave para su madre: «¿Conoces algún herrero que ofrezca trabajo?», pregunta. Porque sabe que la cuestión es “ponerse en juego de algún modo”. Y justamente el ferretero le ofrece trabajar con él: «Con ese trabajo he podido matricularme en Medicina», contará Fabio algún tiempo después.

Todo menos una tumba. «La persona se pone de nuevo en marcha al volver a la realidad», explica Ugo. «Está hecha para eso. Porque uno descubre su valor si hay alguien que le abraza. En el trabajo sucede lo mismo. El trabajo es el abrazo de la realidad». Y ese gesto de la mañana, fichar, en el fondo, es una alternativa entre el agobio de “tengo que hacerlo” y el respiro, la posibilidad de que lo que haces sea “para ti”. «Es más fuerte aún que llevar el pan a casa», dice Mezzanzanica. «Porque incluso esto, a la larga, no se sostiene: uno no puede limitarse a ser el “mantenedor de la familia”. Hoy en día la cuestión se juega a este nivel. Si no se crea una cultura nueva ligada a la persona, ligada a su capacidad de relación con la realidad y con los demás, es imposible salir de esta situación».
«Si eres leal con el deseo de relación con la realidad que te constituye, entonces cambias. Vives. Respiras», comenta Ugo. Pero ya no habla de las personas a las que ayuda. Habla de sí mismo. De cuando entra en la oficina por la mañana. De cuando vuelve a casa por la noche. De cuando está con sus hijos. «Si no es así, de verdad, todo se puede volver sofocante, como una tumba». Pero si es así…


BOX... El que busca...

«EN PARO, PERO LIBRE»

Luciano, que ha sido acompañado por dos amigos en su búsqueda de trabajo

«Cuando era pequeño, echaba una mano a mi familia en cuanto podía. Tenían un terreno y habían hecho ahí una huerta». Es lo primero que te cuenta Luciano para que comprendas que sabe qué quiere decir trabajar, dejarse la piel en el campo. Lo ha aprendido desde pequeño. Ahora tiene cuarenta y seis años. En 2002 se mudó a Milán procedente de Bolonia, con su mujer y sus dos hijos. «Empezaron los problemas. Yo trabajaba en gestión de instalaciones deportivas, y me topé con una realidad en la que resultaba difícil entrar».
Luciano empieza a ingeniárselas con contratos de corta duración. En 2009 surge una ocasión: la gestión de una instalación en la zona de Bérgamo. En septiembre empieza. «Las cosas iban bien». Pero los propietarios utilizan los ingresos para cubrir otras deudas. Y en marzo se termina el dinero. Algunos meses sin sueldo; luego termina quedándose en casa. «Empecé a buscar entre amigos y contactos». Muchas promesas, mucha solidaridad. Pero nada de trabajo. «Lo intento también con un grupo de gente que ayuda a los parados». El 12 de octubre se presentan a comer dos personas: Ugo y un amigo. Y el mundo se abre. «Estaban vivos. Sus ojos tenían vida. Estaban allí gratuitamente, por mí, para estar conmigo». Una llama que vuelve a encenderse. La misma llama que le había aferrado en la universidad cuando había conocido el movimiento de don Giussani, que nunca había abandonado. Sólo que en los últimos tiempos esa tensión había disminuido. Y ahora se reavivaba de golpe. «Ni siquiera les conocía, pero comprendí enseguida que eran libres». Pasaron unos pocos minutos. «Y me di cuenta de que quería ser libre como ellos, de que quería vivir, de verdad, como ellos».
Luciano todavía no ha encontrado trabajo. «Mando currículum, hago llamadas de teléfono. Como antes. Pero ahora soy libre. También para buscar una ocupación sin remuneración. Ellos me han propuesto que empiece por ahí, porque es útil para mí. Y con dos personas que te acompañan así, esto es otra cosa». (P.P.)


BOX... ...y el que ayuda

«DESCUBRES QUE LO HACES POR TI»

Daniele, ingeniero, “hace compañía” en su tiempo libre a personas en paro

«¿Quién soy yo para que vosotros dos os ocupéis de mí?». Es una pregunta que Daniele no consigue quitarse de la cabeza. Fue una pregunta dirigida a él, 38 años, ingeniero milanés que trabaja en la logística de una gran empresa. Y a su cuñado y amigo Maurizio. «Estábamos acompañando a Javier, peruano, a una entrevista de trabajo. Tenía un restaurante que tuvo que cerrar. Es viudo desde hace años y tiene cuatro hijos». Pocos meses antes, había nacido una propuesta en un grupo de amigos del movimiento: dedicar un poco de tiempo libre a acompañar a los que necesitan una ayuda en la búsqueda de trabajo. «En mi empresa me había tocado despedir a algunas personas, algunas de ellas con muchos años de trabajo a sus espaldas. Era un hecho que me provocaba muchas preguntas». Era una ocasión para comprender. Y para ir al fondo de una experiencia de fe. De este modo, Daniele y Maurizio se “topan” con Javier, sexagenario. Y empiezan a ir con él, a ayudarle en su búsqueda de trabajo. «Porque no se hace compañía con palabras. Uno necesita trabajar, y nuestra ayuda se concreta en este sentido».
Javier trabaja ahora como portero, y le han dado incluso una casa. «Te das cuenta de que nace un afecto por Javier, y que en el fondo le ayudas por ti mismo, porque quieres también para ti esa mirada que él ve que tenemos sobre él, que le cambia, que no nace de ti. Porque lo que está en juego en el trabajo es la necesidad de ser feliz, que todos tenemos». Así es como empiezan a cambiar también los días de trabajo, las horas de estar en casa: «No hay distinción entre la caritativa y la vida. Siempre estás en tensión por acoger lo que sucede. Por descubrir a Otro en acción». Aunque a veces te sientas impotente. «A un directivo que no tenía trabajo le encontramos un puesto increíble, y ahora trabaja. Pero está más hundido que antes. Porque la necesidad que tenía no era sólo trabajar. El problema es descubrir “qué me sostiene”». (P.P.)