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Huellas N.8, Septiembre 2010

ACTUALIDAD / América Latina

Es la hora de Brasil

Alessandra Stoppa

Un país que cuenta con los recursos propios de un continente y ha salido indemne (si no favorecido) de la crisis global, que ha duplicado su clase media y hospedará los Juegos Olímpicos y Mundiales. Pero bajo este crecimiento se oculta un “vacío estructural”. Mientras se cierra la era Lula miramos hacia la “fiebre del oro verde” para entender qué es lo que falta

Allí está, colgando. Apenas se ve en medio de la incomprensible geometría de la favela: es la foto de una chica que sonríe. Se deja ver entre los tablones mientras el coche avanza al ralentí. Las chabolas se amontonan tras el guardarraíl de la Marginal Tietê, la arteria norte de São Paulo. Toma este nombre indígena de un río que no se ve porque ha quedado enterrado bajo las carreteras de ocho carriles que pasan al lado de las chabolas. Esa foto que cuelga lo centra todo. Me deja helada. Esa lámina es una pared; ahí detrás hay una casa, la vida de alguien. Se deja ver por un agujero cuadrado que tal vez sea una ventana.
Justo enfrente hay otro mundo. Se dibuja el horizonte de la capital y sus rascacielos, altos y prometedores. Es Brasil visto de lejos, desde fuera. Todo crece: el PIB, las exportaciones, la estabilidad de la moneda, también la inflación, aunque eso no preocupa a los inversores exteriores, y una inmigración cualificada. El perfil de Brasil, uno de los cuatro grandes estados emergentes con mayor crecimiento económico (junto a China, Rusia y la India), se presenta como el de una superpotencia.
Las previsiones para 2010 anuncian un crecimiento total del 5,5%, la industria ha crecido en un año el 4%. La crisis financiera ha afectado menos a este país. La Bolsa de São Paulo es la que presenta los niveles de ingresos más altos de toda Sudamérica y la clase media se ha duplicado gracias a bajos tipos de interés y un acceso fácil al crédito. Otros factores más recientes son el descubrimiento de nuevos yacimientos de petróleo, y la victoria de sus candidaturas para los Mundiales de 2014 y las Olimpiadas de 2016.

“Se va deprisa”. La fiebre del oro verde (debida a la riqueza de recursos naturales) afecta a los treinta millones de brasileños que viven por debajo del umbral de la pobreza extrema. Y en esta contradicción, el país se dispone a afrontar un cambio de presidente. Las elecciones del 3 de octubre han abierto la era post-Lula; el líder más influyente del mundo (según la revista Time) ha terminado su segundo mandato. Lo más decisivo en estas elecciones no ha sido la elección del sucesor (la candidata oficialista del Partido de los Trabajadores de Lula, la roja –en todos los sentidos- Dilma Rousseff, ex guerrillera; o José Serra, el candidato de la socialdemocracia brasileña) sino la posibilidad de pararse y vislumbrar en el momento actual el futuro que el país tiene por delante.
El boom brasileño no es una pompa de jabón. Es real y sostenible. Para los economistas, es del todo improbable que este crecimiento se frene ahora. “El éxito brasileño es fruto de directivas económicas anteriores a Lula: el camino empezó hace veinte años y él lo ha disfrutado”. En la primera planta de la Universidad Católica Pontificia de San Pablo, el pasillo está húmedo y hay goteras en el techo. En el despacho de Francisco Borba Ribeiro Neto, las paredes están cubiertas con fotocopias de iconos rusos. Habla sin parar y llena folios con esquemas y números. “Ese camino ha supuesto la privatización de las empresas y un rigor financiero como el del Plan Real de Fernando Henrique Cardoso, el predecesor de Lula, que fue muy criticado por esto. Aumentaron el déficit público y los impuestos, es verdad, pero a medio plazo la economía empezó a cambiar”. Desde los años 90 en adelante, todos los gobiernos han privatizado gran parte de las industrias de base: siderurgia, petroquímica, energía. Y hoy goza de una gran popularidad el gran sector de las materias primas (Petroleo Brasileiro, Vale). “Reducir la estatalización ha aumentado el valor de mercado de nuestra inmensa riqueza de recursos naturales”, desde la madera hasta los productos agrícolas, el petróleo o el hierro. 
Aquí radica el aspecto más potente del éxito brasileño. Un binomio de factores difícil de encontrar en otra parte: una base de recursos naturales probablemente única en el mundo en un escenario político y económico estable. “Pero queda por resolver una cuestión crucial para el crecimiento”, continúa el profesor brasileño, responsable del Núcleo Fe y Cultura de la Universidad paulina: “el coste del Estado”. La inmensa maquinaria de la administración pública se lleva aún el 40% de la riqueza nacional.
“Todos los que están fuera ven grandes posibilidades de desarrollo, pero la imagen que tienen es exagerada. Nuestra realidad se ha idealizado, hay que mirar el escenario completo”. Giancarlo Petrini, obispo auxiliar de Salvador de Bahía, resume en una frase el momento presente en Brasil: “Se va deprisa y no existe la totalidad”. ¿Pero a qué totalidad se refiere? ¿Quiere decir que hay que anular las desigualdades endémicas en un país donde personas muy ricas conviven con personas muy pobres y la clase media no existe? ¿O donde un estado entero, como el de Alagoas, está en manos de de 17 familias que viven del cultivo de caña de azúcar?

El perro callejero. Es peligroso pensar en la “totalidad” en un país que entró en el siglo XX como un perro callejero. Entonces, la esperanza de vida en Río de Janeiro, la capital turística, era de 30 años, como en la Europa medieval.
La “totalidad” de la que habla Petrini va más allá de los desequilibrios socio-económicos. “Es una visión del hombre”. De la concepción de la persona depende todo: la perversa distribución de la riqueza, la corrupción administrativa, la criminalidad y, sobre todo, “la cultura de la banalidad que invade la vida cotidiana. Los adolescentes son los que están en la situación más arriesgada”. Hace falta una escolarización amplia y profunda. La educación secundaria es completamente marginal. “La formación de calidad se da exclusivamente en las disciplinas técnicas debido a una mentalidad que sólo mira hacia el futuro. Desde el punto de vista del desarrollo, la reducción del hombre parece que fuera una palanca, pero en realidad es una trampa” que atrapa al país en una visión individualista y descaradamente radical, siguiendo la mentalidad dominante española.
El pasado mes de diciembre, el Gobierno de Lula presentó el Plan Nacional de Derechos Humanos, un documento mastodóntico que apuntala cada uno de los fragmentos de la vida social, desde la supresión de los símbolos religiosos a la legalización del aborto o el matrimonio homosexual. Un texto programático sobre el que más de la mitad de los obispos de la Conferencia Episcopal brasileña se han manifestado en contra. “Medidas que se han quedado a un lado por las elecciones, pero que se retomarán”.
Ya ha habido un intento: el documento de 19 páginas titulado “Una gran transformación”, presentado como el programa del PT, con tesis radicales y estatalistas (como el aborto, el control de los medios de comunicación, incentivos a la ocupación de las tierras) que se “suavizaron” de repente de cara a la cita electoral. “La victoria del PT supondría una grave deriva zapateriana”, afirma el fundador de la asociación de los Trabajadores Sin Tierra, Marcos Zerbini, candidato del PSDB al Parlamento de São Paulo. Mientras habla, se oye un rugido. Los miles de miembros de la asociación, reunidos en asamblea, aplauden la noticia que les llega de Brasilia, la capital: se ha aprobado la ley que reduce los costes y la burocracia para registrar la propiedad de los terrenos. Supone una gran conquista para todos en este barrio del distrito de Lapa de Baixo. Seguimos en São Paulo, pero hay un abismo entre este barrio y la avenida Paulista, la arteria principal de la ciudad.
Es un embudo de rascacielos que se reflejan entre sí en las fachadas de espejos. Aquí comenzó Lula su mandato como presidente: “Es la victoria de ‘los de abajo’ contra ‘los de arriba’”, fueron sus primeras palabras. Luego deslumbró al pueblo con políticas sociales sorprendentes. Pero sin un desarrollo integral, los pobres no dejan de ser pobres porque les regales tres comidas al día o un subsidio. Como millones de familias que se han beneficiado de los programas “Hambre cero” de Lula. Como la Bolsa Familia, que ha repartido a 11 millones de familias una ayuda de 15 a 95 reales mensuales (entre 6 y 42 euros). “Ese dinero ha ‘creado’ gente que depende del Estado”, explica Zerbini. “La pobreza sólo se puede combatir con una educación que convierta al hombre en el verdadero protagonista”. Fuera de esto no hay construcción, sólo hay un equilibrio apoyado en el vacío. 

El corazón de Fabiano. “Los programas sociales no cambian la pobreza porque no la desafían de forma estructural”, confirma Ana Lydia Sawaya, experta internacional en nutrición y profesora de la Universidad Federal de São Paulo. “La capacidad de no ser pobre es intrínseca al hombre”. Las políticas públicas son sólo una consecuencia. “El problema es una educación de calidad accesible para todos, que penetre en todos los estratos sociales. Cambiar la cultura es un proceso largo, pero es el único posible”. A través del CREN, el Centro de Rehabilitación Nutricional de AVSI, atiende a ocho mil niños cada año, y a sus familias. Sólo el 9% entra en los programas estatales. Los pobres “auténticos”, los que están fuera de todo registro, no tienen educación ni trabajo, no existen.
Muchos de ellos viven en favelas como la de Vila Jacui. Allí nos dirigimos con Sawaya, que al llegar saluda a Fabiano. Lleva una visera baja que le tapa los ojos y va con las manos en los bolsillos. Tiene 12 años y es jefe de una banda. Hasta ha robado en el CREN, que abrió aquí una sede a petición del párroco. Antes había 22 homicidios al mes. Después de cuatro años, no hay ninguno. “Cuando Fabiano robaba, le pedí que nos ayudara en nuestro trabajo. Me miró y me dijo: ‘Ya veremos’”. Desde entonces empezó a venir al Centro, va a clase y toca la guitarra. “En lo escondido de su corazón está su necesidad de trabajar”. En todo lo demás, es un muro infranqueable levantado sobre una esclavitud que terminó hace cien años y a la que siguieron la dictadura, la Teología de la Liberación, la democracia elitista. “No hay política que derribe este muro, es demasiado alto”. Igual que la pared gris que rodea la casa de Sawaya en el barrio residencial de Pacaembu, en la zona oeste de São Paulo. Las casas no se ven desde la calle. En una cabina, un hombre hace guardia día y noche. Brasil es un país muy violento. Aquí la violencia es una guerra cotidiana. En un año se ha cobrado más víctimas que el conflicto de Iraq.
“El cambio de mentalidad requiere una evangelización profunda”, continúa Sawaya. Éste es un pueblo combativo y luchador, pero con una educación religiosa superficial. “Las consecuencias son evidentes: ausencia de una tradición de solidaridad social y una estructura familiar frágil”. Hay infinitas mujeres solas con un hijo, por ejemplo. “Aquí se necesitan experiencias de santidad”. Brasil tiene 500 años de historia y un solo santo nacido en su tierra, Fray Antonio de Santa Anna Galvao. Benedicto XVI vino a canonizarlo en 2007. “Los santos son los verdaderos reformadores. Sólo de ellos, sólo de Dios viene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo”, dijo aquel día.
“La Iglesia brasileña vive un momento delicadísimo”, precisa Petrini. Frente al formidable crecimiento del cristianismo pentecostal y carismático, los católicos han pasado en 15 años del 83 al 67%. “Gracias a Dios, hay experiencias vivas de humanidad, pero lo que no aparece en el espacio público no existe. Y a la Iglesia le cuesta ser visible”.
También está lejos la posibilidad de que se forme una presencia política católica. “Antes hace falta un pensamiento católico fuerte. El vacío intelectual es generalizado”, afirma Guilherme Malzoni Rabello, el joven director de la revista cultural Dicta-Contradicta. “Es como si el pensamiento aquí fuera menos importante que en otros lugares”. Cuanto más se profundiza, se hace más evidente que el problema político es realmente pre-político. Un ejemplo es la Ficha Limpa, la ley que pretende eliminar la corrupción en los partidos. “No basta”, responde Rabello. “Hay que ser honestos a un nivel más profundo, hacen falta experiencias vitales que sepan encarnar los valores. Si no se encarna, un valor no conmueve, ni mueve”. La posibilidad de que una experiencia vital se convierta en paradigma, en contenido político, “exige una humanidad verdadera, también para quien gobierna. Éste es el gran camino que tenemos que hacer”, como dice Zerbini: “Lo humano es la primera obra que debemos construir”.