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Huellas N.11, Diciembre 2008

CULTURA - Entrevista a Aleksandr Alchangelski

«Hay algo que vale más que la política»

a cargo de Fabrizio Rossi

Redescubrir la cultura y el papel de la fe es el reto que plantea una crisis que atañe al hombre antes que a la economía: «Ahora, todos estamos obligados a hacer cuentas con los hechos». Habla un intelectual acostumbrado a ir a “Contracorriente”...

Las escenas son las mismas que se ven en todas partes. Economías familiares que se tambalean, empresas en la ruina, talleres sin actividad. Se prevé que un millón y medio de trabajadores se quede sin trabajo. La crisis que campea desde hace meses por EEUU y Europa se ha abatido también sobre Rusia. Se trata de una incertidumbre latente y un malestar que no afectan únicamente al bolsillo. Más allá de cifras y números, la tormenta perjudica valores claves de la civilización, por ejemplo esa confianza que posibilita la convivencia entre las personas y hace prosperar las empresas. También en Rusia lo que se está poniendo de manifiesto que es un problema humano, «algo que va más allá del bienestar económico».
A esto dedica Aleksandr Alchangelski, de 46 años, el curso que imparte en la Escuela superior de Economía de Moscú, y que lleva por título «Más importante que la política». Periodista e historiador ruso, Archangel’skij es también autor de numerosos programas de televisión, desde Contracorriente (emitido en los años 90 por el canal nacional Rossija) a la tertulia Mientras (que presenta desde 2002). Y verdaderamente va contracorriente, lo que le ha supuesto ser destituido recientemente del puesto de subdirector del diario Izvestia («a algunos de arriba no les gustaban mis artículos»). Le hemos entrevistado con ocasión del reciente congreso de Russia Cristiana sobre «Estado, sociedad y persona», atraídos por la lectura insólita que hace de las cuestiones más actuales.

Cuando usted habla en su curso de algo «Más importante que la política», se refiere a la cultura. ¿Qué quiere decir con esto exactamente?
Las estructuras sociales son muy importantes, pero se apoyan siempre en modelos culturales.

¿Es decir?
Las estructuras se apoyan en la forma que la gente tiene de ver las cosas, en sus ideales. No cambia nada si no cambian los modelos culturales. Si observamos la historia del siglo XX, constatamos dos tipos de revoluciones: en algunos casos se derribaron las estructuras sociales y políticas, pero permanecen inmutables sus matrices culturales; en otros han cambiado los modelos culturales, y de ahí las estructuras sociales. La revolución rusa pertenece al primer tipo, pues el régimen derramó mucha sangre y acabó autodestruyéndose.

¿Y el segundo tipo?
Las revoluciones sociales de los años 60 y 70 en Europa. Han hecho caer muchos modelos culturales y eso ha cambiado la sociedad.

Recientemente el Papa se ha dirigido justamente al mundo de la cultura...
Su discurso en el Colegio de los Bernardinos ha sido muy importante. Significa que la Iglesia no se aísla.

¿En qué sentido?
Pienso en la Iglesia Ortodoxa rusa, a la que conozco mejor. Creo que, al margen de alguna excepción individual, no ha comprendido la mayor parte de las revoluciones intelectuales del siglo XX: ni la revolución sexual, ni la técnico-científica, ni la posmodernidad... No ha querido ir al fondo de estas cuestiones. El discurso de Benedicto XVI, en cambio, desafía al mundo moderno sobre temas como la existencia de la cultura laica, sus relaciones con la historia y con el sentido de las cosas. De esta forma la Iglesia Católica no se encierra en su recinto, sino que está preparada para reflexionar sobre los retos que debe afrontar el hombre de hoy. Al actuar así mantiene abierta la posibilidad de que un día ese hombre pueda llegar a ella.

Esto me recuerda la pregunta de Eliot: «¿Es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia, o la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad?»
Quite el “o”. Es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia y es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad. ¿Quién lo hizo antes? Es como preguntar qué fue antes, si el huevo o la gallina. La Iglesia es la Iglesia de las personas que van hacia Cristo, y es la Iglesia de Cristo la que va al encuentro de las personas. Cristo no olvida al hombre, es el hombre el que le ha abandonado. Abandonando al hombre, la Iglesia ha abandonado su propio destino. Por tanto ha abandonado a Dios.

¿Está pensando también en Rusia?
Desde el siglo XIX ha crecido el abismo entre la Iglesia y las personas concretas, con sus preguntas existenciales. No es casualidad que en el siglo XX la Iglesia haya sido víctima del régimen soviético, exactamente igual que el pueblo, y que muchos cristianos hayan terminado en el lager, en donde se encontraban las personas a las que la Iglesia había abandonado.

Y en donde no había lugar para Dios...
Al contrario, justamente allí muchos hombres se han encontrado con Él…

También en la actualidad hay quien querría mantener a la Iglesia arrinconada dentro de su recinto.
Si observamos, por ejemplo, la sociedad rusa, podemos ver que la Iglesia tiene poca influencia. El poder la utiliza como reserva de valores. ¿Hay problemas en el ejército? Se llama al pope. Pero si la Iglesia trata de dar juicios, sublevación general: «No los necesitamos, gracias. La fe es un hecho privado». Y las nuevas generaciones crecen en el cinismo más absoluto.

En la escuela se está intentando rehabilitar incluso a Stalin, al que ciertos libros de texto describe como «dirigente eficaz»...
El problema mayor no es la vuelta de Stalin, sino el vacío de ideales. Su lugar es ocupado por mitos con los que se busca poner orden en la vida: ambiciones de grandeza, nostalgia de un pasado glorioso... A todo esto se añade la crisis global. Sin embargo, bien mirada, la crisis no supone únicamente riesgos, puede abrir una posibilidad.

¿Cuál?
La crisis nos obligará a limitarnos a los hechos, abandonando los juegos de la especulación. La clase que está en el poder no podrá tratar el dinero con ligereza, tendrá que ir a lo esencial y servir a las necesidades reales de la población. Piense, por ejemplo, qué puede suponer esto para Rusia: incluso los medios de comunicación cambiarán, transmitirán más información.

Es usted bastante optimista...
Ya no tenemos derecho a ser escépticos. En este país siempre se ha repetido lo mismo, no sólo en lo referente a la crisis: «Imposible», «No obtendremos nada», «Ya hemos perdido». Lo dicen los profesores sobre la educación, los políticos sobre la política, los escritores sobre la literatura... ¿Por qué hemos de firmar la rendición antes incluso de combatir? En ruso hay un dicho que reza: «Entremos en combate, luego ya veremos».

Nosotros diríamos: no pongamos la venda antes de la herida.
Esto me recuerda al Meeting de Rímini. Cuando me invitaron hace dos años, me impresionó mucho: creí que iba a un congreso cualquiera y me vi involucrado en un encuentro sobre la búsqueda de la felicidad en una sala con seis mil personas, en su mayoría jóvenes. En Rímini. En el mes de agosto. Después descubrí que el Meeting había nacido de un grupo de amigos, sin apoyo “oficial” alguno.

Gente que ha arriesgado en primera persona, en definitiva.
Y ahora aquello que parecía un proyecto imposible es un evento que implica a miles de personas. Es un ejemplo de cómo la voluntad y la fe pueden cambiar las circunstancias. En Rusia hace falta algo así. Hacen falta hombres que no tengan miedo de arriesgar. Vosotros lo habéis conseguido, ¿qué nos falta a nosotros?