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Huellas N.11, Diciembre 2008

SOCIEDAD - Escuela de Subsidiariedad en Santa Fe

Auténticos maestros

Osvaldo Bodean

Tres educadores en primera línea ante el reto de la realidad cotidiana. Educar no es una utopía, sino proponer con la propia vida un significado. La imperiosa necesidad de buscar juntos la verdad

El panel organizado por la Escuela de Subsidiariedad en Santa Fe llevaba un título desafiante: “Educar hoy: ¿utopía o realidad?”. Dos interrogantes de similar profundidad fueron planteados a los ponentes: ¿es posible educar hoy en la verdad, en la libertad y en la belleza? y ¿qué raíz y sentido tiene la autoridad?
Un público de docentes y estudiantes universitarios y de secundaria acudió a escuchar a Ana Walter de Ferrero y José Medei, docentes y directivos de colegios de secundaria, y a Javier Vigo, abogado y escritor, testigo incansable de la necesidad del amor a la verdad para una reconciliación de los argentinos con su dolorosa historia reciente. Aníbal Fornari, catedrático e investigador de la Universidad Estatal y de la Universidad Católica de Santa Fe, coordinó este panel recordando que se necesitan maestros para fomentar una renovada civilización. Maestros auténticos porque educar comporta el riesgo de una propuesta de significado total hecha carne en el educador. Educar supone siempre la relación entre dos libertades, la del profesor y la del estudiante, y no se reduce a una mera cuestión profesional.

Un problema de los adultos
Para Ana Walter, vicedirectora de un colegio de secundaria en Rafaela, «el problema es si nosotros tenemos una respuesta a la urgencia de significado para vivir, hasta el punto de poder comunicarla viviendo. No es un problema de los chicos, es nuestro». «La realidad –explicó Ana– nos es dada tal cual existe, no es la de hace 20 años, ni la del siglo pasado, ni la utopía de un futuro perfecto, es ésta. Y tiene una lógica: las cosas tienen un orden secreto que es el que va tejiendo la historia, tienen un sentido a descubrir. O uno trata de verificar esa lógica, o bien, ejerce una pretensión, ya sea moralista, ideológica, o de mérito». Aludiendo al reto que implican para el educador los alumnos integrados, Ana remarcó la necesidad de un lugar donde se eduque a un juicio crítico acerca de lo que se vive en la escuela. A continuación se preguntaba: «¿Cómo adquiero ese juicio?, ¿quiénes me ayudan?, ¿cuándo y cómo lo verifico?». «Nuevamente la responsabilidad es de cada uno», se apuró a responder. «Hay que buscar un lugar donde confrontar el trabajo. Necesito juntarme con los otros para compartir esta mirada, para tomar decisiones, preguntas, estrategias educativas, para generar un “lugar de encuentro” que es lo que más necesitan nuestros alumnos y nuestros compañeros, sus padres y la sociedad». «En mi experiencia –concluyó– el método es uno sólo: arriesgar la propia libertad en cada instante, en lo concreto de cada circunstancia, y apostar a la libertad de los otros”.

Un desafío cotidiano
José Medei habló desde la experiencia del colegio de secundaria que dirige: «Lo importante no han sido nuestras ideas previas, sino el desafío cotidiano de la realidad, ante todo la de nuestros alumnos y sus deseos más verdaderos. La verificación cotidiana que íbamos realizando entre los educadores era la siguiente: se iba gestando un lugar donde todos podían encontrar su propio espacio para educarse». «La escuela –contó José– se había convertido no tanto en un ámbito donde algunos concurríamos a trabajar y otros concurrían a aprender, sino fundamentalmente un lugar donde “vivimos” nuestras exigencias constitutivas más profundas. Desde allí se resignificaba toda la tarea académica, administrativa y pastoral». Remarcó especialmente «la amistad que ha ido naciendo entre los adultos que se hacen cargo de esta obra educativa que se concreta en una amistad y compañía también para los alumnos. Esto dio lugar a toda una serie de proyectos e iniciativas que no habíamos planificado, sino que surgieron del reto que supone la realidad con sus demandas concretas». Entre esas experiencias mencionó un amplio abanico en el que figuraban ferias de ecología, de ciencias y tecnología; certámenes literarios, de pintura y teatro; olimpíadas de química, filosofía, matemáticas, historia, gestión empresarial; competencias deportivas, campamentos y convivencias-retiro; programas de difusión bursátil vía Internet; foros de debate público con alumnos de escuelas secundarias oficiales y privadas que llevan ya seis ediciones; pasantías laborales para alumnos de último curso; proyectos de articulación con la Universidad; centro de estudiantes y tareas de servicio con entidades del barrio y de la comunidad.

Una imperiosa necesidad
Javier Vigo afrontó la imperiosa necesidad de la verdad como memoria histórica superadora de la memoria mítica particular y de la agresiva memoria ideológica oficial. En un país propenso a recaer una y otra vez en la trampa de las ideologías mirando sesgadamente su pasado más doloroso, Vigo abogó por «extirpar de raíz la lógica de violencia que hizo que militares, guerrilleros, políticos y educadores olvidaran el sagrado valor de la vida». Cuestionó la memoria sesgada que modificó el prólogo del “Nunca Más” borrando los párrafos que «denunciaban la existencia del terrorismo de izquierda, centrando la totalidad de las culpas en el sector militar». En su lugar, bregó por «un juicio histórico-crítico riguroso, objetivo, procurando unir y no dividir, desde la verdad que implica la libertad y posibilita el perdón». «La historia –dijo– nos retrotrae a los años 60 y nos obliga a analizar el “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Conferencia Tricontinental de la Habana”, que despoja a Ernesto Guevara de su máscara romántica, revelando el rostro de un hombre que inculcó en los jóvenes argentinos “el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”». Finalizó su exposición resaltando el «notable ejemplo de arrepentimiento» del ex guerrillero Oscar del Barco al decir: «Ningúna justificación nos vuelve inocentes… Más allá de todo y de todos, incluso de un posible Dios, hay el no matarás... No existe ningún “ideal” que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía… Si no, existen “buenos” que sí pueden asesinar y “malos” que no pueden asesinar, ¿en qué se funda el presunto “derecho” a matar? ¿Qué diferencia hay entre Santucho, Firmenich, Quieto y Galimberti, por una parte, y Menéndez, Videla o Massera, por otra? Si uno mata, el otro también mata… Y mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el crimen como tal, el crimen sigue vigente». Pues la mentira está en el inicio de todos los crímenes.

La realidad “más real”
Tras el diálogo entre panelistas y público, Aníbal Fornari observó que «cuando nos encontramos con personas constructivas como éstas, renace el deseo de juntarnos para educar, esa urgencia de abrir los jóvenes al mundo, pues su razón y su corazón exclaman que no se puede vivir como si la verdad no existiera, como si el deseo de felicidad del que el corazón de cada hombre está hecho estuviera destinado a permanecer sin respuesta. La pasión por el hombre, el apego a la realidad, la esperanza de un significado positivo de la vida, fluyen inagotables del reconocimiento de una Presencia que es lo más real de la realidad, que es la consistencia de todo, porque ha vencido al mal y la muerte, proponiéndose hoy a cada uno como el camino, la verdad y la vida. Y se propone a través de testigos que Lo hacen encontrable porque, atraídos por Él, reconocen y viven de esa presencia que le da a la vida un respiro incansable. Los invitamos a compartir esta aventura que hace renacer a los pueblos, también a través de esta Escuela de Subsidiariedad».